Colaboración: Un amor de Presidente

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Mitterrand, con quien fuera su amor secreto
Por Sergio Berrocal    

El viejo escritor (escribidor decía él) garrapateó una absurda dedicatoria más y tendió el libro a la muchacha que siempre le decía cuánto le admiraba. "Escribe usted cada día mejor, maestro", volvió a decir ella desde sus pocos años de vida llenos de belleza y personalidad. El viejo escritor la miró, la tomó dulcemente por el brazo y le musitó: "Niña, no necesito que me admiren. Quiero que me quieran. Escribo para que me amen no para que me admiren".

Ser amado, rabiosamente, apasionadamente es, desde tiempos de Jesús y de Ulises, lo que mueve a los hombres, hasta a los más poderosos que tienen en sus manos la dicha o la desgracia de la humanidad.

Dos hombres que fueron Presidentes de Francia, el maquiavélico socialista François Mitterrand y el siempre sonriente gaullista Jacques Chirac, están estos días en los quioscos por causa de amor.

Locamente enamorados el uno y el otro de mujeres que permanecieron en la sombra de sus presidencias y con las que vivieron idilios sorprendentemente románticos, se le antoja al profano, para hombres que existían por y para el poder. Aunque no sea siempre exacto.

Como el viejo profesor, ellos también quisieron que los amaran y no que les admiraran aunque la admiración fue sin duda una manera de llegar a las mujeres por las que se jugaron más que un disgusto.

Mitterrand supo ocultar su pasión tremenda y acaparadora hasta poco antes de morirse, cuando se descubrió que tenía una hija "secreta" nacida de ese amor al margen del registro civil que mantuvo con una mujer llamada Anne Pingeot .

El fruto de este pecado fue Mazarine.

La historia de Mitterrand se cuenta a través de cartas entre los dos amantes, pero principalmente las escritas por el Presidente recién publicadas en un libro titulado "Lettres à Anne" y firmado, sin asco alguno, François Mitterrand. Alguien ha querido que el amor de la pareja estalle sin más protocolo. La hija sin apellido del padre es escritora y editora.

Algunos de esos momentos de intimidad contados en las cartas los revela el semanario francés Le Nouvel Observateur y abre su historia con una deliciosa foto en la que la mujer secreta aparece radiante, de una extrema belleza profunda, junto a un Presidente con su eterna pinta de aburrimiento descreido.

Son 1200 cartas las se escribieron los amantes entre 1962 y 1995, cuando Mitterrand todavía no había llegado al Palacio presidencial del Elíseo y cuando ya se había convertido en el Jefe de Estado más longevo de Francia, catorce años, entre 1981 y 1995.

Su llegada al poder fue una auténtica revolución en Francia. 1981. Con una rosa roja en la mano, roja como los labios de una cabaretera del Moulin Rouge, en una ceremonia de película de Cecil B. de Mille, tomó la presidencia como si hubiese asaltado la Bastilla, dispuesto a imponer las ideas socialistas, las de su socialismo y tras un pasado de político sagaz y comprometido, aunque a veces no estuviese donde hubiese debido estar en el momento preciso.

En ese año de 1981 sigue viviendo con su esposa de toda la vida, Danielle, con la que ha tenido tres hijos. Pero esta historieta que podría haber escrito Corin Tellado ya llevaba años en marcha con una burguesa que se ocupaba de bellas artes y que siempre permaneció donde ella creía le correspondía, callada e invisible.

Veinte años había cumplido ya cuando Mazarine, la hija adulterina, apareció en una portada del semanario Paris Match en 1994, pese a todas las precauciones del padre que había encargado de su protección al más eficaz servicio de intervención francesa, el GIGN, encargado de hacerla invisible ante los franceses.

Pero en 1994, Mitterrand sentía que le quedaba poco tiempo (fallecería un año más tarde) por lo que permitió que los franceses supiesen por fin de su amor secreto y de la existencia de su hija, una elegante muchacha con la que apareció en fotos en blanco y negro y color ampliamente publicadas por Paris Match en una exclusiva dirigida.

Las cartas son una delicia.

1965. "¿Sabes que pienso en ti y que es maravillosamente útil que exista el amor entre Anne y François? Te adoro, Anne, y llevo en mí la prisa de tus brazos, de tus labios, de tu ternura, de tu paz. Anne, Anne mía, hasta mañana. Te quiero".

