OPINIÓN: "Alejandro Magno", no tan mala...
- por © Alberto Duque-NOTICINE.com
7-I-05
La espera ha terminado. Esta semana se ha estrenado en Latinoamérica y España "Alejandro Magno", precedida de una de las más salvajes campañas de desprestigio por parte de la mayoría de los críticos que escriben y hablan en la prensa de Estados Unidos, y una tibia respuesta de los espectadores que, presuntamente (nunca se sabe hasta dónde lo que expresa un crítico motiva o no la asistencia a un multiplex), reaccionaron a esos comentarios negativos.
Hace poco en Miami tuvimos una experiencia curiosa: vimos, una detrás de otra, "Alejandro Magno", "Sideways" (en America Latina se llama "Entre Copas") y "Closer". Mientras compartíamos unos linguinis con salsa de tomate y mariscos con Margarita Lucía, llegamos a una conclusión: "Alejandro Magno" no es tan mala como dicen.
Es curioso y no debe ser simple coincidencia pero, no hay película de Oliver Stone que no provoque las reacciones más encontradas y agresivas, como si quienes lo detestan, buscaran también que sus películas, en este caso "Alejandro Magno", fueran crucificadas sin recibir siquiera el beneficio de la duda, de una escena o dos escenas o tres escenas rescatables; como si buscaran hundirlo y disuadirlo de seguir este oficio que lo ha llevado a los confines del mundo en busca de los personajes más extraños que van del muchacho capturado con opio en Estambul, pasando por los guerrilleros centroamericanos y los obispos asesinados, un presidente hablando a los retratos colgados de las paredes en la madrugada helada de la Casa Blanca, otro presidente muerto a tiros en el corazón de Dallas, hasta este muchacho de falda corta, pelo rubio y malgenio que en ocho años fue capaz de conquistar casi el mundo entero. Hasta sus retratos de Fidel Castro y Yasser Arafat.
En otras manos, esta visión de Alejandro hubiera sido quizás mejor, sin alusiones a su bisexualismo, ni largas escenas de batallas mostradas con planos y letreros e indicaciones técnicas para comprender ese milagro de la guerra llamado "falange" que fue mortal para griegos y persas. En otro guión, no existiría este narrador, Ptolomeo, construyendo y corrigiendo la historia, ni la madre Olimpia tendría casi la misma edad del hijo, ni habría esos escenarios portentosos de los jardines colgantes de Babilonia, ni las batallas sangrientas entre caballos y elefantes, ni el héroe tendría su visión en rojo al momento de ser herido mortalmente….
Otro director (falta aún el proyecto del realizador de "Moulin Rouge" con un imposible Leonardo DiCaprio en un papel que cuarenta años atrás interpretó con sabiduría y austeridad el inolvidable Richard Burton), habría preferido una película menos retadora, menos personal, más ceñida a la "verdad histórica", con menos alusiones a situaciones políticas actuales... en otras manos, diferentes a las de un guionista, productor y director que siempre ha llevado la contraria, que ha caminado por la acera de enfrente a pesar de todas las campañas en su contra, que se ha mantenido como una de las evidentes conciencias críticas de la política de Estados Unidos mientras sus películas ganan muchos premios, los críticos descifran sus mensajes y los espectadores se sienten tímidos al momento de escoger la película del fin de semana.
"Alejandro Magno" es larga, muy larga y en ocasiones lenta, pero el público asiste a una serie de escenas portentosas que merece ser repetida con paciencia, buen humor, el estómago lleno y la conciencia tranquila: el niño jugando con las serpientes; la lección de historia que el padre Filipo imparte al joven en una caverna donde están los retratos de los héroes mitológicos; la doma del caballo; la arrogancia de Alejandro que se sentía hijo de Júpiter, descendiente de Aquiles y amado por los dioses; esa batalla espectacular observada por un águila que es el tótem del guerrero y recuerda algunas escenas de la mejor película de este género, "Espartaco" de Stanley Kubrick, seguida de cerca por "Gladiador" de Ridley Scott; la batalla de caballos, guerreros y elefantes; la agonía de ese hombre que ha levantado un imperio y siente que ninguno de sus herederos tiene su gloria ni su grandeza... sin olvidar las escenas eróticas, a la manera de Stone.
