Colaboración: Una charla en otoño con Stanley Donen
- por © NOTICINE.com
Por Jon Apaolaza
En cerca de cuarenta años de ejercicio del periodismo, he vivido algunos momentos en los que me he sentido especialmente afortunado por tener la oportunidad de conocer personalmente y/o entrevistar a algunos de los profesionales del cine que más y mejor me habían hecho soñar, emocionarme, reir, llorar y en suma disfrutar ante una pantalla. No han sido muchos, porque mi mitomanía se agotó bastante rápido, pero sobre todo el cruce con grandes figuras del Hollywood clásico me dejó una huella indeleble y el pensamiento de que por cosas como esas merecía la pena esta profesión, ingrata en tantos aspectos. Una de esas entrevistas inolvidables se desarrolló un día de octubre de 1989 en la Seminci de Valladolid, con el gran bailarín, coreógrafo y cineasta Stanley Donen, la leyenda que nos regaló gloriosos musicales como "Un día en Nueva York / On the Town", "Cantando bajo la lluvia / Singin' in the Rain" o "Una cara con ángel / Una cenicienta en París / Funny Face", además de algunas de mis películas favoritas en otros géneros, como "Charada" o "Dos en la carretera / Two for the Road".
Al enterarme, este pasado fin de semana, de que dejó de respirar a los 94 años, recordé aquella conversación, busqué la cassette donde la grabé, me costó encontrar una grabadora que quisiera funcionar, y pude por fin escuchar la voz pausada de Donen, casi tres décadas después de que sonora en un salón del hotel Olid Melía. Aquel día me contó su propia película, que -como él mismo reconoció- no era muy diferente de las que tantas veces hemos visto en el cine... Apasionado por el baile a través de los musicales de los años 30, por el claqué de Fred Astaire, se fue a Nueva York desde la América profunda en la que se había criado y había ido a clases de baile desde niño, en cuanto terminó el Instituto. "Ni me esperé a la fiesta de graduación", me decía. Y, como en las películas, llegó a la gran ciudad, buscó trabajo, primero como bailarín y luego como ayudante de coreógrafo, y desde Broadway volvió a hacer la maleta y saltó a Los Angeles, y allí repitió el proceso, bailando, diseñando coreografías, y le nacieron las ganas de dirigir. Me explicó cómo conoció a Gene Kelly y empezaron a trabajar juntos en el cine, hasta que consiguieron que les permitieran realizar una película codo a codo.
Fascinado ante la narración, me podía imaginar lo que debió sentir Stanley Donen cuando en 1950, siendo aún veinteañero, debutó en solitario como realizador en Hollywood con "Bodas reales / Royal Wedding", que precisamente protagonizó Fred Astaire, el hombre por el que él mismo se hizo bailarín y se enamoró del show business. El cineasta hablaba con absoluto respeto y admiración de todas las grandes figuras que había tenido la oportunidad de dirigir, y me los enumeró, el propio Astaire, su colaborador Gene Kelly, Cary Grant, Audrey Hepburn, Ingrid Bergman... muchos más, y aseguró que eran todos grandes profesionales, que se habían tomado su profesión con absoluta seriedad, "que se habían hecho a sí mismos". Ese espíritu de perfección es el que guió igualmente los pasos de Donen hasta casi la obsesión.
Una de mis películas de cabecera siempre fue "Dos en la carretera / Two for the Road", y de ella dijo que era quizás su proyecto más personal, ya que la historia que contaba -aunque el guión fuese de Frederic Raphael- era un poco la de la crisis de su propio matrimonio. También hizo referencia a su voluntad de innovar en la narración saltándose la linealidad temporal y -añadiría yo- creando algunas de las elipsis más originales de la época.
Hoy, cuando lloramos a Stanley Donen, quien no dudaba en cada presentación pública -incluido su homenaje en la Seminci- en dar unos pasos de claqué por el escenario, desafiando a los años, no podemos ignorar que este hombre que fue capaz de hacer realidad sus sueños adolescentes como en una película, resultó demasiado pronto "prejubilado" por la industria, en los 80, después de una comedia que pasó injustamente desapercibida, como fue "Lío en Río / Echale la culpa a Rio / Blame It to Rio". Algunos han hablado de él como el último director que quedaba del Hollywood dorado. No se si lo era, pero sin duda, para mí si fue uno de los mejores, sin estridencias ni personalismos, sin atribuirse todos los honores, pero con la satisfacción de perseguir hasta el final la perfección.
