Colaboración: Guerra furiosa contra la inteligencia
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Por Sergio Berrocal
Te despiertas con la sensación de derrota en el paladar. Tu vieja experiencia sabe que el amanecer corresponde invariablemente, por muchas vueltas que le des al comienzo de la batalla de todos los días y los cañonazos probablemente no se callarán hasta la puesta del sol. Los informativos radiofónicos te traen los primeros chupinazos del frente. Espantoso. Se habla de la posibilidad de una guerra nuclear como del precio del tomate que incluso en las regiones productoras como ésta que linda con África están de paseo por las nubes, como un Keanus Reeves cualquiera enamorado. Cosas tan importantes se dicen en tono trivial, de una frivolidad propia de la inconciencia de los niños mimados de una sociedad que no saben que lo peor está por llegar, que todavía no hemos visto nada. Que los portaaviones nucleares y otros juguetitos están ahí para demostrarlo.
Menos mal que hay algunos tipos que nos suavizan la miseria de una época de robo, corrupción, sin Jesucristo con látigo para echarlos del templo, el templo del dinero, las bolsas, los negocios, las empresas, los bancos. Todos a robar, robemos hermanos en el nombre de Dios. Que todo nos será perdonado.
Menos mal que todavía hay voces como la del filósofo francés Michel Serre, que desde la autoridad de 87 años de vida, de experiencia y de estudios puede alzar la voz para poner las cosas en su sitio. Y hacernos ver que las cosas son como son porque así lo hemos querido.
“Si a usted le gusta el buen vino –dice en el semanario francés L’Express—sabrá que apenas hay dos o tres por ciento de personas capaces de reconocer el buen vino. Lo mismo ocurre con la música y con la pintura… Las personas cultas, que conocen de veras su lengua son escasas… Las nuevas tecnologías de la información y las modernas maneras de comunicar han hecho que los incultos tomen mucho sitio”.
Los incultos han llegado al poder, porque no hay que saber leer para aparentar saber. Los ignorantes son legiones romanas que avanzan con la intención de descuartizar a los que todavía han guardado un rescoldo de cultura, conseguida con muchos codos rotos por la vigilia delante de un libro.
Los libros pronto se acabarán y no quedarán más que pantallas mudas que contestan a todas las ambiciones de los nuevos intelectuales, los que nunca estudiaron, los que nunca leyeron, los que no saben poner una palabra detrás de otra sino es guiándose con un teclado. No saben coger un lápiz pero cuando firman tienen entre los dedos por lo menos un Mont Blanc, el más gordo, el más caro.
Así y con otras cosas se llega uno a olvidar que otrora el cine, que se proyectaban en grandes pantallas, no en cachitos de multicines rentables más por las palomitas que por el valor de la película que se proyecte, era noble. ¿Alguien recuerda la pareja formada por Rex Harrisson y Kay Kendall? Por supuesto que no, hermano Judas, para nosotros la belleza, la gracia y el talento, la cultura, sí, esas cosas que ni se comen ni se pueden vender, que solo sirven para estar en paz con uno mismo, se reducen a películas como “Fast And Furious ” que, dice un diario, deja 501 millones de dólares en todo el mundo, tres “kilos” más que la película de 2015.
Porque esto es una saga que nunca cesará. La imbecilidad dominando al mundo, alabada, saludada por millones de espectadores que en los cinco continentes, con la sonrisa más cretina de su repertorio, pasan por las taquillas y dejan sus haberes. ¡Aleluya, hermanos, sigamos metiendo goles en favor de la incultura, la chabacanería, el griterío que mata las neuronas, porque la inteligencia hay que aplastarla definitivamente, que no quede nada.
Y que cuando Diana, la comedora de ratones, con su belleza de otros mundos aparezca en su nave nodriza para pedirnos rendición sin condiciones, sitio para la no inteligencia, para la soberbia de no saber pero de mandar, ¿para qué sirve saber sin poder?, estemos preparados, previamente arrodillados en la inmundicia de nuestra propia estupidez debidamente certificada por alguna universidad de Oklahoma.
Y sigamos rezando por el bienestar de ese cine que ayuda tanto, con tanta fuerza, con tanta convicción, a suturar la fuerza de la inteligencia. Que no quede nada, por favor, que no se escape ningún intelectual. Todos a las salitas en busca de incultura y de buenos atracones de palomitas, con mucha Coca-Cola y nada de light, pura y dura, como el castigo que merecen los pensadores. A lo Hitler, a lo Stalin, a lo Franco.
