Colaboración: Los genios del cine no mueren
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Leer para creer. A la Vuelta a España, una de las pruebas ciclistas más famosa del mundo, están a punto de descafeinarla. Cada vez que gana algo uno de esos titanes de piernecillas ridículas vestidos con trajecillos de payaso pero capaces de escalar una montaña y bajarla a toda velocidad con el solo esfuerzo de sus músculos, se le invita a subir a un podio que preparan a la llegada de la etapa.
Unas muchachas agraciadas, a veces hasta bonitas de competición de Miss Universo, les esperan con una sonrisa embadurnada de pinta labios fresquito, recién puesto, para recompensarles castamente con un besito, en las mejillas, simplemente, nada de guarrerías. Como la mamá que premia al niño que acaba de llegar del colegio con buenas notas.
Leo esta mañana que para la próxima Vuelta se tiene la intención de suprimir este intermedio agradable. Se acabó y hablan hasta de poner tíos para recibir a los forzudos de la carretera.
Pero probablemente son exageraciones de la prensa que no tiene qué contar aparte de todas las catástrofes cotidianas que surgen principalmente cuando la gente se va de vacaciones, para que recuerden que no están a salvo.
Imagínense que los periódicos de estos días afirman en titulares consecuentes que el actor norteamericano Martin Landau y el director de cine del mismo lugar George A. Romero han fallecido.
Que pongan azafatos en lugar de azafatas puede ser, pero que esos dos tíos que llevan calentándonos la ilusión de la vida desde que éramos adolescentes hayan muerto no se lo cree nadie. Vamos, que los periódicos, en su afán de cubrir páginas en estos áridos meses de verano son capaces de inventar que un hombre llegó a la Luna. Ya lo verán, ya lo verán.
¿Cómo va a morirse ese tipo maravilloso, nacido en el Bronx de todas las aventuras de Paul Newman y su fuerte Apache, de padre gallego? ¿Cómo van a enterrar todo lo que fueron nuestros mejores años?
¿Recuerdas cuando en aquel cine de butacas de satén rojo pelado por el tiempo abrazaste por primera vez y compulsivamente a esa pareja recién conocida, hasta el ostracismo caníbal del preservativo del ciclista del Tour, viendo los horrores que George A. Romero hacía desfilar por una pantalla en blanco y negro?. Era a finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Todavía me tiritan las carnes con el recuerdo.
Romero, de cara simpática y talento inmenso, no solamente descubriste a aquellos "Muertos vivientes" en blanco y negro, los que luego los modernos llamarían zombis. No solamente nos hiciste creer en la resurrección de los muertos, en la venganza del más allá, en la igualdad de los hombres y mujeres.
Romero con bigotillo de Zorro del cine en blanco y negro, te debemos el descubrimiento de la vida a través de la muerte, del amor del más allá. Te debemos nuestra iniciación. Hasta que llegó "La noche de los muertos vivientes" los zombis éramos nosotros.
Mentiras de una prensa zombi que ya no sabe qué inventar es el supuesto fallecimiento de otro gran personaje de nuestra pantalla, Martin Landau, que más o menos por los tiempos en que George A. Romero nos hacía tiritar de placer con sus zombies él nos metía de lleno en el suspense como nadie lo había conseguido hasta ahora, con "Misión imposible", teleserie que protagonizó durante una eternidad al lado de su esposa, la etérea Barbara Bain, vampiresa con clase de vestidos ajustados y pelo corto y rubio recatado. Luego, mucho luego, hubo una película y otra y algunas más con Tom Cruise. Qué cosa, mi amor.
"Esta grabación se autodestruirá…" Y empezaba o acababa el misterio en medio de derroches de tecnología un poco infantil pero adorable.
Pero nosotros le amábamos también por aquella película con visos de intelectualidad que hizo con Woody Allen, "Delitos y faltas".
Nos queda a través de los años, a través de las mentiras de una prensa vendida a las funerarias para animar el mercado durante el estío, la elegancia de Martin Landau, su cara de intriga perpetua que a ratos recordaba a un Groucho Marx a punto de delirar.
Los genios del cine, de nuestro cine, no desaparecen jamás. A lo más se largan un rato para que les echemos de menos. Pero siguen con nosotros. Porque la ilusión y los ilusionistas no pueden morir.
