"Leones por corderos": La matanza de los corderos

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Redford dirigiendo a Cruise
Redford dirigiendo a Cruise
Otra imagen del filmRedford dirigiendo a Cruise12-XI-07

Por Alberto Duque López

“Leones por corderos”, la película dirigida y protagonizada por Robert Redford (al lado de Tom Cruise y Meryl Streep), no va contra el presidente Bush, ni contra las guerras sostenidas por Washington en Irak, Afganistán y otras zonas del mundo, ni contra las miles de muertes inútiles de muchachos ingenuos que jugaban al patriotismo, ni contra los terroristas enloquecidos y obsesionados con la idea de derrumbar el imperio….no, la película es una mirada inteligente, detenida, aburrida quizás y valiente sobre todos estos temas, situaciones, circunstancias y personajes, señalándolos directamente por sus nombres y cargos, con la severidad de una clase magistral.

Solo alguien con el poder financiero, político, artístico y personal de Robert Redford podía lograr una película como ésta que, afortunadamente, será un fracaso en la taquilla para demostrar que los espectadores, aquí y allá, en todos los idiomas, prefieren compartir la basura que Hollywood produce, empaca y envía a estos mercados, sin asistir al espectáculo formidable de un artista en plena madurez (71 años), responsable de ejercer su oficio con un trasfondo político y social.

Afortunados, pues, al tener la oportunidad de mirar esta película que forma parte de una rabiosa oleada de directores independientes (aunque respaldados por algunos estudios arriesgados), interesada en contar historias atroces sobre las guerras del presidente Bush y todos los errores cometidos.

Es cierto. “Leones por corderos” (la frase viene de un oficial nazi que acusó a los altos militares ingleses de ser mansos y aprovecharse de la fiereza de sus soldados para ganar la gloria), es aburrida, llena de diálogos en sus tres historias simultáneas, tiene muy poca acción y casi toda se desarrolla en escenarios interiores (la oficina lujosa de un senador republicano que salió en la carátula de Time y quiere llegar a la Casa Blanca; el despacho estrecho de un profesor de Historia en una universidad de California; la redacción de un canal de televisión y, en contadas escenas exteriores, el campo de batalla en las montañas de Afganistán).

Es cierto. No es una película de sábado en la tarde. No entretiene. No divierte. No hace reír, ni suspirar, ni asustar, ni excitar pero, logra lo que el cine de Hollywood hace rato perdió como elemento: hace pensar, obliga a reflexionar varias horas después de haberla visto y llegar a la conclusión de que los diálogos son ricos, analizan las relaciones de la prensa con el poder político; de los jóvenes con sus maestros; de los militares con sus superiores civiles y, sobre todo, de los ciudadanos comunes y corrientes con ese gobierno federal que, sin consultarlos, les arrebata sus hijos, los lanza a la guerra y luego los devuelve envueltos con una bandera, dentro de ataúdes sellados que, en ocasiones, fueron utilizados por los narcotraficantes (como lo demuestra “American Gangster” de Ridley Scott pero, esa es otra historia, también cruel y sangrienta).

La película, narrada de una manera tranquila y clásica, sin aspavientos técnicos ni digitales alterna las tres historias angustiosas y dramáticas:

a) el acoso a que es sometida una de las grandes figuras del periodismo de Estados Unidos (Meryl Streep, desconfiada, cínica y recelosa), a manos del joven e impetuoso senador republicano (Tom Cruise, cómodo con su personaje), auténtico “halcón” que, con el pretexto de devolver favores (ella siempre lo ha exaltado con sus reportajes en los medios masivos), y los ojos puestos en la Casa Blanca, le suministra una supuesta primicia sobre una operación en las montañas de Afganistán, primicia que tiene alcance político pero no militar, Defensora de su libertad de información, no solo se enfrenta al astuto senador sino al director que busca obligarla a escribir sobre el tema;

b) el encuentro del profesor de Historia (Redford, paciente y paternal) con uno de sus peores estudiantes que es también el más brillante y con más futuro de todos, en un diálogo que echa una mirada a la postura de los jóvenes ante la crisis moral y social de su país, y su indiferencia absoluta ante el derrumbe;

c) la llegada de dos muchachos (uno latino, el otro afro americano) al campo de batalla en Afganistán, donde sus oficiales intentan iniciar otra fórmula para acabar con la guerra (el gobierno iraní, según el senador, permite a los terroristas iraquíes atravesar sus fronteras para llegar a suelo afgano y apoyar a los fanáticos de Al Qaeda), es la tercera historia, relacionada con la segunda porque los dos jóvenes, excitados con las lecciones de honestidad y compromiso dictadas por el profesor de Historia, se marchan como voluntarios con un doble motivo: defender la Patria y obtener dinero para ir a la universidad. Los esfuerzos del maestro por disuadirlos (él mismo estuvo en Vietnam), son inútiles y asistimos durante escenas nocturnas escalofriantes al espectáculo terrible de la juventud de Estados Unidos masacrada por sus mayores.

A nadie sorprende que una película como ésta, aburrida y anticomercial pero con una carga profunda de inteligencia, sea realizada por quien durante tantos años fue uno de los galanes más populares de Hollywood, con películas míticas como “Butch Cassidy”, “El Golpe”, “Peligrosamente juntos”, “El Mejor”, “Todos los hombres del presidente”, “El Candidato”; además de los títulos rodados como actor-fetiche del director Sydney Pollack: “Habana”, “Memorias de África / África Mía”, “El jinete eléctrico”, “Los tres días del cóndor”, “Tal como éramos”, “Las aventuras de Jeremiah Johnson” y “El valle del fugitivo”, y su propia carrera como uno de los grandes directores de Hollywood, con “La leyenda de Bagger Vance”, “El hombre que susurraba a los caballos / El señor de los caballos”, “El río de la vida / Nada es para siempre", “Quiz Show”, “Milagro” y la más famosa y premiada de todas, “Gente corriente / Gente como uno”.

Si alguien examina uno a uno los títulos de su carrera como actor, productor, director y guionista comprueba que aún en la más comercial de sus historias, asoma su interés por los conflictos sociales y humanos, interés que a partir de 1981 se materializó con la fundación del Sundance Institute donde los jóvenes desarrollan su creatividad y, una vez al año, existe la oportunidad de descubrir maravillas como “Pulp Fiction”, “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”, “Los chicos no lloran”, “Orlando”, “The Blair Witch Project”, “Memento” y “Pequeña Miss Sunshine” entre otras joyas.

Por eso el espectador fiel a las ideas y la carrera de Redford, comprende y acepta y apoya que “Leones por corderos” sea tan oral, tan lenta, tan fatigante porque al salir de la sala, uno conoce mejor a los políticos que venden la guerra en Estados Unidos, y a los periodistas que no se dejan comprar y a los estudiantes que son capaces de hacerse matar para que sus ideales mortifiquen a los mayores.