Colaboración: Cenicienta en la Casa Blanca
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Hemos demonizado tanto al nuevo Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que hacedores de opinión destrozaron por su elección sorpresiva, se están rompiendo el esternón de tanto golpe en el pecho en busca de un mea culpa eficaz. La mañana de su elección, en Europa infinitos pensadores y escribidores dijimos que era horrendo, que dónde estaba Hillary, que por qué había dejado la presidencia en manos del otro. Y concluíamos unos y otros que el Anticristo había llegado a la Tierra.
Algunas grandes revistas internacionales, de las que marcan la opinión y tiran de cualquier para mal o para bien han tenido que tragarse, quizá todavía estén digiriendo, portadas tan vistosas e ingeniosas donde el señor Trump aparecía como Perdedor, Loser de libro, y hasta como "El rey de los cerdos", un titular que desde luego tiene el perdón de la rabia pero al que le falta delicadeza y caridad cristiana.
Y los que hemos lamentado la llegada del nuevo Jefe de Estado del Mundo --algunos la hipocresía les ha llevado hasta soltar una lagrimita por el Nobel de la Paz Barack Obama—hemos tenido finalmente que mordernos las uñas y prometer que rezaríamos los 92 padrenuestro que nos caído por malos pensamientos.
Hay algunos comentaristas de la auténtica prensa mundial, los que creen que tienen influencia hasta en Wall Street, que ya no saben dónde esconderse ni qué excusas dar para que la gente no se les cachondee recordándoles de qué forma tan siniestra fallaron en sus perversos sondeos que daban a Hillary Clinton clara vencedora.
Uno de ellos ha tenido la humildad de aceptar que se equivocaron sencillamente porque se olvidaron de los electores, que no todos, ni mucho menos los de Trump, son intelectuales, como los de Hillary.
Hasta la CIA, pobrecita mía, que siempre se le achaca todo lo peor, ha tenido que saltar a la pista y en un ejercicio de peligroso equilibrio explicar cómo Vladimir Putin ayudó a la elección de Donadl Trump con no sé qué mejunjes informáticos.
Personalmente, desde que soy adicto a las telenovelas, me da realmente mucha pena la principal víctima colateral de todos esos chanchullos, Melania Trump, eslovena, maniquí de profesión y esposa del Presidente recién estrenado. Tiene todo lo que se le puede pedir a una heroía tipo de telenovela, belleza a raudales, dólares para tirar por las ventanillas del avión Force One cuando visite a los pobres, y una inteligencia normalita.
Es la protagonista soñada para cualquier telenovela mexicana, venezolana y otras cubanas. Bella para reventar de un infarto de envidia, a ratos espectacular, con una sonrisa que no dice si va o si ya ha llegado de vuelta y un vestuario que ni los mejores dibujantes de Walt Disney inventarían para Cenicienta.
En realidad, y a su manera que diría Frank Sinatra, Melania es una Cenicienta que ha surgido de la nada en este fin de 2016.
En 1998, comentan las gacetas, Donald Trump quedó embelesado primero, luego rabiosamente enamorado, ante el bellezón venida del Este de Europa que acababan de presentarle en un guateque de moda allá por Nueva York.
El Presidente, que entonces no era ni candidato, le pidió su mano, sus piés y todo lo que le pudiera darle. Pero Melania, criada en el comunismo duro y puro, le dijo que no. Y cuando las primeras campanadas de las doce de la noche salieron del campanario del Trump Tower, situado en el 725 de la Quinta Avenida, Manhattan, NY, USA, Melania se soltó de la mano de su multimillonario pretendiente y echó a correr. Su hada madrina le había advertido que a la medianoche justo volvería a verse enfundada en la modesta bata de obrera de las fábricas de textiles e Eslovenia donde las malas lenguas aseguran que trabajó su madre, pero que ella, hija bien amada y agradecida se convirtiese en una señorita de postín.
Melania apenas tuvo tiempo de subirse a la última carroza que montada sobre un Rolls Silver salía de estampida pisos abajo y desapareció de la suntuosa muestra de arquitectura neoyorquina.
El Príncipe de la Construcción mandó buscarla por todo el reino de las Américas y los sioux más aguerridos fueron sacados de sus reservas para dirigir las pesquisas. Y por fin la encontraron, aunque algunos malintencionados asegurar que no fue solamente el instinto de los siux el que dio con ella sino también, un poquito, la monumental técnica desplegada por el FBI.
Fue así, más o menos, que uno también tiene derecho a imaginar, como Melania la modelo del Este se convirtió en la amante desposada de su multimillonario de pretendiente, que ahora es Rey del Mundo.
Y después de Jackie Kennedy, que por cierto luego fue Jackie Onassis tras el asesinato de su marido presidencial, la elegante discreta que no juraba más que por los modistas franceses, llegó a la cima la espectacular que enamora con su mirada y solo habla cuando su Presidente se lo pide.
Entiendo que pueda sorprender este cuento de hadas que no sé si tiene más de hadas que de cuento puro y duro.
Pero, atiendan. Melania me recuerda a una novia que tuve en París hacia 1961. Ella también era modelo, sus padres e la habían traído de un país al otro lado de lo que entonces se llamaba el telón de acero.
Era modelo como Melania. Lo malo es que yo nada tenía que pudiese confundirme con un magnate de cualquier cosa. El resultado es que a los seis meses, cuatro días y trece horas, nuestra relación cesó. Un rajá indio la había conocido y ella me había dicho Ciao, eso sí con mucho sentimiento.
