Estreno: "Plan oculto", un cuento moral de Spike Lee
- por © Alberto Duque López-NOTICINE.com
17-IV-06
"Plan oculto / El plan perfecto", la nueva película del productor, director, guionista y actor Spike Lee (20 de marzo de 1957, Atlanta, Georgia), sorprende, no por su ritmo frenético alimentado con cerrados planos de los rostros y las manos y los objetos de los actores; no por el reparto sensacional con Denzel Washington (han filmado tres películas juntos), Clive Owen, Jodie Foster, Willem Dafoe y Christopher Plummer a la cabeza; no por el cálido homenaje que rinde otra vez a Nueva York con esa cámara que se detiene en las gárgolas, las ventanas, los jardines, las esquinas, los sonidos, las señales, los colores y otros elementos que componen la apariencia de una ciudad que tantos amamos.
Sorprende, no por la música que en sus películas es un factor fundamental; no por ese despliegue técnico que goza utilizando recursos sutiles de encuadres y enfoques que descubrimos cuando la escena ha alcanzado su eficacia; no por el lenguaje alimentado con los "flash forward", es decir, adelantos de lo que ocurrirá después, en forma de interrogatorios y entrevistas con algunos de los protagonistas y testigos; no por el humor cínico que muestra la codicia de los blancos arrastrando a todos los demás... sino porque "Plan oculto / El plan perfecto" significa un giro decisivo en la carrera de uno de los directores más radicales, rebeldes, agresivos y contestatarios del Hollywood de los últimos 15 años.
Sorprende, gratamente, que un realizador capaz de golpearnos con sus personajes, sus historias, sus denuncias, sus gritos, sus agresiones en películas inolvidables como "La última noche / La Hora 25", "Summer of Sam / El verano de Sam", "Fiebre salvaje / Fiebre de selva", "Haz lo Correcto", "Clockers", "Crooklyn", "Girl 6", "Cuanto más, mejor / Mo Better Blues" y sobre todo, "Malcolm X", marcadas por su obsesión con Nueva York y la pelea a muerte de los negros contra la intolerancia y la ceguera de los blancos (situaciones que también ha denunciado en sus espléndidos documentales para la televisión, algunos dedicados al jazz y sus principales exponentes), sorprende que acepte un proyecto comercial que es simple divertimento y al mismo tiempo, la ocasión de insistir en sus tesis sobre la situación de los negros en Estados Unidos, y las minorías maltratadas por las autoridades, como ese sikh tomado como rehén y al ser liberado, golpeado por los policías, despojado de su turbante, humillado y confundido con un árabe, es decir, señalado como posible terrorista.
Por eso, no importa que la historia sea inverosímil, que el desenlace sea melancólico y decepcionante, que la película comience a hundirse durante la media hora final, porque antes, hemos sido testigos del espectáculo de un director que conoce el cine como pocos y lo demuestra con altanería y humor negro, en escenas que nos recuerdan que es Spike Lee quien cuenta ese robo realizado con maldad, sentido de corrupción, técnicas y organización más sofisticadas porque, entre susto y susto, aprovecha para ubicar su discurso político. Como la escena en que el ladrón regaña a un niño negro porque tiene un videojuego en el que mata a todos los personajes, como en las calles cercanas de los barrios negros.
Por supuesto, todos captamos bien el mensaje: el protagonista (Washington, espléndido y cínico) es el policía negro sospechoso de corrupción, encargado de buscar una salida a ese robo y secuestro que convierte la sucursal bancaria en un pequeño infierno, infierno manipulado por el corrupto presidente de la organización (Plummer) apoyado en la abogada hábil y también corrupta (Foster), capaz de manipular las vidas ajenas para satisfacer al cliente. Y ese policía negro es, supuestamente, la víctima (como todos los negros) de un sistema que se muerde la cola porque sabe que está condenado a muerte. Curioso o no curioso, es que los malos sean blancos: el ladrón (pocas veces se quita la máscara, blanca también) y sus compinches; el presidente del banco; la abogada manipuladora y coqueta; el policía apegado a los formularios; la mayoría de los testigos y rehenes que al final acomodan sus declaraciones para aparecer como héroes... son blancos, o sea, según el credo del director, admirador de Kurosawa, Scorsese y Coppola (tres directores en cuyas películas pesan la moral, la religión, la intolerancia, el mal, el delito, la muerte, la culpa y el arrepentimiento), son malos, merecen ser castigados, deben ser castigados.
Uno se divierte y en ocasiones le parecen ingenuas las apreciaciones políticas y sociales del director, y goza con las referencias a inolvidables películas de policías y ladrones, como "Tarde de Perros" y "Sérpico", y admira más la capacidad de los actores que se dejan llevar de la mano de un realizador que, por ahora, ha dejado tranquila la barricada para contar su historia desde el corazón de una industria que le financió "Malcolm X", uno de los peores enemigos del establecimiento. Por ahora, porque para el primer aniversario del desastre de Nueva Orleans y otras zonas de Louisiana y el Sur, Spike Lee estrena en la cadena HBO su documental sobre el Katrina, para denunciar la corrupción en el manejo de los fondos federales de ayuda a los damnificados, y la angustiosa situación que siguen atravesando miles de familias negras que viven en medio de cadáveres insepultos y calles llenas de fango seco, sin agua ni electricidad ni escuelas, sobreviviendo a una muerte lenta que el director, posesionado de nuevo de su papel de mensajero de malas noticias, denuncia en este nuevo documental.
Mientras tanto, gocemos con este robo perfecto, empujado por un criminal que cena en los mejores restaurantes y quiere que su asqueroso pasado no salga a la luz. Por encima de la conciencia de un policía negro a quien acusan de robarse un puñado de dólares.
