Colaboración: Una alfombra roja, por caridad

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La última edición de los Globos de Oro
Por Sergio Berrocal    

Nepotismo, amiguismo, sinvergonzonería. Como tontos, admirativos, con la boca abierta y babosa y los ojos espantados por el cansancio, mañana hay que trabajar, papá, el mundo de los que piensan que todo se le debe al Imperio, ha pasado sueño y rabia, pero admiraba, babeaba ante los premios Globos de oro, que se repartían los norteamericanos allá por Jalisco, con alfombra roja copiada de Cannes y vestidos de modistas que se forjaron en París.

Un desatino monumental, pero todos tan contentos. Ya llegarán los César (París) y luego los Goya (España) y cada país, por miserable y por escaso PIB que tenga, sacará alfombras rojas para auto abanicarse con el vientecillo de la fama que se inventa y se reparte, nos repartimos, nos satisfacemos.

Pura masturbación la que retransmiten las televisiones entre gente que no se merecería ni estar en la escuela primaria por zoquetes. Pero los primero es lo primero, démonos autobombo, digamos que somos los mejores. Si no, Pepe, ¿quién lo va a decir?

Y el pueblo bobo, el que luego pagará por entrar al cine, sin entender la película, solo porque le han dicho que hay que verla. Porque en la sociedad en que vivimos las apariencias son sagradas. Si no sabes aparentar, estás muerto.

Y todos estos festejos, todas estas ferias de pueblos que se cubren de alfombras rojas para que no se vean las manchas de envidia, tiene sus pregoneros con una patética levedad para ensalzar, repartir halagos, yo soy guapo, tú más y el John ni te digo. Qué guapos éramos dentro del analfabetismo ambiente.

Y cuando los periódicos de esta parte del mundo se llenan de reseñas bochornosamente admirativas para las películas premiadas allá en el Jalisco de los Globos de Oro, triunfa la inutilidad del ser. Nadie ha visto las películas, o casi nadie, pero hay que aclamarlas, hacer correr la leche condensada del contento para cuando lleguen los Oscar, o los César, o los Goya, o las Estrellas de Platino, o las Plumas del Paraíso. Todos guapos, todos talentosos, viva el cine que entierra con alfombras roja de la ignorancia, viva.

Y ninguno de los venerables cronistas que tan bien se saben las medidas de la Fulanita a la que se le corrió una carrera de la media en la alfombra roja de la desvergüenza, tiene el reflejo de gritar: “¡¿Y nosotros, qué!?”.

Publicitamos tanto al cine venido de otros mundos, mundos donde la gente gana diez, veinte o cincuenta veces más que nosotros, que tienen mansiones mientras nosotros nos contentamos con un pisito de soltero que ni le haría gracia a Billy Wilder. Y seguimos con el molino de alabanzas.

¿Y qué pasa con nosotros, esos países que quieren hacer cine, que hacen cine pero que apenas tienen salas para exhibirlo porque desde 1945, hace ya un rato, ¿eh, compañero?, los productores norteamericanos lo tienen todo copado para sus propias películas.

Da vergüenza, nada de ajena, propia, muy propia, ver la publicidad descarada y pagada con que Hollywood despliega sus paneles publicitarios en todos los festivales del mundo, porque ellos ni siquiera tienen. La Croisette de Cannes sigue cubriéndose de bochornosa publicidad, seguramente muy bien retribuida para todos los bodrios que el cine más poderoso del mundo nos venderá unos meses después.

Y pasa con todos los grandes festivales cinematográficos del mundo. Ya hasta el que hasta ahora era el más recatado, el más puro, digamos por decir algo, se está entregando al color del dinero del que hablaba Paul Newman.

Este año pasado, apenas iniciado el supuesto deshielo político en Cuba, Oliver Stone, el estupendo director norteamericano, el que filmó largamente a Fidel Castro en un documento para tener en cuenta, se plantó en el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana para remar por su gloria y allí presentó “Snowden”, sobre el miembro de la CIA, analista o lo que sea, que tuvo la valentía de revelar documentos de Estado y luego tuvo que refugiarse en Rusia. Como el inspirador de WikiLeak, Julian Assange, que lleva pudriéndose un tiempo ya largo en la embajada de Ecuador en Londres, de la que no puede salir porque podría ser capturado por los norteamericanos y llevado para siempre jamás a un Guantánamo cualquiera donde le enseñarían a no divulgar secretos de estado que tanto bochorno le da a la gente que maneja el mundo.

El mundo del cine se americaniza cada día más, hasta La Habana, donde durante medio siglo se odió a todo lo que podía venir del norte, ya está en las redes de productores más o menos profesionales que difunden por Internet peliculitas con cuño cubano que nada o muy poco tienen que ver con lo que es el cine cubano, sí, sí, el que creo Fidel Castro con la maestría del talento y sin ninguna improvisación.

Pero pronto también tendremos alfombra roja allí donde hablar de cine era como rezar. Y volverán a ganar los más poderosos, los que consideran que el cine es un negocio como los demás, mucho más rentables que otros, y para los que el cine nunca tendrá ninguna misión social o simplemente de cuentacuentos. El cine será duro y endemoniado de violencia o no será.  

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