Colaboración: El taxi amarillo de Donald Trump
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Karl Malden, disfrazado de teniente de policía corría por las calles de San Francisco junto a su joven adjunto, Michael Douglas, y la banda sonora te hacía acurrucarte en la parte trasera del automóvil en medio del chillido desesperado de los neumáticos y el ulular repetitivo de las sirenas. Malden y Douglas se habían quedado en la pantalla del avión que nos traía de Miami a Nueva York, con larga cola para acceder al policía de turno. Todavía no corrían los ordenadores por el mundo y el poli, un enorme afroamericano de dos metros de alto y de ancho, brazos de luchador de sumo tatuados discretamente, pegaba trastazos sobre los pasaportes con un viejo tampón.
Cuando me llegó el turno, el hombre miró mi pasaporte y me preguntó con los ojos llenos de cachondeo:
-Spanish, América Latina?
- No, Sir. Spanish Europa.
-Yes, yes. (Y me consagró una sonrisa feliz de hombre que no quiere molestar).
- ¿Cuál es el motivo de su viaje, Sir?
- Vengo para ver de cerca los taxis amarillos de Nueva York.
El hombre se quedó con el matasellos a dos centímetros de mi visado. La sorpresa parecía leerse en su sudoroso rostro.
-¿Ha recorrido usted todos esos kilómetros para ver los taxis amarillos, Sir?
- Pues sí. Llevo años paseándome en ellos en casi todas las películas norteamericanas que veo y cuando estaba en Miami me dije que ya sería hora de ver uno de cerca, e incluso de palparlo, claro está que si ello no va contra los reglamentos de la Ciudad de Nueva York.
El poli, era un poli bueno, se veía a doce centímetros, soltó una carcajada apocalíptica pero debió acordarse de la cantidad de majaras con los que había convivido bastante tiempo en Vietnam (perdiendo la guerra en nombre de Estados Unidos, como antes la perdieron los franceses en nombre de Francia en un país que entonces se apellidaba Indochina) y el matasellos se inscribió en azul tinta en una página del pasaporte.
Salí corriendo del terminal aéreo y me di de bruces con mi primer taxi amarillo, que estaba un poco embarrado por la lluvia que había caído unas horas antes.
Todavía no habíamos visto “Taxi Driver” pero pocas eran las películas norteamericanas en las que este auto simpático no haya desempeñado un papel. Desde Woody Allen en Manhattan hasta el último alcohólico loco que se sube corriendo y le dice al chófer que siga al coche negro mientras le tiende un billete de cincuenta dólares.
Ahora, muchos años después, me preparo para la próxima primavera (europea, claro) verla en Nueva York. Hace tiempo que pensamos en dar ese salto pero entretanto ha llegado un nuevo presidente de los Estados Unidos que, según todos los indicios, no adora precisamente a mucha gente. Detesta a los demócratas, como Hillary Clinton que, según todos los estudios –la mayoría hechos por demócratas, hay que decirlo—tenía que estar hoy en la Casa Blanca y no buscándose un pisito de medio soltera. Porque, claro, me explican, ya saben que su marido, el guaperas Bill Clinton, perdió la Presidencia por el amor de una jovencita, aunque no hubo confirmación oficial del FBI (policía federal norteamericana) que es el organismo que más sabe de los amoríos presidenciales. Tuvieron un director llamado Edgard Hoover de un espantoso cinismo religioso, puritano de la iglesia más escondida en el pueblo más escondido de los EEUU, que hizo la vida peligrosamente imposible a John Kennedy.
Claro es que todo tiene una explicación. Contrariamente al camarada Trump, que es por lo visto presbiteriano, Kennedy era católico de los de misa y velo para robar votos a sus contrincantes, aunque ese acendrada devoción familiar no le impedía ser un mujeriego sin fe ni ley, que se volvía tarumba por unas faldas pese a que la espalda la tenía fastidiada desde que su padre, al que medio echaron de embajador en Londres porque decían que le gustaba demasiado la ideología nazi, le mandó a la guerra para que fuera héroe. Total. que Hoover consideraba que John y sus mosqueteros, tenía más de tres, sin contar algunos amigachos en la Mafia a través de personajes como Frank Sinatra, eran unos rufianes además de ser apuestos y ricos de la muerte.
