Colaboración: La muerte de Bambi
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
La vida no tiene nada de un cuento amable adobado de crema de caramelo para Cenicienta. Como muy poco es una siniestra historieta que cada cual trata de contarse de la forma menos agresiva para no sentirse demasiado desdichado y tener que dejar de respirar.
Cada uno de nosotros, cada una de nosotras, tiene su particular versión de Las mil y una noches. Cuando aplaudimos a aquella revolución de un país lejano y que nos importa realmente lo que importa una conversación de vermut con sifón, Birmania pongamos por caso, pensando en aquella frágil señora política que ganó el Premio Nobel de la Paz por su valiente rebelión silenciosa contra los militares perversos, estamos entrando en la parafernalia del engaño, de la mentira más profunda y menos visible.
Todo es ilusión, nada más que ilusión. Los buenos pueden ser buenos en las películas pero nada más. Fuera de las pantallas, todo es mentira, o por lo menos disimulo.
Ahora, con el tiempo que todo lo estropea, resulta que la virgen birmana es más bien la madrastra de todas las cenicientas pobretonas y pedigüeñas que corren por su país de otras mil y otras noches.
¿Qué pasó con el presidio siniestro de Guantánamo que hubiese hecho morir de horror al mismísimo conde de Montecristo? Ni se habla. Ahora tenemos la cabeza en los norcoreanos que quieren bombardearnos con armas nucleares. Y el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, al que el mundo entero quería crucificar, sigue mandando y probablemente un día de estos…
En aquel país de la señora asiática Premio Nobel resulta ahora que los malos no eran los que creíamos y acusan nada menos que a la virtuosa dama de no defender a los pobres e indefensos con el mismo cinismo ensordecedor con que los defendía cuando no era nadie y la gente del Nobel no se había fijado en ella. Pero, bueno, ¿de qué va el cuento? ¿Hemos olvidado ya que otro Premio Nobel, que entonces era Presidente de los EEUU, Barack Obama, juró solemnemente con su voz de misa goodpel que cerraría la ignominiosa Guantánamo?.
Parole, parole, parole, que decía el poeta.
Estamos tan acostumbrados al engaño que ya ni los vemos. Convivimos con la mentira desde que nos tomamos el café con leche del desayuno.
La mentira es un adormidera desde que maestros en el arte de mentir como Stalin, Hitler y tantos otros, no olvidemos a Mao, nos presentaron como paraísos, clubs de vacaciones, lo que en realidad eran campos de exterminio, que en algunos países asiáticos tomaron el dulce nombre de campos de reeducación. Y resultó que aquellos maravillosos camboyanos rojos que se habían metido en la cabeza reeducar a todo el pueblo de Camboya eran unos asesinos sin causa, genocidas que todavía dan repelos. Pero, ¿quién se acuerda de ellos?
Nuestras almas se llenaron de gusto morboso leyendo a Solyenitzin como si fuera La dama de Shangai y finalmente los campos de exterminio soviéticos, estalinianos para ser más precisos, se convirtieron en un delicioso paseo para nuestras mentes saturadas de nuestros pobres problemas diarios.
Pero si ya ni siquiera miramos hacia la llamada Cisjordania ni al muro que los judíos que habían padecido el horror de Hitler han construido en Israel o en Palestina para estar lejos de la peste de los palestinos piojosos. Eso sí, todos los occidentales que podemos comer estamos indignadísimos con el muro que Trump quiere terminar de construir para aislarse de los mexicanos. Y olvidamos con el descaro más meritorio que en la construcción de ese muro atroz participó también el Premio Nobel de la Paz Barack Obama. Ah, ¿Qué ya no se acordaba usted?
Quizá por todo esto, las noches son el lugar donde todavía se puede vivir antes de que amanezca y que las cosas vuelvan a tomar sus verdaderas dimensiones de desesperanza.
Nos dormimos pensando que mañana será otro día. Y amanece un día igual que el que habíamos dejado atrás e incluso con la diferencia horaria quizá haya habido tiempo para producir otro comienzo de catástrofe en otro lugar del mundo.
