"El diablo viste de Prada": Un diablo sofisticado y cruel
- por © NOTICINE.com
10-X-06
Por Alberto Duque López
Que nadie se extrañe si Meryl Streep recibe el Oscar como la mejor actriz del año, o al menos resulte nominada, gracias a su interpretación de Miranda Priestley, directora de la revista "Runaway", en la película "El diablo viste de Prada", inspirada en un personaje real, sensacional, extraño y elusivo, Anne Wintour, directora de la edición americana de Vogue.
Este tema ha sido tomado de una novela publicada por Plaza & Janés, escrita por Lauren Weisberger, quien cuenta su amargo año como asistente de Wintour, una mujer obsesionada con la perfección, la belleza, el poder, el dinero, la elegancia, la alta sociedad, los cócteles, las fiestas, las sesiones fotográficas, la esclavitud de sus empleados, la circulación de su revista
hasta convertirse en "la" moda, es decir, el eje alrededor del cual giran diseñadores, casas importantes, marcas, lanzamientos, colecciones, costumbres, tendencias, ventas, fracasos, triunfos y sobre todo, esa sensación de que, fuera del universo satinado y perfumado de las páginas de Vogue, la realidad verdadera es un asco y no merece ser contemplada, ni
analizada, ni aceptada.
Streep se convierte en Anne Wintour, eso dicen quienes conocen de cerca a quien ejerce desde hace 18 años una absoluta, sofisticada, egoísta, grosera y espantosa tiranía dentro y fuera de la revista, o sea, dentro y fuera de ese mundo de las modelos muy delgadas, que no comen y tiemblan cuando ella organiza las sesiones fotográficas con varios meses de
anticipación, mientras los diseñadores agonizan y lloran cuando Priestley-Wintour rechaza sus trabajos, barre el piso con ellos, los desprecia sin decir una sola palabra ni descomponerse y sale hacia otra sesión, otras víctimas, otras muestras de injusticia y mala educación.
Ese personaje cruel y altanero, solitario y despótico es contemplado por una joven ingenua, mal vestida (por supuesto), de escasos recursos, que llega a Nueva York porque quiere convertirse en periodista, aplica para el trabajo de segunda asistente de la directora y a los pocos segundos descubre que está en el infierno, que el diablo viste con Prada y otros modistos, y que dos minutos antes de su aparición, todos tiemblan en las oficinas que son cámaras de torturas.
Película sobre la falsedad y las trampas del mundo de la moda, y también sobre mujeres. Streep, cruel y desagradable, elegante y aislada, se enfrenta a la imagen fresca y despreocupada de Andrea (una actriz que merece al menos una nominación secundaria, Anne Hathaway), quien golpeada, humillada, explotada, presionada, perseguida, envidiada e incomprendida poco a poco atraviesa esas llamas del infierno de la moda, mientras se convierte paulatinamente en uno de los personajes típicos de ese circo de telas, botones, metales, olores y colores, alejándose de esa vida tranquila de antes, compartida con un novio que es cocinero. Curiosamente, el único que comprende a Andrea es el productor general de la revista, interpretado con humor negro y elegancia por Stanley Tucci, el único que no le teme y es capaz de enfrentarla en los consejos de redacción cuando ella rechaza todos los temas y desprecia todas las propuestas.
Nominada 13 veces al Oscar; ganadora en dos ocasiones con "Kramer vs. Kramer" y "La decisión de Sophie"; con 57 años y casada desde 1978 con el artista Don Gummer, con quien tiene cuatro hijos, Streep era la más indicada para interpretar este personaje diabólico de la editora americana de Vogue. Pero, ¿quién es Anne Wintour, a quien temen las modelos, los
diseñadores, los anunciantes, los colegas y todos quienes tienen alguna relación con ese mundo plástico y tentador de la moda? Alguien decía que hace tiempo dejó de ser periodista para convertirse más bien en una especie de representante de la moda, o mejor, ella es "la" moda. Otros, más implacables, la califican de "brillante o estúpida, una artista, una matona, una heroína, un chivo expiatorio, alguien con gran poder y la responsable de los trastornos alimentarios de las mujeres". O sea, la encarnación del estilo. Determina lo que las mujeres y los hombres llevan cada estación.