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En cerca de cuarenta años de ejercicio del periodismo, he vivido algunos momentos en los que me he sentido especialmente afortunado por tener la oportunidad de conocer personalmente y/o entrevistar a algunos de los profesionales del cine que más y mejor me habían hecho soñar, emocionarme, reir, llorar y en suma disfrutar ante una pantalla. No han sido muchos, porque mi mitomanía se agotó bastante rápido, pero sobre todo el cruce con grandes figuras del Hollywood clásico me dejó una huella indeleble y el pensamiento de que por cosas como esas merecía la pena esta profesión, ingrata en tantos aspectos. Una de esas entrevistas inolvidables se desarrolló un día de octubre de 1989 en la Seminci de Valladolid, con el gran bailarín, coreógrafo y cineasta Stanley Donen, la leyenda que nos regaló gloriosos musicales como "Un día en Nueva York / On the Town", "Cantando bajo la lluvia / Singin' in the Rain" o "Una cara con ángel / Una cenicienta en París / Funny Face", además de algunas de mis películas favoritas en otros géneros, como "Charada" o "Dos en la carretera / Two for the Road".
Al enterarme, este pasado fin de semana, de que dejó de respirar a los 94 años, recordé aquella conversación, busqué la cassette donde la grabé, me costó encontrar una grabadora que quisiera funcionar, y pude por fin escuchar la voz pausada de Donen, casi tres décadas después de que sonora en un salón del hotel Olid Melía. Aquel día me contó su propia película, que -como él mismo reconoció- no era muy diferente de las que tantas veces hemos visto en el cine... Apasionado por el baile a través de los musicales de los años 30, por el claqué de Fred Astaire, se fue a Nueva York desde la América profunda en la que se había criado y había ido a clases de baile desde niño, en cuanto terminó el Instituto. "Ni me esperé a la fiesta de graduación", me decía. Y, como en las películas, llegó a la gran ciudad, buscó trabajo, primero como bailarín y luego como ayudante de coreógrafo, y desde Broadway volvió a hacer la maleta y saltó a Los Angeles, y allí repitió el proceso, bailando, diseñando coreografías, y le nacieron las ganas de dirigir. Me explicó cómo conoció a Gene Kelly y empezaron a trabajar juntos en el cine, hasta que consiguieron que les permitieran realizar una película codo a codo.
Fascinado ante la narración, me podía imaginar lo que debió sentir Stanley Donen cuando en 1950, siendo aún veinteañero, debutó en solitario como realizador en Hollywood con "Bodas reales / Royal Wedding", que precisamente protagonizó Fred Astaire, el hombre por el que él mismo se hizo bailarín y se enamoró del show business. El cineasta hablaba con absoluto respeto y admiración de todas las grandes figuras que había tenido la oportunidad de dirigir, y me los enumeró, el propio Astaire, su colaborador Gene Kelly, Cary Grant, Audrey Hepburn, Ingrid Bergman... muchos más, y aseguró que eran todos grandes profesionales, que se habían tomado su profesión con absoluta seriedad, "que se habían hecho a sí mismos". Ese espíritu de perfección es el que guió igualmente los pasos de Donen hasta casi la obsesión.
Una de mis películas de cabecera siempre fue "Dos en la carretera / Two for the Road", y de ella dijo que era quizás su proyecto más personal, ya que la historia que contaba -aunque el guión fuese de Frederic Raphael- era un poco la de la crisis de su propio matrimonio. También hizo referencia a su voluntad de innovar en la narración saltándose la linealidad temporal y -añadiría yo- creando algunas de las elipsis más originales de la época.
Hoy, cuando lloramos a Stanley Donen, quien no dudaba en cada presentación pública -incluido su homenaje en la Seminci- en dar unos pasos de claqué por el escenario, desafiando a los años, no podemos ignorar que este hombre que fue capaz de hacer realidad sus sueños adolescentes como en una película, resultó demasiado pronto "prejubilado" por la industria, en los 80, después de una comedia que pasó injustamente desapercibida, como fue "Lío en Río / Echale la culpa a Rio / Blame It to Rio". Algunos han hablado de él como el último director que quedaba del Hollywood dorado. No se si lo era, pero sin duda, para mí si fue uno de los mejores, sin estridencias ni personalismos, sin atribuirse todos los honores, pero con la satisfacción de perseguir hasta el final la perfección.
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