Y ya ni el cine va a salvarnos. ¿Quién volverá a contar una historia de nuestro tiempo en clave de “El padrino”?
Las angustias metafísicas de un Marlon Brando en una cueva de Vietnam, lejos del tango de París, quedan en el celuloide que se decía antes.
Y entonces, el cine, que tantas brutalidades nos revelaba, con talento y persuasión, se dedica a la fantasía, al terror metafísico y a no sé cuantas pijadas. ¿Será que simplemente falta talento para seguir contando la historia del mundo?
Amanece demasiado aprisa. Apenas has tenido tiempo de disfrutar de la media luz de las horas que preceden al otro día cuando ya el sol se mete en todo y lo estropea todo. Aunque ya estamos en otoño el día no tarda en llegar, con prisas. De pronto, la calle mayor, la que va y viene desde no importa dónde a cualquier sitio que a nadie le interesa, se llena de coches con prisas, como si quisieran ir a algún sitio. Pero no hay adonde ir. Todo es igual un día tras otro aunque a nadie le importa.
La ciudad está dividida entre dos etnias. Los turistas buscadores de sol, que lo almacenan durante tres o cuatro semanas para soportar las sombras y la humedad de sus países del norte. Luego están los tenderos, los camareros, los hoteleros, los que sirven copas que casi nunca beben. Nada de lo que ocurre tiene el menor interés. Hay una pequeña población que espera, aunque nadie sepa qué. Lee periódicos, escucha radios, ve televisión y espera que un día algo cambie y la esperanza pueda volver.
El problema es si esta mañana voy a tener fuerzas para ducharme, vestirme y salir a la calle y una vez fuera, sobre todo, poner cara de circunstancias, como los demás. Pisar las mismas aceras, apartarse de vez en cuando. Cuando hayas llegado sentarse delante de una mesa de un café donde todo se repite todos los días desde una eternidad.
Y a Bambi le mataron pero ya nadie se acuerda del pobre animalito, símbolo de tantos y tantos genocidios pasados o presentes.
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La vida no tiene nada de un cuento amable adobado de crema de caramelo para Cenicienta. Como muy poco es una siniestra historieta que cada cual trata de contarse de la forma menos agresiva para no sentirse demasiado desdichado y tener que dejar de respirar.
Cada uno de nosotros, cada una de nosotras, tiene su particular versión de Las mil y una noches. Cuando aplaudimos a aquella revolución de un país lejano y que nos importa realmente lo que importa una conversación de vermut con sifón, Birmania pongamos por caso, pensando en aquella frágil señora política que ganó el Premio Nobel de la Paz por su valiente rebelión silenciosa contra los militares perversos, estamos entrando en la parafernalia del engaño, de la mentira más profunda y menos visible.
Todo es ilusión, nada más que ilusión. Los buenos pueden ser buenos en las películas pero nada más. Fuera de las pantallas, todo es mentira, o por lo menos disimulo.
Ahora, con el tiempo que todo lo estropea, resulta que la virgen birmana es más bien la madrastra de todas las cenicientas pobretonas y pedigüeñas que corren por su país de otras mil y otras noches.
¿Qué pasó con el presidio siniestro de Guantánamo que hubiese hecho morir de horror al mismísimo conde de Montecristo? Ni se habla. Ahora tenemos la cabeza en los norcoreanos que quieren bombardearnos con armas nucleares. Y el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, al que el mundo entero quería crucificar, sigue mandando y probablemente un día de estos…
En aquel país de la señora asiática Premio Nobel resulta ahora que los malos no eran los que creíamos y acusan nada menos que a la virtuosa dama de no defender a los pobres e indefensos con el mismo cinismo ensordecedor con que los defendía cuando no era nadie y la gente del Nobel no se había fijado en ella. Pero, bueno, ¿de qué va el cuento? ¿Hemos olvidado ya que otro Premio Nobel, que entonces era Presidente de los EEUU, Barack Obama, juró solemnemente con su voz de misa goodpel que cerraría la ignominiosa Guantánamo?.
