Colaboración: "Crash", ¿Todos somos racistas e intolerantes?
- por © NOTICINE.com
24-II-06
Por Frank Padrón
Los prejuicios de cualquier tipo no están en la piel, en la religión o los criterios políticos. Las razas, las creencias, los partidos, son sólo pretextos que los hombres de unos y otros, utilizan a veces inconscientemente para andar por la vida siendo intolerantes, racistas, fascistas (aquel "fascismo corriente" del que habló el inolvidable Mihail Romm).
De esto va "Crash", film norteamericano-alemán con seis nominaciones a los próximos lauros de la Academia hollywoodiense (entre ellos mejores película, director y edición) que acaba de estrenarse en Cuba. La dirige el canadiense Paul Haggis, quien procede de la TV y tiene a su haber, dentro de tal medio, un premio Emmy.
Un hombre ha sido brutalmente asesinado y arrojado a la orilla de una carretera de Los Ángeles. Ahora el cuerpo ha sido descubierto, lo cual hará que las vidas de varias personas se entrecrucen: un policía veterano y racista, su compañero novato e idealista, un tendero iraní, una pareja negra adinerada, otra blanca que no lo es menos (aunque sí más intolerante, sobre todo ella)... son sólo algunos de los personajes entre los que surgirán tensiones de todo tipo originando un caos en las vidas de ellos mismos y el resto de los habitantes de la ciudad.
Película coral, como se aprecia, la tesis de Haggis parece clara: dentro de todos hay un racista, un intolerante potencial, las fobias y filias de cada uno de nosotros pueden aflorar y acentuarse, o atenuarse, borrarse incluso según las circunstancias vitales (casi todos los personajes se ven sometidos según el guión a las situaciones extremas que les permiten actuar de un modo u otro, pero eso sí, generalmente de modo contradictorio y hasta abiertamente opuesto según aquellas). La vieja máxima de que el hombre no es bueno ni malo, sino un producto del medio, de las vivencias, tiene en Haggis y este violento "choque" (es lo que aproximadamente significa el título en español) un portador indiscutible.
En la pantalla, todo es relativo: los racistas empedernidos de pronto pueden ser muy humanos, dejar de serlo y aquellos aparentemente alejados de tal preconcepto, incluso ofendidos por éste, de pronto devienen asesinos reales y "más papistas que el papa"; las propias y más afectadas víctimas del racismo y la intolerancia, étnica o racialmente, pueden de pronto volverse peores que sus inquisidores, y así las cosas.
Como toda tesis, ésta que alimenta el film de Haggis resulta discutible, tan relativa como sus enunciados y en ocasiones bastante forzada, pero ello no es lo más grave en su obra, sino lo manipuladora, previsible y hasta cursi que puede llegar a ser. La coralidad del sujeto coadyuva a que mientras se cierran los cabos fluctuantes en la diégesis, se superponen varios desenlaces que devienen sendos clímax (acompañados por la bella canción tema "In the Deep", otro rubro nominado), de modo que el anti-clímax es una constante en el film (y por ello todo un defecto) donde más de una de las situaciones construidas se tornan absolutamente previsibles, hasta adivinables (¿quién no le pone el cascabel al gato cuando el iraní compra la pistola y la hija elige a sus espaldas balas de salva, cuando el negro cerrajero le hace a la niña los cuentecitos de ángeles que a la vez ella sueña, que la neurótica Sandra Bullock terminará en brazos de uno de sus latinos subestimados, etc, etc).
Pienso que si un item es merecedor de un indiscutible Oscar éste es la edición: con exquisito sentido del engarce, la interrelación, la continuidad y contigüidad en el tiempo y el espacio, el montajista Hughes Winborne, claro que guiado por Haggis, logra un trabajo meritorio que hace del film una casi perfecta arquitectura cronotópica, donde el transcurrir de cada segundo, el avanzar cada metro se reviste de una dimensión mística, que va más allá de las coincidencias y las confluencias, como si la filosófica ley de "causa-efecto" presidiera el sistema de personajes, las cadenas de acción, el film todo. A ello debe agregarse el ejemplar manejo de la cámara, con impresionantes planos (digamos, las frecuentes grúas y picados) y una fotografía que hace del claroscuro su expresión emblema, y no sólo porque todo ocurre de noche, una noche cualquiera en Los Angeles, sino porque la penumbra, aún más, la tiniebla, es expresión anímica de casi todos los seres que lo pueblan, que confluyen en el tiempo fílmico.
No sería exagerado afirmar que, en el acápite actoral, todo el mundo está bien. Actores de primera línea (además de la Bullock, Don Cheadle, Tandie Newton, Matt Dillon, Jennifer Espósito. William Fichtner, Brendan Fraser y un largo etc...) encarnan y proyectan sus papeles con autoridad y convicción, sabedores que no por pequeñas, sus intervenciones se vuelven todas protagónicas dado el indudable peso dramático de las mismas, y ante lo cual responden con su indudable "savoir faire". "Crash" no es, en fin, ni la maravilla que sus admiradores proclaman ni el desastre que enarbolan sus enemigos (y bien que se ha dividido la crítica en todas partes donde ya se ha exhibido). Más allá o acá de sus virtudes y defectos, mueve a la reflexión incluso después de sus 113 minutos de duración, y esto es, siempre será, el mejor "choque" al que el cine debe y puede aspirar.
