Colaboración: Otro hombre y otra mujer

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Clinton vs Trump
Por Sergio Berrocal     

El poder del dinero, el poder del poder que pasa por Wall Sreet siempre ha fascinado a la humanidad, aunque lo odiemos políticamente, lo deseemos por necesidad o ambición o lo despreciemos olímpica y filosóficamente. Nada ha tenido que ver con los pobres de Calcuta de Madre Teresa la película rodada en Estados Unidos y que todavía estamos viendo, leyendo o escuchando en todo el mundo donde hay un televisor, un cine o una humilde radio. Bueno, y un periódico, aunque la gente considere que hay que abstenerse de leer porque a lo peor te quedas ciego.

Un hombre y una mujer, y créanme que tampoco los ha inventado el francés Claude Lelouch como ideó a aquel hombre y a aquella mujer de 1966 que se amaron hasta el delirio con una canción muy pegadiza, han protagonizado la película del año, la telenovela del momento, el telefilm más siniestro de todos, con cinismo y odio a porrillo en cada secuencia, en cada proyección, en cada episodio.

Con la elección presidencial, con la marcha del primer presidente negro de los Estados Unidos, como reza la propaganda oficial, que habrá sido tan Premio Nobel como Bob Dylan, nos hemos enterado, una vez más, y por si no lo sabían ustedes, pobre gente de la América pobre, de otros países miserables o de la Europa desestructurada por tanta crisis económica y tanto jolgorio político, que sin dinero, a lo grande, lo que los norteamericanos nos enseñaron a considerar de una forma altamente cinematográfica como Money, Money, no somos nadie y menos que nada.

Hemos asistido embobados, fascinados porque ya nos cautivó la desfachatez de “Falcon Crest” y nos emocionó de puro llanto histérico “Dallas”, a la lucha más rastrera, menos elegante, más banquera, de un hombre y una mujer por el poder, un poder que nos afecta a todos, hasta los que vivimos en el fondo del mundo, muy lejos de Washington.

Hemos contemplado alelados, sin atrevernos a tragar más saliva que la estrictamente necesaria para la supervivencia, como pobretones que nunca seremos recibidos en Wall Street, que nunca recibiremos un cheque de unos millones de nada de una de esas benefactoras entidades que gobiernan el mundo. Y todo porque a alguien se le ocurrió decir, (¡que fue Jesús, oiga!) aquella simpleza de que al César lo que es del César.

Lo malo es que todo es del César.

Hemos descubierto a dos monstruos de la improvisación interpretativa, candidatos seguros a por lo menos el Oscar de Interpretación, queda por ver para quien será el del mejor papel secundario, y uno de regalo para los efectos especiales.

Durante semanas, hemos olvidado la hipoteca del banco y hasta el recibo de la luz que no deja de subir para preocuparnos por dos pobrecitos multimillonarios cuyos jefes de prensa han estado empeñados en demostrarnos cómo en Estados Unidos se fabrica al hombre o a la mujer que va a dirigir a la nación que manda en nuestros pensamientos, en nuestras pobres haciendas, aunque ni siquiera hablamos la misma lengua ni tomamos el mismo café.

La prensa informada, que existe aunque no todo el mundo la lea, nos ha dibujado, fotografiado, condimentado, semana tras semana, un Donald Trump megalómano, al borde de la caricatura de aquella película de Stanley Kubrick “¿Teléfono rojo?. Volamos hacia Moscú”, que en francés tenía el expresivo título de “Dr. Folamour”, con un Peter Sellers que podría haber sido indiferentemente Donald Trump o Hilary Clinton.

Esa misma prensa nos ha remachado una vez más que no podemos ir de compras con los norteamericanos, ni siquiera a tomar café, porque ellos tienen la renta más alta y nosotros, los que los miramos con las orejas gachas, la más baja. Y algunos todavía más de menos.

Ellos son los que mandarán en nuestro mundo, los que nos dirán que tenemos que comer cereales en el desayuno y los mismos que nos ordenan celebrar como algo nuestro esas atrocidades de Halloween, o creer en Papá Noel en lugar de los Reyes Magos, comulgar todas las noches en televisión con policías despiadados, otros de un nivel científico tan avanzado que te preguntas cómo es posible que en Estados Unidos el crimen y las desigualdades sociales no hayan sido eliminadas a estas alturas.

Clinton y Trump desaparecerán de las pantallas y al otro día, pero siempre, hasta el fin de los fines amén, vendrán otras Clinton y otros Trump que nos volverán a decir, a nosotros, subalternos de la globalización, que para desayunar lo mejor son los huevos fritos con bacon pese a que nuestros pobres y tercermundistas médicos de cabecera se hartan de decirnos que esa cosa anglosajona es puro colesterol del malo, del que no se arregla con ningún yogurt milagroso vehiculado por la publicidad.

Pero desde que Europa perdió la II Guerra Mundial (1939-1945) y desde que el cine norteamericano invadió nuestros países y nuestras mentes, como una compensación a los norteamericanos por habernos sacados del atolladero de Adolfo Hitler, somos, pese a que a veces no lo sepamos, adictos a la American Way of Life, aunque todavía ni chapurreemos inglés.

Y cada día más conscientes, aunque resignados, de que Money, Money es lo único que cuenta a la hora de la verdad.

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