COLABORACIÓN: La otra "Garganta profunda", una historia de película
- por © NOTICINE.com
2-VI-05
Por Alberto Duque López
La realidad y la ficción siempre terminan mordiéndose la cola. El 17 de junio de 1972, en la madrugada cálida de Washington, la policía capturó a un grupo de cinco hombres que había irrumpido ilegalmente en el interior de las oficinas del Partido Demócrata, en el elegante complejo de apartamentos y oficinas Watergate, bajo órdenes presidenciales.
Llevados ante un juez (James W. McCord, Bernard L.Baker, Frank A.Sturgis, Eugenio R.Martínez y Virgilio R. González dotados de guantes, herramientas y aparatos electrónicos), se declararon culpables. En la sala, escuchando el interrogatorio se encontraba un muchacho que trabajaba como reportero en el Washington Post, sacado de la cama ese sábado por el editor de noticias locales. Apenas pasaba los 30 años y estaba medio dormido cuando escuchó que uno de los acusados, McCord, preguntado por su oficio, respondió en un susurro que casi nadie escuchó, que "agente secreto".
Ahí comenzó todo. Como una enorme bola de nieve que habría de crecer y arrastrar con todo durante los meses siguientes hasta desembocar en la calurosa tarde del 8 de agosto de 1974, cuando el presidente Richard Nixon entregó su carta de renuncia, escrita bajo la vigilancia del Secretario de Estado, Henry Kissinger, y con un solo párrafo.
Habían pasado 26 meses durante los cuales dos jóvenes periodistas, Bob Woodward y Carl Bernstein, apoyados por su periódico investigaron, removieron, preguntaron, dudaron, escarbaron en la basura, sintieron miedo y decepción, estuvieron a punto de abandonarlo todo y se convirtieron en símbolos de un periodismo libre, capaz de denunciar las trampas de un presidente mentiroso, rodeado de funcionarios y lacayos tramposos, peligrosos y embusteros que no tuvieron escrúpulos en perseguir, acosar y tratar de hundir a sus enemigos políticos por el simple afán de mantenerse en el poder.
Durante esos meses de angustiosas investigaciones, Woodward y Bernstein siempre contaron con la asesoría sutil, distante y
secreta de un misterioro personaje a quien ellos, en homenaje a la película de moda en ese entonces, bautizaron "Garganta Profunda". Se suponía que trabajaba en una agencia del Gobierno y que, asqueado con la corrupción y la incompetencia que imperaban en la Casa Blanca, decidió guiar a los jóvenes reporteros en sus investigaciones. Nunca les daba nombres, ni fechas, ni lugares, ni cifras pero les decía lo suficiente para que supieran por dónde encaminar sus investigaciones. Con frases como, "Sigan las huellas del dinero", refiriéndose a los sobornos pagados con los fondos recolectados para la reelección de Nixon, los dirigía sabiamente. No tenían a dónde llamarlo, ni conocían su dirección y cuando querían preguntarle algo, colocaban una bandera en una de las macetas del balcón de Woodward. Entonces se encontraban a las 2:00 de la madrugada en un oscuro, silencioso y alejado garaje, sin dejarse ver, musitando respuestas con una voz queda.
Durante 31 años la identidad del personaje permaneció oculta, a pesar de los esfuerzos de miles de investigadores, políticos republicanos, curiosos y colegas que siempre quisieron conocer la identidad de un confidente que prefirió seguir en la sombra. En las escuelas de Periodismo de todo el mundo, cuando alguien quiere referirse a la confiabilidad de una fuente o a la fidelidad de un periodista, siempre citan este caso.
Como dicen, la realidad y la ficción siempre se muerden la cola. Pocos días antes de celebrarse los 33 años de esa madrugada de junio cuando los "plomeros" de Nixon cayeron por torpes y descuidados, la enorme bola de nieve vuelve a removerse cuando aparece el auténtico "Garganta Profunda" en la figura de un anciano de 91 años que vive en California, se llama Mark Felt y llegó a ser una de las figuras claves del FBI. La revelación realizada ahora por la revista Vanity Fair, quizás la mejor en su género, tomó por sorpresa a los mismos dueños de la historia, The Washington Post, y fue corroborada por los protagonistas del drama, Bob Woodward y Carl Bernstein, y su mentor, el mítico Ben Bradle, el editor que los guió y apoyó todo el tiempo.