Por Frank Padrón
Los prejuicios de cualquier tipo no están en la piel, en la religión o los criterios políticos. Las razas, las creencias, los partidos, son sólo pretextos que los hombres de unos y otros, utilizan a veces inconscientemente para andar por la vida siendo intolerantes, racistas, fascistas (aquel "fascismo corriente" del que habló el inolvidable Mihail Romm).
De esto va "Crash", film norteamericano-alemán con seis nominaciones a los próximos lauros de la Academia hollywoodiense (entre ellos mejores película, director y edición) que acaba de estrenarse en Cuba. La dirige el canadiense Paul Haggis, quien procede de la TV y tiene a su haber, dentro de tal medio, un premio Emmy.
Un hombre ha sido brutalmente asesinado y arrojado a la orilla de una carretera de Los Ángeles. Ahora el cuerpo ha sido descubierto, lo cual hará que las vidas de varias personas se entrecrucen: un policía veterano y racista, su compañero novato e idealista, un tendero iraní, una pareja negra adinerada, otra blanca que no lo es menos (aunque sí más intolerante, sobre todo ella)... son sólo algunos de los personajes entre los que surgirán tensiones de todo tipo originando un caos en las vidas de ellos mismos y el resto de los habitantes de la ciudad.
Película coral, como se aprecia, la tesis de Haggis parece clara: dentro de todos hay un racista, un intolerante potencial, las fobias y filias de cada uno de nosotros pueden aflorar y acentuarse, o atenuarse, borrarse incluso según las circunstancias vitales (casi todos los personajes se ven sometidos según el guión a las situaciones extremas que les permiten actuar de un modo u otro, pero eso sí, generalmente de modo contradictorio y hasta abiertamente opuesto según aquellas). La vieja máxima de que el hombre no es bueno ni malo, sino un producto del medio, de las vivencias, tiene en Haggis y este violento "choque" (es lo que aproximadamente significa el título en español) un portador indiscutible.
En la pantalla, todo es relativo: los racistas empedernidos de pronto pueden ser muy humanos, dejar de serlo y aquellos aparentemente alejados de tal preconcepto, incluso ofendidos por éste, de pronto devienen asesinos reales y "más papistas que el papa"; las propias y más afectadas víctimas del racismo y la intolerancia, étnica o racialmente, pueden de pronto volverse peores que sus inquisidores, y así las cosas.
Como toda tesis, ésta que alimenta el film de Haggis resulta discutible, tan relativa como sus enunciados y en ocasiones bastante forzada, pero ello no es lo más grave en su obra, sino lo manipuladora, previsible y hasta cursi que puede llegar a ser. La coralidad del sujeto coadyuva a que mientras se cierran los cabos fluctuantes en la diégesis, se superponen varios desenlaces que devienen sendos clímax (acompañados por la bella canción tema "In the Deep", otro rubro nominado), de modo que el anti-clímax es una constante en el film (y por ello todo un defecto) donde más de una de las situaciones construidas se tornan absolutamente previsibles, hasta adivinables (¿quién no le pone el cascabel al gato cuando el iraní compra la pistola y la hija elige a sus espaldas balas de salva, cuando el negro cerrajero le hace a la niña los cuentecitos de ángeles que a la vez ella sueña, que la neurótica Sandra Bullock terminará en brazos de uno de sus latinos subestimados, etc, etc).
Pienso que si un item es merecedor de un indiscutible Oscar éste es la edición: con exquisito sentido del engarce, la interrelación, la continuidad y contigüidad en el tiempo y el espacio, el montajista Hughes Winborne, claro que guiado por Haggis, logra un trabajo meritorio que hace del film una casi perfecta arquitectura cronotópica, donde el transcurrir de cada segundo, el avanzar cada metro se reviste de una dimensión mística, que va más allá de las coincidencias y las confluencias, como si la filosófica ley de "causa-efecto" presidiera el sistema de personajes, las cadenas de acción, el film todo. A ello debe agregarse el ejemplar manejo de la cámara, con impresionantes planos (digamos, las frecuentes grúas y picados) y una fotografía que hace del claroscuro su expresión emblema, y no sólo porque todo ocurre de noche, una noche cualquiera en Los Angeles, sino porque la penumbra, aún más, la tiniebla, es expresión anímica de casi todos los seres que lo pueblan, que confluyen en el tiempo fílmico.
No sería exagerado afirmar que, en el acápite actoral, todo el mundo está bien. Actores de primera línea (además de la Bullock, Don Cheadle, Tandie Newton, Matt Dillon, Jennifer Espósito. William Fichtner, Brendan Fraser y un largo etc...) encarnan y proyectan sus papeles con autoridad y convicción, sabedores que no por pequeñas, sus intervenciones se vuelven todas protagónicas dado el indudable peso dramático de las mismas, y ante lo cual responden con su indudable "savoir faire". "Crash" no es, en fin, ni la maravilla que sus admiradores proclaman ni el desastre que enarbolan sus enemigos (y bien que se ha dividido la crítica en todas partes donde ya se ha exhibido). Más allá o acá de sus virtudes y defectos, mueve a la reflexión incluso después de sus 113 minutos de duración, y esto es, siempre será, el mejor "choque" al que el cine debe y puede aspirar.