Colaboración: Feliz año con amor
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
He tenido que parchear algunos cachos de mi vida porque había desconchados. Hasta que me metí en una película, la primera, y luego ya no volví a salir del cine. Algo parecido pudo pasarle al personaje que encarna la actriz francesa Françoise Fabian en “La bonne Année”, de Claude Lelouch.
Menos, mucho menos conocida que Brigitte Bardot, mucho, mucho menos querida que Romy Schneider, Françoise Fabian ha sido el amor del cine francés hecho madurez, gracia y elegancia, con un encanto, puro charme que corría por las calles de París en los años sesenta y setenta. Calles por las que ya no pasan todos los pobres de espíritu, que de ellos tampoco será el cielo, que viajan a la Ciudad Luz únicamente porque EuroDisney no tiene aeropuerto propio.
Françoise Fabian y Anouck Aimée son las mujeres que amábamos entonces como en unas vacaciones, largas, de toda una guerra tal vez, o quién sabe si de una generación, como en un verano del 42, lejos de las convenciones siempre aburridas de Hollywood para el corazón.
Un nuevo cine de amor que inventó un muchacho de la buena sociedad parisiense apasionado de cine, de los cuentos que permite contar una cámara al hombro y la sensibilidad a flor de piel.
Con “Un homme et une femme” (Un hombre y una mujer), Claude Lelouch dio un nuevo giro a todo lo que hasta entonces se contaba sobre el amor, del amor, desde dentro de lo más profundo del amor, en la pantalla, utilizando la música como el perfume de sentimientos que se pueden sentir a cualquier hora, en cualquier lugar. Que se podía sentir. Porque luego vinieron cosas nuevas, desalmados del corazón y todo se fue al carajo. Pero que nos quiten lo bailao, esas dos fechas de magia que ni Meliés. Bellos, triunfales años en que el amor se escribía sin truculencias.
Con sus Oscar a cuestas, Lelouch destronaba a Estados Unidos a la hora de contar un cuento de amor sin hamburguesas ni patatas fritas apenas cocidas.
Era el triunfo de cineastas decididos e ilusionantes que destronaban los otros relatos amorosos llegados de Nueva York y sus aledaños, con un modelo de enamoramiento que estaba muy lejos del nuestro.
Los europeos, los pobres europeos que habían perdido la II Guerra Mundial (hasta 1945), en la que los norteamericanos habían triunfado con la orquesta de Glenn Miller y sus muchachos para reírles la gracia. Y después de esta guerra, Estados Unidos había ganado otra guerra, la de la introducción en Europa de sus superproducciones como forma de vivir y de concebir sus cosas. Auténtica invasión que dejó al pobrecito cine europeo tiritando.
El actor Lino Ventura, que siempre tuvo cara de lo que había sido, una medio estrella estrellada de la lucha libre, se convirtió gracias a Claude Lelouch en “La Bonne Année” (Feliz Año) en el galán del cine mundial inteligente que ya estaba más que reconocido.
Después de esta película, ya “Un homme et une femme” nos había abierto el apetito, los pedigüeños del amor soñaron con llegar a una casa donde esperara la pasión de sus entretelas.
Aunque fuera, como le ocurre al bueno de Lino Ventura, a costa de descubrir que la mujer que has amado desde hace tiempo y a la que tuviste que abandonar porque la justicia decretó que eras un atracador de joyerías, atracador pero con clase, y te mandó a la cárcel por unos cuantos años, te había buscado un reemplazante.
Y lo descubres cuando va a sonar el Año Nuevo, cuando en las calles de París el frío no tiene misericordia. Llegas al piso de ella, de Françoise Fabian y ves que las cosas has cambiado. Y en lugar de partirle la cara al figurín que ahora reina allí, te vas y quieres olvidar. Hasta que vuelves y Claude Lellouch está a punto de tortícolis con la cámara siguiendo a Françoise Fabian que quiere arreglar la casa antes de que él llegue, en una de las filmaciones más románticamente impresionantes y que otros han tratado de imitar sin gracia.
Pero eran tiempos de esperanza, en los que en el amor no tenían por qué acabar mal, sobre todo como aquí se cuenta.
Si esos galanes de bolsillo que ha fabricado el cine de Estados Unidos y de Europa viesen esta película, porque seguro que no lo han visto, mirarse al espejo les toma todo su tiempo y un poco el de un vecino, dejarían de interpretar nada y se meterían a frailes sepultureros en un convento cualquiera. Y no en un convento de publicidad callejera como el que Alejandro Dumas encontró para que su mosquetero D’Artagnan pudiese recibir el último suspiro de la deliciosa Madame de Bonacieux.
