Colaboración: Hillary Clinton, la malquerida

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"M. el vampiro de Dusseldorf"
Por Sergio Berrocal    

Ya lo había anunciado el presidente saliente Barack Obama: "No importa lo que ocurra, el sol saldrá por la mañana". Poco antes de que los grandes electores norteamericanos dijeran lo que pensaban, él ya había abandonado toda esperanza de influir en el electorado para que Hilary Clinton saliese elegida presidenta de los Estados Unidos. En su lugar había ganado un Donald Trump inquietante con su tupé amarillento impoluto.

La carrera a la Casa Blanca había terminado, y todo el esfuerzo de numerosas figuras de Hollywood, anglosajonas e hispanas, resultó en vano.

En Times Square, Nueva York, horas de la madrugada, hacía un tiempo agradable y en Europa tiritábamos por lo que podía venírsenos encima.

La voz de pastor calvinista perdida en una película de Ingmar Bergman no había surtido efecto. Aparentemente el presidente saliente Obama había perdido su misterio y su influencia.

La prensa se resistía. El diario Clarin de Buenos Aires reconocía el triunfo del derechista, candidato de los republicanos contra los demócratas de siempre, mientras en Europa se iba pasito a paso, Estado por Estado, sin prisas, son la esperanza secreta de que finalmente el desagradable multimillonario acusado de todos los males del mundo, que son los de acoso sexual ("Oiga, que me ha tocado el culo") cayera finalmente desangrado por los electores.

Resulta que los norteamericanos, por lo menos una parte suficientes, había decidido que el sucesor de Obama sería el tipo poco recomendable según la prensa, y misógino de todos los santos, según la prensa, y no sé cuántas cosas malas más, según la prensa.

Cuando estaba mirando la televisión en busca de noticias, Nueva York permanecía despierto y poco después atónito y en todo momento con muchas ganas de saber.

Abajo del mapa, de todos los mapas, en este pueblo del fin del mundo, del fin de Europa por lo menos, amanecía con frío pese a que aquí, por imperativo turístico, impera el sol como magno argumento para que toda la Europa del norte venga a tomarlo por unos pocos euros de miseria de tercer mundo.

Mientras navegaba desde la radio a la televisión y al ordenador en busca de noticias, se me aparecieron, sin que pudiera remediarlo, las imágenes más terribles de la película "M. el vampiro de Dusseldorf", (Fritz Lang) en la que el magnífico Peter Lorre componía una espantosa imagen de violador de niñas rubias e inocentes en la Alemania que conocía el comienzo de la subida del nazismo en 1931.

No sé por qué estas imágenes salieron a mi encuentro en el corto pasillo de mi casa mientras empezaba a amanecer en el sur de Europa.

La historia de la película es la de la ascensión de Adolfo Hitler en una Alemania desesperada por el paro y la inflación y que culminaría ocho años después cuando el gurú de esa inmensa secta decidió guerrear contra el mundo, dando paso a la terrorífica II Guerra Mundial, que llevó a Europa a la catástrofe, desde 1939 hasta 1945.

No sé por qué pensé en Peter Lorre cuando veía las imágenes de Donald Trump, balbuceando casi –pésimo orador- su victoria frente a las cifras que decían que Hillary Clinton seguiría siendo la malquerida de la política norteamericana.

Porque desde que su marido, el guaperas Bill Clinton, había demostrado que el sexo era una constante de la vida de cualquier hombre, y hasta de cualquier presidente, dejando marcada a una muchacha que quería aprender de su sabiduría en un encuentro fulgurante y manchoso en su despacho presidencial, la familia no estaba hecha para la presidencia.

Se le achacaban a Trump sus gilipolleces sexuales ("oiga, que me ha tocado el culo", "oiga, que se ha propasado") pero la gente tampoco soportaba los amoríos de los Clinton con los multimillonarios de Wall Street.

Y entonces, cuando se creía que esta mujer podría llegar a ser la primera presidenta del país más poderoso del mundo, unos y otros pusieron en duda su legalidad.

La actriz Susan Sarandon, feminista reconocida, salía al paso proclamando que ella "no votaba con su vagina". Y desde entonces, Hillary Clinton estuvo marcada para ser la malquerida de este drama-tragedia norteamericano.

Son las dos de la tarde, hora de Madrid, y los europeos se preguntan con más angustia que la del desayuno qué va a pasar. Porque todo el mundo sabe, incluso los más analfabetos, que el Presidente de los Estados Unidos es el Amo del mundo.

Con el almuerzo temprano y la radio encendida, uno piensa en aquel Ronald Reagan, regular actor de cine, que un día de 1981 se convirtió en Presidente de los Estados Unidos hasta 1989, sin que dejara tan mala impresión. Algunos reconocieron que fue mejor presidente que actor.

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