Tembloroso, discreto, ajeno a la pompa y el escándalo, Felt apareció este miércoles 1 de junio en todos los periódicos y noticieros del mundo, en todos los idiomas, ante la sorpresa de esta nueva generación que no entiende que los más grandes diarios del planeta dedicaran sus primeras páginas a remover las cenizas de un pasado triste, mediocre y tramposo. La crónica en la revista, como siempre, deliciosa.
Realidad y ficción. En junio de 1974 apareció uno de los libros más divertidos, "Los Hombres del Presidente", escrito por los dos reporteros con el tono de una novela policíaca, en tercera persona, describiendo todo el drama de sus investigaciones. Después publicarían "Los Días Finales", conclusión de la historia. Quizás esta generación de lectores encuentre menos dramática esta historia pero quienes vivieron esos meses de agonía y recuerdan cómo los hombres de Nixon mintieron y engañaron para sostenerlo en la Casa Blanca, sentirán cómo los nombres de Magruder, Dean, Mitchell, Liddy, McCord, Haldeman, Ehrlichman y otros tramposos siguen rondando.
En abril de 1976 fue estrenada la película, dirigida por Alan Pakula y protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman, una de las mejores en cualquier género, sin la colaboración del Washington Post y en medio de un Hollywood temeroso de las represalias políticas. El papel de "Garganta Profunda" sin asomar el rostro lo interpretó Hal Holbrook y el de Ben Bradle, por el cual recibió un Oscar secundario, el estupendo Jason Robards, además de Oscars para mejor sonido, mejor dirección artística y mejor guión adaptado para William Goldman. Hubo otras cuatro nominaciones.
Realidad y ficción. Productor de 18 películas, afamado guionista y realizador de algunas obras maestras como "El informe pelícano", "La decisión de Sophie", "The Parallax View" y "Klute", además de excelente director de actores (en sus manos Jane Fonda, Jason Robard y Meryl Streep ganaron Oscares y Liza Minelli, Jane Alexander, Richard Farnsworth, Jill Clayburgh y Candice Bergen fueron nominados), Alan Pakula (nacido el 7 de abril de 1928, en el Bronx), murió en una escena trágica y absurda que parecía sacada de una de sus películas: el 19 de noviembre de 1998, en una de las autopistas de Long Island, mientras conducía un coche descapotable, Pakula fue decapitado por una pieza metálica despedida por un camiòn que lo precedía. El cuerpo sin cabeza siguió conduciendo hasta estrellarse contra una valla.
Ahora, su película "Los hombres del Presidente", una de las mejores historias políticas y de suspenso contadas en Hollywood, recupera su vigencia con la aparición de este fantasma que, antes de morir, quiso quedar a paz con su conciencia. Desde los créditos iniciales con esa máquina de escribir que golpea el papel con el ruido de unos disparos (reales) como metáfora del periodismo y la palabra convertidos en armas de la libertad, hasta las escenas finales de la segunda y efimera posesión de Nixon, con el fondo de unos cañones que tanbién aluden a la prensa, la película emociona tantos años después, uno siente toda la carga provocada por el rodaje, la terquedad de Redford en financiar la película, la renuencia de John Schlesinger a dirigir un tema que sentía ajeno, las estupendas actuaciones de principales y secundarios, esos escenarios del periódico repetidos en Burbank con objetos reales que fueron facilitados por los periodistas reales, y por encima de todo, la sensación de estar compartiendo una película sobre personajes y sucesos reales (como en las películas de Costa-Gavras o Miguel Littin o Ridley Scott o Michael Mann o Francesco Rosi), algunos de los cuales siguen rondando cerca.
Mientras el anciano tembloroso le confiaba a la prensa que sí, que él era el informante secreto y eficaz, en la sede del periódico se abrazaban para una foto los tres protagonistas, Bradle y Woodward y Bernstein, a unos cuanto kilòmetros de la tumba de ese hombre que, en plena madrugada de desesperación, se arrodilló ante el óleo de Lincoln en la Casa Blanca, pidiéndole consejo en medio de lo peor de la crisis. A pocos pasos, un hombre gordo, cínico y calculador lo miraba con una sonrisa de rencor.
Raymond Chandler dijo que una novela de detectives sin resolver, es como un acorde inacabado para la música. La tragicomedia de Watergate o mejor, la farsa de la corrupción y la ceguera generadas por el poder político, siguen sin resolver. Es que abundan personajes como Richard Nixon. Afortunadamente, también existen muchachitos como Woodward y Bernstein y periódicos como el Washington Post, y por supuesto, directores de cine como Alan Pakula.
