Colaboración: Los terroristas, el oficial y el cura
- por © NOTICINE.com
Por Tony Berrocal
Tres años después de haber dejado el regimiento de élite francés donde había efectuado el servicio militar, en aquella pequeña ciudad medieval situada a dos horas de París donde los entrenamientos comenzaban a las cuatro de la mañana con un petate de treinta kilos y un fusil de asalto camino a una marcha sin fin, decidí dejar de lado aquel mundo y tomar un billete dirección a la ciudad de Dom Bosco, la Brasilia que este santo soñó.
Atrás dejaba aquellas instrucciones noctámbulas donde las noches dormidas no pasaban de cuatro horas, pues aquellos oficiales sin alma acostumbraban a despertar nuestra unidad para realizar adiestramientos, ya que esta compañía era una de las que salían del cuartel en período de crisis, sobre todo terrorismo.
Por aquel entonces a la cabeza de aquel grupo estaba un teniente marcado a fuego por un disparo en la cara que lo dejo parcialmente desfigurado durante la toma de rehenes sucedida durante los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972. Esto es lo que se decía porque nadie se había atrevido a preguntárselo nunca, por lo menos ninguno de los soldados que tenía a su mando. Pero él, que no sonreía jamás, se paseaba con su leyenda a cuestas.
Poco antes de que apareciesen los terroristas en Múnich, algunos atletas israelíes habían estado disfrutando de una salida nocturna por la ciudad antes de regresar a la villa olímpica. Al alba y mientras los participantes descansaban ocho miembros de un grupo terrorista armado con pistolas y granadas se introdujeron en aquella ciudad deportiva provocando una masacre colectiva, once muertos.
El terrorismo de los años setenta lo lideraba esencialmente el Frente de Liberación de Palestina, uno de cuyos comandos se había introducido en la villa olímpica alemana para apresar atletas israelíes. La acción se saldó por la muerte de once atletas israelíes y un policía alemán.
En aquellos años de abril 1994 pertenecer a unidad de intervención militar no era una partida de juerga nocturna. Había que tener un perfil psicológico apropiado y aguantar, algo que pocos conseguían. Hubo en aquel tiempo alguna deserción de la unidad, soldados que no pudieron aguantar la presión y decidieron jugarse la comparecencia ante un tribunal militar.
Ya habían pasado muchos años desde la masacre de Munich pero las leyendas tienen la vida dura. El teniente del que tanto se hablaba seguía ejerciendo en el regimiento y nadie se atrevía a recordarle nada.
En el regimiento se comentaba en las noches de largas esperas alrededor de un fuego que el teniente Foley había sido uno de los héroes de Múnich.
Con el transcurrir de los años, también se contaba que la leyenda de aquel militar había llegado a oídos de un directivo de Hollywood y que de ahí salió una de las películas que se rodaron sobre las horas de horror de Munich.
En estos años de terrorismo, sobre todo con desvío de aviones que a veces terminaban trágicamente, Hollywood se mostró muy activo para mostrar la barbarie terrorista y la heroicidad de los que la combatían. El productor israelí Menahem Golan fue de los que más se distinguió en este intento con películas como “The Delta Force” (1986) con los imparables Chuck Norris y Lee Marvin.
Años más tarde y tras dejar el ejército, llegué a una ciudad en forma de paloma mensajera cuya construcción comenzó en 1956 siendo Lúcio Costa y Oscar Niemeyer los principales autores arquitectónicos de esta nueva metrópolis. Eran los años un profesor de la Sorbonne que se convirtió en huésped por un tiempo, ocho años, del Palácio de Planalto, la presidencia de Brasil. Estamos entonces frente al reino de Fernando Henrique Cardoso y las cosas transcurren en Brasilia, la capital del futuro que nunca existió.
En aquel entonces yo era un joven estudiante de periodismo que mientras estudiaba mantenía la corresponsalía de una agencia española. La llegada a Brasil supuso el fin del tiempo militar. Ya estábamos en octubre de 1997 y por un azar del destino conocí a varios virtuosos del mundo cinematográfico.
En Brasil no había terrorismo ni nadie quien lo combatiese. La dictadura militar, de 1964 a 1985, había dejado al país marcado para la paz.
Una de aquellas virtuosas era una jovencísima Rosario Dawson, matriculada en el instituto de Letras tendría por entonces veinte años edad y provenía de una familia puertorriqueña. Recuerdo que ese día andaba ironizando con un compañero colombiano sobre aquella muchachita procedente de Nova York. Nosotros que teníamos costumbre de mezclar dialectos para que nadie nos entendiera ese día nos quedamos literalmente sin palabras. Sin saber cómo aquella mulata se paró frente a nosotros mirándonos fijamente en silencio con sonrisa picarona y exclamó: “Wepaaa ¿se os quemó el cerebro?, ¿porque ese bochinche? en vez de eso mamaos vengan y acérquense que no muerdo”.
Hoy aquella princesa caribeña que escribía sus novelas de cuentos de hadas combina el cine con ayudar a jóvenes latinos de Estados Unidos. Llegó a la cima que tanto ansiaba. Quizá tenga algo que ver en todo esto el embrujo de aquella Brasilia donde tanto y tanto hablábamos de ella. Quizá rezábamos para que un día estuviese en lo alto de ese cartel que todas las actrices ansían. Quizá todo haya sido un sueño. Brasilia invita a la meditación y a la fantasía. Brasilia fue mágica.
