Colaboración: "Twin Peaks" vuelve cuando llega Donald Trump

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El baile de Trump
Por Sergio Berrocal    

Extraño año 2017 que para los lectores de estrellas y otros horóscopos no empezará de veras hasta el 20 de Enero, cuando tome posesión de su cargo el nuevo presidente de los Estados Unidos, el loser (perdedor absoluto, irremediable) que dio la paliza más bochornosa a la relamida Hillary Clinton.

Dicen los "horoscoperos", los que todas las semanas nos venden sus predicciones –qué haríamos sin ellas, cómo serían nuestras tristes vidas sin saber lo que los astros nos reservan, aunque tenga su mijilla de fantasía—que mientras que el señor Donald Trump no llegue a la Casa Blanca estaremos en un comienzo de año por poderes.

Cuando el nuevo Amo del Mundo siente sus reales donde las tuvo el más ineficaz de los premios Nobel de la Paz, entonces empezaremos a saber si 2017 es un año feliz como hemos cantado con tan poco entusiasmo o si habrá que esperar.

Año extraño, miren ustedes. Vladimir Putin, Zar de todas las Rusias, que como Presidente de ese inmenso país sigue tan risueño como cuando era coronel del siniestro KGB, aquellos servicios secretos-exterminadores que tan bien manejaron padrecitos de todas las estepas rusas como Joseph Stalin. Qué tiempos aquellos de gulag, de telón de acero que separaba a los comunistas rusos y afines de nosotros, los europeos temerosos de Dios y calzados a la antigua.

Porque fíjense qué casualidad. Al mismo tiempo que Donald Trump y Vladimir Putin están en tratos para protagonizar la película más temerosa de todas cuantas se han rodado, la de nuestras propias vidas que pondremos en manos de esos dos hombres, reaparece este año el telefilme que más nos cautivó en 1991, "Twin Peaks" del genial, enigmático y ya algo entradito en canas (70 años, que feliz la mirada…) David Lynch.

Para la gente de mi generación, la que viste canas con mucho brío y talento, la Rusia entonces llamada Unión Soviética, con sus misterios, su telón de acero, sus satélites, una serie de países del Este de Europa que hoy presumen de ser los más demócratas y occidentales del mundo, aunque a algunos se les vea de qué pie cojea, era la mejor película que podíamos ver. Y bastaba con leer los periódicos, porque entonces la gente leía y pensaba, y así nos fue.

Época feliz que el risueño Vladimir quizá quiera resucitar. Gracias a Hollywood y otros satélites cinematográficos, sabíamos que en aquel mundo en que nos movíamos, nosotros, los habitantes del Oeste, al otro lado del rio Grande, éramos los buenos, los que teníamos la verdad. La gente del Este era pura maldad. Y para convencerse no había más que ver las películas en las que los soviéticos se pasaban la vida espiando a los buenos, Estados Unidos, claro, porque los europeos no pasábamos de ser espectadores, pagando la entrada, eso sí.

Qué tiempos tan fantásticos cuando desde la perspectiva de la guerra fría, es decir cuando de 1953 a 1962 el Este (ya saben, los malos) y el Oeste (no se olviden, los buenos) apenas se hablaban, en realidad se llevaban muy mal y se pasaban, los malos, claro, amenazando in petto a los buenos con una que otra bomba atómica.

Pero las espías llegadas del Este, más tarde el cinematográficamente siniestro James Bond también las utilizaría, eso eran mujeres, y no las nuestras, amas de casa católicas y fieles que no sabían ponerse un traje de lamé ni echarse un trago largo de vodka mientras con la otra mano hacían alguna maldad, mandar mensajes secretos y esas cosas.

Y vuelve "Twin Peaks" que para muchos de los que teníamos conciencia en los años noventa de que la vida no era el cha cha cha que nos vendían desde Cuba, también comunista, ¿se han fijado? Y se parecía más bien a un tango cantado por un argentino pasado al capitalismo activo después de haber arruinado a su bello país con capital en el Buenos Aires que siempre nos ha parecido una copia, buena copia, de Europa.

"Twin Peaks" ha sido probablemente la producción más inteligente que se ha vito jamás en una pantalla, y que más da que fuese pequeña o grande. Aquella Laura Palmer nos enamoraba más que el Vladimir Putin de estos años dos mil tan cerca de la catástrofe y tan lejos de dios. Es probablemente la única serie que nadie o casi nadie, yo por lo menos no, puede contar. Nadie sabe lo que pasa, por qué pasa lo que tienes la impresión de que está pasando. Lo único de lo que éramos muy conscientes, casi hasta el delirium tremens, era que Laura nos volvía locos. Todos queríamos ser Laura, estar en Laura, amar a Laura, cuando la música encendía las primeras imágenes del episodio del día.

Extraño 2017, porque ya Laura no existe, pero hay esos dos nuevos actores que dan repelos. Y es que además saben mucho de ficción, aunque ellos, cada uno desde su capital, quieran meternos en una película de la que nadie ha podido leer ni la sinopsis.

Imaginen cómo han cambiado las cosas desde que Lynch nos dejaba pasmados que Cuba, el último bastión del comunismo mundial junto a Vietnam y China, y que me perdonen si me olvido a alguno, está entrando dulcemente, como la introducción de un vals, en este mundo capitalista que será probablemente más capitalista que nunca cuando tenga a su mando a ese gran hombre de negocios.

Ya no nos quedará ni Cuba para imaginarnos el mundo aquel de las espías vampiresas rusas y de la periferia. Se nos acabará la ilusión. Entraremos en la depresión que el capitalismo ha sido capaz de imprimir hasta ese país de la papaya verde, Vietnam, que ya no nos hace soñar tampoco.

San Donald y San Vladimir, tened piedad de nosotros. Déjennos bailar un mambo más antes de que nos conviertan.

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