Falleció Bertrand Tavernier, cineasta, humanista y estudioso del cine de Hollywood
- por © Noemí Romero Vera-NOTICINE.com
El cineasta francés Bertrand Tavernier, creador de un cine a escala humana y comprometido con la realidad social, y reconocido director de los títulos "La muerte en directo / La mort en direct", "Alrededor de medianoche / Cerca de la medianoche / Round Midnight" y "Hoy empieza todo / Ça commence aujourd'hui", murió este jueves a los 79 años de edad en Saint-Maxime, en la Provenza, según ha anunciado el Instituto Lumière, el museo-filmoteca consagrado a los hermanos que inventaron el cinematógrafo, que presidía en Lyon, su ciudad natal, desde 1982.
Tavernier, que dedicó parte de su vida al estudio y difusión del cine clásico de Hollywood, mientras defendía las esencias culturales y sociales del cine galo y europeo, fue director de una treintena de películas comprometidas con las causas justas aunque también partidarias de la licencia poética, y fue un sabio cinéfilo, pero aunque fue premiado en el Festival de Cannes y recibió cuatro premios César y un BAFTA, su legado se extiende más allá de la pantalla a la crítica ética y exigencias de responsabilidad moral.
El francés fue un gran defensor del legado de Dumas, Zola y Victor Hugo, un admirador incondicional del jazz estadounidense, y un militante que combatió por la cultura, por la causa de los sin papeles y la de las deprimidas "banlieues" (barrios periféricos), y contra una radicalización extremista que, décadas después de llegar al mundo en plena guerra mundial, veía regresar, con inmenso pesar, en todo el continente europeo.
El lyonés también fue una de las grandes figuras de la generación de cineastas que surgió justo después de la Nouvelle Vague, junto a André Téchiné o Jacques Doillon. No obstante, su aproximación al cine siempre fue desde un humanismo convencido, resistente y profundamente disidente. Se caracterizó al contrario que sus mayores, por reinstaurar un relato tradicional y por mostrar el registro realista como una forma cinematográfica interesantemente válida. A menudo, a su trabajo cinematográfico se le colgó la etiqueta de "cine social", que al propio cineasta no le convencía del todo: "Nunca he trabajado a partir de problemáticas sociales, sino de personajes. Una situación social nunca puede ser el tema de una película", aseguró una vez.
Tavernier nació en 1941 en la ciudad de cultura burguesa y católica, Lyon, la cual caló profundamente en su filmografía, y fue hijo de un padre poeta con el que se enemistó tras no querer estudiar derecho. Tras fundar el cineclub Nickelodeon, con el que se dedicó a rehabilitar el cine estadounidense de los cuarenta y cincuenta, su carrera como director arrancó cuando el actor Philippe Noiret, que acababa de rodar con grandes cineastas como Louis Malle, Marco Ferreri o incluso Alfred Hitchcock, aceptó protagonizar el primer guion de Tavernier, "El relojero de Saint Paul / L'horloger de Saint-Paul" (1974).
A partir de ahí, su extensa filmografía no dejó de crecer, convirtiéndose en un repaso histórico y cinematográfico del propio ser humano. Dos de los grandes títulos con los que asentaría sus bases de su afán por no admitir definición ninguna fueron "Que empiece la fiesta / Que la fiesta comience / Que la fête commence...", y "El juez y el asesino / Le juge et l'assassin", en los que el retrato de época se ponía al servicio del estudio de los personajes mientras intentaba llevar la contraria a todo aquel que pensara que desde la fidelidad a la Academia no era posible hacer cine vivo.
En Francia, vivió un periodo glorioso en los ochenta y noventa en el que naufragó por varios registros, con títulos desde "Un domingo en el campo / Un domingo en la campiña / Un dimanche à la campagne" (1984) con la que rindió homenaje a Jean Renoir; la reconstrucción de un cuento de Cortázar en "Alrededor de la medianoche / Round Midnight" (1986); la gran comedia humana en plena Guerra Fría de "La vida y nada más / La vie et rien d'autre" (1990); la mezcla de documental y ficción en "Ley 627 / L.627" (1992); y el brutal y honesto drama de "La carnaza / La carnada / L'appât" (1995); hasta la denuncia social al sistema educativo francés en "Hoy empieza todo / Todo comienza hoy / Ça commence aujourd'hui" (1999). Sin embargo, al cineasta le costaba conectar con las tendencias en boga, y era tal vez más querido fuera de su país que dentro de sus fronteras, como él admitía con media sonrisa: "No puedo negar que la primera gran recompensa que recibo procede del extranjero, pero tampoco diría que Francia me ha tratado mal. El director siempre ha afirmado que ha rodado las películas que quería hacer y que lo he hecho con total libertad: "Cuando a los 13 años me dije que quería ser director de cine, nunca imaginé que tendría una vida tan extraordinaria", añadió en la Mostra de Venecia de 2015, donde recibió un premio honorífico.
