Colaboración: Sexo a borbotones
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
El escándalo o los escándalos sexuales que se le atribuyen al ciudadano norteamericano Harvey Weinstein, obeso productor de cine, se están presentando como un hito mundial. Desde que se conoció el caso no cesan las declaraciones de actores y actrices en una carrera desesperada hacia el "yo también". Y ya no solo es en Hollywood. En Washington, la senadora Hillary Clinton, dijo que el actual ocupante de la Casa Blanca, Donald Trump, que por cierto la había vencido en la última elección presidencial, era uno de esos locos del sexo prohibido o forzado.
En Europa también hay contagio. La hija de un exministro francés, Alexandra Besson, ha declarado que uno de los ministros más preponderantes del presidente François Mitterrand, Pierre Joxe, la agredió sexualmente durante una representación en la Opera de París. Explica en su blog que a su lado se sentó el matrimonio Joxe. El ministro quedó junto a ella. Y en cuanto se apagaron las luces, le puso una mano en una pierna hasta llegar a querer llegar a lo más íntimo de su persona. Protestó, le quitó la mano y por fin gritó.
El ex ministro dice que está sorprendido por tamaña acusación.
En esta misma Europa surgen otras voces que hablan de lo mismo mientras nadie se acuerda de que el presidente norteamericano Bill Clinton fue en 1998 el rey de los descuidos sexuales cuando estalló el escándalo Lewinski, apellido de una gentil muchacha de 22 años que se encontraba en el presidencial despacho oval de la Casa Blanca, de la que era becaria. Manchas sospechosas en el vestido de la inocente muchacha y posteriores declaraciones de los dos implicados demostraron que el presidente había cometido un acto de lujuria, esta vez no muy impuesto, y un poquito más.
Clinton, que entonces andaba por los 49 años, se arrepintió en público y desde entonces parece que su esposa, la senadora Hillary Clinton, ha tomado manía a los depredadores sexuales, entre los que ella incluye al presidente Donald John Trump, que casualmente ahora ocupa el mismo despacho en el que su vistoso esposo cometió aquel acto lujurioso que tanto dio que hablar.
Sorprende que a estas alturas del affaire Weinstein nadie se haya acordado de que España también sabe de esas cosas.
Era en 1971 y el general Francisco Franco, que había ganado la Guerra Civil (1936-1939) reinaba en la moralidad de los españoles ayudado por los curas que desde el fin de esa guerra fratricida habían recibido como misión educar a las mujeres españolas en el más estricto orden moral en el que el hombre aparecía como el más respetable, ya fuese novio o sobre todo esposo legal.
En 1971 España había evolucionado muchísimo en los temas sexuales pese a la férrea vigilancia gubernamental en el capítulo de la moral. Las mujeres se habían liberado por su cuenta del catecismo que los curas habían querido inculcar a sus madres y vivían su sexualidad dentro de lo humanamente posible.
Uno de los problemas mayores era para una pareja encontrar una habitación de hotel. Casi imposible. Pero en los años sesenta habilidosos taxistas habían resuelto parcialmente el problema alquilando a veces sus vehículos estacionados en un lugar idóneo, las afueras de Madrid en general, para que las parejas pudiesen satisfacerse sin miedo al guardia de la porra.
Y fue en 1971 cuando un pueblo español del sur, Archidona, en la provincia de Málaga, adquirió repentinamente un relieve que traspaso las bien custodiadas fronteras.
El escritor Camilo José Cela, que en 1989 consiguió el Premio Nobel de Literatura, se enteró del extraño suceso y en compañía de un poeta malagueño, Alfonso Canales, lo transformó en un libro.
Eran tiempos en que las parejas iban mucho al cine, en general a las últimas filas, ya que allí encontraban un refugio para sus amores. En general este comercio se desarrollaba lo más discretamente del mundo sin que nadie hiciera mayores aspavientos.
Pero lo que ocurrió en Archidona, pequeña ciudad, antes pueblo, donde bellas iglesias invitan a la oración y al recogimiento, fue un poquito exagerado, digno de un récord.
Lo que allí sucedió el 31 de octubre de 1971 inspiró a los dos escritores un libro y una película titulada amablemente "La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona".
El film no fue seleccionado para representar a España en los Oscars pero ahí estaba.
Lo que había pasado era de lo más normal. Una parejita se había refugiado en el cine de Archidona para gozar cierta intimidad. Pero mientras que en el escenario se desarrollaba un espectáculo subidito de tono, ella, la novia, la prometida, desenfundaba el objeto mayor de su novio y empezaba a agitarlo hasta que el hombre no pudo más y su aparato genital disparó un chorreón de esperma que voló por los aires y parte del mandado fue a aterrizar en un matrimonio temeroso de Dios. Y así lo contaba Canales; "Lo cierto es que el chaparrón seminal salpicó a los espectadores de la fila trasera e incluso a los de la posterior… Se armó un gran alboroto, alguien enciende la luz, la novia enrojeció al verse sorprendida: una señora de la alta sociedad estalla en gritos al descubrir gotas de semen en su cabello…".
Durante mucho tiempo, los archidoneses estuvieron muy fieros de esta hazaña de uno de sus compatriotas que nunca fue realmente identificado. Incluso corrió de solapa en solapa un pequeño cipote de oro que muchos nativos exhibían como una alta distinción que hubiese sido entregada delante de las tropas formadas.
Actualmente, la gente de ese pueblo prefiere que los turistas hablen de las Plaza Ochavada, uno de los monumentos del lugar. Nadie se jacta ya del cipote de Archidona, que probablemente hubiese dejado ensimismado y celoso al mismísimo Harvey Weinstein.