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Leer para creer. A la Vuelta a España, una de las pruebas ciclistas más famosa del mundo, están a punto de descafeinarla. Cada vez que gana algo uno de esos titanes de piernecillas ridículas vestidos con trajecillos de payaso pero capaces de escalar una montaña y bajarla a toda velocidad con el solo esfuerzo de sus músculos, se le invita a subir a un podio que preparan a la llegada de la etapa.
Unas muchachas agraciadas, a veces hasta bonitas de competición de Miss Universo, les esperan con una sonrisa embadurnada de pinta labios fresquito, recién puesto, para recompensarles castamente con un besito, en las mejillas, simplemente, nada de guarrerías. Como la mamá que premia al niño que acaba de llegar del colegio con buenas notas.
Leo esta mañana que para la próxima Vuelta se tiene la intención de suprimir este intermedio agradable. Se acabó y hablan hasta de poner tíos para recibir a los forzudos de la carretera.
Pero probablemente son exageraciones de la prensa que no tiene qué contar aparte de todas las catástrofes cotidianas que surgen principalmente cuando la gente se va de vacaciones, para que recuerden que no están a salvo.
Imagínense que los periódicos de estos días afirman en titulares consecuentes que el actor norteamericano Martin Landau y el director de cine del mismo lugar George A. Romero han fallecido.
Que pongan azafatos en lugar de azafatas puede ser, pero que esos dos tíos que llevan calentándonos la ilusión de la vida desde que éramos adolescentes hayan muerto no se lo cree nadie. Vamos, que los periódicos, en su afán de cubrir páginas en estos áridos meses de verano son capaces de inventar que un hombre llegó a la Luna. Ya lo verán, ya lo verán.
¿Cómo va a morirse ese tipo maravilloso, nacido en el Bronx de todas las aventuras de Paul Newman y su fuerte Apache, de padre gallego? ¿Cómo van a enterrar todo lo que fueron nuestros mejores años?
¿Recuerdas cuando en aquel cine de butacas de satén rojo pelado por el tiempo abrazaste por primera vez y compulsivamente a esa pareja recién conocida, hasta el ostracismo caníbal del preservativo del ciclista del Tour, viendo los horrores que George A. Romero hacía desfilar por una pantalla en blanco y negro?. Era a finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Todavía me tiritan las carnes con el recuerdo.
Romero, de cara simpática y talento inmenso, no solamente descubriste a aquellos "Muertos vivientes" en blanco y negro, los que luego los modernos llamarían zombis. No solamente nos hiciste creer en la resurrección de los muertos, en la venganza del más allá, en la igualdad de los hombres y mujeres.
Romero con bigotillo de Zorro del cine en blanco y negro, te debemos el descubrimiento de la vida a través de la muerte, del amor del más allá. Te debemos nuestra iniciación. Hasta que llegó "La noche de los muertos vivientes" los zombis éramos nosotros.
Mentiras de una prensa zombi que ya no sabe qué inventar es el supuesto fallecimiento de otro gran personaje de nuestra pantalla, Martin Landau, que más o menos por los tiempos en que George A. Romero nos hacía tiritar de placer con sus zombies él nos metía de lleno en el suspense como nadie lo había conseguido hasta ahora, con "Misión imposible", teleserie que protagonizó durante una eternidad al lado de su esposa, la etérea Barbara Bain, vampiresa con clase de vestidos ajustados y pelo corto y rubio recatado. Luego, mucho luego, hubo una película y otra y algunas más con Tom Cruise. Qué cosa, mi amor.
"Esta grabación se autodestruirá…" Y empezaba o acababa el misterio en medio de derroches de tecnología un poco infantil pero adorable.
Pero nosotros le amábamos también por aquella película con visos de intelectualidad que hizo con Woody Allen, "Delitos y faltas".
Nos queda a través de los años, a través de las mentiras de una prensa vendida a las funerarias para animar el mercado durante el estío, la elegancia de Martin Landau, su cara de intriga perpetua que a ratos recordaba a un Groucho Marx a punto de delirar.
Los genios del cine, de nuestro cine, no desaparecen jamás. A lo más se largan un rato para que les echemos de menos. Pero siguen con nosotros. Porque la ilusión y los ilusionistas no pueden morir.
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