En la cinta, la maldad y la patanería del personaje se reflejan en los susurros con que ofende y castiga a todos. Nunca se descompone, ni grita, ni amenaza, apenas mira con esos ojos que todo lo reprueban y todos se sienten menos que cero. Esa es la actitud de Wintour en la vida real: "habla con un tono de aburrimiento, de mala gana, aunque siempre ha dicho que es tímida, no distante. Gran parte de lo que se escribe sobre ella es injusto, dicen algunos aunque reconocen que impone un despótico protocolo en el personal de Vogue".
Otra anécdota sobre el diablo, el de la vida real. Se sabe que, en términos generales, los medios sienten más simpatía por los anunciantes que por los lectores, y cuentan que cuando Armani insinuó que podría reconsiderar su inversión en publicidad si no contaba con más páginas, la única directora que lo enfrentó fue ella. Prefiere que no le recuerden esa historia, heroica para muchos. Después hicieron las paces.
El film descubre cuáles son los atributos necesarios para salir en Vogue. Tanto la actriz como su personaje real hablan de gente "sofisticada", "extravagante", "interesante" e "inteligente" y así es la revista. Algunos sectores piensan que tanto la industria de la moda como Vogue consiguen muchas veces que las mujeres se sientan mal con ellas mismas, con su vida
cotidiana, con sus cuerpos. Si le plantean el tema a Wintour responde que la única responsable de sentirse mal con ella misma, es la mujer.
Antes de convertirse en la directora de la edición americana de Vogue (hay que leer la novela para impresionarse con las atrocidades que comete con su personal, minimizadas en la película), trabajó en Harper's Bazaar, Viva, la edición británica de Vogue y ante el éxito de esta última, se convirtió en la directora de Vogue en Estados Unidos.
Como salidas de las páginas de sus revistas, así son las dos mujeres, la de la película y la de la vida real, abusadoras y despóticas, convencidas que lo único que existe en el mundo es la moda, es decir, la belleza y el orden y la perfección, aunque ambas fracasen en su primer matrimonio, malcríen a los hijos y desprecien a los demás mortales. Y eso es lo que busca el espectador de "El diablo viste de Prada", entretenerse y asomarse a un mundo que, de otro modo, le estaría vedado.
Por Alberto Duque López
Que nadie se extrañe si Meryl Streep recibe el Oscar como la mejor actriz del año, o al menos resulte nominada, gracias a su interpretación de Miranda Priestley, directora de la revista "Runaway", en la película "El diablo viste de Prada", inspirada en un personaje real, sensacional, extraño y elusivo, Anne Wintour, directora de la edición americana de Vogue.
Este tema ha sido tomado de una novela publicada por Plaza & Janés, escrita por Lauren Weisberger, quien cuenta su amargo año como asistente de Wintour, una mujer obsesionada con la perfección, la belleza, el poder, el dinero, la elegancia, la alta sociedad, los cócteles, las fiestas, las sesiones fotográficas, la esclavitud de sus empleados, la circulación de su revista
hasta convertirse en "la" moda, es decir, el eje alrededor del cual giran diseñadores, casas importantes, marcas, lanzamientos, colecciones, costumbres, tendencias, ventas, fracasos, triunfos y sobre todo, esa sensación de que, fuera del universo satinado y perfumado de las páginas de Vogue, la realidad verdadera es un asco y no merece ser contemplada, ni
analizada, ni aceptada.
Streep se convierte en Anne Wintour, eso dicen quienes conocen de cerca a quien ejerce desde hace 18 años una absoluta, sofisticada, egoísta, grosera y espantosa tiranía dentro y fuera de la revista, o sea, dentro y fuera de ese mundo de las modelos muy delgadas, que no comen y tiemblan cuando ella organiza las sesiones fotográficas con varios meses de
anticipación, mientras los diseñadores agonizan y lloran cuando Priestley-Wintour rechaza sus trabajos, barre el piso con ellos, los desprecia sin decir una sola palabra ni descomponerse y sale hacia otra sesión, otras víctimas, otras muestras de injusticia y mala educación.
Ese personaje cruel y altanero, solitario y despótico es contemplado por una joven ingenua, mal vestida (por supuesto), de escasos recursos, que llega a Nueva York porque quiere convertirse en periodista, aplica para el trabajo de segunda asistente de la directora y a los pocos segundos descubre que está en el infierno, que el diablo viste con Prada y otros modistos, y que dos minutos antes de su aparición, todos tiemblan en las oficinas que son cámaras de torturas.