El 22 de septiembre de 1995, le quedan unos meses de vida: "…No sé qué hacer conmigo, mi tiempo se acaba. ¡Una auténtica conjura! Pero saldré de este extraño estado, ridículo y pintoresco… Mi dicha es pensar en ti y amarte. Siempre me has dado más, Tú has sido la suerte de mi vida.  ¿Cómo no voy a quererte todavía más?".

Y esta otra carta, terrible por su crudeza que Anne le manda a François: "Le han operado a usted en el Hospital Cochin. Paso la primera noche en una silla cerca de usted, luego en un colchón al lado de su cama".

La historia de amor de Chirac es más alegre, como corresponde al personaje y está contada en otro libro, "Jacques et Jacqueline. Un homme et une femme face à la raison d’Etat" (Jacques -nombre del presidente- y Jacqueline -nombre de su amante. Un hombre y una mujer frente a la razón de Estado).

Durante mis años de periodismo en Francia, donde las infidelidades de más de un Presidente siempre han sido conocidas por el pueblo, Jacques Chirac fue mi político preferido, cuando no era nadie, cuando fue alcalde de París, cuando llegó a ser primer ministro del estirado Valérie Giscard d’Estaing –extraño matrimonio que terminó todavía peor- y cuando alcanzó la Presidencia.

Chirac era el político que se había metido en la cabeza mantener fuera del agua el gaullismo, cuya encarnación máxima fue, por supuesto, el Presidente Charles de Gaulle, que si no resultó ser el más popular fue el más eficaz y el que dio a la política francesa sus cartas de nobleza.

A Chirac se le conocieron arrebatos amorosos para llenar un libro gordo. La mayoría eran amoríos liquidados en unos minutos, dicho por uno de sus asesores, que un día me contaba que lo difícil con él era prever cuándo se iba a enamorar. Solía cometer estos enamoramientos rápidos durante sus conferencias de prensa. Tenía fama de fijarse mientras hablaba en una periodista que le gustara, y siempre había alguna que le llamase la atención.

"Lo bueno con él —me confiaba ese consejero—es que una vez "enamorado" el idilio lo concluye en muy pocos minutos".

Sin embargo, tuvo algunos romances más serios, como el que sostuvo durante años con una periodista de mi misma agencia, a la que llamaba regularmente a la Redacción por teléfono haciéndose pasar por otro señor, naturalmente.

Lo que se nos cuenta en el libro parece corresponder a una época menos formalista. Tenía 41 años y era Primer Ministro cuando conoció a una periodista de Le Figaro, una criatura con carita de actriz de la nouvelle vague que le enamoró como se enamora un hombre ya traqueteado cuando ella es una chiquilla que se siente atraída probablemente más por lo que el hombre representa que por lo que es en realidad. Y sin tener en cuenta que el galán tiene ya esposa.

Desde el primer día en que se conocieron, ella entendió que era un hombre fuera de las normas al menos en las apariencias.

Cuenta el libro que una noche, ella le dijo o le hizo sentir que tenía frío. Chirac llamó rápidamente al gerente de una boutique ultrachic para que le abrieran las puertas y para que ella, Jacqueline escogiese algún modelito a puerta cerrada.

Sin duda, por todos estos testimonios, Mitterrand gana en esta partida amorosa. El risueño y un poco viva la virgen Chirac no alcanza el romanticismo de que dio prueba el viejo presidente hasta el día de su muerte.

El viejo escritor (le gustaba que dijesen que era un escribidor) devolvió el libro dedicado a la muchacha admirativa.

En "Todo lo que hay", el norteamericano James Salter relataba lo que podía ser esa relación entre el poder que lo apabulla todo y la admiración del poder en los ojos de una chiquilla que puede convertirse en amor: "…Le bajó los tirantes de los hombros. Nunca podría tener nada igual entre las manos. Su vieja vida aprisionada había quedado atrás y ahora se había transformado como una revelación. Hicieron el amor como si estuvieran perpetrando un crimen, él la agarraba por la cadera, medio mujer, medio jarrón, volcando todo su peso en el acto que estaban consumando. En su agonía, ella gemía como un perro moribundo. Y se derrumbaron heridos".

¡Qué película!

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