Colaboración: A Donald Trump ya no le queda ni París

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Un americano en París
Por Sergio Berrocal    

Señor Presidente de los Estados Unidos de América, Washington.

Informa la prensa en este fin de semana que usted ha desaconsejado viajar a París porque considera su señoría que la capital del mundo ya no es segura por mor de los terroristas a los que su país alimentó en Afganistán cuando se llamaban talibanes y luchaban con Estados Unidos para echar de ese país a los soviéticos.

Es que en ese tiempo, Señor Presidente, Estados Unidos no fue capaz de expulsar a los rusos y tuvieron que llamar a tropas indígenas que luego se le revolvieron. Pero eso es ya otra canción, como diría Cole Porter, sí, ese otro norteamericano que usted tampoco conoce.

Tiene usted derecho a no amar a nadie, a despreciar a todo el mundo, que para eso es multimillonario y Presidente republicano, pero, por favor, no se meta con París.

Entiendo que lo hace por pura ignorancia, sin maldad. Cree, con la buena fe que le caracteriza, que París es ese pueblo de 469 habitantes que tienen ustedes en Michigan. Seguro que usted no habla de la capital de Francia, ese país sin el cual ustedes no tendrían el único símbolo mundial de Estados Unidos, la Estatua de la Libertad, un regalo de los franceses al pueblo norteamericano.

Tampoco sabe usted, señor Presidente, pero es normal, porque ha pasado toda la vida juntando millones de dólares, haciendo torres como en Sodoma y Gomorra y no le ha quedado tiempo para otra cosa. El caso es que antes de que le regalásemos a EEUU la Estatua de la Libertad, sí, esa cosa con la antorcha a la entrada de Nueva York, un tal Marie Joseph Paul Yves Roch Gilbert du Motier, marqués de Lafayette, dejó a sus amantes parisienses para jugarse la vida en la guerra de la Independencia que EEUU libró hace un rato contra el Imperio Británico, sí, esa misma Gran Bretaña de la que tan amiguitos son ustedes ahora.

Pero no se aflija, Señor Presidente, ya entendemos que con la vida de sacrificio que usted ha llevado no le ha dado tiempo para ilustrarse. Cuando se está arrimando ladrillos a su papá para que construya casas baratas, queda poco tiempo.

Algunos de sus asesores, bueno, no le pregunte a los militares porque en general…, en fín si pregunta sabrá que Francia, esa nación que usted intenta meter en una pesadilla de terroristas para evitar que los norteamericanos viajen allí, ha sido siempre, desde que usted no existía, el país de las mil libertades.

Pero eso no tiene importancia, somos así. Lo importante, señor Presidente de los Estados Unidos, es que está usted ayudando a esos terroristas yihadistas, porque lo que quieren ellos es lo que usted pretende, que la gente se asuste. Gracias, Sir.

Lo que ocurre también es que la mitad de los norteamericanos que no votaron por usted y que se supone son en su mayoría demócratas, es decir gente que sabe leer y escribir y que incluso habla algo más que la lengua indígena que ustedes practican, aman Francia, aman París y sueñan con viajar a Europa.

Ah, ya, que usted no lo sabía. Se entiende, con su París de Michigan ya le sobra.

Verá, señor Presidente, resulta que esa mitad de sujetos de su Presidencia, son más cultos que ustedes los republicanos y saben que la fuente de toda vida, de toda sabiduría, de todo arte de vivir, está en esa Europa que usted desprecia y a la que amenaza con mandarle los siete jinetes de otro Apocalipsis. El de la ignorancia.

Esa gente que no quiso que usted fuese Presidente, y ahora empezamos a entenderlos, se pirra por París. Y si no me cree pregúntele a Woody Allen… Bueno, entiendo, que usted no conoce a Woody Allen, pero alguien en la Casa Blanca seguro que ha oído hablar de él. Es un peliculero –usted que ha trabajado también en el cine…- y además toca el clarinete. No es que sea el personaje ideal para una recepción en su Torre de Nueva York o en su Casa Blanca, ya un poco gris, que le han prestado en Washington, pero resulta que todo el mundo le considera como una de las glorias de Estados Unidos.

Ya sabemos que usted dice cualquier cosa, que si ha aconsejado que la gente no viaje a París es porque no sabía lo que estaba diciendo, pero, hombre, no se cargue el sueño norteamericano, que no es solamente el de ser el país más rico y poderoso del mundo.

Mire usted, señor Presidente, hace un pilón de años, en Hollywodd se rodó una película titulada “Casablanca”, con dos actores de los que quizá su hija haya oído hablar, Humphrey Bogart, sí, ese tipo que no paraba de fumar, y así terminó…, e Ingrid Bergman, una actriz que seguramente no le desagradaría a usted.

Resulta que después de esa película, sí, en blanco y negro, ya sé, podían haberla hecho en technicolor. Resulta que una de las frases claves de ese film es “Siempre nos quedará París”, con lo cual EEUU rendía tributo a la patria de todos los perseguidos del mundo, desde los negros que el Klux Klux Klan incitaba a marcharse del país a otros rebotados de la cacería de brujas organizada por un tal senador MacCarthy, probablemente un viejo amigo de su familia de usted.

Los norteamericanos son los primeros que van a París, incluso hay una película que se titula “Un americano en París” y que quizá le convendría ver.

No desprecie a París, señor Presidente. Es la única ciudad del mundo en la que dentro de cuatro años le acogerían para una cómoda jubilación, del mismo modo que acogió a más de un presidente latinoamericano echado por el pueblo.

Los franceses dan asilo a todo el mundo, incluso se lo darían a usted. Estoy seguro.

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