Si los espectadores desoyen esa campaña feroz, entonces se quedan con el niño rubio que juega con su madre Olimpia (Angelina Jolie) junto a un nido de serpientes delgadas, negras y peligrosas que se enroscan mientras las contempla primero con pavor, luego con asombro y finalmente con la confianza que inspira la voz sensual de la madre. Pocos años después con esa misma actitud se acerca a un caballo negro y salvaje, Bucéfalo, que no se deja montar de nadie. Le habla en susurros, le acaricia el lomo, lo hace girar para que no se asuste con su sombra hasta cuando salta, lo monta, corre a campo abierto y regresa a escuchar los aplausos del rey Filipo II de Macedonia, su padre (Val Kilmer). Cuando éste es asesinado en una conjura empujada por Olimpia, asume el trono. Apenas tiene 20 años pero ha sido preparado por el mejor de los maestros, Aristóteles y endurecido en la escuela salvaje de un hogar en que los padres han tratado de matarse durante varios años. Comienza la leyenda que sigue vigente. Una leyenda que se nutre con el sueño que tuvo Olimpia una vez, penetrada por varias serpientes que la fecundan antes que el marido.
¿Quién era Alejandro Magno que vivió entre 356 y 323 AC, descendiente de Júpiter y Aquiles, hijo de reyes, el mayor estratega político, social, económico y militar de la antigüedad (con su infantería que desplegaba la "falange" de lanzas y flechas aplastó ejércitos superiores), adorado por millones de habitantes de los territorios conquistados, seguido ciegamente por miles de soldados y oficiales?.
Era alguien que respetó la religión y el estilo de vida de los territorios conquistados, construyó bibliotecas en lugar de saquearlas, creó una red de infraestructuras y vías de comercio que permitieran la fluidez de ideas de un extremo a otro de sus territorios. Un imperio cuya forma y estructura fue después copiada al pie de la letra por los romanos. Sigue siendo el guerrero supremo con alma de explorador. Durante su recorrido de más de 22.000 millas, mantuvo su objetivo de no destruír, sino re-inventar cada sociedad para un mundo nuevo, nueva gente y nuevo destino. Por un tiempo unificó el este y el oeste, logrando que la influencia de la cultura y el pensamiento Helenísticos en las tierras por donde pasó, fueran duraderos.
Sus logros fueron increíbles, desde todo punto de vista. Su imperio, incluyó las tierras que hoy ocupan Grecia, Albania, Turquía, Bulgaria, Egipto, Libia, Israel, Jordania, Siria, Líbano, Chipre, Irak, Irán, Afganistán, Uzbekistán, Pakistán e India. O sea, escenarios actuales de guerras de conquista. Por eso algunos cínicos afirman que, a través de Alejandro, Stone buscaba un retrato de Bush.
Como afirma el actor Colin Farrell, su intérprete: "Nada podía pararlo cuando quería alcanzar una meta, o hacer que un sueño se volviera realidad... Creo que eso no se basaba simplemente en codicia y deseo de conquista. Toda su vida Alejandro buscó respuestas. A la vez, creo que toda su vida la pasó buscando amor. El ponía una pasión casi enfermiza en todo lo que hacía, pero tenía un vacío en el corazón difícil de llenar, y su búsqueda de respuestas lo llevó al fin de la tierra".
A los 20 años, Alejandro es rey de Macedonia. Durante los trece años siguientes se dedicará a construír ese imperio que solo un iluminado que se creía un dios, podía concebir. Stone duró 15 años preparando su película en la que gastó 140 millones de dólares (solo por la batalla de Gaugamela, hay que verla). ¿Por qué se interesó por este personaje?.
-¿Por qué no? Es una gran historia y nadie la ha contado. ¿Por qué no la contaron los griegos?, ¿Por qué no hay una obra de teatro sobre él? Nadie ha escrito nada sobre él. Ni los dramaturgos medievales, ni los de la época de Shakespeare, ni los de la época victoriana.
Una vida desbordada. Una película exagerada. Un director atacado. Así lo quieren los dioses. Los mismos que se alejaron del muchacho en la noche del 10 de junio del año 323. Ya no quería vivir. Su mejor amigo estaba muerto. Los soldados lo abandonaban. El mundo entero estaba a sus pies. La malaria hacía estragos. Todo estaba oscuro.