Por Alberto Duque López
La realidad y la ficción siempre terminan mordiéndose la cola. El 17 de junio de 1972, en la madrugada cálida de Washington, la policía capturó a un grupo de cinco hombres que había irrumpido ilegalmente en el interior de las oficinas del Partido Demócrata, en el elegante complejo de apartamentos y oficinas Watergate, bajo órdenes presidenciales.
Llevados ante un juez (James W. McCord, Bernard L.Baker, Frank A.Sturgis, Eugenio R.Martínez y Virgilio R. González dotados de guantes, herramientas y aparatos electrónicos), se declararon culpables. En la sala, escuchando el interrogatorio se encontraba un muchacho que trabajaba como reportero en el Washington Post, sacado de la cama ese sábado por el editor de noticias locales. Apenas pasaba los 30 años y estaba medio dormido cuando escuchó que uno de los acusados, McCord, preguntado por su oficio, respondió en un susurro que casi nadie escuchó, que "agente secreto".
Ahí comenzó todo. Como una enorme bola de nieve que habría de crecer y arrastrar con todo durante los meses siguientes hasta desembocar en la calurosa tarde del 8 de agosto de 1974, cuando el presidente Richard Nixon entregó su carta de renuncia, escrita bajo la vigilancia del Secretario de Estado, Henry Kissinger, y con un solo párrafo.
Habían pasado 26 meses durante los cuales dos jóvenes periodistas, Bob Woodward y Carl Bernstein, apoyados por su periódico investigaron, removieron, preguntaron, dudaron, escarbaron en la basura, sintieron miedo y decepción, estuvieron a punto de abandonarlo todo y se convirtieron en símbolos de un periodismo libre, capaz de denunciar las trampas de un presidente mentiroso, rodeado de funcionarios y lacayos tramposos, peligrosos y embusteros que no tuvieron escrúpulos en perseguir, acosar y tratar de hundir a sus enemigos políticos por el simple afán de mantenerse en el poder.
Durante esos meses de angustiosas investigaciones, Woodward y Bernstein siempre contaron con la asesoría sutil, distante y
secreta de un misterioro personaje a quien ellos, en homenaje a la película de moda en ese entonces, bautizaron "Garganta Profunda". Se suponía que trabajaba en una agencia del Gobierno y que, asqueado con la corrupción y la incompetencia que imperaban en la Casa Blanca, decidió guiar a los jóvenes reporteros en sus investigaciones. Nunca les daba nombres, ni fechas, ni lugares, ni cifras pero les decía lo suficiente para que supieran por dónde encaminar sus investigaciones. Con frases como, "Sigan las huellas del dinero", refiriéndose a los sobornos pagados con los fondos recolectados para la reelección de Nixon, los dirigía sabiamente. No tenían a dónde llamarlo, ni conocían su dirección y cuando querían preguntarle algo, colocaban una bandera en una de las macetas del balcón de Woodward. Entonces se encontraban a las 2:00 de la madrugada en un oscuro, silencioso y alejado garaje, sin dejarse ver, musitando respuestas con una voz queda.
Durante 31 años la identidad del personaje permaneció oculta, a pesar de los esfuerzos de miles de investigadores, políticos republicanos, curiosos y colegas que siempre quisieron conocer la identidad de un confidente que prefirió seguir en la sombra. En las escuelas de Periodismo de todo el mundo, cuando alguien quiere referirse a la confiabilidad de una fuente o a la fidelidad de un periodista, siempre citan este caso.
Como dicen, la realidad y la ficción siempre se muerden la cola. Pocos días antes de celebrarse los 33 años de esa madrugada de junio cuando los "plomeros" de Nixon cayeron por torpes y descuidados, la enorme bola de nieve vuelve a removerse cuando aparece el auténtico "Garganta Profunda" en la figura de un anciano de 91 años que vive en California, se llama Mark Felt y llegó a ser una de las figuras claves del FBI. La revelación realizada ahora por la revista Vanity Fair, quizás la mejor en su género, tomó por sorpresa a los mismos dueños de la historia, The Washington Post, y fue corroborada por los protagonistas del drama, Bob Woodward y Carl Bernstein, y su mentor, el mítico Ben Bradle, el editor que los guió y apoyó todo el tiempo.
