ESTRENO: "The Prestige / El gran truco", laberíntica e inteligente

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Johansson, irresistible
Johansson, irresistible
Bale, atormentadoJohansson, irresistible14-XI-06

Por Alberto Duque López

La primera frase que se escucha al comenzar "The Prestige / El gran truco" encierra una advertencia directa al espectador, tan directa que, si no la obedece, puede perder parte de las emocionantes sorpresas que encierra: "¿Estás observando atentamente?", nada más, y la cámara se pasea en un bosque lleno de sombreros de copa, deshechos por la lluvia y el viento y las garras de los gatos negros.

Dos historias se entrecruzan en esos primeros minutos. Un mago llamado Robert Angier (interpretado por Hugh Jackman), deslumbra al auditorio londinense de finales del siglo XIX con su truco más audaz, transportarse desde el interior de una caja enorme que parece un ataúd a otro lugar del teatro, en medio del estupor general. La otra historia gira alrededor del sabio ingeniero que se inventa los trucos y los objetos más inverosímiles para el escenario (Michael Caine, mejor que nunca), y enseña a una niña rubia que acaba de perder al padre, la esencia de la magia. Con un canario entre las manos, una jaula abierta y una sensación de incomodidad que ronda al espectador, el personaje resume la esencia de una película que no es lo que aparenta ser, y llega a convertirse en algo más denso de lo que el espectador pueda soportar.

La magia o los trucos mágicos, dice el sabio y empresario, consisten de tres partes esenciales. La "promesa", cuando el mago manipula un objeto sencillo (unas flores, un pañuelo, un conejo, un pájaro o una pelota) ante los ojos de una persona común y corriente, y promete convertirlo en algo sorprendente; el "cambio", cuando ese material es transformado ante los ojos del espectador en lo que éste quiere ver; "el prestigio" (de ahí viene el título original que ha sido vulgarizado en castellano, "El gran truco"), cuando el mago triunfa y sorprende al público con los recursos más simples, luego de mover una mano para que nadie se fijara en la otra que escondía el verdadero truco.

El cine, un auténtico acto de magia, nunca antes había mostrado todas sus trampas, sus apariencias, sus mentiras, sus dobles fondos, sus laberintos escondidos, sus apariencias, sus falsas pistas y sus pequeños cajones llenos de canarios, conejos, pañuelos y flores como en esta película, dirigida por Christopher Nolan, escrita con su hermano Jonathan sobre la novela original de Christopher Priest y convertida en objeto de culto antes de su estreno.

Es que las películas de Nolan (30 de julio de 1970, Londres) son así de agobiantes, sombrías, tortuosas, laberínticas, desafiantes, provocadoras y, por encima de todo, inteligentes. Para alguien que a los siete años ya tenía una cámara de Super 8 en las manos, el lenguaje cinematográfico volteado al derecho y al revés, y alimentado con los recursos más extravagantes (la memoria, la magia, el insomnio, la muerte misma), hacer películas es algo tan natural como la respiración o cerrar los ojos. "Memento", "Insomnia", "Batman Begins" y su secuela "The Dark Knight" además de sus cintas juveniles reflejan ese universo tan extraño y personal que alcanza uno de sus momentos más brillantes con "El gran truco".

No es una película simple, ni fácil, ni cómoda, ni lógica en ese montaje que comienza por el final, retrocede, avanza así, superponiendo y mezclando, añadiendo y recortando los personajes, los elementos y las situaciones que el espectador deberá observar con mucha atención y paciencia porque, pocas veces, podrá encontrarse con una película tan inteligente como ésta. Además de retadora, agresiva, punzante y cargada de un humor negro y perverso que nunca disminuye.

Esta es la sorprendente, laberíntica, agobiante y destructora relación de dos magos, excelentes magos, sorprendentes magos, maléficos magos que reinan en los escenarios de ese Londres donde hombres y mujeres vestidos con harapos o con trajes elegantes colman esos teatros grandes o pequeños para sufrir con esas muestras de magia que vada vez son más peligrosas, más mortales, más imposibles.

Robert Angier (Jackman) es sofisticado, ambicioso, elegante, con una naturaleza que convierte su espectáculo en una verdadera delicia. El otro mago, Alfred Borden (el gran actor Christian Bale, quien comenzó su carrera a los 12 años de la mano de Steven Spielberg), es todo lo opuesto, viene de un estrato social humilde después de atravesar todos los conflictos posibles y conoce a su futuro rival durante el espectáculo de un mago veterano. Los dos son ayudantes, solícitos, con muchas ganas de aprender, mientras el inventor Cutter (Caine, discreto y vital), los va guiando en esa desesperación de ambos por ser el mejor.

Son buenos amigos, se ayudan mutuamente, entran y salen del espectáculo ajeno, aprende cada uno con sus mañas y rencores escondidos hasta cuando estalla la tragedia: la rubia esposa de Angier deja que Borden le amarre las manos para sumergirse en un enorme tanque de agua de donde, todas las noches, sale antes de un minuto, pero, sin explicación alguna, el nudo no puede ser desatado, la muchacha se ahoga y, de ahí en adelante, Angier y Borden se convierten en enemigos feroces, a muerte, tanto, que se persiguen de escenario en escenario provocando los momentos más violentos y sangrientos. Y ese es apenas el principio del final o el final del principio porque, nada es lo que parece ser, ni parece lo que es.

Esa es una manera simplista de contar uno de los elementos de esta película angustiosa. Nolan, con su lenguaje personal y un montaje que sorprende, se encarga de narrar su drama de otra forma, de salto en salto, esperando que el espectador observe atentamente, que no se quede con una mano del mago y descuide la otra. Donde está escondido el truco.

Además de la magia, las sorpresas, la inteligencia del guión, la excelencia de los actores, la puesta en escena espectacular, la muerte, el dolor y la soledad se convierten en los elementos principales de una historia que, al finalizar, habrá revelado algunas de las situaciones más perversas, malditas y sofocantes del ser humano, empeñado en reinar y, de paso, hundir y destruir a su competidor.

"¿Estás observando atentamente?" recordará el espectador que le advirtieron al comenzar la película. Si lo hizo, habrá dejado que los hermanos Nolan y los actores lo llevaran de la mano por ese laberinto en el que el uno busca la desaparición del otro; en que las mujeres son agredidas por las circunstancias; en que una figura histórica como el inventor Nicola Testa (interpretado con humor por David Bowie), será encargado de torcer el destino de ambos rivales; en que los canarios son destrozados a golpes; en que solo los niños son capaces de descubrir los trucos de los magos; en que la muerte se convierte en la fórmula para lograr los momentos mágicos más audaces, en que nadie se compadece de nadie; en que el personaje de Scarlett Johanson, entregándose a los dos enemigos, adquiere una sensualidad dañina; en que los inventores de trucos son cada vez más diabólicos y no les importa; en que el espectador siente que esta película tan inteligente es una bocanada de aire fresco en medio de tanto material mediano y mediocre.

Por supuesto, si el espectador siente la necesidad de repetirla, no se preocupe: el gozo será mayor en esa segunda sesión o en la tercera, porque la magia es así, entretiene más cuando descubrimos los trucos y comprobamos que ese canario que desaparece, en realidad fue descuartizado para que otro se lleve los aplausos. O que Nolan alcanza el "prestigio" cuando se encienden las luces, cuando sus trucos han quedado expuestos ante un espectador que mueve la cabeza incrédulo y siente que todas las pistas que siguió no eran correctas, y que el canario, en efecto, fue aplastado.

"The Prestige / El gran truco" se estrena a lo largo de este mes en los diferentes mercados iberoamericanos.