Me he perdido. Yo les hablaba del viaje que mi hijo Tony y su servidor queremos hacer a Nueva York.
Es que, verás ustedes, los periodistas, que a veces tienen una lengua que ya, ya, ríanse de la Elsa Maxwell, aquella que en los años cincuenta sometió a la ley del escándalo de prensa amarilla a todo Hollywood, con crónicas asesinas que no dejaba en paz a nadie, esos escribidores de periódicos afirman que Donald Trump, el Presidente de los Estados Unidos, no está muy cuerdo, que aborrece a los mexicanos, para los que ha previsto un refuerzo del muro que ya divide a México y EEUU, dos vecinos que poco se aman.
En realidad, agregan otras fuentes, el presidente no ama a nadie y detesta a todo el mundo. Y no hablemos de los árabes y otros yihadistas.
Soy francés pero en mi pasaporte de la République Française se especifica, porque los funcionarios son así de metomentodo, que nací en la ciudad de Tetuán, norte de África, que entonces estaba bajo dominio de España.
Pero ya hace un rato históricamente hablando que Tetuán forma parte del Reino de Marruecos, país musulmán y árabe sin duda. Luego, lógicamente, y no digamos visto por los gentiles muchachos de Trump, nací musulmán si se tiene en cuenta que el lugar de nacimiento da la nacionalidad en algunos casos.
Me imagino en el aeropuerto de Nueva York, donde ahora sí que hay ordenadores que te encuentran todas las virutas de tu vida en menos de lo que canta un gallo. Y probablemente, con la suerte que es la mía, ya ni siquiera haya policías que combatiesen en Vietnam y vuelvan con sentido del humor, como el que me tocó a mí en los años de 1970.
- Sir, ¿usted es musulmán marroquí?
- No, Sir, soy francés de Francia. Y católico, apostólico y romano.
- Ya, pero nació en Marruecos.
Entonces aparece el tipo de la CIA, en uno de cuyos archivos están todos los periodistas “malos”, vamos nada correctos con la política norteamericana.
- Usted escribió mucho criticando a los Bush…
- Bueno sí, pero es que la invasión de Irak, sabe…
- Lo sé, Sir. Yo era teniente del Ejército de los Estados Unidos cuando entramos en Bagdad.
- Bueno, verá, es que las cosas cambian. Ahora tienen ustedes un nuevo Presidente, que por cierto tiene una hija monísima, que parece muy leída…
- ¿?
- Hemos viajado a Nueva York porque queremos visitar la Torre Trump. Me han dicho que es una visita muy interesante…
- ¿Conoce usted a nuestro Presidente?, porque según veo en mis fichas, usted sigue siendo periodista y, permítame decirle que nuestros analistas consideran que sus simpatías por los Estados Unidos que usted llama, cito, “militarista”…
Otro policía interroga a Tony.
- Vengo para ver los taxis amarillos de Nueva York.
- Pero su padre dice que él viene para visitar la Trump Tower…
- Es que él ya hace años que visitó los taxis amarillos.
- ¿Sabía usted que el pueblo donde usted nació en Francia era considerado como el Vaticano del comunismo francés? Yo estuve tres años como agregado cultural en la embajada de EEUU en París y sé mucho de esto…
No les digo la que se armó cuando otro secreta, esta vez de la NSA, gritó mientras se acercaba a toda pastilla, como si le esperase un trasplante de pulmón;
- ¡John, por tu mother, detén a este frech marroquí! ¡Acabo de saber que en 1985 fue recibido en La Habana por Fidel Castro!
Hemos anulado nuestro viaje a Nueva York. Estamos tramitando el visado para Damasco, es menos peligroso.