Tembloroso, discreto, ajeno a la pompa y el escándalo, Felt apareció este miércoles 1 de junio en todos los periódicos y noticieros del mundo, en todos los idiomas, ante la sorpresa de esta nueva generación que no entiende que los más grandes diarios del planeta dedicaran sus primeras páginas a remover las cenizas de un pasado triste, mediocre y tramposo. La crónica en la revista, como siempre, deliciosa.
Realidad y ficción. En junio de 1974 apareció uno de los libros más divertidos, "Los Hombres del Presidente", escrito por los dos reporteros con el tono de una novela policíaca, en tercera persona, describiendo todo el drama de sus investigaciones. Después publicarían "Los Días Finales", conclusión de la historia. Quizás esta generación de lectores encuentre menos dramática esta historia pero quienes vivieron esos meses de agonía y recuerdan cómo los hombres de Nixon mintieron y engañaron para sostenerlo en la Casa Blanca, sentirán cómo los nombres de Magruder, Dean, Mitchell, Liddy, McCord, Haldeman, Ehrlichman y otros tramposos siguen rondando.
En abril de 1976 fue estrenada la película, dirigida por Alan Pakula y protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman, una de las mejores en cualquier género, sin la colaboración del Washington Post y en medio de un Hollywood temeroso de las represalias políticas. El papel de "Garganta Profunda" sin asomar el rostro lo interpretó Hal Holbrook y el de Ben Bradle, por el cual recibió un Oscar secundario, el estupendo Jason Robards, además de Oscars para mejor sonido, mejor dirección artística y mejor guión adaptado para William Goldman. Hubo otras cuatro nominaciones.
Realidad y ficción. Productor de 18 películas, afamado guionista y realizador de algunas obras maestras como "El informe pelícano", "La decisión de Sophie", "The Parallax View" y "Klute", además de excelente director de actores (en sus manos Jane Fonda, Jason Robard y Meryl Streep ganaron Oscares y Liza Minelli, Jane Alexander, Richard Farnsworth, Jill Clayburgh y Candice Bergen fueron nominados), Alan Pakula (nacido el 7 de abril de 1928, en el Bronx), murió en una escena trágica y absurda que parecía sacada de una de sus películas: el 19 de noviembre de 1998, en una de las autopistas de Long Island, mientras conducía un coche descapotable, Pakula fue decapitado por una pieza metálica despedida por un camiòn que lo precedía. El cuerpo sin cabeza siguió conduciendo hasta estrellarse contra una valla.
Ahora, su película "Los hombres del Presidente", una de las mejores historias políticas y de suspenso contadas en Hollywood, recupera su vigencia con la aparición de este fantasma que, antes de morir, quiso quedar a paz con su conciencia. Desde los créditos iniciales con esa máquina de escribir que golpea el papel con el ruido de unos disparos (reales) como metáfora del periodismo y la palabra convertidos en armas de la libertad, hasta las escenas finales de la segunda y efimera posesión de Nixon, con el fondo de unos cañones que tanbién aluden a la prensa, la película emociona tantos años después, uno siente toda la carga provocada por el rodaje, la terquedad de Redford en financiar la película, la renuencia de John Schlesinger a dirigir un tema que sentía ajeno, las estupendas actuaciones de principales y secundarios, esos escenarios del periódico repetidos en Burbank con objetos reales que fueron facilitados por los periodistas reales, y por encima de todo, la sensación de estar compartiendo una película sobre personajes y sucesos reales (como en las películas de Costa-Gavras o Miguel Littin o Ridley Scott o Michael Mann o Francesco Rosi), algunos de los cuales siguen rondando cerca.
Mientras el anciano tembloroso le confiaba a la prensa que sí, que él era el informante secreto y eficaz, en la sede del periódico se abrazaban para una foto los tres protagonistas, Bradle y Woodward y Bernstein, a unos cuanto kilòmetros de la tumba de ese hombre que, en plena madrugada de desesperación, se arrodilló ante el óleo de Lincoln en la Casa Blanca, pidiéndole consejo en medio de lo peor de la crisis. A pocos pasos, un hombre gordo, cínico y calculador lo miraba con una sonrisa de rencor.
Raymond Chandler dijo que una novela de detectives sin resolver, es como un acorde inacabado para la música. La tragicomedia de Watergate o mejor, la farsa de la corrupción y la ceguera generadas por el poder político, siguen sin resolver. Es que abundan personajes como Richard Nixon. Afortunadamente, también existen muchachitos como Woodward y Bernstein y periódicos como el Washington Post, y por supuesto, directores de cine como Alan Pakula.