COLABORACIÓN: El Oscar, "Brokeback Mountain" y la homofobia
- por © NOTICINE.com
7-III-06
Por Frank Padrón
Una vez más, el Oscar es fiel a sí mismo. Parecía que sí, que se abría a los nuevos tiempos, que las reivindicaciones a los sujetos alternativos desde los 90 entronizadas con fuerza en el cine no les eran ajenas, que finalmente el compromiso era con el vuelo estético, con las indagaciones en lo humano y por tanto a nadie ajeno más allá de las tendencias eróticas y los grupos sexuales y que la calidad iba a ser, finalmente, el rasero único que mediría los films en competencia y por tanto las premiaciones.
Ay, ingenuos los que así pensamos en algún momento: una vez más el Oscar se esconde detrás de su inderrotable montaña de prejuicios, de su ancestral miedo a todo lo que huela a innovación, a vanguardia y oxígeno en las ideas, y concretamente a su tradicional homofobia. La actitud de ese dueño de una cadena de cines, presidente de alguna liga de Preservación familiar o algo así, que hace poco prohibió en sus férreos dominios la exhibición comercial de "Brokeback Mountain / Secreto en la montaña", indudablemente contagió, al fin y al cabo, a los señores académicos, muchos de ellos tan metiditos en el clóset como cualquiera de los vaqueros que no se atrevió salir como sí lo hicieron Ennis del Mar y Jack, los amantes de la historia de marras.
Lo cierto es que se le escamoteó el Oscar a la mejor película, de la manera más impúdica e irracional, a la cinta que a todas luces lo merecía. Esto dista mucho de ser un criterio personal. Todos los años hay inconformidades y reservas con los fallos, pero lo de esta vez rebasa los planos de la subjetividad para instalarse en los linderos de la lógica. Digamos, ¿cómo es posible que una cinta que gane los lauros de mejor dirección y mejor guión adaptado (como afortunadamente obtuvo la cinta de Ang Lee) no sea por simple ecuación la mejor película?, ¿qué otros elementos se miden entonces para extender tal voto, cuáles pueden pesar más que esos, los fundamentales dentro de una puesta en pantalla?
Por otra parte, ninguna otra cinta este año protagonizó tal fenómeno de recepción como la aludida, ninguna logró ese dinamismo en el intercambio de ideas, ninguna se elevó tanto sobre el nivel de la simple aprehensión de sus códigos como ésta, ninguna apeló tanto a la sensibilidad de diversos tipos de espectadores, y ninguna, sobre todo, molestó tanto a los intolerantes de siempre, ninguna prohibió como ésta y de modo absoluto, la indiferencia, y ninguna cantó tanto al amor como esta a la que, descaradamente, se le arrebató el indiscutible Oscar a la mejor película del año.
"Brokeback Mountain" se convirtió en pocos meses, a partir de su estreno, en un suceso más que fílmico o artístico, sociológico: por su quiebra de tabúes, por su nuevo enfoque del amor homosexual (al proponerlo incluso entre presuntos heterosexuales, por su batida iconoclasta contra un bastión de la apariencia, la doble moral y la declaración tácita de la masculinidad cerrada, mal entendida y falsamente única como el western norteamericano), por la belleza con que recrea el contexto de esa relación, por su visión de los otros sobre los, de pronto, diferentes aún cuando no declararan ni proclamaran su diferencia, por su cuidadosa combinación de recursos técnico-expresivos en función de un discurso libre, sin ataduras a guetos ni a tendencias de tipo alguno: su única toma de partido fue por los sentimientos, por el amor puro y grande, valga la redundancia, entre cualquiera que lo sienta.
Pedirle a tanta gente que lamentablemente se erige como juez del más famoso y controvertido de los premios fílmicos que compartiera esto, sería pedirle peras al olmo; prefirieron extender su inapelable cetro a favor de una película sobre prejuicios raciales (en definitiva, menos escandalosos, más tolerables) como "Crash / Vidas cruzadas", cinta desigual, predecible y lacrimosa que ya había cargado con el único premio que en justicia merecía: el de edición.
Sin embargo, no importa. Afortunadamente, el Oscar es sólo un premio, cierto que, como decía, el más célebre en el mundo del cine, pero premio al fin implica el imperfecto, comprometido y muchas veces deshonesto juicio humano. Como el tiempo es quien decide el valor de las obras artísticas todas, "Brokeback Mountain" quedará, desde ya, como una indudable contribución al entendimiento del corazón humano (ese que tiene razones que la razón no entiende), como un voto sólido e importante y una batalla ganada en la lucha contra las discriminaciones, los preconceptos y las intolerancias, como un canto al amor homosexual que desde los griegos antiguos, no se entonaba con tanta dulzura, tanta pasión y tanta poesía, y por tanto, simplemente, como una de las antífonas al amor, cierto que devenida al final endecha, más allá del hombre o la mujer que lo sienta.
El aplauso casi unánime de los más diversos públicos y críticas del mundo entero es sin dudas, el mejor premio, y cuando el Oscar de este año sea sólo un número más en las estadísticas que habrá que buscar en Internet porque nadie lo recuerde, la película de los vaqueros que se amaron en medio de las ovejas de todo tipo, indiferentes o incapaces de entender, quedará incólume, como un monumento a esa fuerza de la naturaleza, incontrolable, que nadie puede coartar ni apagar, ni siquiera, por supuesto que no, la miopía o el miedo de los señores académicos de Hollywood.
