Colaboración: Erratas de cine
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Por Sergio Berrocal
Gusto de una noche de película, la lluvia al amanecer, al anochecer y en plena madrugada en un motel donde nunca irás. En una época en que le era imposible exteriorizar la menor emoción, cuando el oftalmólogo decretó que padecía de ojos secos, algunas películas habían conseguido que se le saltaran las lágrimas y llegar al borde del orgasmo del llanto liberador, el de los berrenchines de los niños.
Aprendió con el cine que los sentimientos que él no sabía expresar, tal vez porque se los habían prohibido en otra vida, en otra dimensión, eran expresiones normales de cualquier hijo de vecina madre soltera.
Los personajes que de un modo u otro se reflejaban en la otra dimensión, la inalcanzable, tanto como algunas secuencias de películas en colores, le fascinaban.
Era difícil entender cómo una mujer salida de la nada como Brigitte Bardot, por mucho que dijeran que tenía un papá coronel, a menos que fuese su amiga Catherine Deneuve, se convertía en un mito de carne y hueso que no necesitaba estar en la carnicería para provocar las colas del triunfo.
Descubrí a tiempo que una foto o un trozo de película podía hacer que cualquiera se convirtiese en alguien con dni y foto de identidad garantizada por Naciones Unidas y sus pasaportes Nansen.
Françoise Sagan, más presente por su vida en coches ingleses bajos e inconfortables que finalmente se estrellaban, como en un tio vivo tonto, parecía más real que a través de la novela que en su momento fue un atasco de éxito, "Bonjour tristesse".
Brigitte Bardot, con un talento innato por la vida gozosa, tuvo una suerte indecente, de cocu dicen los franceses, de cornudo vaya, que pocas veces le toca a alguien; se había convertido en una especie de diosa que el mundo entero veneraba a través de películas inmunes a la desesperación.
Todo magia, pura magia, la estrella que misteriosamente se encarnó en una persona, sola persona, ganadora, entre millones de jugadores.
Ya de mayor, cuando creía saberlo todo o por lo menos creía conocer las reglas esenciales de la indecencia necesaria para andar por las calles después de las seis y media pm, un plano de una película, una foto blanco y negro, casi escondida en una revista, le volvía a enseñar que solo la magia, lo maravilloso, puede rescatar a alguien profundamente marcado para el fracaso puede finalmente progresar adecuadamente hacia el éxito, el taquillazo que da sonrisa y confiere estatuillas y suntuosas cuentas bancarias.
La cámara de algún fotógrafo, el ojo de algún cíclope enajenado por el cine, el aura de más de un actor o actriz, que aquí de machistas nada, conservaba magia perruna.
La vida no puede ser maravillosa, espléndida, untada de caviar Beluga con toques de salmón virgen del mar Muerto y matado tres veces, por los bolcheviques, por los comunistas y por los norteamericanos en campaña de limpieza étnica con tendencias seguras y ciertas hacia la perfección de MacCarthy bañándose en el lago Tiberiades un primero de enero del año 13 antes de Cristo.
París nunca valió una misa como pretendía aquel rey amanerado y renegador de la fe. En realidad vale muchas novenas dichas y hechas con jabón Palmolive hasta llegar a las afueras del paraíso, en el barrio de Montmartre donde empieza el calvario de las calles empinadas que Jesús no conoció porque estaba en Jerusalén y los malos eran romanos y renegados de todas las bancas del mundo.
Nada tiene precio, ni siquiera un collar de diamantes como el que D’Artagnan tuvo que ir a rescatar a Londres en el expreso de las 12 gmt con parada en Normandía para que la reina, su pobre reina, pudiera lucirlo en el baile del rey y no pasar por una puta de un inglés sin pasaporte Nansen.
En realidad, nada tiene precio. El precio lo ponemos nosotros mismos, según nuestras posibilidades, neuras y créditos que pagar de inmediato, en diferido o al cabo de dos años y medio cuando hayas cobrado la herencia de la tía Pancracia. Pero casi siempre el sueño, los sueños, tiene, tienen un precio que por modesto que sea, aunque pueda convertirse en cómodos plazos de toda una vida de esfuerzo y sinsabores, es inabordable.
Hay épocas, casi todas, en las que la suerte, lo maravilloso, lo extraordinario, y las garrapatas del poder mal digerido con agua azucarada se convierten en agua de lluvia que ni siquiera moja el suelo porque es agua del Sahara.
James Dean, Françoise Sagan, dos vidas, cuatro destinos, catorce cuentas bancarias, un rollo monumental, mentiras con tarjeta de crédito. La muñeca de porcelana que el gentil James Dean le regaló a Françoise se ha suicidado. Dejó un telegrama explicando que no soportaba la fragilidad de su ser y que le mandaba un escupitajo a Milan Kundera.