Mientras Lino Ventura fuma un Gitanes sin filtro, haciéndolo girar entre los dedos como nadie ha vuelto a conseguirlo, Françoise Fabian le cuenta por qué buscó a otro hombre en su ausencia. “Tenía que mantenerme viva para cuando tú salieras de la cárcel”, le dice ella en una traducción libre y nada oficial del diálogo del filme.
Casi toda la historia de “La Bonne Année”, un clásico del cine de amor, la obra rematada que Lelouch comenzó con “Un homme et une femme”, transcurre en Cannes, ese pueblo turístico sin alma pero donde se encuentran por el capricho del cine, porque el cine es mágico, los más bellos hoteles del mundo, los que nunca olvidarás aunque tus medios no te permitan más que tomar una TrumpCola en el bar.
El pueblo sin dios se anima una vez por año, hasta que yo recuerde en el mes de mayo y entonces la varita mágica del proyector y de la sábana blanca opera el milagro. Las vidas se tiñen de la fantasía de vivir. Y el resto del año, Cannes vive de las rentas de esa magia cinematográfica.
Lelouch no es un voyeur. Para decir que sus personajes hacen el amor, le basta y le sobra con que aparezcan juntos, apenas desnudos, asomados al embozo de una sábana. O que lleven un albornoz blanco como Humphrey Bogart llevaba la gabardina desgarbada. Eso se llama sencillamente talento. Los otros recurren a la exhibición sexual pura y simple, como en una buena publicidad de bragas pero sin pasión y aún menos genio.
¿Qué es la psicología?, preguntaba no sé dónde un señor a otro. El arte de engañar a la gente antes de que la gente te engañe, replicaba el replicante.
¿Qué es el amor? La respuesta es más difícil pero, a su manera, como un Frank Sinatra ya calvo pero con la misma voz de cuando llevaba sombreros de gangster joven, Claude Lelouch la responde. Incluso cuando Lino Ventura telefonea a Françoise Fabian que está con el otro. Y ella responde, con toda la naturalidad del mundo: “Mon amour…”
Amor diferente, consecuente, de adultos, para adultos, amor maduro capaz de aceptar hasta lo inevitable, porque el transcurso de la vida lo es. El amor adulto que hay que tomar como viene y no con remilgos, sin freno ni frontera, porque la puñetera vida es como es.
Hoy, Françoise Fabian, la que enamoró con esa película, tiene más de ochenta años, una edad en la que el amor cambia sin que se marche jamás.
Lo malo es que Lino Ventura hace tiempo que decidió marcharse.
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He tenido que parchear algunos cachos de mi vida porque había desconchados. Hasta que me metí en una película, la primera, y luego ya no volví a salir del cine. Algo parecido pudo pasarle al personaje que encarna la actriz francesa Françoise Fabian en “La bonne Année”, de Claude Lelouch.
Menos, mucho menos conocida que Brigitte Bardot, mucho, mucho menos querida que Romy Schneider, Françoise Fabian ha sido el amor del cine francés hecho madurez, gracia y elegancia, con un encanto, puro charme que corría por las calles de París en los años sesenta y setenta. Calles por las que ya no pasan todos los pobres de espíritu, que de ellos tampoco será el cielo, que viajan a la Ciudad Luz únicamente porque EuroDisney no tiene aeropuerto propio.
Françoise Fabian y Anouck Aimée son las mujeres que amábamos entonces como en unas vacaciones, largas, de toda una guerra tal vez, o quién sabe si de una generación, como en un verano del 42, lejos de las convenciones siempre aburridas de Hollywood para el corazón.
Un nuevo cine de amor que inventó un muchacho de la buena sociedad parisiense apasionado de cine, de los cuentos que permite contar una cámara al hombro y la sensibilidad a flor de piel.
Con “Un homme et une femme” (Un hombre y una mujer), Claude Lelouch dio un nuevo giro a todo lo que hasta entonces se contaba sobre el amor, del amor, desde dentro de lo más profundo del amor, en la pantalla, utilizando la música como el perfume de sentimientos que se pueden sentir a cualquier hora, en cualquier lugar. Que se podía sentir. Porque luego vinieron cosas nuevas, desalmados del corazón y todo se fue al carajo. Pero que nos quiten lo bailao, esas dos fechas de magia que ni Meliés. Bellos, triunfales años en que el amor se escribía sin truculencias.
Con sus Oscar a cuestas, Lelouch destronaba a Estados Unidos a la hora de contar un cuento de amor sin hamburguesas ni patatas fritas apenas cocidas.
Era el triunfo de cineastas decididos e ilusionantes que destronaban los otros relatos amorosos llegados de Nueva York y sus aledaños, con un modelo de enamoramiento que estaba muy lejos del nuestro.
