Colaboración: Nunca pasa nada
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Por Sergio Berrocal
Nunca había sentido la angustia de la página blanca, como le llaman bonitamente los poetas a la imposibilidad de contar, de escribir, de teclear en el ordenador viendo como en la pantalla aparece una historia, una intención, letras, palabras, cosas que había que decir. Llevo doce días en dique seco. Las ideas no quisieren saltar a la pantalla. O quizá es que hay tanto y tan terrible que contar que las teclas se niegan a elegir entre tanta basura, tanta y tan tremenda falta de moral, de ética, de vida, de muerte y de no sé qué.
Quería hablarles del susto que hace ya nos llevamos cuando Donald Trump fue elegido Presidente de los Estados Unidos. Los más impresionables creímos que era el fin de una era, que el mundo entraba en un tsunami de desazón. Oíamos en aquella mañana los cascos de los caballos del Apocalipsis.
Diez días después no había habido caballos ni había pasado nada salvo que la Casa Blanca no la ocupaba una señora demócrata llamada Hillary Clinton sino un señor llegado del mundo del circo televisivo, multimillonario republicano desde su nacimiento y que decía cosas tremendas por tuits; ni se molestaba en hacer grandes proclamaciones en papel de barba y en letra gótica.
Temblamos por esos pobres norteamericanos que lo habían elegido. Y no pasó nada. Ha pasado el tiempo y todo sigue igual, es decir peor. Trump reina como un déspota, propulsa las acciones más descabelladas como genialidades y el mundo calla. Hasta se habla de que le den el premio Nobel de la Paz.
Un poco más abajo, en Brasil eligen un nuevo presidente, que no es Lula da Silva como los sondeos lo decían. Para evitarlo, unos jueces de película del Oeste le metieron en la cárcel porque sí. Y eligen, pobres brasileños a un militar con alma de militar que también es diputado de la ultraderecha más dura. Jair Bolsonaro, gran desconocido pero apoyado por la todopoderosa iglesia evangélica. El primero en felicitarle ha sido Trump. Sobran los comentarios.
En Turquía se descubre que los demócratas de Arabia Saudita, los millonarios del mundo, no en pesos, dólares o euros, sino en petróleo indispensable, han cometido una barrabasada mandando asesinar y probablemente descuartizar a un periodista saudí muy influyente. Mientras a él lo mataban en el consulado de Arabia Saudí en Estambul, su novia le esperaba en la puerta. Foto sin comentario.
Los caballos del Apocalipsis relincharon con fuerza y el mundo volvió a tener miedo. Pero no pasó nada, porque nunca pasa nada que nosotros podamos resolver,
Se habló de castigar a Arabia Saudita, como si fuera posible darle dos bofetadas a un país que con su poderío económico compra todos los juguetes caros que se producen en Occidente, como armas a porrillo y aviones de lo más sofisticados, el Rafale 2000 francés por ejemplo.
Se dice que hay que boicotear a ese país del desierto de los derechos humanos negándose a venderle armas, barcos, aviones sin pensar que cientos de miles de personas quedarían sin empleo. Porque los aviones, por mucho daño que hagan los fabrican manos humanas que quizá hacen donativos a organizaciones pacifistas. Y se nos olvida que cuando se construyen bombas los países funcionan porque tienen menos paro. Y así.
Las conciencias, las grandes conciencias de Occidente, se exaltan. No vendamos bombas porque matarán a yemenitas, que son unos infelices. No vendamos aviones porque arrasarán con todo lo que se les ponga por medio en Siria.
La solución tiene que ser siempre pragmática. Hay que permitir que Arabia Saudita descuartice a un periodista, uno más, por dios, pero si en México los matan a tiros, en los países africanos no hablemos y… Y a callar, la moral de la cotización del dólar ha hablado. Dejemos que siga girando el mundo que no cambiaremos nada.
Occidente, es decir, los países que construyen barquitos, bombas, fusiles, cañones, aviones invisibles y todo tipo de armamento tienen que darse cuenta de que es su sino. No pueden hacer otra cosa. O venden armas o las plazas de sus ciudades se les llenaran de manifestantes pidiendo trabajo.
Dependemos del imperialismo de los no muy poderosos. Pero tengan en cuenta que Arabia Saudita y sus satélites del golfo son países civilizados. Es verdad que cortan manos por robar, que las mujeres apenas empiezan a conducir un coche, pero si no las dejaban es probablemente porque con velo podían matarse. Es verdad que no respetan ni el principio del principio de los derechos humanos. Pero ellos no lo sabían. Esos derechos humanos los inventaron los países de Occidente, los mismos que se arrodillan para que el Rey de los desiertos les compre aviones invendibles en otras guerras, bombas de las más perfeccionadas.
A cambio hay que decir que en esos países hay muchos museos. Que en Abu Dabi ha abierto sus puertas incluso una réplica del Louvre de París. Pero, ¿qué queremos más? Es cierto que vendemos armas terriblemente mortíferas, pero a cambio también nos compran pedacitos de cultura. Pero, oiga amigo, si hasta han autorizado los cines. Ya tienen cine, es decir que están entrando en la civilización de la imagen cuando nosotros estamos saliendo.
Pero todo se andará. Deberíamos de pensar que la venta de armas ha sido la que ha permitido introducir el cine en Arabia Saudita. Hasta Dios tardó siete días para hacer el mundo. Dejemos que la gente del Golfo Pérsico haga su propia revolución cultural y cuando menos se espere cambiaran balas y obuses por entradas de cine o de museo. La civilización empezó con Gengis Khan. El único problema es que ellos tienen un cierto retraso.
