Colaboración: Una Carmen para Donald Trump
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Desde que se encaramó a la Presidencia, Donald Trump ha tenido más de un roce con mujeres y últimamente trató a una periodista norteamericana, Mika Brzezinski, de “loca…con bajo cociente intelectual”. Hay algo que no le funciona a la hora de verse con una señora, aunque durante la campaña presidencial le tratasen de mujeriego y otras lindezas. Y pese a que vive rodeado por dos damas que al parecer son de armas tomar, su estilizada y calladita esposa Melania Trump y su hija, la guapa y al parecer influyente Ivanka.
Las dos sumidas aparentemente en un ambiente de balalaikas y casi se diría que las cigüeñas no dejan de volar sobre la Casa Blanca, las mismas de aquella película patriótica soviética en la que la actriz Tatyana Samóilova nos emocionó y enamoró hasta llevarse la Palma de Oro en el Festival de cine de Cannes en 1958.
Tatyana, con perfil forjado en la guerra contra los alemanes y ademanes de heroína de leyenda del realismo socialista, hubiese emocionado quizá a Trump.
Seguro que la soviética, aunque no estuviese Putin por medio, le habría moderado su mal humor. Pero a estas horas, la muchacha ya no está en cartelera.
El problema estriba tal vez en la fuerte personalidad de las dos mujeres de la vida del Presidente, que le llevaría a portarse como un muchacho caprichoso salido de estampida del instituto un sábado por la noche.
Llegó a la Presidencia, cuando ni él se lo esperaba, y fue precisamente enfrentándose en un combate cuerpo a cuerpo con una dama de hierro, la demócrata Hillady Clinton, que seguro no bebía los vientos por él.
¿Será que ganó las elecciones precisamente porque su adversario era una dama de hierro y no un Obama cualquiera?
Esos modernos poetas que son los entomólogos afirman que los machos dominantes de algunas tribus de hormigas de la Amazonia pueden ser feroces con las hembras, aunque se trate de la mismísima reina.
La ferocidad de que usó y abusó durante la campaña electoral contra su sonriente oponente podría explicarse porque precisamente era una mujer, nada menos que esposa de otro Presidente de los mismos Estados Unidos, quien tuvo que largarse de la Casa Blanca por culpa, precisamente, de otra mujer, eso sí, más joven que su senadora de esposa y más guapita también, amén de estar tocada por la inocencia de las principiantes.
Los franceses dicen que, sea como sea, pase lo que pase, si se quiere aclarar algo, un crimen o una bancarrota fraudulenta, hay que buscar a la mujer. Cherchez la femme, escribió enigmáticamente por primera vez Alejandro Dumas en su novela “Les mohicans de Paris”. Porque se supone que desde que Eva hizo que Adán hincara el diente en la maldita manzana, ella siempre es la clave de cualquier situación.
Habría que conseguir que el Señor Presidente conociera a Carmen, la mujer más bella y temperamental del mundo porque tiene mil caras, mil cuerpos y mil corazones, a cual más bonito y explosivo.
Carmen, la de Georges Bizet, aquel francés majareta que se perdió por Andalucía hace unos años largos, cuando a los escritores franceses les daba por visitar el sur de España, y volvió a París loco de amor.
Se había enamorado de esa tal Carmen, una gitana de raza, nada que ver con Emil Kusturica, que ya había buscado la ruina a un sargento del Ejército y que estaba perramente enamorada de un torero frágil como una muñeca de porcelana en apariencia y fiero como D’Artagnan.
Bizet se enamoró tanto y con tanta fuerza de su sueño que al regresar a París, y ayudado también por lo que había escrito su compatriota Prosper Merimée, compuso la más sensual de las óperas del mundo, un himno desesperado, apremiante, al amor, a la esperanza y a todas las pasiones de que los humanos son capaces.
Carmen, la Carmen de Bizet es la mujer perfectamente apasionada, fiera, indomable, intratable, pero de una belleza deslumbrante.
Es urgente que uno de los asesores del Presidente le diga que vaya a ver Carmen, aunque sea en el cine, donde la han encarnado las estrellas más hermosas.
Y entonces, es probable que Mr. President comprenda, cuando ella le cante aquello de que “el amor es un pájaro rebelde al que no se puede domesticar y que el amor es un hijo de Bohemia que nunca conoció la ley”.
Y ya, por último, Carmen podría convertirse en otra Marilyn pero en lugar de susurrar un cumpleaños feliz gritaría con toda la pasión que exhalan sus pulmones: “Ten cuidado si te amo, si tú no me amas, si tú no me amas, yo te amo, pero si yo te amo, si yo te amo, cuidadito…”
No sé si Mr. President entendería el mensaje. Sería mejor que empezase a entrenarse con el “Je t’aime, moi non plus”, aquel dúo galimatías maravilloso que el cantante genial Serge Gainsbourg formó con la vocecita tímida y el cuerpo de fuego de Jane Birkin. Otra Carmen no reconocida.