La espera ha terminado. Esta semana se ha estrenado en Latinoamérica y España "Alejandro Magno", precedida de una de las más salvajes campañas de desprestigio por parte de la mayoría de los críticos que escriben y hablan en la prensa de Estados Unidos, y una tibia respuesta de los espectadores que, presuntamente (nunca se sabe hasta dónde lo que expresa un crítico motiva o no la asistencia a un multiplex), reaccionaron a esos comentarios negativos.
Hace poco en Miami tuvimos una experiencia curiosa: vimos, una detrás de otra, "Alejandro Magno", "Sideways" (en America Latina se llama "Entre Copas") y "Closer". Mientras compartíamos unos linguinis con salsa de tomate y mariscos con Margarita Lucía, llegamos a una conclusión: "Alejandro Magno" no es tan mala como dicen.
Es curioso y no debe ser simple coincidencia pero, no hay película de Oliver Stone que no provoque las reacciones más encontradas y agresivas, como si quienes lo detestan, buscaran también que sus películas, en este caso "Alejandro Magno", fueran crucificadas sin recibir siquiera el beneficio de la duda, de una escena o dos escenas o tres escenas rescatables; como si buscaran hundirlo y disuadirlo de seguir este oficio que lo ha llevado a los confines del mundo en busca de los personajes más extraños que van del muchacho capturado con opio en Estambul, pasando por los guerrilleros centroamericanos y los obispos asesinados, un presidente hablando a los retratos colgados de las paredes en la madrugada helada de la Casa Blanca, otro presidente muerto a tiros en el corazón de Dallas, hasta este muchacho de falda corta, pelo rubio y malgenio que en ocho años fue capaz de conquistar casi el mundo entero. Hasta sus retratos de Fidel Castro y Yasser Arafat.
En otras manos, esta visión de Alejandro hubiera sido quizás mejor, sin alusiones a su bisexualismo, ni largas escenas de batallas mostradas con planos y letreros e indicaciones técnicas para comprender ese milagro de la guerra llamado "falange" que fue mortal para griegos y persas. En otro guión, no existiría este narrador, Ptolomeo, construyendo y corrigiendo la historia, ni la madre Olimpia tendría casi la misma edad del hijo, ni habría esos escenarios portentosos de los jardines colgantes de Babilonia, ni las batallas sangrientas entre caballos y elefantes, ni el héroe tendría su visión en rojo al momento de ser herido mortalmente….
Otro director (falta aún el proyecto del realizador de "Moulin Rouge" con un imposible Leonardo DiCaprio en un papel que cuarenta años atrás interpretó con sabiduría y austeridad el inolvidable Richard Burton), habría preferido una película menos retadora, menos personal, más ceñida a la "verdad histórica", con menos alusiones a situaciones políticas actuales... en otras manos, diferentes a las de un guionista, productor y director que siempre ha llevado la contraria, que ha caminado por la acera de enfrente a pesar de todas las campañas en su contra, que se ha mantenido como una de las evidentes conciencias críticas de la política de Estados Unidos mientras sus películas ganan muchos premios, los críticos descifran sus mensajes y los espectadores se sienten tímidos al momento de escoger la película del fin de semana.
"Alejandro Magno" es larga, muy larga y en ocasiones lenta, pero el público asiste a una serie de escenas portentosas que merece ser repetida con paciencia, buen humor, el estómago lleno y la conciencia tranquila: el niño jugando con las serpientes; la lección de historia que el padre Filipo imparte al joven en una caverna donde están los retratos de los héroes mitológicos; la doma del caballo; la arrogancia de Alejandro que se sentía hijo de Júpiter, descendiente de Aquiles y amado por los dioses; esa batalla espectacular observada por un águila que es el tótem del guerrero y recuerda algunas escenas de la mejor película de este género, "Espartaco" de Stanley Kubrick, seguida de cerca por "Gladiador" de Ridley Scott; la batalla de caballos, guerreros y elefantes; la agonía de ese hombre que ha levantado un imperio y siente que ninguno de sus herederos tiene su gloria ni su grandeza... sin olvidar las escenas eróticas, a la manera de Stone.