Con el cambio de milenio, Tavernier se centró más en estudiar el cine que en hacerlo. En 1991, cofirmó con Jean-Pierre Coursodon un volumen de referencia, "50 años de cine norteamericano". En la introducción del mismo, el propio Tavernier escribió que aspiraba a hablar de cine desde la trinchera contraria de la crítica normativa y reductora, desde "el entusiasmo": "Disfruto como un bruto porque, en este siglo, ese ejemplo de brutalidad resulta un buen ejemplo", afirmó el cineasta.
A la enciclopedia le siguió en el 93 el libro "Amis américains: entretiens avec les grands auteurs d'Hollywood", que reunía sus entrevistas con grandes maestros del cine como John Ford, Elia Kazan, Jacques Tourneur, John Huston o Robert Altman. Su única incursión en esa cultura cinematográfica que tanto admiraba tuvo lugar con "En el centro de la tormenta / In the Electric Mist" (2009), un drama sureño que rodó en inglés con Tommy Lee Jones y John Goodman. Después, Tavernier volvió a Francia con la cinta de época "La princesa de Montpensier / La princesse de Montpensier" (2010), la divertida sátira política adaptación del cómic "Crónicas diplomáticas / Quai d’Orsay" (2012) y el documental "Las películas de mi vida / Viaje por el cine francés / Voyage à travers le cinéma français" (2016), un viaje por el cine francés de la segunda mitad del siglo pasado, que se terminó convirtiendo en su testamento cinematográfico, un desenlace coherente para la vida de un hombre que amó el cine por encima de todas las cosas.
En ese documental el cineasta francés dice que "los cineastas tienen que creer que el cine puede hacer que las cosas se muevan, tienen que creer, pensar que `van a cambiar el curso de la historia´, como le decía Renoir, y al mismo tiempo, hay que tener la humildad de pensar que, si conmueves a dos personas, ya has conseguido algo extraordinario".
Así, bajo la esperanza de conmover y conseguir algo extraordinario, el mundo le dice adiós al francés que posiblemente murió por la misma razón que vivió: por responsabilidad moral con la vida, o por el puro amor al séptimo arte con el que pretendía mostrarlo. Por eso, o por simple entusiasmo.
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Tavernier, que dedicó parte de su vida al estudio y difusión del cine clásico de Hollywood, mientras defendía las esencias culturales y sociales del cine galo y europeo, fue director de una treintena de películas comprometidas con las causas justas aunque también partidarias de la licencia poética, y fue un sabio cinéfilo, pero aunque fue premiado en el Festival de Cannes y recibió cuatro premios César y un BAFTA, su legado se extiende más allá de la pantalla a la crítica ética y exigencias de responsabilidad moral.
El francés fue un gran defensor del legado de Dumas, Zola y Victor Hugo, un admirador incondicional del jazz estadounidense, y un militante que combatió por la cultura, por la causa de los sin papeles y la de las deprimidas "banlieues" (barrios periféricos), y contra una radicalización extremista que, décadas después de llegar al mundo en plena guerra mundial, veía regresar, con inmenso pesar, en todo el continente europeo.
El lyonés también fue una de las grandes figuras de la generación de cineastas que surgió justo después de la Nouvelle Vague, junto a André Téchiné o Jacques Doillon. No obstante, su aproximación al cine siempre fue desde un humanismo convencido, resistente y profundamente disidente. Se caracterizó al contrario que sus mayores, por reinstaurar un relato tradicional y por mostrar el registro realista como una forma cinematográfica interesantemente válida. A menudo, a su trabajo cinematográfico se le colgó la etiqueta de "cine social", que al propio cineasta no le convencía del todo: "Nunca he trabajado a partir de problemáticas sociales, sino de personajes. Una situación social nunca puede ser el tema de una película", aseguró una vez.
