Orígenes del alma artificial
- por © Helena Mas-NOTICINE.com
21-IX-2001
El tema de la creación de vida de manera no natural se encuentra en la remonta época clásica, concretamente en los mitos de Pigmalión y Prometeo. En el primero, el creador "con técnica admirable esculpió con éxito un marfil blanco como la nieve y le dio una hermosura con la que ninguna mujer puede nacer, y se enamoró de su obra", la cual, gracias a la intervención de Venus (como nos narra Ovidio en las "Metamorfosis"), se convierte en humana. El creador es un escultor, un constructor de hombres, cualidad que también se le atribuye a Prometeo, que roba el fuego a los dioses para entregarlo a la humanidad.
En el siglo XIX, Mary Shelley recupera este mito haciendo de Prometeo un científico que en lugar de fuego utiliza la electricidad (el gran invento de la época) para crear vida artificial. Anterior a esta historia es la leyenda medieval del Golem según la cual podía construirse un hombre con arcilla roja y luego darle vida a través de una palabra mágica. Pero en "Frankenstein" todo es demostrable científicamente, y eso hace que este libro esté más cerca de la ciencia-ficción que de la novela gótica (aunque también tenga muchos elementos de ésta). La criatura resultante es fruto de la ciencia, y es tan monstruosa que provoca el rechazo de Victor Frankenstein hacia su creación, la cual es portadora de desgracias y muerte. Hecho que muchos han interpretado como un castigo de Dios por osadía del hombre, pero lo que en realidad hace cruel a esa criatura creada artificialmente es la negación afectiva por parte de su creador, de su padre. Lo único que el monstruo quiere es el amor fraternal que le es negado desde que nace.
"El hombre es bueno por naturaleza" dijo Rousseau. Y el ser artificial, ¿también lo es? ¿Hasta qué punto es capaz de amar y luchar por ser amado? El niño-robot de "A.I", David, ha sido programado para amar, pero su angustia se inicia cuando no es amado por su madre, cuando es rechazado por el objeto de su amor, igual que ocurre en "Frankenstein". Pero David no es vengativo, ni le crece la nariz como a Pinocho por decir mentiras, aunque comparte con este personaje de Carlo Collodi su deseo de querer ser un niño real. Lo mismo le sucede a "El hombre del Bicentenario", un excelente cuento de Isaac Asimov (también autor de "Yo, robot") que Chris Columbus adaptó para el cine en 1999. En este filme Robin Williams interpreta a Andrew, un robot con dotes para la pintura que quiere ser humano y sentir como tal. Otros seres cibernéticos a destacar son las máquinas de matar que aparecen en las películas de "Terminator" y los "replicantes" de "Blade Runner". Pero estos últimos, a diferencia de los primeros, parecen tener un alma que los humaniza aún más, hasta el punto de que una de estas creaciones es capaz de salvar al cazador de androides que los persigue hasta la muerte. El niño de "A.I." también tiene alma, y está hecha de la misma materia que la de Eduardo Manostijeras. En esta historia que se narra desde el principio como si fuera un cuento de hadas, Tim Burton mezcla "Frankenstein" con "Pinocho" y obtiene como resultado un ser que va a parar, igual que David, en una sociedad egoísta y cruel. Y a través de este niño, Spielberg muestra cómo los seres artificiales pueden llegar poseer una “calidad humana” muy superior a la del propio hombre.
El tema de la creación de vida de manera no natural se encuentra en la remonta época clásica, concretamente en los mitos de Pigmalión y Prometeo. En el primero, el creador "con técnica admirable esculpió con éxito un marfil blanco como la nieve y le dio una hermosura con la que ninguna mujer puede nacer, y se enamoró de su obra", la cual, gracias a la intervención de Venus (como nos narra Ovidio en las "Metamorfosis"), se convierte en humana. El creador es un escultor, un constructor de hombres, cualidad que también se le atribuye a Prometeo, que roba el fuego a los dioses para entregarlo a la humanidad.
En el siglo XIX, Mary Shelley recupera este mito haciendo de Prometeo un científico que en lugar de fuego utiliza la electricidad (el gran invento de la época) para crear vida artificial. Anterior a esta historia es la leyenda medieval del Golem según la cual podía construirse un hombre con arcilla roja y luego darle vida a través de una palabra mágica. Pero en "Frankenstein" todo es demostrable científicamente, y eso hace que este libro esté más cerca de la ciencia-ficción que de la novela gótica (aunque también tenga muchos elementos de ésta). La criatura resultante es fruto de la ciencia, y es tan monstruosa que provoca el rechazo de Victor Frankenstein hacia su creación, la cual es portadora de desgracias y muerte. Hecho que muchos han interpretado como un castigo de Dios por osadía del hombre, pero lo que en realidad hace cruel a esa criatura creada artificialmente es la negación afectiva por parte de su creador, de su padre. Lo único que el monstruo quiere es el amor fraternal que le es negado desde que nace.
"El hombre es bueno por naturaleza" dijo Rousseau. Y el ser artificial, ¿también lo es? ¿Hasta qué punto es capaz de amar y luchar por ser amado? El niño-robot de "A.I", David, ha sido programado para amar, pero su angustia se inicia cuando no es amado por su madre, cuando es rechazado por el objeto de su amor, igual que ocurre en "Frankenstein". Pero David no es vengativo, ni le crece la nariz como a Pinocho por decir mentiras, aunque comparte con este personaje de Carlo Collodi su deseo de querer ser un niño real. Lo mismo le sucede a "El hombre del Bicentenario", un excelente cuento de Isaac Asimov (también autor de "Yo, robot") que Chris Columbus adaptó para el cine en 1999. En este filme Robin Williams interpreta a Andrew, un robot con dotes para la pintura que quiere ser humano y sentir como tal. Otros seres cibernéticos a destacar son las máquinas de matar que aparecen en las películas de "Terminator" y los "replicantes" de "Blade Runner". Pero estos últimos, a diferencia de los primeros, parecen tener un alma que los humaniza aún más, hasta el punto de que una de estas creaciones es capaz de salvar al cazador de androides que los persigue hasta la muerte. El niño de "A.I." también tiene alma, y está hecha de la misma materia que la de Eduardo Manostijeras. En esta historia que se narra desde el principio como si fuera un cuento de hadas, Tim Burton mezcla "Frankenstein" con "Pinocho" y obtiene como resultado un ser que va a parar, igual que David, en una sociedad egoísta y cruel. Y a través de este niño, Spielberg muestra cómo los seres artificiales pueden llegar poseer una “calidad humana” muy superior a la del propio hombre.