Colaboración: Monica Vitti, espejismo

por © NOTICINE.com
Monica Vitti
Por Sergio Berrocal   

Si alguna vez, aburrido de la muerte, se le ocurre tomar un vuelo para Dubai, no se aflija demasiado. Disfrute y prepárese a encontrarse con Alí Baba, aunque las agencias de viaje no le garantizan que encuentre solo a cuarenta ladrones. Los europeos somos gente rara, rarita como decía aquel primer ministro británico a quien el beso, o los muchos besos, con una chiquilla llamada Christine, una call girl se decía entonces, le costó el exilio y la pérdida de su ministerio. Pero supongo que valía la pena.

Es como tomar uno de esos vuelos que hoy casi te regalan y plantarte en esa parte del mundo donde todos creíamos que solo había petróleo y árabes recelosos de sus mujeres bien catequizadas para que no obliguen a sus esposos a lapidarlas. Un poco de compostura, por favor.

Pero si esa aventura te ocurre, nada más bajarte del avión pregunta por Monica Vitti, no, no es la Dolores de la canción que te enseñó tu abuelo el aragonés, es la estrella de cine italiana que en los años sesenta y setenta (del siglo XX) nos sedujo a todos los que por aquellos tiempos llevábamos pantalones.

Monica Vitti era todo lo que puedes imaginar de una mujer ya descatalogada, ahora hay que andarse con ojo porque ya ven ustedes lo que les ha pasado a algunos marranitos de Hollywood, pero irremplazable.

Esta rubia transparente, alta como las torres gemelas, inalcanzable como todos los sueños nuestros de cada día que nos sumen en un mar de confusiones mentales de los que salimos para ir a ver al psiquiatra más cercano, un argentino recién llegado, les hablo de otra época, de otros tiempos, cuando los militares imponían su ley de asesinos en Argentina. Ahora solo hay señoras y señores vestidos de civil, bueno…

Monica Vitti –pronuncien su nombre en voz alta mientras se toman una copita de lo que quieran, menos de cerveza que es medio vulgar--, paladéenlo y ya verán. Verán o les parecerá ver la entrada del paraíso que los apóstoles nos prometieron una tarde de noche cerrada allá por Jerusalén, un poco más a la izquierda de donde el bien amado presidente Donald Trump se dispone a meter fuego a las religiones monoteístas implantando su embajada orgullosa y reconociendo así que ese lugar  es la capital de Israel.

Cuando eso ocurra, suponemos los más creyentes que el señor del sombrero selvático sacará su látigo para echar de nuevo a los mercaderes del templo, aunque ya haya allí en el lugar de los tenderetes un supermercado con aparcamiento y muchachas guapas que te vendan cualquier cosa, porque todo se compra.

Monica nos hizo soñar tanto, primero en blanco y negro y luego en color, que, ya les digo, cuando se bajen en Dubai pregunten por ella y un avispado guía les indicará el hotel donde la inefable intérprete de "La aventura”, "La noche” o "El eclipse” se encuentra para la eternidad. Dicen que es una de las últimas maravillas construidas en lo que fuera un reino de las mil y una noches, hoy de los mil pozos de petróleo.

Dicen, me cuentan viajeros enamorados, que un retrato suyo, grande y en blanco y negro, como la parió Antonionni hacia 1960, sí, claro, del otro siglo, preside el vestíbulo de entrada de un magnífico hotel. Y ella está, con su indefinible mirada, arropada por una pared de mármol de Carrara. Como la princesa que siempre fue.

Y no se preocupen si cuando le piden un güisqui al barman le pone cara rara. Es un país que respeta la religión que no permite el alcohol, aunque bueno…

Justo en los años en que Monica la divina triunfaba en el cine mundial, volvía majareta a los hombres con su deje intelectual desesperado de un Milan visto por Antonioni con Marcello Mastroianni corriendo por las dunas callejeras, tuve un compañero de profesión al que mandaron de corresponsal a esos emiratos que entonces eran enigmáticos.

Una tarde que nos contaba sus aventuras en la Place de la Bourse de París, sentados a una mesa del magnífico y eterno café Vaudeville, nos dijo sus cuitas. La principal era que el aire acondicionado de su oficina tenía que funcionar a fondo para que los teletipos no se le pararan, que él pudiese transmitir y no perdiese su empleo. La otra preocupación suya era beber un trago, nunca en público y siempre a hurtadillas si no querías que te cortasen la respiración.

Decía que era la desesperación de los borrachos, los auténticos bebedores.

El muchacho ganó bastante dinero porque era una corresponsalía que nadie quería y que había que pagar mucho para que alguien se dejase tentar.

Lo perdí de vista una noche de mucho ron en La Habana, donde también estuvo de corresponsal, y ya nunca reapareció. Seguramente añoraba las arenas del desierto. Pero, ¿qué hubiera sido si Monica ya hubiese estado en Dubai?

Parole, parole, parole, que decía el otro italiano.

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