Crítica: "El últimatum de Bourne" corona la trilogía del agente-robot
- por © NOTICINE.com
16-VIII-07
Por Alberto Duque López
La primera vez que nos topamos con Jason Bourne, que no se llama en realidad Jason Bourne, fue en 2002, en la película inicial de la trilogía, “Identidad Desconocida / El caso Bourne”, en una madrugada del mar Mediterráneo a 100 kilómetros de Marsella.
Flotando en medio de los relámpagos de una tormenta y gracias a la señal luminosa de su traje de buceo es rescatado por la tripulación de un pequeño pesquero italiano. Izado a bordo, colocado sobre la mesa de la cocina y despojado de su envoltura, es curado de tres agujeros de bala en la espalda y una cicatriz en la cadera que esconde un dispositivo metálico y electrónico que permite leer el número de una cuenta en Suiza.
De ahí en adelante y mientras recorre parte de Europa perseguido por asesinos de la CIA que quieren castigarlo por haber fallado en el atentado contra un político africano, entendemos que le borraron la memoria, que no sabe quién es, para dónde va ni de dónde viene, y que solo encuentra compañía y comprensión en una chica alemana que poco a poco arma el rompecabezas de este robot, en quien el Gobierno de Estados Unidos ha invertido 30 millones de dólares a través del proyecto “Treadstone”, para convertirlo en lo que es: alguien que no duerme, no come, no ama, no sueña, no recuerda, no siente dolor, practica todas las artes marciales, conoce todas las armas automáticas, tiene conocimientos profundos sobre todo cuanto un agente secreto puede necesitar para sobrevivir, y a diferencia de otros personajes similares en el cine, no es seductor ni atractivo, no persigue mujeres ni bebe alcohol ni se droga, no tiene perversiones sexuales, es un auténtico patriota que, voluntariamente aceptó someterse a una salvaje intervención química y quirúrgica que le borró la memoria y los sentimientos, y lo lanzó a un solo oficio: matar a los enemigos de la "Democracia" norteamericana. Es decir, los enemigos de la CIA.
El creador de esta historia estupenda se llama Robert Ludlum, típico best-seller de supermercado, en pleno verano ocioso. El intérprete del personaje, Matt Damon, es uno de los mejores actores de un Hollywood que lo mima con placer. Para aquella primera vez, Doug Liman fue el director.
El segundo encuentro con Jason Bourne fue en 2004 con “La supremacía de Bourne / El mito de Bourne”. Se halla en las costas de la India con su mujer (la misma de la primera película, la hermosa Franka Potente), escondidos, hasta cuando aparece un matón que los descubre, los acosa, los persigue y logra matar a la muchacha. Bourne se pasará la película buscando la venganza y, de paso, rearmando su memoria. Un director, Paul Greengrass, famoso por sus películas polémicass (“Bloody Sunday / Domingo sangriento” y “Vuelo 93” entre otras), y escogido por el mismo Matt Damon cambió totalmente el lenguaje de la historia y convirtió la saga en una de las mejores experiencias dentro del género de acción.
Ahora, en este tercer encuentro, “Bourne: el Ultimátum / El ultimatum de Bourne”, asistimos a una de las películas más emocionantes, entretenidas, cargadas de acción y oscuras de los últimos años, con un personaje más maduro, más sombrío, con capacidad de atar los últimos cabos de su memoria que le quedan sueltos y dispuesto a arrasar con todos los asesinos de la CIA que, como lobos, lo acosan a través de todo el mundo.
Esta película demuestra la sabiduría, la sagacidad, la imaginación y sobre todo el enorme talento de Greengrass para contar una historia que -en otras manos- hubiera resultado banal y predecible. Con un abuso desmedido de la cámara en mano y los primeros-primeros planos que a veces dificultan la comprensión de algunas escenas, sobre todo las peleas cuerpo a cuerpo que se convierten en amasijos llenos de gritos, aullidos y expresiones de dolor, asistimos a la película que en sus primeras 72 horas de exhibición en Estados Unidos recaudó más de 70 millones de dólares.
Esta tercera aventura de Bourne tiene cuatro grandes y emocionantes bloques de acción, durante los cuales Bourne, solo o acompañado, es rastreado con satélite desde las instalaciones operativas de la CIA y acorralado en los escenarios más complicados y repletos de vehículos y peatones:
- En las calles y el metro de Moscú, cubiertos de nieve, cuando busca a la hija de la pareja rusa que asesinó en Berlín, para pedir su perdón.
