Análisis: Marilyn, detrás del mito y la leyenda

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Un icono americano
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Por María Iglesias Domínguez

Marilyn simbolizó, por una parte el triunfo de la sensualidad en un país cimentado sobre el más puro puritanismo granjero, que por otro lado es la base de la cultura americana de los años 50 y de la otra parte, para los que la percibimos del otro lado del Atlántico, supuso la introducción de la fragilidad y la debilidad de los exaltados atributos femeninos en las comisuras del poder total del gran imperio americano.

Para escribir este artículo he visualizado el famoso cumpleaños del presidente Kennedy. Marilyn ya era una estrella mediática que había saltado más allá del celuloide, quizá sin duda fue la reina de la incipiente industria del corazón, el inicio de la gran industria por venir de la prensa rosa, de las grandes estrellas de televisión, porque sobre todo Marilyn era un suculento plato para los mass media de su época.

Billy Wilder, estoy segura, intuyó el enorme torrente interpretativo con tintes de tragicomedia clásica que envolvería su vida. Marilyn no fue nunca una gran actriz, sin embargo sus interpretaciones poseían el desgarrador acento del triste final de su vida, una vida marcada por las huellas profundas que diferentes historias de amor oradaron su corazón de supuesta mujer fatal.

Es inevitable que cuando pensamos en Marilyn acompañemos su imagen de las de otros famosos actores de Hollywood como es el caso de James Dean y aunque Elvis muriera algo más tarde, las estereotipadas imágenes del mito de la estrella total, la naciente imagen del héroe posmoderno.

Marilyn es un caso de profecía autocumplida, esas mujeres que comenzaron a caminar sin tener en cuenta la estrecha moral, decían; no acabará bien. Y es que ser una estrella, ser un nuevo mito de la modernidad desfragmentada, supone lo mismo que ser poeta maldito, un desventurado final.

El 5 de Agosto de 1962, seguramente bajo un tórrido sol, Marilyn acabó sus días sucumbiendo al eterno sueño de los barbitúricos, se acabó el tiempo de las alegres y voluptuosos momentos de cócteles y rosas. Su muerte no hizo más que alimentar la imagen de estrella total que configura el acerbo icónico del hombre occidental.

América necesitaba devorar ahora la melancólica sonrisa de la mujer que supo conmover los puritanos corazones de los hombres y crear la presunta imagen a imitar, de la que se serviría tantas otras, (a mí la esmaltada sonrisa de Ava Gagner siempre me ha parecido, la misma imagen que desvelaba Norma Jean bajo los ropajes de Marilyn), la imagen de la mujer seductora que arrebata los sentimientos de los hombres con los jirones del viento que levanta su falda.

Marilyn ahora sería una sexagenaria del estilo de Elizabeth Taylor, pero la fortuna en forma de fatalidad quiso que la conserváramos en nuestro recuerdo como a sus treinta años, dejando a la eternidad el enigma que se escondía tras de su sonrisa.