Adiós a William Styron, autor de "La decisión de Sophie"
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9-XI-06
Por Alberto Duque López
Por muchos motivos el escritor William Styron, fallecido el pasado 1 de noviembre a los 81 años de edad, seguirá siendo recordado durante largo tiempo, no sólo por quienes lo vimos, alto y fornido, al lado de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Werner Herzog y Víctor Nieto junto a la piscina del hotel Caribe, en Cartagena de Indias varios años atrás, sino por miles y miles de lectores, en todos los idiomas, que sintieron y seguirán sintiendo la emoción de haber descubierto el verdadero rostro de la soledad con su libro “Las confesiones de Nat Turner”, o el aroma descompuesto del mal en “La decisión de Sophie”, o el perverso atractivo del suicidio con su delgado volumen “Esa visible oscuridad”, o por la conmovedora película de Alan Pakula y Meryl Streep que nos dejó tantas y amargas enseñanzas.
El encuentro de Cartagena de Indias en marzo de 1994 durante el festival de cine, le sirvió a Styron para recorrer, bajo el sol absolutamente blanco del Caribe, escenarios similares a los que padeció su personaje Nat Turner cuando en agosto de 1831, en Virginia, encabezó la primera y única revuelta de los negros de Estados Unidos contra el poder de los blancos opresores. Styron, quien siempre mantuvo una relación profunda con Fuentes, se dejó tentar por la invitación a conocer Cartagena de Indias, y estuvo varios días sosteniendo largos diálogos con quienes compartimos la emoción que producen sus personajes e historias, oscuros y tortuosos, marcados por la presencia del Mal, el Sur, el Pecado, la Culpa y sobre todo, el Dolor manifestados de distintas y salvajes formas en libros como “Tendido en la oscuridad” (1951), “La larga marcha” (1957), “Esta casa en llamas” (1960) y “Las confesions de Nat Turner” (1967), que despertó la ira y envidia de numerosos escritores sureños que no le perdonaron que un blanco se vistiera con la piel de un negro para contar esas memorias terribles de la insurrección; luego “La decisión de Sophie” en 1979 (Pakula filmaría la película en 1982), quizás su obra maestra y así sucesivamente.
Styron fue feliz en Cartagena de Indias, comió arroz con coco, pescado, patacones de plátano verde, ensalada de aguacate con tomates, cebollas y pepinos, y bebió con moderación el “ron blanco” que sus amigos colombianos y el mexicano le ofrecieron. Antes de marcharse aceptó brindar antes que finalizara el verano en su casa enorme de Martha´s Vineyard, una isla al sur de Boston, Massachusetts, una cena para el presidente Bill Clinton, sus amigos García Márquez, Fuentes y otros personajes con un solo propósito: hablar de literatura, por supuesto, y de paso, temas latinoamericanos del momento. La cena, que ha pasado a la leyenda de la diplomacia de Estados Unidos con sus vecinos latinoamericanos, y la literatura, se realizó bajo la hospitalidad de Styron el 29 de agosto de ese mismo 1994, durante más de cinco horas.
Ya van doce años y muchas cosas han cambiado en la vida de sus protagonistas, pero los detalles han pasado de boca en boca, han sido publicados y corregidos, y dejan la sensación deliciosa de un momento entretenido e inolvidable por la estatura de los invitados (además del presidente, su esposa, su hija y los tres escritores, estaban Lady Di, la dueña del Washington Post, el propietario del New York Times y otros personajes en medio de una las peores crisis cubano-norteamericanas), sus palabras y el buen humor y la inteligencia que marcaron una velada durante la cual fue degustada una cena espléndida: sopa de almejas al estilo de Nueva Inglaterra, pollo frito a la sureña, jamón de Virginia, por supuesto y torta de moras.
Cuando le preguntaron sobre la velada, García Márquez respondió: “La comida fue muy buena pero la conversación fue aún mas sabrosa”. Sus recuerdos serían resumidos en su columna de El País, del 24 de enero de 1999, cuando defendió al amigo de la campaña hipócrita que le montaron luego del episodio con la becaria Mónica Lewinsky. Styron, García Márquez y Fuentes comprobaron que Clinton no solo es un ser humano bueno, sino un excelente lector y un político muy hábil. Intercambiaron opiniones sobre sus lecturas favoritas y cuáles libros hubieran querido escribir (“Huckleberry Finn”, Styron; “El conde de Montecristo”, García Márquez y “Absalón, Absalón”, Fuentes), mientras el presidente confesaba las lecturas de algunos libros de sus invitados.
