Crítica: "El lobo de Wall Street", retrato de excesos depredadores

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'El lobo de Wall Street'


Por Hugo Lara

Sobredosis de drogas, sexo, violencia, dinero y codicia. Estos son parte del coctel que brinda Martin Scorsese en su más reciente película, “El lobo de Wall Street / The Wolf of Wall Street" (2013), un regreso al universo cargado de testosterona retratado con maestría, al que de vez en cuando le gusta hurgar al cineasta de “Mean Streets” (1973), “Uno de los nuestros / Buenos muchachos / Goodfellas” (1990) o “Infiltrados / The Departed” (2006). Pero a diferencia de éstas, ahora ha dejado —parcialmente— a los pandilleros de la calle para describir el vertiginoso ascenso y caída de un gángster de cuello blanco, un estafador de Wall Street encarnado por Leonardo DiCaprio, su actor fetiche desde hace ya rato.

El guión de Terence Winter ("Los Soprano") está basado  en la autobiografía del mismo Jordan Belfort, convertido en la actualidad en un motivador profesional, toda una ironía dado su cuestionable curriculum. El film —de tres horas de duración al que tal vez le sobran unos cuantos minutos— narra el trayecto de Belfort (DiCaprio) desde que se incorpora al ámbito bursátil de Wall Street en la década de los noventa. El ejecutivo pasa de ser un bienintencionado joven de clase media a un poderoso magnate sin escrúpulos en la bolsa de valores. El personaje basa su enorme éxito a partir del fraude que comete con acciones de pequeño valor orientadas a la clase trabajadora, apoyado por un grupo de vendedores improvisados, camaradas que comparten con él la avaricia y el apetito voraz por el dinero, las fiestas, las prostitutas y las drogas.

En ese sentido, es inevitable traer a colación otro célebre film, “Wall Street” (1987), en el que el cineasta Oliver Stone ya había explorado los entresijos de la podredumbre en ese entorno financiero. Aunque son evidentes las afinidades con “El lobo de Wall Street”, entre una y otra película también hay diferencias importantes, sobre todo a partir del estilo y postura política de cada director y, desde luego, la diferencia de épocas, en las que se evidencia una descomposición más pronunciada en el filme de Scorsese, posterior a los grandes escándalos de Enron o de Bernard Madoff.

“El lobo de Wall Street” es una película compleja, semejante en estructura a “Goodfellas”, diseñada para retratar la intimidad de un ser cínico y corrupto pero fascinante. Scorsese echa mano de su virtuosismo —junto al de sus excepcionales colaboradores, entre ellos el fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto— para aprovechar  diversos recursos que combina con un ritmo trepidante: la narración en primera persona de Belfort dirigiéndose a cámara; un largo flashback que inicia después de un impactante prólogo; una poderosa banda sonora; secuencias de diálogos brillantes que convierten incluso lo obsceno y cruel en algo digno de llamar la atención y provocar risas, y el desarrollo de personajes secundarios de gran calado y colorido, donde destaca el que interpreta Jonah Hill como Donnie Azoff, el pintoresco socio del protagonista. También es de destacar la pequeña pero contundente actuación de Matthew McConaughey como un gurú bursátil, y de Margot Robbie, como la segunda esposa de Belfort, seductora rubia tan ambiciosa como él.

En esta tragicomedia —cuya segundo tramo se convierte en un duelo entre Belfort y un policía dispuesto a cazarlo (Kyle Chandler)— se puede hallar una reflexión acerca del capitalismo salvaje que ha depredado al mundo en las últimas décadas, la deshumanización en nombre del dinero y la falsa idea de felicidad que propicia el mismo (quizás, en cierta proporción, como antaño proponía el cine negro del que Scorsese suele abrevar con frecuencia).

La realización asume el reto de interesarnos por este personaje impúdico y sinvergüenza y, más aun, despertarnos simpatía por él (con una nota alta para la interpretación de DiCaprio). Todo un conflicto moral que coquetea con la apología de ese estilo de vida, resuelto con un final algo condescendiente —¿o provocador?— para el personaje y el putrefacto sueño americano que representa. Y es que a final de cuentas, la realidad también suele ser condescendiente con ese clase de criminales. En suma, “El lobo de Wall Street” resulta una película imprescindible y coherente dentro de la obra del director.