Si los espectadores desoyen esa campaña feroz, entonces se quedan con el niño rubio que juega con su madre Olimpia (Angelina Jolie) junto a un nido de serpientes delgadas, negras y peligrosas que se enroscan mientras las contempla primero con pavor, luego con asombro y finalmente con la confianza que inspira la voz sensual de la madre. Pocos años después con esa misma actitud se acerca a un caballo negro y salvaje, Bucéfalo, que no se deja montar de nadie. Le habla en susurros, le acaricia el lomo, lo hace girar para que no se asuste con su sombra hasta cuando salta, lo monta, corre a campo abierto y regresa a escuchar los aplausos del rey Filipo II de Macedonia, su padre (Val Kilmer). Cuando éste es asesinado en una conjura empujada por Olimpia, asume el trono. Apenas tiene 20 años pero ha sido preparado por el mejor de los maestros, Aristóteles y endurecido en la escuela salvaje de un hogar en que los padres han tratado de matarse durante varios años. Comienza la leyenda que sigue vigente. Una leyenda que se nutre con el sueño que tuvo Olimpia una vez, penetrada por varias serpientes que la fecundan antes que el marido.
¿Quién era Alejandro Magno que vivió entre 356 y 323 AC, descendiente de Júpiter y Aquiles, hijo de reyes, el mayor estratega político, social, económico y militar de la antigüedad (con su infantería que desplegaba la "falange" de lanzas y flechas aplastó ejércitos superiores), adorado por millones de habitantes de los territorios conquistados, seguido ciegamente por miles de soldados y oficiales?.
Era alguien que respetó la religión y el estilo de vida de los territorios conquistados, construyó bibliotecas en lugar de saquearlas, creó una red de infraestructuras y vías de comercio que permitieran la fluidez de ideas de un extremo a otro de sus territorios. Un imperio cuya forma y estructura fue después copiada al pie de la letra por los romanos. Sigue siendo el guerrero supremo con alma de explorador. Durante su recorrido de más de 22.000 millas, mantuvo su objetivo de no destruír, sino re-inventar cada sociedad para un mundo nuevo, nueva gente y nuevo destino. Por un tiempo unificó el este y el oeste, logrando que la influencia de la cultura y el pensamiento Helenísticos en las tierras por donde pasó, fueran duraderos.
Sus logros fueron increíbles, desde todo punto de vista. Su imperio, incluyó las tierras que hoy ocupan Grecia, Albania, Turquía, Bulgaria, Egipto, Libia, Israel, Jordania, Siria, Líbano, Chipre, Irak, Irán, Afganistán, Uzbekistán, Pakistán e India. O sea, escenarios actuales de guerras de conquista. Por eso algunos cínicos afirman que, a través de Alejandro, Stone buscaba un retrato de Bush.
Como afirma el actor Colin Farrell, su intérprete: "Nada podía pararlo cuando quería alcanzar una meta, o hacer que un sueño se volviera realidad... Creo que eso no se basaba simplemente en codicia y deseo de conquista. Toda su vida Alejandro buscó respuestas. A la vez, creo que toda su vida la pasó buscando amor. El ponía una pasión casi enfermiza en todo lo que hacía, pero tenía un vacío en el corazón difícil de llenar, y su búsqueda de respuestas lo llevó al fin de la tierra".
A los 20 años, Alejandro es rey de Macedonia. Durante los trece años siguientes se dedicará a construír ese imperio que solo un iluminado que se creía un dios, podía concebir. Stone duró 15 años preparando su película en la que gastó 140 millones de dólares (solo por la batalla de Gaugamela, hay que verla). ¿Por qué se interesó por este personaje?.
-¿Por qué no? Es una gran historia y nadie la ha contado. ¿Por qué no la contaron los griegos?, ¿Por qué no hay una obra de teatro sobre él? Nadie ha escrito nada sobre él. Ni los dramaturgos medievales, ni los de la época de Shakespeare, ni los de la época victoriana.
Una vida desbordada. Una película exagerada. Un director atacado. Así lo quieren los dioses. Los mismos que se alejaron del muchacho en la noche del 10 de junio del año 323. Ya no quería vivir. Su mejor amigo estaba muerto. Los soldados lo abandonaban. El mundo entero estaba a sus pies. La malaria hacía estragos. Todo estaba oscuro.