Colaboración: Ni rubias ni tontas
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Por Sergio Berrocal
En el pretérito pluscuamperfecto de la novela policíaca, que es a la novela negra lo que las huevas de sardinas son a las huevas de esturión, las mujeres siempre han tenido un papel de inferioridad, sin liberación posible. Esclavas de las circunstancias y hasta un pelín esclavas sexuales.
De secretaria del detective Philippe Marlowe a víctima consentida y ejecutora implacable de "El cartero llama siempre dos veces", libro que adaptado al cine tuvo como heroínas a Lana Turner y luego a Jessica Lange, el recorrido ha sido imparable y la mujer ha dejado de ser la doméstica de los acontecimientos.
Ahora, sobre todo en las series de televisión que navegan entre la clásica policíaca y la rebelde novela negra, las mujeres se desquitan y han dejado de ser rubias y tontas.
Laurent Bacall ya no quiere que le silben ni quiera silbar, aunque sea Humphrey Bogart. Ella manda. De secretaria de policía a detective ultra sofisticada, a veces con incursiones en la medicina legal, la mujer de los dos mil que anda metida en el crimen es moderna a más no poder.
Mientras la secretaria de Philipp Marlowe (personaje estrella de Raymond Chandler) podía quedarse embarazada por un descuido, la policía de ahora conoce todos los trucos de los anticonceptivos, trata a los colegas de igual a igual y no le tiembla la mano cuando tiene que disparar. Y matan en legítima defensa o no como un Sylvester Stallone en la jungla vietnamita.
Es una mujer moderna, liberada, que se acuesta con quien le da la gana, ama pocas veces en serio (salvo cuando es inspectora y tiene como compañero a un viril escritor de novelas policíacas, la excepción) y no le hace asquitos a la vida.
Mujer letrada, con por lo menos una licencia en algo, de esas que tanto gustan a los norteamericanos, Jessica Lange no sucumbiría seguramente a un Jack Nicholson en la mesa de cocina de un bar de carretera en una de las escenas más tórridas y orgásmicas del cine norteamericano.
Viste trajes a medida, a menudo pantalón por comodidad y sentido práctico que no tarda en quitarse en cuanto abandona la pistola en la cabecera de su cama para probarle al tipo que acaba de elegir que sabe de todo.
Es capaz de hablar de todo y de nada pero como las antiguas vampiresas de la novela negra, entre las que había muchas víctimas, como demostró uno de los mejores escritores del género, James M. Cain, sabe de seducción tanto como de criminología y no ignora que un amor perverso y no correspondido le costó la cabeza a San Juan Bautista cuando Jesucristo andaba predicando por Galilea.
Es la mujer 10, la que no acepta el menor compromiso y en casi todas las series va de marimandona, dejando muy a menudo al compañero de comisaría al borde del ridículo. A menudo los hombres que la rodean son poco agradables, nada sofisticados y menos seductores. Mandan las señoras y ellos a callar y a hacer los deberes que siempre les toca.
Otra regla de este tipo de heroína es que nunca o casi nunca consiente en tener una relación amorosa con el compañero de patrulla. Demasiado pesado para ser libre.
Práctica hasta los dedos pequeños de los pies, nunca dice nunca jamás.
En este mundo de machos que siempre ha sido la investigación criminal, ella siempre es bella, inteligente o práctica, a veces todo a la vez.
Guapas de este tipo hay hoy en las televisiones mundiales, fabricadas por los estudios norteamericanos, para dar y tomar.
La penúltima es Poppy Montgomery (Carrie Wells), o al menos así dicen que se llama, que lleva a sus espaldas "Unforgettable" (Imborrable) donde encarna a una agente de policía que posee una memoria prodigiosa y original que le permite reconstituir acciones y resolver crímenes.
Parece cuarentona y va de pelirroja fatal, de las que pueden provocar un infarto. Es una mezcla de Maureen O’Hara por el pelirrojo de su alma, con la que nunca pudo John Wayne, tiene también una pizca de picardía burguesa de Silvia Kristel (Emmanuelle) y la ingenuidad aparente de Doris Day.
Pese a esa carga de belleza que no tiene más remedio que conjugar como puede, es excelente en su papel de policía feminista pero profundamente femenina.
Pegar tiros y arreglar entuertos ya no es solo cosa de machitos. Las tías han tomado el poder también en las comisarías. Menos mal que Paul Newman ya murió en su Fort Apache. The Bronx, y no tiene nada que temer por su virilidad.