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Karl Malden, disfrazado de teniente de policía corría por las calles de San Francisco junto a su joven adjunto, Michael Douglas, y la banda sonora te hacía acurrucarte en la parte trasera del automóvil en medio del chillido desesperado de los neumáticos y el ulular repetitivo de las sirenas. Malden y Douglas se habían quedado en la pantalla del avión que nos traía de Miami a Nueva York, con larga cola para acceder al policía de turno. Todavía no corrían los ordenadores por el mundo y el poli, un enorme afroamericano de dos metros de alto y de ancho, brazos de luchador de sumo tatuados discretamente, pegaba trastazos sobre los pasaportes con un viejo tampón.
Cuando me llegó el turno, el hombre miró mi pasaporte y me preguntó con los ojos llenos de cachondeo:
-Spanish, América Latina?
- No, Sir. Spanish Europa.
-Yes, yes. (Y me consagró una sonrisa feliz de hombre que no quiere molestar).
- ¿Cuál es el motivo de su viaje, Sir?
- Vengo para ver de cerca los taxis amarillos de Nueva York.
El hombre se quedó con el matasellos a dos centímetros de mi visado. La sorpresa parecía leerse en su sudoroso rostro.
-¿Ha recorrido usted todos esos kilómetros para ver los taxis amarillos, Sir?
- Pues sí. Llevo años paseándome en ellos en casi todas las películas norteamericanas que veo y cuando estaba en Miami me dije que ya sería hora de ver uno de cerca, e incluso de palparlo, claro está que si ello no va contra los reglamentos de la Ciudad de Nueva York.
El poli, era un poli bueno, se veía a doce centímetros, soltó una carcajada apocalíptica pero debió acordarse de la cantidad de majaras con los que había convivido bastante tiempo en Vietnam (perdiendo la guerra en nombre de Estados Unidos, como antes la perdieron los franceses en nombre de Francia en un país que entonces se apellidaba Indochina) y el matasellos se inscribió en azul tinta en una página del pasaporte.
Salí corriendo del terminal aéreo y me di de bruces con mi primer taxi amarillo, que estaba un poco embarrado por la lluvia que había caído unas horas antes.
Todavía no habíamos visto “Taxi Driver” pero pocas eran las películas norteamericanas en las que este auto simpático no haya desempeñado un papel. Desde Woody Allen en Manhattan hasta el último alcohólico loco que se sube corriendo y le dice al chófer que siga al coche negro mientras le tiende un billete de cincuenta dólares.
Ahora, muchos años después, me preparo para la próxima primavera (europea, claro) verla en Nueva York. Hace tiempo que pensamos en dar ese salto pero entretanto ha llegado un nuevo presidente de los Estados Unidos que, según todos los indicios, no adora precisamente a mucha gente. Detesta a los demócratas, como Hillary Clinton que, según todos los estudios –la mayoría hechos por demócratas, hay que decirlo—tenía que estar hoy en la Casa Blanca y no buscándose un pisito de medio soltera. Porque, claro, me explican, ya saben que su marido, el guaperas Bill Clinton, perdió la Presidencia por el amor de una jovencita, aunque no hubo confirmación oficial del FBI (policía federal norteamericana) que es el organismo que más sabe de los amoríos presidenciales. Tuvieron un director llamado Edgard Hoover de un espantoso cinismo religioso, puritano de la iglesia más escondida en el pueblo más escondido de los EEUU, que hizo la vida peligrosamente imposible a John Kennedy.
Claro es que todo tiene una explicación. Contrariamente al camarada Trump, que es por lo visto presbiteriano, Kennedy era católico de los de misa y velo para robar votos a sus contrincantes, aunque ese acendrada devoción familiar no le impedía ser un mujeriego sin fe ni ley, que se volvía tarumba por unas faldas pese a que la espalda la tenía fastidiada desde que su padre, al que medio echaron de embajador en Londres porque decían que le gustaba demasiado la ideología nazi, le mandó a la guerra para que fuera héroe. Total. que Hoover consideraba que John y sus mosqueteros, tenía más de tres, sin contar algunos amigachos en la Mafia a través de personajes como Frank Sinatra, eran unos rufianes además de ser apuestos y ricos de la muerte.