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Tres años después de haber dejado el regimiento de élite francés donde había efectuado el servicio militar, en aquella pequeña ciudad medieval situada a dos horas de París donde los entrenamientos comenzaban a las cuatro de la mañana con un petate de treinta kilos y un fusil de asalto camino a una marcha sin fin, decidí dejar de lado aquel mundo y tomar un billete dirección a la ciudad de Dom Bosco, la Brasilia que este santo soñó.
Atrás dejaba aquellas instrucciones noctámbulas donde las noches dormidas no pasaban de cuatro horas, pues aquellos oficiales sin alma acostumbraban a despertar nuestra unidad para realizar adiestramientos, ya que esta compañía era una de las que salían del cuartel en período de crisis, sobre todo terrorismo.
Por aquel entonces a la cabeza de aquel grupo estaba un teniente marcado a fuego por un disparo en la cara que lo dejo parcialmente desfigurado durante la toma de rehenes sucedida durante los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972. Esto es lo que se decía porque nadie se había atrevido a preguntárselo nunca, por lo menos ninguno de los soldados que tenía a su mando. Pero él, que no sonreía jamás, se paseaba con su leyenda a cuestas.
Poco antes de que apareciesen los terroristas en Múnich, algunos atletas israelíes habían estado disfrutando de una salida nocturna por la ciudad antes de regresar a la villa olímpica. Al alba y mientras los participantes descansaban ocho miembros de un grupo terrorista armado con pistolas y granadas se introdujeron en aquella ciudad deportiva provocando una masacre colectiva, once muertos.
El terrorismo de los años setenta lo lideraba esencialmente el Frente de Liberación de Palestina, uno de cuyos comandos se había introducido en la villa olímpica alemana para apresar atletas israelíes. La acción se saldó por la muerte de once atletas israelíes y un policía alemán.
En aquellos años de abril 1994 pertenecer a unidad de intervención militar no era una partida de juerga nocturna. Había que tener un perfil psicológico apropiado y aguantar, algo que pocos conseguían. Hubo en aquel tiempo alguna deserción de la unidad, soldados que no pudieron aguantar la presión y decidieron jugarse la comparecencia ante un tribunal militar.
Ya habían pasado muchos años desde la masacre de Munich pero las leyendas tienen la vida dura. El teniente del que tanto se hablaba seguía ejerciendo en el regimiento y nadie se atrevía a recordarle nada.
En el regimiento se comentaba en las noches de largas esperas alrededor de un fuego que el teniente Foley había sido uno de los héroes de Múnich.
Con el transcurrir de los años, también se contaba que la leyenda de aquel militar había llegado a oídos de un directivo de Hollywood y que de ahí salió una de las películas que se rodaron sobre las horas de horror de Munich.
En estos años de terrorismo, sobre todo con desvío de aviones que a veces terminaban trágicamente, Hollywood se mostró muy activo para mostrar la barbarie terrorista y la heroicidad de los que la combatían. El productor israelí Menahem Golan fue de los que más se distinguió en este intento con películas como “The Delta Force” (1986) con los imparables Chuck Norris y Lee Marvin.
Años más tarde y tras dejar el ejército, llegué a una ciudad en forma de paloma mensajera cuya construcción comenzó en 1956 siendo Lúcio Costa y Oscar Niemeyer los principales autores arquitectónicos de esta nueva metrópolis. Eran los años un profesor de la Sorbonne que se convirtió en huésped por un tiempo, ocho años, del Palácio de Planalto, la presidencia de Brasil. Estamos entonces frente al reino de Fernando Henrique Cardoso y las cosas transcurren en Brasilia, la capital del futuro que nunca existió.
En aquel entonces yo era un joven estudiante de periodismo que mientras estudiaba mantenía la corresponsalía de una agencia española. La llegada a Brasil supuso el fin del tiempo militar. Ya estábamos en octubre de 1997 y por un azar del destino conocí a varios virtuosos del mundo cinematográfico.
En Brasil no había terrorismo ni nadie quien lo combatiese. La dictadura militar, de 1964 a 1985, había dejado al país marcado para la paz.
Una de aquellas virtuosas era una jovencísima Rosario Dawson, matriculada en el instituto de Letras tendría por entonces veinte años edad y provenía de una familia puertorriqueña. Recuerdo que ese día andaba ironizando con un compañero colombiano sobre aquella muchachita procedente de Nova York. Nosotros que teníamos costumbre de mezclar dialectos para que nadie nos entendiera ese día nos quedamos literalmente sin palabras. Sin saber cómo aquella mulata se paró frente a nosotros mirándonos fijamente en silencio con sonrisa picarona y exclamó: “Wepaaa ¿se os quemó el cerebro?, ¿porque ese bochinche? en vez de eso mamaos vengan y acérquense que no muerdo”.
Hoy aquella princesa caribeña que escribía sus novelas de cuentos de hadas combina el cine con ayudar a jóvenes latinos de Estados Unidos. Llegó a la cima que tanto ansiaba. Quizá tenga algo que ver en todo esto el embrujo de aquella Brasilia donde tanto y tanto hablábamos de ella. Quizá rezábamos para que un día estuviese en lo alto de ese cartel que todas las actrices ansían. Quizá todo haya sido un sueño. Brasilia invita a la meditación y a la fantasía. Brasilia fue mágica.
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