Los europeos, los pobres europeos que habían perdido la II Guerra Mundial (hasta 1945), en la que los norteamericanos habían triunfado con la orquesta de Glenn Miller y sus muchachos para reírles la gracia. Y después de esta guerra, Estados Unidos había ganado otra guerra, la de la introducción en Europa de sus superproducciones como forma de vivir y de concebir sus cosas. Auténtica invasión que dejó al pobrecito cine europeo tiritando.
El actor Lino Ventura, que siempre tuvo cara de lo que había sido, una medio estrella estrellada de la lucha libre, se convirtió gracias a Claude Lelouch en “La Bonne Année” (Feliz Año) en el galán del cine mundial inteligente que ya estaba más que reconocido.
Después de esta película, ya “Un homme et une femme” nos había abierto el apetito, los pedigüeños del amor soñaron con llegar a una casa donde esperara la pasión de sus entretelas.
Aunque fuera, como le ocurre al bueno de Lino Ventura, a costa de descubrir que la mujer que has amado desde hace tiempo y a la que tuviste que abandonar porque la justicia decretó que eras un atracador de joyerías, atracador pero con clase, y te mandó a la cárcel por unos cuantos años, te había buscado un reemplazante.
Y lo descubres cuando va a sonar el Año Nuevo, cuando en las calles de París el frío no tiene misericordia. Llegas al piso de ella, de Françoise Fabian y ves que las cosas has cambiado. Y en lugar de partirle la cara al figurín que ahora reina allí, te vas y quieres olvidar. Hasta que vuelves y Claude Lellouch está a punto de tortícolis con la cámara siguiendo a Françoise Fabian que quiere arreglar la casa antes de que él llegue, en una de las filmaciones más románticamente impresionantes y que otros han tratado de imitar sin gracia.
Pero eran tiempos de esperanza, en los que en el amor no tenían por qué acabar mal, sobre todo como aquí se cuenta.
Si esos galanes de bolsillo que ha fabricado el cine de Estados Unidos y de Europa viesen esta película, porque seguro que no lo han visto, mirarse al espejo les toma todo su tiempo y un poco el de un vecino, dejarían de interpretar nada y se meterían a frailes sepultureros en un convento cualquiera. Y no en un convento de publicidad callejera como el que Alejandro Dumas encontró para que su mosquetero D’Artagnan pudiese recibir el último suspiro de la deliciosa Madame de Bonacieux.
Mientras Lino Ventura fuma un Gitanes sin filtro, haciéndolo girar entre los dedos como nadie ha vuelto a conseguirlo, Françoise Fabian le cuenta por qué buscó a otro hombre en su ausencia. “Tenía que mantenerme viva para cuando tú salieras de la cárcel”, le dice ella en una traducción libre y nada oficial del diálogo del filme.
Casi toda la historia de “La Bonne Année”, un clásico del cine de amor, la obra rematada que Lelouch comenzó con “Un homme et une femme”, transcurre en Cannes, ese pueblo turístico sin alma pero donde se encuentran por el capricho del cine, porque el cine es mágico, los más bellos hoteles del mundo, los que nunca olvidarás aunque tus medios no te permitan más que tomar una TrumpCola en el bar.
El pueblo sin dios se anima una vez por año, hasta que yo recuerde en el mes de mayo y entonces la varita mágica del proyector y de la sábana blanca opera el milagro. Las vidas se tiñen de la fantasía de vivir. Y el resto del año, Cannes vive de las rentas de esa magia cinematográfica.
Lelouch no es un voyeur. Para decir que sus personajes hacen el amor, le basta y le sobra con que aparezcan juntos, apenas desnudos, asomados al embozo de una sábana. O que lleven un albornoz blanco como Humphrey Bogart llevaba la gabardina desgarbada. Eso se llama sencillamente talento. Los otros recurren a la exhibición sexual pura y simple, como en una buena publicidad de bragas pero sin pasión y aún menos genio.
¿Qué es la psicología?, preguntaba no sé dónde un señor a otro. El arte de engañar a la gente antes de que la gente te engañe, replicaba el replicante.
¿Qué es el amor? La respuesta es más difícil pero, a su manera, como un Frank Sinatra ya calvo pero con la misma voz de cuando llevaba sombreros de gangster joven, Claude Lelouch la responde. Incluso cuando Lino Ventura telefonea a Françoise Fabian que está con el otro. Y ella responde, con toda la naturalidad del mundo: “Mon amour…”
Amor diferente, consecuente, de adultos, para adultos, amor maduro capaz de aceptar hasta lo inevitable, porque el transcurso de la vida lo es. El amor adulto que hay que tomar como viene y no con remilgos, sin freno ni frontera, porque la puñetera vida es como es.
Hoy, Françoise Fabian, la que enamoró con esa película, tiene más de ochenta años, una edad en la que el amor cambia sin que se marche jamás.
Lo malo es que Lino Ventura hace tiempo que decidió marcharse.
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