Tavernier nació en 1941 en la ciudad de cultura burguesa y católica, Lyon, la cual caló profundamente en su filmografía, y fue hijo de un padre poeta con el que se enemistó tras no querer estudiar derecho. Tras fundar el cineclub Nickelodeon, con el que se dedicó a rehabilitar el cine estadounidense de los cuarenta y cincuenta, su carrera como director arrancó cuando el actor Philippe Noiret, que acababa de rodar con grandes cineastas como Louis Malle, Marco Ferreri o incluso Alfred Hitchcock, aceptó protagonizar el primer guion de Tavernier, "El relojero de Saint Paul / L'horloger de Saint-Paul" (1974).
A partir de ahí, su extensa filmografía no dejó de crecer, convirtiéndose en un repaso histórico y cinematográfico del propio ser humano. Dos de los grandes títulos con los que asentaría sus bases de su afán por no admitir definición ninguna fueron "Que empiece la fiesta / Que la fiesta comience / Que la fête commence...", y "El juez y el asesino / Le juge et l'assassin", en los que el retrato de época se ponía al servicio del estudio de los personajes mientras intentaba llevar la contraria a todo aquel que pensara que desde la fidelidad a la Academia no era posible hacer cine vivo.
En Francia, vivió un periodo glorioso en los ochenta y noventa en el que naufragó por varios registros, con títulos desde "Un domingo en el campo / Un domingo en la campiña / Un dimanche à la campagne" (1984) con la que rindió homenaje a Jean Renoir; la reconstrucción de un cuento de Cortázar en "Alrededor de la medianoche / Round Midnight" (1986); la gran comedia humana en plena Guerra Fría de "La vida y nada más / La vie et rien d'autre" (1990); la mezcla de documental y ficción en "Ley 627 / L.627" (1992); y el brutal y honesto drama de "La carnaza / La carnada / L'appât" (1995); hasta la denuncia social al sistema educativo francés en "Hoy empieza todo / Todo comienza hoy / Ça commence aujourd'hui" (1999). Sin embargo, al cineasta le costaba conectar con las tendencias en boga, y era tal vez más querido fuera de su país que dentro de sus fronteras, como él admitía con media sonrisa: "No puedo negar que la primera gran recompensa que recibo procede del extranjero, pero tampoco diría que Francia me ha tratado mal. El director siempre ha afirmado que ha rodado las películas que quería hacer y que lo he hecho con total libertad: "Cuando a los 13 años me dije que quería ser director de cine, nunca imaginé que tendría una vida tan extraordinaria", añadió en la Mostra de Venecia de 2015, donde recibió un premio honorífico.
Con el cambio de milenio, Tavernier se centró más en estudiar el cine que en hacerlo. En 1991, cofirmó con Jean-Pierre Coursodon un volumen de referencia, "50 años de cine norteamericano". En la introducción del mismo, el propio Tavernier escribió que aspiraba a hablar de cine desde la trinchera contraria de la crítica normativa y reductora, desde "el entusiasmo": "Disfruto como un bruto porque, en este siglo, ese ejemplo de brutalidad resulta un buen ejemplo", afirmó el cineasta.
A la enciclopedia le siguió en el 93 el libro "Amis américains: entretiens avec les grands auteurs d'Hollywood", que reunía sus entrevistas con grandes maestros del cine como John Ford, Elia Kazan, Jacques Tourneur, John Huston o Robert Altman. Su única incursión en esa cultura cinematográfica que tanto admiraba tuvo lugar con "En el centro de la tormenta / In the Electric Mist" (2009), un drama sureño que rodó en inglés con Tommy Lee Jones y John Goodman. Después, Tavernier volvió a Francia con la cinta de época "La princesa de Montpensier / La princesse de Montpensier" (2010), la divertida sátira política adaptación del cómic "Crónicas diplomáticas / Quai d’Orsay" (2012) y el documental "Las películas de mi vida / Viaje por el cine francés / Voyage à travers le cinéma français" (2016), un viaje por el cine francés de la segunda mitad del siglo pasado, que se terminó convirtiendo en su testamento cinematográfico, un desenlace coherente para la vida de un hombre que amó el cine por encima de todas las cosas.
En ese documental el cineasta francés dice que "los cineastas tienen que creer que el cine puede hacer que las cosas se muevan, tienen que creer, pensar que `van a cambiar el curso de la historia´, como le decía Renoir, y al mismo tiempo, hay que tener la humildad de pensar que, si conmueves a dos personas, ya has conseguido algo extraordinario".
Así, bajo la esperanza de conmover y conseguir algo extraordinario, el mundo le dice adiós al francés que posiblemente murió por la misma razón que vivió: por responsabilidad moral con la vida, o por el puro amor al séptimo arte con el que pretendía mostrarlo. Por eso, o por simple entusiasmo.
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