Parole, parole, parole, que decía el poeta.
Estamos tan acostumbrados al engaño que ya ni los vemos. Convivimos con la mentira desde que nos tomamos el café con leche del desayuno.
La mentira es un adormidera desde que maestros en el arte de mentir como Stalin, Hitler y tantos otros, no olvidemos a Mao, nos presentaron como paraísos, clubs de vacaciones, lo que en realidad eran campos de exterminio, que en algunos países asiáticos tomaron el dulce nombre de campos de reeducación. Y resultó que aquellos maravillosos camboyanos rojos que se habían metido en la cabeza reeducar a todo el pueblo de Camboya eran unos asesinos sin causa, genocidas que todavía dan repelos. Pero, ¿quién se acuerda de ellos?
Nuestras almas se llenaron de gusto morboso leyendo a Solyenitzin como si fuera La dama de Shangai y finalmente los campos de exterminio soviéticos, estalinianos para ser más precisos, se convirtieron en un delicioso paseo para nuestras mentes saturadas de nuestros pobres problemas diarios.
Pero si ya ni siquiera miramos hacia la llamada Cisjordania ni al muro que los judíos que habían padecido el horror de Hitler han construido en Israel o en Palestina para estar lejos de la peste de los palestinos piojosos. Eso sí, todos los occidentales que podemos comer estamos indignadísimos con el muro que Trump quiere terminar de construir para aislarse de los mexicanos. Y olvidamos con el descaro más meritorio que en la construcción de ese muro atroz participó también el Premio Nobel de la Paz Barack Obama. Ah, ¿Qué ya no se acordaba usted?
Quizá por todo esto, las noches son el lugar donde todavía se puede vivir antes de que amanezca y que las cosas vuelvan a tomar sus verdaderas dimensiones de desesperanza.
Nos dormimos pensando que mañana será otro día. Y amanece un día igual que el que habíamos dejado atrás e incluso con la diferencia horaria quizá haya habido tiempo para producir otro comienzo de catástrofe en otro lugar del mundo.
Y ya ni el cine va a salvarnos. ¿Quién volverá a contar una historia de nuestro tiempo en clave de “El padrino”?
Las angustias metafísicas de un Marlon Brando en una cueva de Vietnam, lejos del tango de París, quedan en el celuloide que se decía antes.
Y entonces, el cine, que tantas brutalidades nos revelaba, con talento y persuasión, se dedica a la fantasía, al terror metafísico y a no sé cuantas pijadas. ¿Será que simplemente falta talento para seguir contando la historia del mundo?
Amanece demasiado aprisa. Apenas has tenido tiempo de disfrutar de la media luz de las horas que preceden al otro día cuando ya el sol se mete en todo y lo estropea todo. Aunque ya estamos en otoño el día no tarda en llegar, con prisas. De pronto, la calle mayor, la que va y viene desde no importa dónde a cualquier sitio que a nadie le interesa, se llena de coches con prisas, como si quisieran ir a algún sitio. Pero no hay adonde ir. Todo es igual un día tras otro aunque a nadie le importa.
La ciudad está dividida entre dos etnias. Los turistas buscadores de sol, que lo almacenan durante tres o cuatro semanas para soportar las sombras y la humedad de sus países del norte. Luego están los tenderos, los camareros, los hoteleros, los que sirven copas que casi nunca beben. Nada de lo que ocurre tiene el menor interés. Hay una pequeña población que espera, aunque nadie sepa qué. Lee periódicos, escucha radios, ve televisión y espera que un día algo cambie y la esperanza pueda volver.
El problema es si esta mañana voy a tener fuerzas para ducharme, vestirme y salir a la calle y una vez fuera, sobre todo, poner cara de circunstancias, como los demás. Pisar las mismas aceras, apartarse de vez en cuando. Cuando hayas llegado sentarse delante de una mesa de un café donde todo se repite todos los días desde una eternidad.
Y a Bambi le mataron pero ya nadie se acuerda del pobre animalito, símbolo de tantos y tantos genocidios pasados o presentes.
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