- En las calles y el metro de Londres, en medio de centenares de cámaras que siguen la fuga del personaje que intenta salvar la vida de un periodista inglés que ha desatado todo un escándalo al publicar algunos secretos de la CIA en un diario sensacionalista.
- En las angostas y congestionadas calles de Tánger, cuando Bourne y la agente Nicky Parsons (Julia Stiles) con quien sostuvo una olvidada relación y está amenazada por Dash, otro matón, saltan y corren y ruedan y se esconden y escapan y chocan y se lastiman en los techos de esas casas apretujadas, a las que entran por las ventanas y salen al otro lado mientras son perseguidos por un matón y un puñado de torpes policías.
- Finalmente, cuando Bourne recoge sus pasos, se enfrenta con sus superiores y desata el peor de los infiernos al entrar a la boca del lobo pero, antes, ha sido perseguido por las avenidas de Manhattan, a pie y en auto (se lleva una patrulla de la Policía, blanca y azul, resistente), provoca los atascos más formidables y convierte esa zona llena de grandes almacenes y rascacielos en el caos más devastador.
Curiosamente, espectadores y críticos han coincidido en las virtudes de esta tercera película de Bourne. Alguien afirmó que así como “Black Hawk Down” de Ridley Scott es lo mejor en el género de guerra, esta es la más entretenida entre las de acción. Lo cierto es que las peleas no cesan, la cacería no se detiene y el espectador se asombra con todos los recursos desplegados por los malos de la CIA para matarle. Le siguen paso a paso con ayuda de las cámaras callejeras, los satélites, los teléfonos y celulares utilizados, mientras una de las funcionarias (Joan Allen), enviada a investigar los abusos de esos matones, se convierte en su aliada virtual, y será quien proporcione la estocada final.
Mientras, acechante y excitado por tanta adrenalina suelta, el espectador comprueba que en esas innumerables pantallas de rastreo los malos juegan a destruir la creación que ha escapado de sus manos. Para que no haya duda, aparecen envejecidos mientras la pieza se mantiene más joven, más salvaje, más inalcanzable.
Una última sensación. Entre las escenas finales de esta tercera entrega. Hay una toma exacta a la primera con que debutó la trilogía o sea, el cuerpo maltratado del agente secreto, flotando en el agua, boca arriba, expuesto a las balas enemigas hasta cuando el espectador recibe la sonrisa cómplice de Nicky Parsons, sentada en una cafetería, esperando, paciente y amorosamente.
Por Alberto Duque López
La primera vez que nos topamos con Jason Bourne, que no se llama en realidad Jason Bourne, fue en 2002, en la película inicial de la trilogía, “Identidad Desconocida / El caso Bourne”, en una madrugada del mar Mediterráneo a 100 kilómetros de Marsella.
Flotando en medio de los relámpagos de una tormenta y gracias a la señal luminosa de su traje de buceo es rescatado por la tripulación de un pequeño pesquero italiano. Izado a bordo, colocado sobre la mesa de la cocina y despojado de su envoltura, es curado de tres agujeros de bala en la espalda y una cicatriz en la cadera que esconde un dispositivo metálico y electrónico que permite leer el número de una cuenta en Suiza.
De ahí en adelante y mientras recorre parte de Europa perseguido por asesinos de la CIA que quieren castigarlo por haber fallado en el atentado contra un político africano, entendemos que le borraron la memoria, que no sabe quién es, para dónde va ni de dónde viene, y que solo encuentra compañía y comprensión en una chica alemana que poco a poco arma el rompecabezas de este robot, en quien el Gobierno de Estados Unidos ha invertido 30 millones de dólares a través del proyecto “Treadstone”, para convertirlo en lo que es: alguien que no duerme, no come, no ama, no sueña, no recuerda, no siente dolor, practica todas las artes marciales, conoce todas las armas automáticas, tiene conocimientos profundos sobre todo cuanto un agente secreto puede necesitar para sobrevivir, y a diferencia de otros personajes similares en el cine, no es seductor ni atractivo, no persigue mujeres ni bebe alcohol ni se droga, no tiene perversiones sexuales, es un auténtico patriota que, voluntariamente aceptó someterse a una salvaje intervención química y quirúrgica que le borró la memoria y los sentimientos, y lo lanzó a un solo oficio: matar a los enemigos de la "Democracia" norteamericana. Es decir, los enemigos de la CIA.
El creador de esta historia estupenda se llama Robert Ludlum, típico best-seller de supermercado, en pleno verano ocioso. El intérprete del personaje, Matt Damon, es uno de los mejores actores de un Hollywood que lo mima con placer. Para aquella primera vez, Doug Liman fue el director.
