Colaboración: Ricos, pobres

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Dos Passos
Por Sergio Berrocal    

 Hay momentos que hasta esa novela de John Dos Passsos que has releído cuatro o cinco veces te parece insulsa, sin interés, posada, y te preguntas cómo puñetas te entusiasmó tanto no hace tanto tiempo. Son situaciones tan machacadamente teatrales que al lado tu libro sobre Brasil te parece de un realismo terrorífico.

¿Cómo han podido existir, cómo pueden existir dos mundos, el de Dos Passos en “La grosse galette” y el mío, “Lula y otros gladiadores”. El que yo viví hace unos dieciocho años, y dicen que nada ha cambiado que todo va a peor, en un Brasil donde siempre la extrema pobreza ha tenido que convivir con la indigencia más nefasta, la del hambre del cuerpo.

Te asqueas, te asquea que esos dos mundos tan diferentes, el de la riqueza de unos pocos de un Hollywood lleno de mentecatos, descerebrados y millonarios, y el otro, el de la prostitución como base para sobrevivir para algunos, sobre todo para algunas, puedan estar en el mismo mundo.

La prostitución se mide con mucho dinero y según organismos internacionales cono UNICEF, dependiente de Naciones Unidas, las últimas cifras (2014) hablaban de 250.000 menores prostituidos en Brasil. Aquí se cuentan niños en edad de escuela elemental o mocitas en edad de merecer.

Amigos de Fortaleza, la capital del nordeste, la región más pobre del país, nos llevaron una noche a un establecimiento al aire libre donde la prostitución voluntaria no estaba nada lejos. Muchas muchachas se vendían por ellas mismas y para poder ayudar a sus familias, la mayoría con niños, que sin tener un pedazo de pan que llevarse a la boca podían caer en la tentación. Aunque me parte el alma recordar que alguien que merecía toda nuestra confianza nos contaba que algunos padres mandaban a sus niños pequeños a ganarse la vida ofreciéndose a los extranjeros, grandes consumidores de carne infantil.

Pero aquella noche estábamos entre gente que sabía lo que hacía aunque en este baile la mayoría de las muchachas no fueran realmente mayores.

“Una noche de locura en el "Pirata", versión moderna de aquel baile de militares, donde los uniformados con chicle han sido reemplazados por muchos turistas extranjeros, el propietario de la casa, un franco-portugués, afincado hace ya años en Brasil, donde empezó su vida tratando de pescar langostas, me ofreció una pincelada social que yo les libro tal cual.

"Para muchas muchachas pobres que acuden aquí a menudo – contaba –, la prostitución no es más que una forma de tomarse la justicia por su mano, de pegarle un susto a esa mala suerte que ha hecho que nazcan en casas miserables, donde algunas de ellas son violadas por los padres, por los tíos. Salen asqueadas y traumatizadas y cuando se encuentran con un guapo extranjero, le hacen caso. Yo podría presentarte a más de una. A Erika, por ejemplo, que estaba ahí, bailando, hace un rato, con su amigo italiano. Le conoció aquí, en Fortaleza, y se enamoraron. Ella sabe perfectamente que sus relaciones terminarán cuando él vuelva a tomar el avión de regreso a casa, pero no le importa. El muchacho la adora, la viste como una princesa y le da dinero para todos sus caprichos. De este modo, la chica pudo frecuentar durante aquel verano los mismos salones de té, los mismos restaurantes, los mismos bailes, como éste, donde hasta entonces sólo acudían las señoras de la alta sociedad, acompañadas o no de sus maridos. Algunas de esas señoronas se sintieron francamente escandalizadas al tener que codearse con semejantes criaturas y las denunciaron para que la policía las detuviese por prostitución. Y puedo asegurarte que Erika, que ahora ya volverá a quedarse sola, no aceptó ni un céntimo de su amor de turismo durante el tiempo que vivieron juntos".

El baile del que habla Dos Passos en “La grosse galette” es muy distinto. Un acontecimiento de lo más mundano y de lo más elegante:

“Margoliés la esperaba en el vestíbulo lleno de candelabros esplendorosos. Una orquesta animaba el baile. El se la llevó al otro lado, cerca de la chimenea. Irwin Harris y Mr. Hardbein… se acercaron y se inclinaron ante ella. Margoliés tendió una mano a cada uno de ellos sin siquiera mirarles, y de espaldas a la muchedumbre, se sentó cerca del fuego en un inmenso sillón esculpido… Mr. Harris sacó a Margot a bailar. Luego todo sucedió como solía pasar en cualquier otra reunión de gente bien vestida…”

En aquel baile al aire libre de Fortaleza, el ramillete de muchachas bellas y dispuestas estaba modestamente vestida, excepto aquella o aquellas que ya habían conseguido un novio extranjero con el que ella hacía vida en espera, o mejor dicho con la esperanza de que se la llevara a Europa cuando él terminase sus vacaciones. Qué diferencia de mundos.

