Colaboración: De Los Angeles a La Habana
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Levantarse una mañana por aciaga que pueda anunciarse es fácil. Lo difícil es mantenerse erguido todo el día, que es largo y a veces se hace infinito hasta que en la noche entrada, con el sueño y una cierta tranquilidad –podía haber sido peor, te dices—vuelves a sentir los mismos resquemores para el inevitable próximo amanecer.
Llega un momento que conversar con tus autores favoritos a través de sus libros se te hace muy cuesta arriba. Pero es que ya ni tu propia escritura, ese psicoanálisis con el que te arrancas inútilmente, gratuitamente, las tripas a diario, de siete a nueve, como un samurái que no quiere darle el empujón definitivo al sable, consigue aplacarte.
Libros hay que te recomiendan mil cosas para vencer a esa maldita angustia que cada día que Dios o el Diablo hacen se encarama a tu cerebro y no te deja hilar soluciones coherentes.
Te metes de golpe y porrazo en "L.A. Confidencial" (Curtis Hanson y Brian Helgeland, 1997), una película que los monarcas del eufemismo calificarían de serie B pero que es un cacho de neorrealismo a la norteamericana. Con toda la brutalidad de que siempre ha sido capaz el cine de los Estados Unidos para auto entenderse.
La estás viendo cuando el teléfono móvil te anuncia un mensaje urgente que estás esperando hace horas. Es de La Habana y habla de un discurso de Raúl Castro, más que esperado después de que el presidente Donald Trump decidiera que los acuerdos apaciguadores con Obama son poco menos que papel mojado.
Raúl Castro ha dejado bien sentado que no se negocia con las convicciones del pueblo cubano y que habrá que tenerlo en cuenta.
¿Quiere decir esto que Cuba será por el momento, momento que puede ser una eternidad, invariablemente socialista, comunista o como les de la gana, muy al margen de la moda política de derecha moderada-socialdemocracia que ahora se lleva en el mundo?
Esa misma mañana, Trump estaba en París un poco agobiado por tanta amistad que le dispensaba su anfitrión, el presidente francés Emmanuel Macron, quien le habló de amistad eterna entre los dos países. Trump parecía no creérselo. Incluso ha presidido junto a Macron el desfile del 14 de Julio, fecha patria francesa a la que solo dos o tres presidentes norteamericanos habían podido asistir hasta ahora.
Sigo viendo la brutalidad sin parangón de "L.A. Confidencial" y reflexiono que es la misma que persiste en los Estados Unidos, aunque quizá no haya tanto poli corrupto de novela negra. Tal vez pero habría que verlo.
Raúl Castro ya ha terminado su discurso y el diario Granma lo ha publicado sin que le caiga el rojo del título que conserva desde que fue creado para servir a la Revolución, que a Fidel como a Raúl les parece innegociable.
Imagino a mis amigos cubanos escuchando y analizando, fríamente, como hacen los cubanos en los peores momentos. Han aprendido la paciencia de los siux.
Los imagino y me parece indecente que después de más de cincuenta años de lucha para conseguir que les supriman, que les levanten, el embargo económico innecesario e injustificado que les ahoga, y ahora que habían empezado el turismo en serio, que las perspectivas eran halagüeñas, por Dios, que no haya marcha atrás. Que Trump llegue a Washington deslumbrado y agradecido por el boato de París y por las langostas que se comieron en el exquisito restaurante del segundo piso de la Torre Eiffel. Y que se piense mejor las cosas.
Sigo con la película, con sus matanzas, con su deslealtad hacia los humanos y negros de todo color, y sin querer se me escapa un padrenuestro.
Es hora de rezar, de confiar en algo, en alguien muy lejos de Wall Street y más cerca de quien mande allá arriba, donde los griegos tuvieron a Poseidón, Júpiter, Leda y todo un universo grandioso.
Pero la historia soñada por los griegos nos enseña que los amos de la mitología griega eran también caprichosos, que por una hembra le metían fuego a Troya.
La mañana ha nacido cuajada de una niebla caprichosa y pegajosa que se adentra a ratos en el mar Mediterráneo infinito, allí donde quizá los dioses estén meditando sobre los caprichos de los hombres.
Huele a humedad marinera.