Por Frank Padrón
Una vez más, el Oscar es fiel a sí mismo. Parecía que sí, que se abría a los nuevos tiempos, que las reivindicaciones a los sujetos alternativos desde los 90 entronizadas con fuerza en el cine no les eran ajenas, que finalmente el compromiso era con el vuelo estético, con las indagaciones en lo humano y por tanto a nadie ajeno más allá de las tendencias eróticas y los grupos sexuales y que la calidad iba a ser, finalmente, el rasero único que mediría los films en competencia y por tanto las premiaciones.
Ay, ingenuos los que así pensamos en algún momento: una vez más el Oscar se esconde detrás de su inderrotable montaña de prejuicios, de su ancestral miedo a todo lo que huela a innovación, a vanguardia y oxígeno en las ideas, y concretamente a su tradicional homofobia. La actitud de ese dueño de una cadena de cines, presidente de alguna liga de Preservación familiar o algo así, que hace poco prohibió en sus férreos dominios la exhibición comercial de "Brokeback Mountain / Secreto en la montaña", indudablemente contagió, al fin y al cabo, a los señores académicos, muchos de ellos tan metiditos en el clóset como cualquiera de los vaqueros que no se atrevió salir como sí lo hicieron Ennis del Mar y Jack, los amantes de la historia de marras.
Lo cierto es que se le escamoteó el Oscar a la mejor película, de la manera más impúdica e irracional, a la cinta que a todas luces lo merecía. Esto dista mucho de ser un criterio personal. Todos los años hay inconformidades y reservas con los fallos, pero lo de esta vez rebasa los planos de la subjetividad para instalarse en los linderos de la lógica. Digamos, ¿cómo es posible que una cinta que gane los lauros de mejor dirección y mejor guión adaptado (como afortunadamente obtuvo la cinta de Ang Lee) no sea por simple ecuación la mejor película?, ¿qué otros elementos se miden entonces para extender tal voto, cuáles pueden pesar más que esos, los fundamentales dentro de una puesta en pantalla?
Por otra parte, ninguna otra cinta este año protagonizó tal fenómeno de recepción como la aludida, ninguna logró ese dinamismo en el intercambio de ideas, ninguna se elevó tanto sobre el nivel de la simple aprehensión de sus códigos como ésta, ninguna apeló tanto a la sensibilidad de diversos tipos de espectadores, y ninguna, sobre todo, molestó tanto a los intolerantes de siempre, ninguna prohibió como ésta y de modo absoluto, la indiferencia, y ninguna cantó tanto al amor como esta a la que, descaradamente, se le arrebató el indiscutible Oscar a la mejor película del año.
"Brokeback Mountain" se convirtió en pocos meses, a partir de su estreno, en un suceso más que fílmico o artístico, sociológico: por su quiebra de tabúes, por su nuevo enfoque del amor homosexual (al proponerlo incluso entre presuntos heterosexuales, por su batida iconoclasta contra un bastión de la apariencia, la doble moral y la declaración tácita de la masculinidad cerrada, mal entendida y falsamente única como el western norteamericano), por la belleza con que recrea el contexto de esa relación, por su visión de los otros sobre los, de pronto, diferentes aún cuando no declararan ni proclamaran su diferencia, por su cuidadosa combinación de recursos técnico-expresivos en función de un discurso libre, sin ataduras a guetos ni a tendencias de tipo alguno: su única toma de partido fue por los sentimientos, por el amor puro y grande, valga la redundancia, entre cualquiera que lo sienta.
Pedirle a tanta gente que lamentablemente se erige como juez del más famoso y controvertido de los premios fílmicos que compartiera esto, sería pedirle peras al olmo; prefirieron extender su inapelable cetro a favor de una película sobre prejuicios raciales (en definitiva, menos escandalosos, más tolerables) como "Crash / Vidas cruzadas", cinta desigual, predecible y lacrimosa que ya había cargado con el único premio que en justicia merecía: el de edición.
Sin embargo, no importa. Afortunadamente, el Oscar es sólo un premio, cierto que, como decía, el más célebre en el mundo del cine, pero premio al fin implica el imperfecto, comprometido y muchas veces deshonesto juicio humano. Como el tiempo es quien decide el valor de las obras artísticas todas, "Brokeback Mountain" quedará, desde ya, como una indudable contribución al entendimiento del corazón humano (ese que tiene razones que la razón no entiende), como un voto sólido e importante y una batalla ganada en la lucha contra las discriminaciones, los preconceptos y las intolerancias, como un canto al amor homosexual que desde los griegos antiguos, no se entonaba con tanta dulzura, tanta pasión y tanta poesía, y por tanto, simplemente, como una de las antífonas al amor, cierto que devenida al final endecha, más allá del hombre o la mujer que lo sienta.
El aplauso casi unánime de los más diversos públicos y críticas del mundo entero es sin dudas, el mejor premio, y cuando el Oscar de este año sea sólo un número más en las estadísticas que habrá que buscar en Internet porque nadie lo recuerde, la película de los vaqueros que se amaron en medio de las ovejas de todo tipo, indiferentes o incapaces de entender, quedará incólume, como un monumento a esa fuerza de la naturaleza, incontrolable, que nadie puede coartar ni apagar, ni siquiera, por supuesto que no, la miopía o el miedo de los señores académicos de Hollywood.