“Algunos observadores consideran que el de la prostitución es el camino que muchos niños, niñas y adolescentes prefieren para conseguir más fácilmente dinero, aunque sólo sea unos cuantos reales. Esa moral aleccionadora de los países ricos da risa cuando toda una familia se está muriendo de hambre y sólo existe la cara bonita de una muchacha, apenas salida de la infancia, para ayudar a poner en la mesa aunque sea los eternos frijoles y arroz.

Mientras miles de periodistas, esos observadores que suelen citarse en los medios de comunicación, asistíamos sin más arma que la rabia a esa proliferación de la prostitución infantil en Brasil, el gobierno publicaba estudios en los que insistía en que la pobreza y la desigualdad social no explican totalmente la existencia de cuatro millones de niños metidos a mayores y que hay que ver en ello igualmente ese trasfondo « cultural » antes citado.

Lo curioso es que a veces se enredaban en sus propias explicaciones y llegaban a decir que la culpa de todo la tiene la famosa globalización en la que precisamente estaban empeñados todos los esfuerzos del gobierno de Fernando Henrique Cardoso. "El trabajo infantil – reza un estudio de la Presidencia de la República de 1997 – constituye uno de los principales desafíos sociales que está enfrentando Brasil (…). El problema, que está muy enraizado en la historia social brasileña, se agrava por el proceso de globalización (…). Combatir el trabajo infantil es una tarea compleja en un país que presenta distintas características en sus distintas regiones. El trabajo de los niños, con frecuencia asociado a la pobreza y a la desigualdad, constituye una forma perversa para la movilidad social inter e intrarregional (sic)".

“Y con un cinismo, digno de mejor causa, ese libelo que todavía conservo concluía: «La participación precoz de los niños en la fuerza de trabajo es una de las consecuencias de una adversa situación económica y social que compromete el bienestar de las familias".

Lo que esa bonita fórmula quiere decir en cualquier lugar del mundo es que, mientras exista pobreza, existirán niños sometidos a una explotación laboral inhumana.

En las grandes capitales, como Brasilia o Río de Janeiro, es frecuente encontrar a niños apenas salidos de los pañales haciendo de guardacoches o de empaquetadores en grandes almacenes. Los que consiguen meterse en esos menesteres son los aristócratas de la mendicidad infantil.

Con un poco de suerte, a lo mejor ni tienen que prostituirse. Porque allá en el horizonte, perdidos en las plantaciones de caña de azúcar del nordeste, es donde se oculta la verdadera fuente de trabajo de esta mano de obra que en muchos casos no levanta la cabeza del suelo de sol a sol por unos cuantos reales al día, apenas los suficientes para no morirse de hambre. También es cierto que esos chiquillos que sudan con las manos ensangrentadas desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde, o que a veces trabajan en plantaciones donde se les asignan traba- jos tan peligrosos como el que supone el constante manejo de insecticidas, sin la menor protección, no son finalmente tan desgraciados. Por lo menos viven y hasta tienen una familia. Los hay a los que el destino ha jugado una trastada mayor, como los llamados meninos das ruas, esos menores que viven, crecen y a veces mueren en las calles de las grandes metrópolis, en las que aprenden a drogarse con crack o con la última droga sucia y barata que llega al mercado. Algunos roban, otros participan en la venta de drogas, otros se prostituyen. Pero sus manos no sangran en de las empuñaduras de los machetes que asustan hasta a los mayores”.

 Por aquellos años míos brasileños, hasta el 2000, la prostitución y sobre todo la de los niños era una problemática pavorosa. El gobierno decía combatirla advirtiendo a los turistas de que no cayesen en la tentación y otras bromas por el estilo. Había carteles pero creo sinceramente que el esfuerzo de las autoridades se paraba ahí. Una antigua asistente mía en Brasil me advierte ahora, en marzo de 2018, que el problema sigue siendo agudo: “Poremnao se faz nada para acabar nem punir”. Claramente, “las autoridades no hacen nada para acabar con el problema pero tampoco para castigar a los culpables”.

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