Me he perdido. Yo les hablaba del viaje que mi hijo Tony y su servidor queremos hacer a Nueva York.
Es que, verás ustedes, los periodistas, que a veces tienen una lengua que ya, ya, ríanse de la Elsa Maxwell, aquella que en los años cincuenta sometió a la ley del escándalo de prensa amarilla a todo Hollywood, con crónicas asesinas que no dejaba en paz a nadie, esos escribidores de periódicos afirman que Donald Trump, el Presidente de los Estados Unidos, no está muy cuerdo, que aborrece a los mexicanos, para los que ha previsto un refuerzo del muro que ya divide a México y EEUU, dos vecinos que poco se aman.
En realidad, agregan otras fuentes, el presidente no ama a nadie y detesta a todo el mundo. Y no hablemos de los árabes y otros yihadistas.
Soy francés pero en mi pasaporte de la République Française se especifica, porque los funcionarios son así de metomentodo, que nací en la ciudad de Tetuán, norte de África, que entonces estaba bajo dominio de España.
Pero ya hace un rato históricamente hablando que Tetuán forma parte del Reino de Marruecos, país musulmán y árabe sin duda. Luego, lógicamente, y no digamos visto por los gentiles muchachos de Trump, nací musulmán si se tiene en cuenta que el lugar de nacimiento da la nacionalidad en algunos casos.
Me imagino en el aeropuerto de Nueva York, donde ahora sí que hay ordenadores que te encuentran todas las virutas de tu vida en menos de lo que canta un gallo. Y probablemente, con la suerte que es la mía, ya ni siquiera haya policías que combatiesen en Vietnam y vuelvan con sentido del humor, como el que me tocó a mí en los años de 1970.
- Sir, ¿usted es musulmán marroquí?
- No, Sir, soy francés de Francia. Y católico, apostólico y romano.
- Ya, pero nació en Marruecos.
Entonces aparece el tipo de la CIA, en uno de cuyos archivos están todos los periodistas “malos”, vamos nada correctos con la política norteamericana.
- Usted escribió mucho criticando a los Bush…
- Bueno sí, pero es que la invasión de Irak, sabe…
- Lo sé, Sir. Yo era teniente del Ejército de los Estados Unidos cuando entramos en Bagdad.
- Bueno, verá, es que las cosas cambian. Ahora tienen ustedes un nuevo Presidente, que por cierto tiene una hija monísima, que parece muy leída…
- ¿?
- Hemos viajado a Nueva York porque queremos visitar la Torre Trump. Me han dicho que es una visita muy interesante…
- ¿Conoce usted a nuestro Presidente?, porque según veo en mis fichas, usted sigue siendo periodista y, permítame decirle que nuestros analistas consideran que sus simpatías por los Estados Unidos que usted llama, cito, “militarista”…
Otro policía interroga a Tony.
- Vengo para ver los taxis amarillos de Nueva York.
- Pero su padre dice que él viene para visitar la Trump Tower…
- Es que él ya hace años que visitó los taxis amarillos.
- ¿Sabía usted que el pueblo donde usted nació en Francia era considerado como el Vaticano del comunismo francés? Yo estuve tres años como agregado cultural en la embajada de EEUU en París y sé mucho de esto…
No les digo la que se armó cuando otro secreta, esta vez de la NSA, gritó mientras se acercaba a toda pastilla, como si le esperase un trasplante de pulmón;
- ¡John, por tu mother, detén a este frech marroquí! ¡Acabo de saber que en 1985 fue recibido en La Habana por Fidel Castro!
Hemos anulado nuestro viaje a Nueva York. Estamos tramitando el visado para Damasco, es menos peligroso.
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