Colaboracion: Un beso

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El primer beso de la historia del cine

Por Sergio Berrocal    

Son las O7h00, según el meridiano que rige en esta parte del mundo, el culo de Europa, con el mar Mediterráneo como frontera natural de África, desde donde cientos de hombres, mujeres, niños y embarazadas, que viven paupérrimamente, se juegan la vida, y muchas veces la pierden, lanzándose al mar en embarcaciones en las que un padre no metería a su hijo para jugar en una bañera.

Son las siete de la mañana de un día más y de un día menos en tu personal reloj que ya no da las horas como le pedía aquel bolerista, el mexicano Luis Miguel.

Las siete y ya las radio están galopando sobre las noticias del día o las no noticias del día que son las más frecuentes, las más facilonas y las más manejables. La gente que se ha despertado ya para ir a trabajar está con la taza de café en una mano y con un oído perdido en la radio que relata todo lo malo desde ayer hasta el momento de establecer la conexión.

Un Beatle, aunque quizá sea uno de los Bee Gees, te acompaña en esta mañana de tristeza, porque antes de que se levante el sol ya se sabe, y sobre todo cuando el cielo, maldito cielo que no se sabe dónde está, anuncia lluvia, ya, lluvia de primavera de invierno de las que se llevan en este paraíso del sol.

El semanario cubano Bohemia, en un adelanto telemático que recibes todas las mañanas, cuenta que ya se ha encontrado de dónde viene la ansiedad, quizá la tuya que te acogota.

“Llamamos a estas células de ansiedad porque solo se activan cuando los animales están en lugares que son inherentemente atemorizantes para ellos. Para un ratón, es un área abierta donde están más expuestos a los depredadores o una plataforma elevada”, explicó Rene Hen, profesor de Psiquiatría en CUIMC.”.

Te agarras un lindo cabreo porque no te dicen cómo atajar la ansiedad, por muy profesor norteamericano que sea ese señor.

El Beatle o el Bee Gees de guardia sigue tocando y cantando. Ya no falta más que Leonard Cohen para tener que echar mano a un descafeinado con leche, porque el güisqui a estas horas no apetece, a menos que se esté tan desesperado como el viejo amante de la juvenil y recién estrenada Marilyn Monroe en “Jungla de asfalto”.

No han encontrado cómo curar la ansiedad pero tampoco la melancolía, esa mala compañera de todas las mañanas, todos los mediodías y todas las noches, de todas las horas que vives. Pero ya sabes que no la quieres soltar porque hubo un tiempo que erais tan inseparables que algunos malavenidos pensaron que terminaríais casados.

Recuerdas un bolero que oíste una noche de cena en el salón más emblemático del Hotel Nacional de La Habana y crees que ya has dado con la clave. El bolero a fuertes dosis, e incluso aislado en un momento de fallo emocional, es en mucho el principal responsable de esa melancolía que hace muchos años vestía pero que ahora se ve con malos ojos. Lo peor es que ni un psiquiatra argentino es capaz de curarla.

Estás tan solo en todo esto de la vida que te da vergüenza decir que en la casa silenciosa de las primeras horas de la mañana no tienes un mal beso que llevarte a los labios. Eres tú el que tiene que darlo porque nadie cree que sea tan necesario para vivir. Es como si el médico te hubiese diagnosticado carencia de besos repetidos y no te diese la receta.

¡Cuántos besos no diste a tiempo! ¡Cuántos besos quedaste esperando durante días! Y en cuanto veías a una amiga, aunque la hubieses acabado de ver doce minutos antes, te abalanzabas sobre ella y con las ansias del náufrago que no avista la tierra le plantabas en las mejillas dos besos castos pero llorones, llenos de sentimiento.

Y cuando por fin te encontrabas con unos labios que se te tendían, a menudo, casi siempre, por casualidad, el beso llegaba frío, distante, casual como si no fuera para ti. Porque lo más seguro es que no te estaba destinado pero la señora tenía un surplus de besos y quiso aligerar la carga antes de seguir buscando donde darlos con alegría, aunque no fuera con amor.

¿Desde cuándo nadie te sonríe en la calle? ¿Desde cuándo alguien no te manda una sonrisa agradable y cálida? A cuento de todo esto viene lo que ha descubierto el escritor francés Kamel Daoud sobre la necesidad de que nos quieran y que publica en el semanario francés Le Point.

Un director de cine argelino ha hecho una encuesta para saber qué es para sus compatriotas el paraíso. Y Daoud nos revela que desde hace tiempo reina entre muchos esa preocupación de “vidas o de muertes”.

“Con los atentados, Occidente ha descubierto que la historia de las 72 vírgenes (que esperan a los combatientes caídos en acción) --dice el escritor—no es un exotismo de orientalistas, sino una tragedia del sentido de la vida que conduce a asesinatos y a desesperación. Es una negación de la vida que se compensa por una afirmación de la muerte…”

Por un beso, una caricia y un todo de las 72 vírgenes hay gente que mata, que asesina, sin razón aparente. Pero ahí está la causa: el ansia de que te amen, aunque sea después de la muerte, allá en ese paraíso hecho para los creyentes musulmanes.

Uno imagina que con los nuevos tiempos del feminismo triunfante en Estados Unidos, pronto las 72 vírgenes serán inaccesibles y los combatientes tendrán que irse a Barbés, distrito movidito de París. O a lo mejor, Alá lo quiera, renuncien a matarnos, con lo cual tendrán que buscar el paraíso en la puñetera tierra. Como cada hijo de vecina.

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