"…Y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal. Amén".
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Levantarse una mañana por aciaga que pueda anunciarse es fácil. Lo difícil es mantenerse erguido todo el día, que es largo y a veces se hace infinito hasta que en la noche entrada, con el sueño y una cierta tranquilidad –podía haber sido peor, te dices—vuelves a sentir los mismos resquemores para el inevitable próximo amanecer.
Llega un momento que conversar con tus autores favoritos a través de sus libros se te hace muy cuesta arriba. Pero es que ya ni tu propia escritura, ese psicoanálisis con el que te arrancas inútilmente, gratuitamente, las tripas a diario, de siete a nueve, como un samurái que no quiere darle el empujón definitivo al sable, consigue aplacarte.
Libros hay que te recomiendan mil cosas para vencer a esa maldita angustia que cada día que Dios o el Diablo hacen se encarama a tu cerebro y no te deja hilar soluciones coherentes.
Te metes de golpe y porrazo en "L.A. Confidencial" (Curtis Hanson y Brian Helgeland, 1997), una película que los monarcas del eufemismo calificarían de serie B pero que es un cacho de neorrealismo a la norteamericana. Con toda la brutalidad de que siempre ha sido capaz el cine de los Estados Unidos para auto entenderse.
La estás viendo cuando el teléfono móvil te anuncia un mensaje urgente que estás esperando hace horas. Es de La Habana y habla de un discurso de Raúl Castro, más que esperado después de que el presidente Donald Trump decidiera que los acuerdos apaciguadores con Obama son poco menos que papel mojado.
Raúl Castro ha dejado bien sentado que no se negocia con las convicciones del pueblo cubano y que habrá que tenerlo en cuenta.
¿Quiere decir esto que Cuba será por el momento, momento que puede ser una eternidad, invariablemente socialista, comunista o como les de la gana, muy al margen de la moda política de derecha moderada-socialdemocracia que ahora se lleva en el mundo?
Esa misma mañana, Trump estaba en París un poco agobiado por tanta amistad que le dispensaba su anfitrión, el presidente francés Emmanuel Macron, quien le habló de amistad eterna entre los dos países. Trump parecía no creérselo. Incluso ha presidido junto a Macron el desfile del 14 de Julio, fecha patria francesa a la que solo dos o tres presidentes norteamericanos habían podido asistir hasta ahora.
Sigo viendo la brutalidad sin parangón de "L.A. Confidencial" y reflexiono que es la misma que persiste en los Estados Unidos, aunque quizá no haya tanto poli corrupto de novela negra. Tal vez pero habría que verlo.
Raúl Castro ya ha terminado su discurso y el diario Granma lo ha publicado sin que le caiga el rojo del título que conserva desde que fue creado para servir a la Revolución, que a Fidel como a Raúl les parece innegociable.
Imagino a mis amigos cubanos escuchando y analizando, fríamente, como hacen los cubanos en los peores momentos. Han aprendido la paciencia de los siux.
Los imagino y me parece indecente que después de más de cincuenta años de lucha para conseguir que les supriman, que les levanten, el embargo económico innecesario e injustificado que les ahoga, y ahora que habían empezado el turismo en serio, que las perspectivas eran halagüeñas, por Dios, que no haya marcha atrás. Que Trump llegue a Washington deslumbrado y agradecido por el boato de París y por las langostas que se comieron en el exquisito restaurante del segundo piso de la Torre Eiffel. Y que se piense mejor las cosas.
Sigo con la película, con sus matanzas, con su deslealtad hacia los humanos y negros de todo color, y sin querer se me escapa un padrenuestro.
Es hora de rezar, de confiar en algo, en alguien muy lejos de Wall Street y más cerca de quien mande allá arriba, donde los griegos tuvieron a Poseidón, Júpiter, Leda y todo un universo grandioso.
Pero la historia soñada por los griegos nos enseña que los amos de la mitología griega eran también caprichosos, que por una hembra le metían fuego a Troya.
La mañana ha nacido cuajada de una niebla caprichosa y pegajosa que se adentra a ratos en el mar Mediterráneo infinito, allí donde quizá los dioses estén meditando sobre los caprichos de los hombres.
Huele a humedad marinera.
"…Y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal. Amén".
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