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Te despiertas con la sensación de derrota en el paladar. Tu vieja experiencia sabe que el amanecer corresponde invariablemente, por muchas vueltas que le des al comienzo de la batalla de todos los días y los cañonazos probablemente no se callarán hasta la puesta del sol. Los informativos radiofónicos te traen los primeros chupinazos del frente. Espantoso. Se habla de la posibilidad de una guerra nuclear como del precio del tomate que incluso en las regiones productoras como ésta que linda con África están de paseo por las nubes, como un Keanus Reeves cualquiera enamorado. Cosas tan importantes se dicen en tono trivial, de una frivolidad propia de la inconciencia de los niños mimados de una sociedad que no saben que lo peor está por llegar, que todavía no hemos visto nada. Que los portaaviones nucleares y otros juguetitos están ahí para demostrarlo.
Menos mal que hay algunos tipos que nos suavizan la miseria de una época de robo, corrupción, sin Jesucristo con látigo para echarlos del templo, el templo del dinero, las bolsas, los negocios, las empresas, los bancos. Todos a robar, robemos hermanos en el nombre de Dios. Que todo nos será perdonado.
Menos mal que todavía hay voces como la del filósofo francés Michel Serre, que desde la autoridad de 87 años de vida, de experiencia y de estudios puede alzar la voz para poner las cosas en su sitio. Y hacernos ver que las cosas son como son porque así lo hemos querido.
“Si a usted le gusta el buen vino –dice en el semanario francés L’Express—sabrá que apenas hay dos o tres por ciento de personas capaces de reconocer el buen vino. Lo mismo ocurre con la música y con la pintura… Las personas cultas, que conocen de veras su lengua son escasas… Las nuevas tecnologías de la información y las modernas maneras de comunicar han hecho que los incultos tomen mucho sitio”.
Los incultos han llegado al poder, porque no hay que saber leer para aparentar saber. Los ignorantes son legiones romanas que avanzan con la intención de descuartizar a los que todavía han guardado un rescoldo de cultura, conseguida con muchos codos rotos por la vigilia delante de un libro.
Los libros pronto se acabarán y no quedarán más que pantallas mudas que contestan a todas las ambiciones de los nuevos intelectuales, los que nunca estudiaron, los que nunca leyeron, los que no saben poner una palabra detrás de otra sino es guiándose con un teclado. No saben coger un lápiz pero cuando firman tienen entre los dedos por lo menos un Mont Blanc, el más gordo, el más caro.
Así y con otras cosas se llega uno a olvidar que otrora el cine, que se proyectaban en grandes pantallas, no en cachitos de multicines rentables más por las palomitas que por el valor de la película que se proyecte, era noble. ¿Alguien recuerda la pareja formada por Rex Harrisson y Kay Kendall? Por supuesto que no, hermano Judas, para nosotros la belleza, la gracia y el talento, la cultura, sí, esas cosas que ni se comen ni se pueden vender, que solo sirven para estar en paz con uno mismo, se reducen a películas como “Fast And Furious ” que, dice un diario, deja 501 millones de dólares en todo el mundo, tres “kilos” más que la película de 2015.
Porque esto es una saga que nunca cesará. La imbecilidad dominando al mundo, alabada, saludada por millones de espectadores que en los cinco continentes, con la sonrisa más cretina de su repertorio, pasan por las taquillas y dejan sus haberes. ¡Aleluya, hermanos, sigamos metiendo goles en favor de la incultura, la chabacanería, el griterío que mata las neuronas, porque la inteligencia hay que aplastarla definitivamente, que no quede nada.
Y que cuando Diana, la comedora de ratones, con su belleza de otros mundos aparezca en su nave nodriza para pedirnos rendición sin condiciones, sitio para la no inteligencia, para la soberbia de no saber pero de mandar, ¿para qué sirve saber sin poder?, estemos preparados, previamente arrodillados en la inmundicia de nuestra propia estupidez debidamente certificada por alguna universidad de Oklahoma.
Y sigamos rezando por el bienestar de ese cine que ayuda tanto, con tanta fuerza, con tanta convicción, a suturar la fuerza de la inteligencia. Que no quede nada, por favor, que no se escape ningún intelectual. Todos a las salitas en busca de incultura y de buenos atracones de palomitas, con mucha Coca-Cola y nada de light, pura y dura, como el castigo que merecen los pensadores. A lo Hitler, a lo Stalin, a lo Franco.
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