Película sobre la falsedad y las trampas del mundo de la moda, y también sobre mujeres. Streep, cruel y desagradable, elegante y aislada, se enfrenta a la imagen fresca y despreocupada de Andrea (una actriz que merece al menos una nominación secundaria, Anne Hathaway), quien golpeada, humillada, explotada, presionada, perseguida, envidiada e incomprendida poco a poco atraviesa esas llamas del infierno de la moda, mientras se convierte paulatinamente en uno de los personajes típicos de ese circo de telas, botones, metales, olores y colores, alejándose de esa vida tranquila de antes, compartida con un novio que es cocinero. Curiosamente, el único que comprende a Andrea es el productor general de la revista, interpretado con humor negro y elegancia por Stanley Tucci, el único que no le teme y es capaz de enfrentarla en los consejos de redacción cuando ella rechaza todos los temas y desprecia todas las propuestas.
Nominada 13 veces al Oscar; ganadora en dos ocasiones con "Kramer vs. Kramer" y "La decisión de Sophie"; con 57 años y casada desde 1978 con el artista Don Gummer, con quien tiene cuatro hijos, Streep era la más indicada para interpretar este personaje diabólico de la editora americana de Vogue. Pero, ¿quién es Anne Wintour, a quien temen las modelos, los
diseñadores, los anunciantes, los colegas y todos quienes tienen alguna relación con ese mundo plástico y tentador de la moda? Alguien decía que hace tiempo dejó de ser periodista para convertirse más bien en una especie de representante de la moda, o mejor, ella es "la" moda. Otros, más implacables, la califican de "brillante o estúpida, una artista, una matona, una heroína, un chivo expiatorio, alguien con gran poder y la responsable de los trastornos alimentarios de las mujeres". O sea, la encarnación del estilo. Determina lo que las mujeres y los hombres llevan cada estación.
En la cinta, la maldad y la patanería del personaje se reflejan en los susurros con que ofende y castiga a todos. Nunca se descompone, ni grita, ni amenaza, apenas mira con esos ojos que todo lo reprueban y todos se sienten menos que cero. Esa es la actitud de Wintour en la vida real: "habla con un tono de aburrimiento, de mala gana, aunque siempre ha dicho que es tímida, no distante. Gran parte de lo que se escribe sobre ella es injusto, dicen algunos aunque reconocen que impone un despótico protocolo en el personal de Vogue".
Otra anécdota sobre el diablo, el de la vida real. Se sabe que, en términos generales, los medios sienten más simpatía por los anunciantes que por los lectores, y cuentan que cuando Armani insinuó que podría reconsiderar su inversión en publicidad si no contaba con más páginas, la única directora que lo enfrentó fue ella. Prefiere que no le recuerden esa historia, heroica para muchos. Después hicieron las paces.
El film descubre cuáles son los atributos necesarios para salir en Vogue. Tanto la actriz como su personaje real hablan de gente "sofisticada", "extravagante", "interesante" e "inteligente" y así es la revista. Algunos sectores piensan que tanto la industria de la moda como Vogue consiguen muchas veces que las mujeres se sientan mal con ellas mismas, con su vida
cotidiana, con sus cuerpos. Si le plantean el tema a Wintour responde que la única responsable de sentirse mal con ella misma, es la mujer.
Antes de convertirse en la directora de la edición americana de Vogue (hay que leer la novela para impresionarse con las atrocidades que comete con su personal, minimizadas en la película), trabajó en Harper's Bazaar, Viva, la edición británica de Vogue y ante el éxito de esta última, se convirtió en la directora de Vogue en Estados Unidos.
Como salidas de las páginas de sus revistas, así son las dos mujeres, la de la película y la de la vida real, abusadoras y despóticas, convencidas que lo único que existe en el mundo es la moda, es decir, la belleza y el orden y la perfección, aunque ambas fracasen en su primer matrimonio, malcríen a los hijos y desprecien a los demás mortales. Y eso es lo que busca el espectador de "El diablo viste de Prada", entretenerse y asomarse a un mundo que, de otro modo, le estaría vedado.