El segundo encuentro con Jason Bourne fue en 2004 con “La supremacía de Bourne / El mito de Bourne”. Se halla en las costas de la India con su mujer (la misma de la primera película, la hermosa Franka Potente), escondidos, hasta cuando aparece un matón que los descubre, los acosa, los persigue y logra matar a la muchacha. Bourne se pasará la película buscando la venganza y, de paso, rearmando su memoria. Un director, Paul Greengrass, famoso por sus películas polémicass (“Bloody Sunday / Domingo sangriento” y “Vuelo 93” entre otras), y escogido por el mismo Matt Damon cambió totalmente el lenguaje de la historia y convirtió la saga en una de las mejores experiencias dentro del género de acción.
Ahora, en este tercer encuentro, “Bourne: el Ultimátum / El ultimatum de Bourne”, asistimos a una de las películas más emocionantes, entretenidas, cargadas de acción y oscuras de los últimos años, con un personaje más maduro, más sombrío, con capacidad de atar los últimos cabos de su memoria que le quedan sueltos y dispuesto a arrasar con todos los asesinos de la CIA que, como lobos, lo acosan a través de todo el mundo.
Esta película demuestra la sabiduría, la sagacidad, la imaginación y sobre todo el enorme talento de Greengrass para contar una historia que -en otras manos- hubiera resultado banal y predecible. Con un abuso desmedido de la cámara en mano y los primeros-primeros planos que a veces dificultan la comprensión de algunas escenas, sobre todo las peleas cuerpo a cuerpo que se convierten en amasijos llenos de gritos, aullidos y expresiones de dolor, asistimos a la película que en sus primeras 72 horas de exhibición en Estados Unidos recaudó más de 70 millones de dólares.
Esta tercera aventura de Bourne tiene cuatro grandes y emocionantes bloques de acción, durante los cuales Bourne, solo o acompañado, es rastreado con satélite desde las instalaciones operativas de la CIA y acorralado en los escenarios más complicados y repletos de vehículos y peatones:
- En las calles y el metro de Moscú, cubiertos de nieve, cuando busca a la hija de la pareja rusa que asesinó en Berlín, para pedir su perdón.
- En las calles y el metro de Londres, en medio de centenares de cámaras que siguen la fuga del personaje que intenta salvar la vida de un periodista inglés que ha desatado todo un escándalo al publicar algunos secretos de la CIA en un diario sensacionalista.
- En las angostas y congestionadas calles de Tánger, cuando Bourne y la agente Nicky Parsons (Julia Stiles) con quien sostuvo una olvidada relación y está amenazada por Dash, otro matón, saltan y corren y ruedan y se esconden y escapan y chocan y se lastiman en los techos de esas casas apretujadas, a las que entran por las ventanas y salen al otro lado mientras son perseguidos por un matón y un puñado de torpes policías.
- Finalmente, cuando Bourne recoge sus pasos, se enfrenta con sus superiores y desata el peor de los infiernos al entrar a la boca del lobo pero, antes, ha sido perseguido por las avenidas de Manhattan, a pie y en auto (se lleva una patrulla de la Policía, blanca y azul, resistente), provoca los atascos más formidables y convierte esa zona llena de grandes almacenes y rascacielos en el caos más devastador.
Curiosamente, espectadores y críticos han coincidido en las virtudes de esta tercera película de Bourne. Alguien afirmó que así como “Black Hawk Down” de Ridley Scott es lo mejor en el género de guerra, esta es la más entretenida entre las de acción. Lo cierto es que las peleas no cesan, la cacería no se detiene y el espectador se asombra con todos los recursos desplegados por los malos de la CIA para matarle. Le siguen paso a paso con ayuda de las cámaras callejeras, los satélites, los teléfonos y celulares utilizados, mientras una de las funcionarias (Joan Allen), enviada a investigar los abusos de esos matones, se convierte en su aliada virtual, y será quien proporcione la estocada final.
Mientras, acechante y excitado por tanta adrenalina suelta, el espectador comprueba que en esas innumerables pantallas de rastreo los malos juegan a destruir la creación que ha escapado de sus manos. Para que no haya duda, aparecen envejecidos mientras la pieza se mantiene más joven, más salvaje, más inalcanzable.
Una última sensación. Entre las escenas finales de esta tercera entrega. Hay una toma exacta a la primera con que debutó la trilogía o sea, el cuerpo maltratado del agente secreto, flotando en el agua, boca arriba, expuesto a las balas enemigas hasta cuando el espectador recibe la sonrisa cómplice de Nicky Parsons, sentada en una cafetería, esperando, paciente y amorosamente.