Colaboración: La gaviota de Mel Gibson

por © NOTICINE.com
Mel Gibson en "Al límite"
Por Sergio Berrocal    

Te despiertas creyendo que te vas a comer el mundo y apenas ha desayunado que el mundo ya te ha puesto firme. Cuando te resignas a conversar con las gaviotas que pasan por tu terraza frente al mar, a algo dentro de ti le falta un cacho de grasa. Pero lo peor es cuando, desesperado por escuchar una voz humana, aunque sea la de "Jack el Destripador" y aunque en nada se parezca a la de Jean Cocteau, pones la radio y te dejas invadir, tabletear el cerebro por la cascada ruidosa y totalmente anodina de comentaristas, políticos y otros convencidos de que saben lo que dicen. Pero, Señor, si no saben de lo que hablan. Crucifícalos como lo hicieron contigo pese a que tú predicabas la salvación del mundo.

Peor es cuando un señor que manda te dice, te afea, los pecados que no debes de cometer para ellos manosear como guarros en una charca inmunda de Panamá o de cualquier paraíso fiscal.

El que fuera magnate de la televisión norteamericana, Donald Trump, se quiere hacer el simpático con su voz de falsete y fatalmente te preguntas cómo ha podido llegar a ser Dios del Universo, Presidente de los Estados Unidos. ¡Qué raros son esos electores norteamericanos que dejaron a la pobrecita mía Hillary Clinton haciendo calceta desesperadamente en espera de que su Ulises de Clinton quiera volver a la house!.

Te preguntas, pero todos son preguntas, cómo Trump con ese físico que Dios o el Diablo le han dado ha llegado tan alto en el cartel de todas las vanidades, de todos los poderes.

Ni su esposa, la bella y recatada Melania venida del Este, como en una película de espías de la guerra fría, ya se hace esa pregunta. Parece resignada a ser rica, poderosa y a quedarse para vestir santos.

¿Será que los ricos también lloran?

Da pena ver a la princesa triste de la Torre Trump al lado de su hijastra, la triunfadora Ivanna, que le sonríe hasta a un Papa tan poco agraciado como el argentino que vive ahora en el Vaticano.

Brigitte es una gaviota que me honra con su amistad. De vez en cuando aterriza en mi terraza y me cuenta cosas del mundo. Es francesa y está pasando una larga temporada en este fin del mundo mío, en el último Fort Apache aunque Paul Newman ya se haya ido hace un montón de Festivales de Cannes.

Es coqueta y bonita aunque exagera un poquito con el rimmel. Creo que está enamorada de mí.

Todas las mañanas, al filo del desayuno, me libra sus reflexiones sobre la maldita actualidad y sobre sus últimas vivencias.

Es bastante radical. No deja político con cabeza. Pero tiene un alma romántica. Adora la música de Nat King Cole, sobre todo cuando canta aquel himno de "Quizá, quizá, quizá". Entonces no puede evitar que se le corra el rimmel.

Nunca había pensado en tener algo con una gaviota, aunque es cierto que Brigitte es mucho más atractiva e inteligente que la mayoría de las mujeres que conozco. No sé qué pensará mi gente aunque saben que ella es de una familia burguesa de Amiens, en el norte de Francia, de donde es el nuevo Presidente de Francia.

Mi tía Germaine contempla esta posible unión con simpatía pero hay algo que le preocupa: "¿Habéis pensado en tener hijos?". Sería un problema, qué duda cabe.

Admiro a Brigitte porque es de una cultura literaria exquisita y se sabe de memoria casi todos los poemas de Santa Teresa de Jesús.

Y en cine es una enciclopedia. La otra noche estuvimos viendo juntos "Al límite / Al filo de la oscuridad / Edge of Darkness", donde Mel Gibson, el Cristo que todos llevamos dentro o fuera, como ustedes quieran, cuenta la pérdida de una hija, muerta de un tiro o de varios tiros, por unos bandidos del medio ambiente.

Brigitte se puso muy seria. Al rato, cuando ya perdimos en la televisión el rostro angustiado del actor, se puso a hablar.

La tragedia le había ocurrido en París, un día de semana santa. La niña, la más bonita de las gaviotas que nunca tuvo el Sena, decía ella con la cara llena de orgullo, quiso marcharse con unos amigos para el fin de semana. Era sábado. Nunca lo olvidaría. A la mañana siguiente se le presentó a la altura del Canal Saint Martin, en París, un pato de la Gendarmería de los aires. Y le contó lo que había ocurrido. Cuando la niña y sus amigas estaban llegando a la playa de Le Touquet, que tanto le gustaba a ella, unos cazadores borrachos empezaron a disparar.

Habíamos terminado la película de Gibson y se hacía tarde. Brigitte me dijo hasta mañana.

Y nunca más volvió. 

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