Liberal convencido, defensor de las minorías raciales y religiosas, declarado el heredero natural del más importante escritor sureño, William Faulkner, Styron creó personajes que reprodujeron algunas de las zonas oscuras de su alma, especialmente ese estado de depresión devastadora que lo llevó a varios intentos de suicidio que desembocaron en un libro sorprendente, “Esa visible oscuridad”, en el que recostruye uno de sus peores episodios en una cena de gala en París, cuando rechaza la comida, se siente envuelto en una gasa oscura y no escucha los aplausos que le rinden.
En ese libro intenta explicarse y explicar a los demás los orígenes de la crisis, agravada quizás al abandonar el alcohol después de cuarenta años de adicción, aunque siempre afirmó que no era alcohólico, sino un buen bebedor. Sabe que algo se ha roto por dentro, bueno, ya llevaba muchos años roto pero ahora las esquirlas lo maltrataban por dentro: “Siento odio por mí mismo, odio la sensación de no ser nadie, odio esta oscuridad que me invade. Siento terror y enajenación. Sofocante ansiedad. Lentitud, semiparálisis. Confusión. Fallas de memoria. Descontrol en mis actos. Dolor indescriptible que no entiendo ni soporto. Desvalido estupor. Pegado a un lecho de clavos. Deseo sexual desaparecido. Los alimentos, sin sabor. Noches enteras desvelado”.
Para superar del todo la depresión, lo contó en ese libro delgado. Se recuperó y dijo que “Muchos han dado testimonio de que la depresión no es invencible. Yo regresé del abismo, salí de las negras profudidades del infierno y emergí por fin a la luz del mundo. Recobré el don de la serenidad y la alegría, y quizás sea el premio por haber soportado la desesperación más allá de la desesperación”.
En el fondo de ese pozo quizás quedó la muerte de su madre. Tenía 11 años y durante mucho tiempo permaneció destrozado y con un terrible sentimiento de culpa. La misma que sintió, siendo marino, cuando regresó con vida de la guerra en Okinawa. Por eso, su primer libro “Tendido en la oscuridad” habla de una familia destrozada por el alcoholismo, el incesto, la locura y el suicidio. Desemboca en el monólogo de la hija, Peyton, minutos antes de saltar por una ventana y matarse.
Sus libros siempre provocaron polémicas. “Las confesiones de Nat Turner” fue atacado, especialmente por los escritores negros y sureños, a quienes el autor respondió con acritud, afirmando que un artista tenía pleno derecho a escribir lo que le provocara, con los elementos que quisiera, y lo mismo ocurrió con “La decisión de Sophie”, cuando analistas judíos criticaron que la sobreviviente del campo de concentración fuera una católica polaca. Las reacciones ante su análisis de la depresión, fueron peores.
Había nacido el 11 de junio de 1925 en Newport News, Virginia y siempre estuvo en el ojo del huracán en defensa de situaciones extremas, como la de los judíos en la Unión Soviética o el caso del maestro acusado de no jurar lealtad a Estados Unidos, o su visita de buena voluntad a Cuba con Arthur Miller.
Una de sus actuaciones públicas más notables se presentó el 24 de septiembre de 1998, cuando a pedido de Jack Lang, suscribió con otros intelectuales del mundo una protesta por el cerco que la intolerancia montó contra el presidente Clinton y el caso Lewinsky. En esa ocasión encabezó el documento que apareció en Le Monde con las firmas de Costa Gavras, Bernardo Bertolucci, Jeanne Moreau, Alain Delon, García Márquez, Gunter Grass, Alvaro Mutis, Antonio Tabucchi, Fuentes, Peter Gabriel y otros famosos para un total de setenta.
Habrá que repasar sus libros, especialmente “La decisión de Sophie” y mirar la película que ganó un Oscar y un Globo de Oro para Streep; recordarlo junto a la piscina del hotel Caribe en Cartagena de Indias, sonriente y tranquilo, soportando el resplandor de las dos de la tarde mientras sus amigos latinos le hacían bromas, o mirarlo como uno de los mejores defensores que han tenido la libertad y la inteligencia en todos estos años, en todos los idiomas.
