Colaboración: Mentiras nada piadosas

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El extinto teletipo

Por Sergio Berrocal   

La imbecilidad como palanca para manipular la credibilidad de la gente es un método de gobierno de la opinión pública que resurge con mucha fuerza con las llamadas fake news (noticias falsas), como si hasta ahora todas las informaciones publicadas en la prensa hubiesen sido religiosamente exactas.

Desde que la gente aprendió a comunicarse, probablemente en la Edad de Piedra o incluso en el Paraiso terrenal de la Biblia, la mentira ha sido la que más se ha propagado porque una noticia falsa da pie para dos noticias, la falsa y el desmentido.

Este concepto tan periodístico (dos por una) lo inventó una agencia de prensa norteamericana.

A menos así era cuando los periodistas de las otras agencias de información mundial descubríamos lo mal que nos había ido en el tratamiento de una información determinada ocurrida en cualquier lugar del mundo. La agencia en cuestión había sido preferida porque previamente había lanzado una información desvirtuada, más jugosa, más atractiva, una noticia exagerada (fake news) y acto seguido otra con un desmentido de la misma o una rectificación, lo que le aseguraba una especie de exclusividad ya que los periódicos, radios o televisiones que habían dado rédito a la primera noticia luego se veían obligados a publicar el desmentido del bulo.

Da risa que ahora unos cuantos exquisitos, probablemente surgidos de uno de los tribunales de la Inquisición que actualmente se ejerce por ente misteriosos en dominios como la sexualidad mundial, adviertan de la existencias de esas fake news con un aspaviento de novedad absolutamente sacada de lugar.

Pero, si ya en tiempos del rey Herodes se propalaba todo tipo de falsas verdades y auténticas especulaciones, cuando no tranquilamente mentiras, para conseguir objetivos como alarmar a la población, controlar a esa misma población o simplemente confundirla. No necesitaban periódicos ni emisoras de radio. Bastaba con los pregoneros que lo mismo anunciaban una fiesta que la decapitación de San Juan Bautista.

Detrás de las noticias falsas o de las medidas verdades lanzadas desde un teletipo ha habido, hay y siempre habrá una intención siniestra. Un rumor vehiculado a tiempo y hábilmente sobre el movimiento de las acciones puede causar un pánico en la bolsa.

Una noticia exagerada o totalmente falsa sobre Corea del Norte, ahora que Trump y su interlocutor norcoreano han asegurado que siempre tienen a mano el botón nuclear, consigue hacer bajar o subir acciones de productos o empresas relacionadas con los países y la ocasión.

 No hay que escandalizarse. Antes, las fake news, las falsas noticias, se designaban sencillamente con el término de manipulación informativa. Y son de todos los tiempos.

El autor de "El Barbero de Sevilla", Pierre Auguste Caron de Beaumarchais, había recorrido toda Europa por orden del Rey para comprar y destruir un panfleto muy leído sobre la reina María Antonieta. Algunos historiadores afirman que el autor de éste librito nada agradable para la reputación de la soberana era el propio Beaumarchais. Con lo cual es fácil comprobar que el cinismo en ese dominio no ha sido inventado en el siglo XXI.

Ya en este siglo, uno de los hombres que mejor ha sabido manipular a la prensa es Bill Clinton, presidente de los Estados Unidos, quien con un maquiavelismo descomunal consiguió que su "idilio" con Monica Lewinski, que políticamente le costó una millonada, le valiera una subida en las quinielas de la popularidad.

Con el mismo descaro, logró justificar su bárbaro ataque contra Yugoslavia con el pretexto de que había que salvar a una minoría étnica en Kosovo. Evitar esa pseudo limpieza le permitió aplastar a toda una nación que tardará muchísimos años en reponerse de los ataques de la aviación norteamericana vía la OTAN y que todavía se pregunta por qué le hicieron pagar un pecado en la que la inmensa mayoría de los yugoslavos nada tenía que ver.

Pero escudándose en una acción humanitaria hábilmente repercutida por el canal de televisión más poderoso del mundo en materia informativa, o desinformativa, CNN, cuyo propietario era un amigo personal suyo, el risueño Clinton consiguió su propósito belicista.

De la misma manera, George Bush, con el falaz el pretexto de frenar al sanguinario dictador iraquí Saddam Hussein, había organizado una guerra relámpago contra Irak que ningún periodista del mundo pudo seguir sobre el terreno en sus primeros momentos. CNN, una vez más, fue la encargada de dar cuenta de las batallas, olvidando por supuesto la matanza de inocentes.

Sería, pues, ilusorio creer que los grandes de este mundo, y los menos grandes, no cuentan con medios para intervenir cuando el caso se presenta y manipular a los informadores para evitar otra manipulación (fake news) que para ellos puede traducirse en una catástrofe.

Desde John F. Kennedy a Charles De Gaulle, pasando por Clinton, la influencia de la publicidad indirecta (apenas una variante de fake news) que constituye, se quiera o no, toda intervención de un periodista para hablar de alguien, ha sido reconocida sin la menor reticencia.

Cierto, es totalmente utópico querer informar sobre un hecho, un personaje, o una cosa, y pretender guardar distancias con el fenómeno publicitario.

Todos los especialistas en relaciones públicas, acostumbrados a las falsas noticias promocionales, las malditas fake news, saben que la mejor manera de comunicar su mensaje", es decir, vender el producto que se les ha encargado --una actriz de cine, un libro, un microondas que da mejor gusto a las comidas--, es utilizar al periodista, convencerle de que al público le interesaría que hablase de lo que él quiere que se hable.

Y como el periodista, por experimentado que sea, es en definitiva un señor como otro cualquiera, que a veces cree realmente servir el interés del público, puede dejarse manipular como el ama de casa a la que la tele ha convencido de que la lavadora tal le da una ropa más blanca, puede caer perfectamente en la trampa.

Esa es la buena manipulación. La mejor fake news. Mentiras nada piadosa sino interesada al máximo.

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