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Gusto de una noche de película, la lluvia al amanecer, al anochecer y en plena madrugada en un motel donde nunca irás. En una época en que le era imposible exteriorizar la menor emoción, cuando el oftalmólogo decretó que padecía de ojos secos, algunas películas habían conseguido que se le saltaran las lágrimas y llegar al borde del orgasmo del llanto liberador, el de los berrenchines de los niños.
Aprendió con el cine que los sentimientos que él no sabía expresar, tal vez porque se los habían prohibido en otra vida, en otra dimensión, eran expresiones normales de cualquier hijo de vecina madre soltera.
Los personajes que de un modo u otro se reflejaban en la otra dimensión, la inalcanzable, tanto como algunas secuencias de películas en colores, le fascinaban.
Era difícil entender cómo una mujer salida de la nada como Brigitte Bardot, por mucho que dijeran que tenía un papá coronel, a menos que fuese su amiga Catherine Deneuve, se convertía en un mito de carne y hueso que no necesitaba estar en la carnicería para provocar las colas del triunfo.
Descubrí a tiempo que una foto o un trozo de película podía hacer que cualquiera se convirtiese en alguien con dni y foto de identidad garantizada por Naciones Unidas y sus pasaportes Nansen.
Françoise Sagan, más presente por su vida en coches ingleses bajos e inconfortables que finalmente se estrellaban, como en un tio vivo tonto, parecía más real que a través de la novela que en su momento fue un atasco de éxito, "Bonjour tristesse".
Brigitte Bardot, con un talento innato por la vida gozosa, tuvo una suerte indecente, de cocu dicen los franceses, de cornudo vaya, que pocas veces le toca a alguien; se había convertido en una especie de diosa que el mundo entero veneraba a través de películas inmunes a la desesperación.
Todo magia, pura magia, la estrella que misteriosamente se encarnó en una persona, sola persona, ganadora, entre millones de jugadores.
Ya de mayor, cuando creía saberlo todo o por lo menos creía conocer las reglas esenciales de la indecencia necesaria para andar por las calles después de las seis y media pm, un plano de una película, una foto blanco y negro, casi escondida en una revista, le volvía a enseñar que solo la magia, lo maravilloso, puede rescatar a alguien profundamente marcado para el fracaso puede finalmente progresar adecuadamente hacia el éxito, el taquillazo que da sonrisa y confiere estatuillas y suntuosas cuentas bancarias.
La cámara de algún fotógrafo, el ojo de algún cíclope enajenado por el cine, el aura de más de un actor o actriz, que aquí de machistas nada, conservaba magia perruna.
La vida no puede ser maravillosa, espléndida, untada de caviar Beluga con toques de salmón virgen del mar Muerto y matado tres veces, por los bolcheviques, por los comunistas y por los norteamericanos en campaña de limpieza étnica con tendencias seguras y ciertas hacia la perfección de MacCarthy bañándose en el lago Tiberiades un primero de enero del año 13 antes de Cristo.
París nunca valió una misa como pretendía aquel rey amanerado y renegador de la fe. En realidad vale muchas novenas dichas y hechas con jabón Palmolive hasta llegar a las afueras del paraíso, en el barrio de Montmartre donde empieza el calvario de las calles empinadas que Jesús no conoció porque estaba en Jerusalén y los malos eran romanos y renegados de todas las bancas del mundo.
Nada tiene precio, ni siquiera un collar de diamantes como el que D’Artagnan tuvo que ir a rescatar a Londres en el expreso de las 12 gmt con parada en Normandía para que la reina, su pobre reina, pudiera lucirlo en el baile del rey y no pasar por una puta de un inglés sin pasaporte Nansen.
En realidad, nada tiene precio. El precio lo ponemos nosotros mismos, según nuestras posibilidades, neuras y créditos que pagar de inmediato, en diferido o al cabo de dos años y medio cuando hayas cobrado la herencia de la tía Pancracia. Pero casi siempre el sueño, los sueños, tiene, tienen un precio que por modesto que sea, aunque pueda convertirse en cómodos plazos de toda una vida de esfuerzo y sinsabores, es inabordable.
Hay épocas, casi todas, en las que la suerte, lo maravilloso, lo extraordinario, y las garrapatas del poder mal digerido con agua azucarada se convierten en agua de lluvia que ni siquiera moja el suelo porque es agua del Sahara.
James Dean, Françoise Sagan, dos vidas, cuatro destinos, catorce cuentas bancarias, un rollo monumental, mentiras con tarjeta de crédito. La muñeca de porcelana que el gentil James Dean le regaló a Françoise se ha suicidado. Dejó un telegrama explicando que no soportaba la fragilidad de su ser y que le mandaba un escupitajo a Milan Kundera.
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