Por Alberto Duque López
Por muchos motivos el escritor William Styron, fallecido el pasado 1 de noviembre a los 81 años de edad, seguirá siendo recordado durante largo tiempo, no sólo por quienes lo vimos, alto y fornido, al lado de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Werner Herzog y Víctor Nieto junto a la piscina del hotel Caribe, en Cartagena de Indias varios años atrás, sino por miles y miles de lectores, en todos los idiomas, que sintieron y seguirán sintiendo la emoción de haber descubierto el verdadero rostro de la soledad con su libro “Las confesiones de Nat Turner”, o el aroma descompuesto del mal en “La decisión de Sophie”, o el perverso atractivo del suicidio con su delgado volumen “Esa visible oscuridad”, o por la conmovedora película de Alan Pakula y Meryl Streep que nos dejó tantas y amargas enseñanzas.
El encuentro de Cartagena de Indias en marzo de 1994 durante el festival de cine, le sirvió a Styron para recorrer, bajo el sol absolutamente blanco del Caribe, escenarios similares a los que padeció su personaje Nat Turner cuando en agosto de 1831, en Virginia, encabezó la primera y única revuelta de los negros de Estados Unidos contra el poder de los blancos opresores. Styron, quien siempre mantuvo una relación profunda con Fuentes, se dejó tentar por la invitación a conocer Cartagena de Indias, y estuvo varios días sosteniendo largos diálogos con quienes compartimos la emoción que producen sus personajes e historias, oscuros y tortuosos, marcados por la presencia del Mal, el Sur, el Pecado, la Culpa y sobre todo, el Dolor manifestados de distintas y salvajes formas en libros como “Tendido en la oscuridad” (1951), “La larga marcha” (1957), “Esta casa en llamas” (1960) y “Las confesions de Nat Turner” (1967), que despertó la ira y envidia de numerosos escritores sureños que no le perdonaron que un blanco se vistiera con la piel de un negro para contar esas memorias terribles de la insurrección; luego “La decisión de Sophie” en 1979 (Pakula filmaría la película en 1982), quizás su obra maestra y así sucesivamente.
Styron fue feliz en Cartagena de Indias, comió arroz con coco, pescado, patacones de plátano verde, ensalada de aguacate con tomates, cebollas y pepinos, y bebió con moderación el “ron blanco” que sus amigos colombianos y el mexicano le ofrecieron. Antes de marcharse aceptó brindar antes que finalizara el verano en su casa enorme de Martha´s Vineyard, una isla al sur de Boston, Massachusetts, una cena para el presidente Bill Clinton, sus amigos García Márquez, Fuentes y otros personajes con un solo propósito: hablar de literatura, por supuesto, y de paso, temas latinoamericanos del momento. La cena, que ha pasado a la leyenda de la diplomacia de Estados Unidos con sus vecinos latinoamericanos, y la literatura, se realizó bajo la hospitalidad de Styron el 29 de agosto de ese mismo 1994, durante más de cinco horas.
Ya van doce años y muchas cosas han cambiado en la vida de sus protagonistas, pero los detalles han pasado de boca en boca, han sido publicados y corregidos, y dejan la sensación deliciosa de un momento entretenido e inolvidable por la estatura de los invitados (además del presidente, su esposa, su hija y los tres escritores, estaban Lady Di, la dueña del Washington Post, el propietario del New York Times y otros personajes en medio de una las peores crisis cubano-norteamericanas), sus palabras y el buen humor y la inteligencia que marcaron una velada durante la cual fue degustada una cena espléndida: sopa de almejas al estilo de Nueva Inglaterra, pollo frito a la sureña, jamón de Virginia, por supuesto y torta de moras.
Cuando le preguntaron sobre la velada, García Márquez respondió: “La comida fue muy buena pero la conversación fue aún mas sabrosa”. Sus recuerdos serían resumidos en su columna de El País, del 24 de enero de 1999, cuando defendió al amigo de la campaña hipócrita que le montaron luego del episodio con la becaria Mónica Lewinsky. Styron, García Márquez y Fuentes comprobaron que Clinton no solo es un ser humano bueno, sino un excelente lector y un político muy hábil. Intercambiaron opiniones sobre sus lecturas favoritas y cuáles libros hubieran querido escribir (“Huckleberry Finn”, Styron; “El conde de Montecristo”, García Márquez y “Absalón, Absalón”, Fuentes), mientras el presidente confesaba las lecturas de algunos libros de sus invitados.