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Nunca había sentido la angustia de la página blanca, como le llaman bonitamente los poetas a la imposibilidad de contar, de escribir, de teclear en el ordenador viendo como en la pantalla aparece una historia, una intención, letras, palabras, cosas que había que decir. Llevo doce días en dique seco. Las ideas no quisieren saltar a la pantalla. O quizá es que hay tanto y tan terrible que contar que las teclas se niegan a elegir entre tanta basura, tanta y tan tremenda falta de moral, de ética, de vida, de muerte y de no sé qué.
Quería hablarles del susto que hace ya nos llevamos cuando Donald Trump fue elegido Presidente de los Estados Unidos. Los más impresionables creímos que era el fin de una era, que el mundo entraba en un tsunami de desazón. Oíamos en aquella mañana los cascos de los caballos del Apocalipsis.
Diez días después no había habido caballos ni había pasado nada salvo que la Casa Blanca no la ocupaba una señora demócrata llamada Hillary Clinton sino un señor llegado del mundo del circo televisivo, multimillonario republicano desde su nacimiento y que decía cosas tremendas por tuits; ni se molestaba en hacer grandes proclamaciones en papel de barba y en letra gótica.
Temblamos por esos pobres norteamericanos que lo habían elegido. Y no pasó nada. Ha pasado el tiempo y todo sigue igual, es decir peor. Trump reina como un déspota, propulsa las acciones más descabelladas como genialidades y el mundo calla. Hasta se habla de que le den el premio Nobel de la Paz.
Un poco más abajo, en Brasil eligen un nuevo presidente, que no es Lula da Silva como los sondeos lo decían. Para evitarlo, unos jueces de película del Oeste le metieron en la cárcel porque sí. Y eligen, pobres brasileños a un militar con alma de militar que también es diputado de la ultraderecha más dura. Jair Bolsonaro, gran desconocido pero apoyado por la todopoderosa iglesia evangélica. El primero en felicitarle ha sido Trump. Sobran los comentarios.
En Turquía se descubre que los demócratas de Arabia Saudita, los millonarios del mundo, no en pesos, dólares o euros, sino en petróleo indispensable, han cometido una barrabasada mandando asesinar y probablemente descuartizar a un periodista saudí muy influyente. Mientras a él lo mataban en el consulado de Arabia Saudí en Estambul, su novia le esperaba en la puerta. Foto sin comentario.
Los caballos del Apocalipsis relincharon con fuerza y el mundo volvió a tener miedo. Pero no pasó nada, porque nunca pasa nada que nosotros podamos resolver,
Se habló de castigar a Arabia Saudita, como si fuera posible darle dos bofetadas a un país que con su poderío económico compra todos los juguetes caros que se producen en Occidente, como armas a porrillo y aviones de lo más sofisticados, el Rafale 2000 francés por ejemplo.
Se dice que hay que boicotear a ese país del desierto de los derechos humanos negándose a venderle armas, barcos, aviones sin pensar que cientos de miles de personas quedarían sin empleo. Porque los aviones, por mucho daño que hagan los fabrican manos humanas que quizá hacen donativos a organizaciones pacifistas. Y se nos olvida que cuando se construyen bombas los países funcionan porque tienen menos paro. Y así.
Las conciencias, las grandes conciencias de Occidente, se exaltan. No vendamos bombas porque matarán a yemenitas, que son unos infelices. No vendamos aviones porque arrasarán con todo lo que se les ponga por medio en Siria.
La solución tiene que ser siempre pragmática. Hay que permitir que Arabia Saudita descuartice a un periodista, uno más, por dios, pero si en México los matan a tiros, en los países africanos no hablemos y… Y a callar, la moral de la cotización del dólar ha hablado. Dejemos que siga girando el mundo que no cambiaremos nada.
Occidente, es decir, los países que construyen barquitos, bombas, fusiles, cañones, aviones invisibles y todo tipo de armamento tienen que darse cuenta de que es su sino. No pueden hacer otra cosa. O venden armas o las plazas de sus ciudades se les llenaran de manifestantes pidiendo trabajo.
Dependemos del imperialismo de los no muy poderosos. Pero tengan en cuenta que Arabia Saudita y sus satélites del golfo son países civilizados. Es verdad que cortan manos por robar, que las mujeres apenas empiezan a conducir un coche, pero si no las dejaban es probablemente porque con velo podían matarse. Es verdad que no respetan ni el principio del principio de los derechos humanos. Pero ellos no lo sabían. Esos derechos humanos los inventaron los países de Occidente, los mismos que se arrodillan para que el Rey de los desiertos les compre aviones invendibles en otras guerras, bombas de las más perfeccionadas.
A cambio hay que decir que en esos países hay muchos museos. Que en Abu Dabi ha abierto sus puertas incluso una réplica del Louvre de París. Pero, ¿qué queremos más? Es cierto que vendemos armas terriblemente mortíferas, pero a cambio también nos compran pedacitos de cultura. Pero, oiga amigo, si hasta han autorizado los cines. Ya tienen cine, es decir que están entrando en la civilización de la imagen cuando nosotros estamos saliendo.
Pero todo se andará. Deberíamos de pensar que la venta de armas ha sido la que ha permitido introducir el cine en Arabia Saudita. Hasta Dios tardó siete días para hacer el mundo. Dejemos que la gente del Golfo Pérsico haga su propia revolución cultural y cuando menos se espere cambiaran balas y obuses por entradas de cine o de museo. La civilización empezó con Gengis Khan. El único problema es que ellos tienen un cierto retraso.
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