Desde entonces me he refugiado en las telenovelas.
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Hemos demonizado tanto al nuevo Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que hacedores de opinión destrozaron por su elección sorpresiva, se están rompiendo el esternón de tanto golpe en el pecho en busca de un mea culpa eficaz. La mañana de su elección, en Europa infinitos pensadores y escribidores dijimos que era horrendo, que dónde estaba Hillary, que por qué había dejado la presidencia en manos del otro. Y concluíamos unos y otros que el Anticristo había llegado a la Tierra.
Algunas grandes revistas internacionales, de las que marcan la opinión y tiran de cualquier para mal o para bien han tenido que tragarse, quizá todavía estén digiriendo, portadas tan vistosas e ingeniosas donde el señor Trump aparecía como Perdedor, Loser de libro, y hasta como "El rey de los cerdos", un titular que desde luego tiene el perdón de la rabia pero al que le falta delicadeza y caridad cristiana.
Y los que hemos lamentado la llegada del nuevo Jefe de Estado del Mundo --algunos la hipocresía les ha llevado hasta soltar una lagrimita por el Nobel de la Paz Barack Obama—hemos tenido finalmente que mordernos las uñas y prometer que rezaríamos los 92 padrenuestro que nos caído por malos pensamientos.
Hay algunos comentaristas de la auténtica prensa mundial, los que creen que tienen influencia hasta en Wall Street, que ya no saben dónde esconderse ni qué excusas dar para que la gente no se les cachondee recordándoles de qué forma tan siniestra fallaron en sus perversos sondeos que daban a Hillary Clinton clara vencedora.
Uno de ellos ha tenido la humildad de aceptar que se equivocaron sencillamente porque se olvidaron de los electores, que no todos, ni mucho menos los de Trump, son intelectuales, como los de Hillary.
Hasta la CIA, pobrecita mía, que siempre se le achaca todo lo peor, ha tenido que saltar a la pista y en un ejercicio de peligroso equilibrio explicar cómo Vladimir Putin ayudó a la elección de Donadl Trump con no sé qué mejunjes informáticos.
Personalmente, desde que soy adicto a las telenovelas, me da realmente mucha pena la principal víctima colateral de todos esos chanchullos, Melania Trump, eslovena, maniquí de profesión y esposa del Presidente recién estrenado. Tiene todo lo que se le puede pedir a una heroía tipo de telenovela, belleza a raudales, dólares para tirar por las ventanillas del avión Force One cuando visite a los pobres, y una inteligencia normalita.
Es la protagonista soñada para cualquier telenovela mexicana, venezolana y otras cubanas. Bella para reventar de un infarto de envidia, a ratos espectacular, con una sonrisa que no dice si va o si ya ha llegado de vuelta y un vestuario que ni los mejores dibujantes de Walt Disney inventarían para Cenicienta.
En realidad, y a su manera que diría Frank Sinatra, Melania es una Cenicienta que ha surgido de la nada en este fin de 2016.
En 1998, comentan las gacetas, Donald Trump quedó embelesado primero, luego rabiosamente enamorado, ante el bellezón venida del Este de Europa que acababan de presentarle en un guateque de moda allá por Nueva York.
El Presidente, que entonces no era ni candidato, le pidió su mano, sus piés y todo lo que le pudiera darle. Pero Melania, criada en el comunismo duro y puro, le dijo que no. Y cuando las primeras campanadas de las doce de la noche salieron del campanario del Trump Tower, situado en el 725 de la Quinta Avenida, Manhattan, NY, USA, Melania se soltó de la mano de su multimillonario pretendiente y echó a correr. Su hada madrina le había advertido que a la medianoche justo volvería a verse enfundada en la modesta bata de obrera de las fábricas de textiles e Eslovenia donde las malas lenguas aseguran que trabajó su madre, pero que ella, hija bien amada y agradecida se convirtiese en una señorita de postín.
Melania apenas tuvo tiempo de subirse a la última carroza que montada sobre un Rolls Silver salía de estampida pisos abajo y desapareció de la suntuosa muestra de arquitectura neoyorquina.
El Príncipe de la Construcción mandó buscarla por todo el reino de las Américas y los sioux más aguerridos fueron sacados de sus reservas para dirigir las pesquisas. Y por fin la encontraron, aunque algunos malintencionados asegurar que no fue solamente el instinto de los siux el que dio con ella sino también, un poquito, la monumental técnica desplegada por el FBI.
Fue así, más o menos, que uno también tiene derecho a imaginar, como Melania la modelo del Este se convirtió en la amante desposada de su multimillonario de pretendiente, que ahora es Rey del Mundo.
Y después de Jackie Kennedy, que por cierto luego fue Jackie Onassis tras el asesinato de su marido presidencial, la elegante discreta que no juraba más que por los modistas franceses, llegó a la cima la espectacular que enamora con su mirada y solo habla cuando su Presidente se lo pide.
Entiendo que pueda sorprender este cuento de hadas que no sé si tiene más de hadas que de cuento puro y duro.
Pero, atiendan. Melania me recuerda a una novia que tuve en París hacia 1961. Ella también era modelo, sus padres e la habían traído de un país al otro lado de lo que entonces se llamaba el telón de acero.
Era modelo como Melania. Lo malo es que yo nada tenía que pudiese confundirme con un magnate de cualquier cosa. El resultado es que a los seis meses, cuatro días y trece horas, nuestra relación cesó. Un rajá indio la había conocido y ella me había dicho Ciao, eso sí con mucho sentimiento.
Desde entonces me he refugiado en las telenovelas.
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