Liberal convencido, defensor de las minorías raciales y religiosas, declarado el heredero natural del más importante escritor sureño, William Faulkner, Styron creó personajes que reprodujeron algunas de las zonas oscuras de su alma, especialmente ese estado de depresión devastadora que lo llevó a varios intentos de suicidio que desembocaron en un libro sorprendente, “Esa visible oscuridad”, en el que recostruye uno de sus peores episodios en una cena de gala en París, cuando rechaza la comida, se siente envuelto en una gasa oscura y no escucha los aplausos que le rinden.
En ese libro intenta explicarse y explicar a los demás los orígenes de la crisis, agravada quizás al abandonar el alcohol después de cuarenta años de adicción, aunque siempre afirmó que no era alcohólico, sino un buen bebedor. Sabe que algo se ha roto por dentro, bueno, ya llevaba muchos años roto pero ahora las esquirlas lo maltrataban por dentro: “Siento odio por mí mismo, odio la sensación de no ser nadie, odio esta oscuridad que me invade. Siento terror y enajenación. Sofocante ansiedad. Lentitud, semiparálisis. Confusión. Fallas de memoria. Descontrol en mis actos. Dolor indescriptible que no entiendo ni soporto. Desvalido estupor. Pegado a un lecho de clavos. Deseo sexual desaparecido. Los alimentos, sin sabor. Noches enteras desvelado”.
Para superar del todo la depresión, lo contó en ese libro delgado. Se recuperó y dijo que “Muchos han dado testimonio de que la depresión no es invencible. Yo regresé del abismo, salí de las negras profudidades del infierno y emergí por fin a la luz del mundo. Recobré el don de la serenidad y la alegría, y quizás sea el premio por haber soportado la desesperación más allá de la desesperación”.
En el fondo de ese pozo quizás quedó la muerte de su madre. Tenía 11 años y durante mucho tiempo permaneció destrozado y con un terrible sentimiento de culpa. La misma que sintió, siendo marino, cuando regresó con vida de la guerra en Okinawa. Por eso, su primer libro “Tendido en la oscuridad” habla de una familia destrozada por el alcoholismo, el incesto, la locura y el suicidio. Desemboca en el monólogo de la hija, Peyton, minutos antes de saltar por una ventana y matarse.
Sus libros siempre provocaron polémicas. “Las confesiones de Nat Turner” fue atacado, especialmente por los escritores negros y sureños, a quienes el autor respondió con acritud, afirmando que un artista tenía pleno derecho a escribir lo que le provocara, con los elementos que quisiera, y lo mismo ocurrió con “La decisión de Sophie”, cuando analistas judíos criticaron que la sobreviviente del campo de concentración fuera una católica polaca. Las reacciones ante su análisis de la depresión, fueron peores.
Había nacido el 11 de junio de 1925 en Newport News, Virginia y siempre estuvo en el ojo del huracán en defensa de situaciones extremas, como la de los judíos en la Unión Soviética o el caso del maestro acusado de no jurar lealtad a Estados Unidos, o su visita de buena voluntad a Cuba con Arthur Miller.
Una de sus actuaciones públicas más notables se presentó el 24 de septiembre de 1998, cuando a pedido de Jack Lang, suscribió con otros intelectuales del mundo una protesta por el cerco que la intolerancia montó contra el presidente Clinton y el caso Lewinsky. En esa ocasión encabezó el documento que apareció en Le Monde con las firmas de Costa Gavras, Bernardo Bertolucci, Jeanne Moreau, Alain Delon, García Márquez, Gunter Grass, Alvaro Mutis, Antonio Tabucchi, Fuentes, Peter Gabriel y otros famosos para un total de setenta.
Habrá que repasar sus libros, especialmente “La decisión de Sophie” y mirar la película que ganó un Oscar y un Globo de Oro para Streep; recordarlo junto a la piscina del hotel Caribe en Cartagena de Indias, sonriente y tranquilo, soportando el resplandor de las dos de la tarde mientras sus amigos latinos le hacían bromas, o mirarlo como uno de los mejores defensores que han tenido la libertad y la inteligencia en todos estos años, en todos los idiomas.