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El escándalo o los escándalos sexuales que se le atribuyen al ciudadano norteamericano Harvey Weinstein, obeso productor de cine, se están presentando como un hito mundial. Desde que se conoció el caso no cesan las declaraciones de actores y actrices en una carrera desesperada hacia el "yo también". Y ya no solo es en Hollywood. En Washington, la senadora Hillary Clinton, dijo que el actual ocupante de la Casa Blanca, Donald Trump, que por cierto la había vencido en la última elección presidencial, era uno de esos locos del sexo prohibido o forzado.
En Europa también hay contagio. La hija de un exministro francés, Alexandra Besson, ha declarado que uno de los ministros más preponderantes del presidente François Mitterrand, Pierre Joxe, la agredió sexualmente durante una representación en la Opera de París. Explica en su blog que a su lado se sentó el matrimonio Joxe. El ministro quedó junto a ella. Y en cuanto se apagaron las luces, le puso una mano en una pierna hasta llegar a querer llegar a lo más íntimo de su persona. Protestó, le quitó la mano y por fin gritó.
El ex ministro dice que está sorprendido por tamaña acusación.
En esta misma Europa surgen otras voces que hablan de lo mismo mientras nadie se acuerda de que el presidente norteamericano Bill Clinton fue en 1998 el rey de los descuidos sexuales cuando estalló el escándalo Lewinski, apellido de una gentil muchacha de 22 años que se encontraba en el presidencial despacho oval de la Casa Blanca, de la que era becaria. Manchas sospechosas en el vestido de la inocente muchacha y posteriores declaraciones de los dos implicados demostraron que el presidente había cometido un acto de lujuria, esta vez no muy impuesto, y un poquito más.
Clinton, que entonces andaba por los 49 años, se arrepintió en público y desde entonces parece que su esposa, la senadora Hillary Clinton, ha tomado manía a los depredadores sexuales, entre los que ella incluye al presidente Donald John Trump, que casualmente ahora ocupa el mismo despacho en el que su vistoso esposo cometió aquel acto lujurioso que tanto dio que hablar.
Sorprende que a estas alturas del affaire Weinstein nadie se haya acordado de que España también sabe de esas cosas.
Era en 1971 y el general Francisco Franco, que había ganado la Guerra Civil (1936-1939) reinaba en la moralidad de los españoles ayudado por los curas que desde el fin de esa guerra fratricida habían recibido como misión educar a las mujeres españolas en el más estricto orden moral en el que el hombre aparecía como el más respetable, ya fuese novio o sobre todo esposo legal.
En 1971 España había evolucionado muchísimo en los temas sexuales pese a la férrea vigilancia gubernamental en el capítulo de la moral. Las mujeres se habían liberado por su cuenta del catecismo que los curas habían querido inculcar a sus madres y vivían su sexualidad dentro de lo humanamente posible.
Uno de los problemas mayores era para una pareja encontrar una habitación de hotel. Casi imposible. Pero en los años sesenta habilidosos taxistas habían resuelto parcialmente el problema alquilando a veces sus vehículos estacionados en un lugar idóneo, las afueras de Madrid en general, para que las parejas pudiesen satisfacerse sin miedo al guardia de la porra.
Y fue en 1971 cuando un pueblo español del sur, Archidona, en la provincia de Málaga, adquirió repentinamente un relieve que traspaso las bien custodiadas fronteras.
El escritor Camilo José Cela, que en 1989 consiguió el Premio Nobel de Literatura, se enteró del extraño suceso y en compañía de un poeta malagueño, Alfonso Canales, lo transformó en un libro.
Eran tiempos en que las parejas iban mucho al cine, en general a las últimas filas, ya que allí encontraban un refugio para sus amores. En general este comercio se desarrollaba lo más discretamente del mundo sin que nadie hiciera mayores aspavientos.
Pero lo que ocurrió en Archidona, pequeña ciudad, antes pueblo, donde bellas iglesias invitan a la oración y al recogimiento, fue un poquito exagerado, digno de un récord.
Lo que allí sucedió el 31 de octubre de 1971 inspiró a los dos escritores un libro y una película titulada amablemente "La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona".
El film no fue seleccionado para representar a España en los Oscars pero ahí estaba.
Lo que había pasado era de lo más normal. Una parejita se había refugiado en el cine de Archidona para gozar cierta intimidad. Pero mientras que en el escenario se desarrollaba un espectáculo subidito de tono, ella, la novia, la prometida, desenfundaba el objeto mayor de su novio y empezaba a agitarlo hasta que el hombre no pudo más y su aparato genital disparó un chorreón de esperma que voló por los aires y parte del mandado fue a aterrizar en un matrimonio temeroso de Dios. Y así lo contaba Canales; "Lo cierto es que el chaparrón seminal salpicó a los espectadores de la fila trasera e incluso a los de la posterior… Se armó un gran alboroto, alguien enciende la luz, la novia enrojeció al verse sorprendida: una señora de la alta sociedad estalla en gritos al descubrir gotas de semen en su cabello…".
Durante mucho tiempo, los archidoneses estuvieron muy fieros de esta hazaña de uno de sus compatriotas que nunca fue realmente identificado. Incluso corrió de solapa en solapa un pequeño cipote de oro que muchos nativos exhibían como una alta distinción que hubiese sido entregada delante de las tropas formadas.
Actualmente, la gente de ese pueblo prefiere que los turistas hablen de las Plaza Ochavada, uno de los monumentos del lugar. Nadie se jacta ya del cipote de Archidona, que probablemente hubiese dejado ensimismado y celoso al mismísimo Harvey Weinstein.
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