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Desde que se encaramó a la Presidencia, Donald Trump ha tenido más de un roce con mujeres y últimamente trató a una periodista norteamericana, Mika Brzezinski, de “loca…con bajo cociente intelectual”. Hay algo que no le funciona a la hora de verse con una señora, aunque durante la campaña presidencial le tratasen de mujeriego y otras lindezas. Y pese a que vive rodeado por dos damas que al parecer son de armas tomar, su estilizada y calladita esposa Melania Trump y su hija, la guapa y al parecer influyente Ivanka.
Las dos sumidas aparentemente en un ambiente de balalaikas y casi se diría que las cigüeñas no dejan de volar sobre la Casa Blanca, las mismas de aquella película patriótica soviética en la que la actriz Tatyana Samóilova nos emocionó y enamoró hasta llevarse la Palma de Oro en el Festival de cine de Cannes en 1958.
Tatyana, con perfil forjado en la guerra contra los alemanes y ademanes de heroína de leyenda del realismo socialista, hubiese emocionado quizá a Trump.
Seguro que la soviética, aunque no estuviese Putin por medio, le habría moderado su mal humor. Pero a estas horas, la muchacha ya no está en cartelera.
El problema estriba tal vez en la fuerte personalidad de las dos mujeres de la vida del Presidente, que le llevaría a portarse como un muchacho caprichoso salido de estampida del instituto un sábado por la noche.
Llegó a la Presidencia, cuando ni él se lo esperaba, y fue precisamente enfrentándose en un combate cuerpo a cuerpo con una dama de hierro, la demócrata Hillady Clinton, que seguro no bebía los vientos por él.
¿Será que ganó las elecciones precisamente porque su adversario era una dama de hierro y no un Obama cualquiera?
Esos modernos poetas que son los entomólogos afirman que los machos dominantes de algunas tribus de hormigas de la Amazonia pueden ser feroces con las hembras, aunque se trate de la mismísima reina.
La ferocidad de que usó y abusó durante la campaña electoral contra su sonriente oponente podría explicarse porque precisamente era una mujer, nada menos que esposa de otro Presidente de los mismos Estados Unidos, quien tuvo que largarse de la Casa Blanca por culpa, precisamente, de otra mujer, eso sí, más joven que su senadora de esposa y más guapita también, amén de estar tocada por la inocencia de las principiantes.
Los franceses dicen que, sea como sea, pase lo que pase, si se quiere aclarar algo, un crimen o una bancarrota fraudulenta, hay que buscar a la mujer. Cherchez la femme, escribió enigmáticamente por primera vez Alejandro Dumas en su novela “Les mohicans de Paris”. Porque se supone que desde que Eva hizo que Adán hincara el diente en la maldita manzana, ella siempre es la clave de cualquier situación.
Habría que conseguir que el Señor Presidente conociera a Carmen, la mujer más bella y temperamental del mundo porque tiene mil caras, mil cuerpos y mil corazones, a cual más bonito y explosivo.
Carmen, la de Georges Bizet, aquel francés majareta que se perdió por Andalucía hace unos años largos, cuando a los escritores franceses les daba por visitar el sur de España, y volvió a París loco de amor.
Se había enamorado de esa tal Carmen, una gitana de raza, nada que ver con Emil Kusturica, que ya había buscado la ruina a un sargento del Ejército y que estaba perramente enamorada de un torero frágil como una muñeca de porcelana en apariencia y fiero como D’Artagnan.
Bizet se enamoró tanto y con tanta fuerza de su sueño que al regresar a París, y ayudado también por lo que había escrito su compatriota Prosper Merimée, compuso la más sensual de las óperas del mundo, un himno desesperado, apremiante, al amor, a la esperanza y a todas las pasiones de que los humanos son capaces.
Carmen, la Carmen de Bizet es la mujer perfectamente apasionada, fiera, indomable, intratable, pero de una belleza deslumbrante.
Es urgente que uno de los asesores del Presidente le diga que vaya a ver Carmen, aunque sea en el cine, donde la han encarnado las estrellas más hermosas.
Y entonces, es probable que Mr. President comprenda, cuando ella le cante aquello de que “el amor es un pájaro rebelde al que no se puede domesticar y que el amor es un hijo de Bohemia que nunca conoció la ley”.
Y ya, por último, Carmen podría convertirse en otra Marilyn pero en lugar de susurrar un cumpleaños feliz gritaría con toda la pasión que exhalan sus pulmones: “Ten cuidado si te amo, si tú no me amas, si tú no me amas, yo te amo, pero si yo te amo, si yo te amo, cuidadito…”
No sé si Mr. President entendería el mensaje. Sería mejor que empezase a entrenarse con el “Je t’aime, moi non plus”, aquel dúo galimatías maravilloso que el cantante genial Serge Gainsbourg formó con la vocecita tímida y el cuerpo de fuego de Jane Birkin. Otra Carmen no reconocida.
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