"Plan oculto / El plan perfecto", la nueva película del productor, director, guionista y actor Spike Lee (20 de marzo de 1957, Atlanta, Georgia), sorprende, no por su ritmo frenético alimentado con cerrados planos de los rostros y las manos y los objetos de los actores; no por el reparto sensacional con Denzel Washington (han filmado tres películas juntos), Clive Owen, Jodie Foster, Willem Dafoe y Christopher Plummer a la cabeza; no por el cálido homenaje que rinde otra vez a Nueva York con esa cámara que se detiene en las gárgolas, las ventanas, los jardines, las esquinas, los sonidos, las señales, los colores y otros elementos que componen la apariencia de una ciudad que tantos amamos.
Sorprende, no por la música que en sus películas es un factor fundamental; no por ese despliegue técnico que goza utilizando recursos sutiles de encuadres y enfoques que descubrimos cuando la escena ha alcanzado su eficacia; no por el lenguaje alimentado con los "flash forward", es decir, adelantos de lo que ocurrirá después, en forma de interrogatorios y entrevistas con algunos de los protagonistas y testigos; no por el humor cínico que muestra la codicia de los blancos arrastrando a todos los demás... sino porque "Plan oculto / El plan perfecto" significa un giro decisivo en la carrera de uno de los directores más radicales, rebeldes, agresivos y contestatarios del Hollywood de los últimos 15 años.
Sorprende, gratamente, que un realizador capaz de golpearnos con sus personajes, sus historias, sus denuncias, sus gritos, sus agresiones en películas inolvidables como "La última noche / La Hora 25", "Summer of Sam / El verano de Sam", "Fiebre salvaje / Fiebre de selva", "Haz lo Correcto", "Clockers", "Crooklyn", "Girl 6", "Cuanto más, mejor / Mo Better Blues" y sobre todo, "Malcolm X", marcadas por su obsesión con Nueva York y la pelea a muerte de los negros contra la intolerancia y la ceguera de los blancos (situaciones que también ha denunciado en sus espléndidos documentales para la televisión, algunos dedicados al jazz y sus principales exponentes), sorprende que acepte un proyecto comercial que es simple divertimento y al mismo tiempo, la ocasión de insistir en sus tesis sobre la situación de los negros en Estados Unidos, y las minorías maltratadas por las autoridades, como ese sikh tomado como rehén y al ser liberado, golpeado por los policías, despojado de su turbante, humillado y confundido con un árabe, es decir, señalado como posible terrorista.
Por eso, no importa que la historia sea inverosímil, que el desenlace sea melancólico y decepcionante, que la película comience a hundirse durante la media hora final, porque antes, hemos sido testigos del espectáculo de un director que conoce el cine como pocos y lo demuestra con altanería y humor negro, en escenas que nos recuerdan que es Spike Lee quien cuenta ese robo realizado con maldad, sentido de corrupción, técnicas y organización más sofisticadas porque, entre susto y susto, aprovecha para ubicar su discurso político. Como la escena en que el ladrón regaña a un niño negro porque tiene un videojuego en el que mata a todos los personajes, como en las calles cercanas de los barrios negros.
Por supuesto, todos captamos bien el mensaje: el protagonista (Washington, espléndido y cínico) es el policía negro sospechoso de corrupción, encargado de buscar una salida a ese robo y secuestro que convierte la sucursal bancaria en un pequeño infierno, infierno manipulado por el corrupto presidente de la organización (Plummer) apoyado en la abogada hábil y también corrupta (Foster), capaz de manipular las vidas ajenas para satisfacer al cliente. Y ese policía negro es, supuestamente, la víctima (como todos los negros) de un sistema que se muerde la cola porque sabe que está condenado a muerte. Curioso o no curioso, es que los malos sean blancos: el ladrón (pocas veces se quita la máscara, blanca también) y sus compinches; el presidente del banco; la abogada manipuladora y coqueta; el policía apegado a los formularios; la mayoría de los testigos y rehenes que al final acomodan sus declaraciones para aparecer como héroes... son blancos, o sea, según el credo del director, admirador de Kurosawa, Scorsese y Coppola (tres directores en cuyas películas pesan la moral, la religión, la intolerancia, el mal, el delito, la muerte, la culpa y el arrepentimiento), son malos, merecen ser castigados, deben ser castigados.
Uno se divierte y en ocasiones le parecen ingenuas las apreciaciones políticas y sociales del director, y goza con las referencias a inolvidables películas de policías y ladrones, como "Tarde de Perros" y "Sérpico", y admira más la capacidad de los actores que se dejan llevar de la mano de un realizador que, por ahora, ha dejado tranquila la barricada para contar su historia desde el corazón de una industria que le financió "Malcolm X", uno de los peores enemigos del establecimiento. Por ahora, porque para el primer aniversario del desastre de Nueva Orleans y otras zonas de Louisiana y el Sur, Spike Lee estrena en la cadena HBO su documental sobre el Katrina, para denunciar la corrupción en el manejo de los fondos federales de ayuda a los damnificados, y la angustiosa situación que siguen atravesando miles de familias negras que viven en medio de cadáveres insepultos y calles llenas de fango seco, sin agua ni electricidad ni escuelas, sobreviviendo a una muerte lenta que el director, posesionado de nuevo de su papel de mensajero de malas noticias, denuncia en este nuevo documental.
Mientras tanto, gocemos con este robo perfecto, empujado por un criminal que cena en los mejores restaurantes y quiere que su asqueroso pasado no salga a la luz. Por encima de la conciencia de un policía negro a quien acusan de robarse un puñado de dólares.