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En el pretérito pluscuamperfecto de la novela policíaca, que es a la novela negra lo que las huevas de sardinas son a las huevas de esturión, las mujeres siempre han tenido un papel de inferioridad, sin liberación posible. Esclavas de las circunstancias y hasta un pelín esclavas sexuales.
De secretaria del detective Philippe Marlowe a víctima consentida y ejecutora implacable de "El cartero llama siempre dos veces", libro que adaptado al cine tuvo como heroínas a Lana Turner y luego a Jessica Lange, el recorrido ha sido imparable y la mujer ha dejado de ser la doméstica de los acontecimientos.
Ahora, sobre todo en las series de televisión que navegan entre la clásica policíaca y la rebelde novela negra, las mujeres se desquitan y han dejado de ser rubias y tontas.
Laurent Bacall ya no quiere que le silben ni quiera silbar, aunque sea Humphrey Bogart. Ella manda. De secretaria de policía a detective ultra sofisticada, a veces con incursiones en la medicina legal, la mujer de los dos mil que anda metida en el crimen es moderna a más no poder.
Mientras la secretaria de Philipp Marlowe (personaje estrella de Raymond Chandler) podía quedarse embarazada por un descuido, la policía de ahora conoce todos los trucos de los anticonceptivos, trata a los colegas de igual a igual y no le tiembla la mano cuando tiene que disparar. Y matan en legítima defensa o no como un Sylvester Stallone en la jungla vietnamita.
Es una mujer moderna, liberada, que se acuesta con quien le da la gana, ama pocas veces en serio (salvo cuando es inspectora y tiene como compañero a un viril escritor de novelas policíacas, la excepción) y no le hace asquitos a la vida.
Mujer letrada, con por lo menos una licencia en algo, de esas que tanto gustan a los norteamericanos, Jessica Lange no sucumbiría seguramente a un Jack Nicholson en la mesa de cocina de un bar de carretera en una de las escenas más tórridas y orgásmicas del cine norteamericano.
Viste trajes a medida, a menudo pantalón por comodidad y sentido práctico que no tarda en quitarse en cuanto abandona la pistola en la cabecera de su cama para probarle al tipo que acaba de elegir que sabe de todo.
Es capaz de hablar de todo y de nada pero como las antiguas vampiresas de la novela negra, entre las que había muchas víctimas, como demostró uno de los mejores escritores del género, James M. Cain, sabe de seducción tanto como de criminología y no ignora que un amor perverso y no correspondido le costó la cabeza a San Juan Bautista cuando Jesucristo andaba predicando por Galilea.
Es la mujer 10, la que no acepta el menor compromiso y en casi todas las series va de marimandona, dejando muy a menudo al compañero de comisaría al borde del ridículo. A menudo los hombres que la rodean son poco agradables, nada sofisticados y menos seductores. Mandan las señoras y ellos a callar y a hacer los deberes que siempre les toca.
Otra regla de este tipo de heroína es que nunca o casi nunca consiente en tener una relación amorosa con el compañero de patrulla. Demasiado pesado para ser libre.
Práctica hasta los dedos pequeños de los pies, nunca dice nunca jamás.
En este mundo de machos que siempre ha sido la investigación criminal, ella siempre es bella, inteligente o práctica, a veces todo a la vez.
Guapas de este tipo hay hoy en las televisiones mundiales, fabricadas por los estudios norteamericanos, para dar y tomar.
La penúltima es Poppy Montgomery (Carrie Wells), o al menos así dicen que se llama, que lleva a sus espaldas "Unforgettable" (Imborrable) donde encarna a una agente de policía que posee una memoria prodigiosa y original que le permite reconstituir acciones y resolver crímenes.
Parece cuarentona y va de pelirroja fatal, de las que pueden provocar un infarto. Es una mezcla de Maureen O’Hara por el pelirrojo de su alma, con la que nunca pudo John Wayne, tiene también una pizca de picardía burguesa de Silvia Kristel (Emmanuelle) y la ingenuidad aparente de Doris Day.
Pese a esa carga de belleza que no tiene más remedio que conjugar como puede, es excelente en su papel de policía feminista pero profundamente femenina.
Pegar tiros y arreglar entuertos ya no es solo cosa de machitos. Las tías han tomado el poder también en las comisarías. Menos mal que Paul Newman ya murió en su Fort Apache. The Bronx, y no tiene nada que temer por su virilidad.
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