Colaboración: Los perdedores de la libertad
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Los perdedores, no los de los colorines de Hollywood abastecido por algunos libros, sino los que toman café todas las mañana pensando qué será del mediodía, nacieron no por influencia del cine como algunos despistados creen sino por cuenta propia. A medida que hombres y mujeres descubrieron que podían pensar por su cuenta, sin la ayuda de las imágenes de Marlon Brando deslizándose como un chulo de barrio por los muelles, o de las de Kirk Douglas tuberculoso última salida para Broadway en un buen western.
La maldición fue saber pensar. Quedaron excluidos de este reparto de los dioses quienes por su manera de ser o de no haber sido creían que pensar era algo que no les concernía.
Aquí es donde el cine pudo y se convirtió en cerebro de recambio. Desde el comienzo del cinematógrafo, al margen de la salida de la fábrica de los hermanos Lumière en Lyon, la temática más sesuda empezó a correr por películas hechas en cualquier parte del mundo.
James Dean, Marlon Brando, Marcello Mastroianni, nombres de actores para una colección de personajes perdedores natos salidos en su mayoría de la literatura, que está llena de personajes, en general hombres, que no supieron, no pudieron o no quisieron figurar en la lista de los que triunfaban en cualquier actividad de la sociedad moderna.
Se construyó alrededor de ellos una imagen elegante, intelectual y finalmente positiva, que con el tiempo se fue degradando.
En 2016, el mundo está lleno de perdedores, pero hombres y mujeres en los que ni Ernest Hemingway ni cualquier otro autor moderno se hubiese dado bofetadas para incorporarlo a sus repartos.
El Mediterráneo acoge a diario a decenas, cientos, y hasta miles de refugiados de otros mundos, el de la pobreza extrema y en de la violencia despiadada, que se extiende desde África a Siria, pasando por Afganistán, Irak o cualquier otro lugar donde el hombre blanco ha jugado con los sentimientos y la vida de los demás. Y últimamente agreguemos a este obituario a Yemen, que desde hace año y medio bombardea Arabia Saudita en una guerra casi de religiones.
La heroína de la historia de la película es Nelly Senff, una feliz y considerada ciudadana de la entonces llamada República Democrática de Alemania (RDA), estado artificial creado en 1949 cuando las grandes potencias se repartieron Alemania tras la II Guerra Mundial (1945) y que no desapareció hasta la caída del muro que en Berlín separaba a alemanes que los azares de la guerra había situado en zona de influencia occidental u soviética. Era a finales de 1989.
En esta RDA, apéndice de la Unión Soviética, Nelly era una científica de altos vuelos mimada por las autoridades que obedecían a los dictados de Moscú.
Hasta que un día, Nelly, encarnada por la actriz Jördis Triebel en "Al otro lado del Muro", decidió que estaba harta de vivir en un régimen basado en el sometimiento ciego y disciplinado a una doctrina y decidió buscar fortuna en Alemania Federal, la parte occidental, manejada bajo cuerda por los ganadores de la guerra, franceses, ingleses y, sobre todo, norteamericanos.
En un campo de reagrupamiento, siniestro para un país que dice proclamar la democracia a todos sus pisos, donde es interrogada incansablemente para saber si no es una infiltrada de los soviéticos, la mujer comprende que la felicidad, su grito de "¡Quiero vivir!", no tiene cabida más que en una sociedad donde las ideologías se dobleguen a las necesidades de la persona humana.
Nelly, interpretada por Jördi Triebel con un talento atronador, será acosada por un esbirro de los servicios secretos estadounidenses –la palabreja esbirro estuvo muy despectiva y de moda en esa época-- que ve espías soviéticos por donde quiera que pase, aunque estamos en 1975 no en la prehistoria de la democracia.
Con su título sin grandes pretensiones, "Al otro lado del Muro", esta película de Christian Schwochow es una reflexión sobre la condición inhumana que se ha convertido en lo que se lleva cuando se habla de libertad, sobre todo de libertad individual.
Una contemplación de lo que pasa cada día en el mundo, porque RDA hay más de una en lo absoluto y la libertad está medida según el pensamiento de cada cual frente al pensamiento global de un sistema, sea cual fuere, que impone sus reglas, por muy legítimas y democráticas que quieran ser.
Perdedores somos todos, parece querer decir Nelly cuando en un momento quizá de necesidad pero también y probablemente de búsqueda de seguridad, se entrega a lo loco y sin tapujos al esbirro, un bello negro que ha combatido en Vietnam donde, al parecer, no ha aprendido nada sobre la necesidad y el derecho de cada cual a elegir.
Una película que cuando ha terminado, cuando se han marchado los últimos créditos, te deja tiritando.
La instauración de las dos Alemania se produjo tras una guerra en la que los buenos, Francia, Unión Soviética, Estados Unidos y Gran Bretaña, se enfrentaron al malo, la Alemania inventada por Adolfo Hitler.
Una guerra "justa" que una vez destrozada media Europa y Alemania sometida a la vileza de los vencedores –el número de alemanas violadas por los ocupantes soviéticos, con la ayuda de sus aliados, desafía las cifras, algunas de las cuales citan dos millones—se llegó a la ocupación y al desmembramiento de un país de primer nivel.
Ahora, en este siniestro 2016, Alemania, la que tenía dos partes del mismo cuerpo, es la líder todopoderosa de Europa. Pese a los norteamericanos, a los rusos, a los franceses y a los ingleses, a los que ahora dicta su sentido de la política y de la economía europea.
Alemania y Francia, dos viejos enemigos, fueron los que dieron paso a la Comunidad Europea de manos de Conrad Adenauer y de Charles de Gaulle.
Muchas lágrimas y mayor dolor se derramaron para llegar a ese final provisional. Y más de un episodio como el que cuenta la película "Al otro lado del muro".
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Los perdedores, no los de los colorines de Hollywood abastecido por algunos libros, sino los que toman café todas las mañana pensando qué será del mediodía, nacieron no por influencia del cine como algunos despistados creen sino por cuenta propia. A medida que hombres y mujeres descubrieron que podían pensar por su cuenta, sin la ayuda de las imágenes de Marlon Brando deslizándose como un chulo de barrio por los muelles, o de las de Kirk Douglas tuberculoso última salida para Broadway en un buen western.
La maldición fue saber pensar. Quedaron excluidos de este reparto de los dioses quienes por su manera de ser o de no haber sido creían que pensar era algo que no les concernía.
Aquí es donde el cine pudo y se convirtió en cerebro de recambio. Desde el comienzo del cinematógrafo, al margen de la salida de la fábrica de los hermanos Lumière en Lyon, la temática más sesuda empezó a correr por películas hechas en cualquier parte del mundo.
James Dean, Marlon Brando, Marcello Mastroianni, nombres de actores para una colección de personajes perdedores natos salidos en su mayoría de la literatura, que está llena de personajes, en general hombres, que no supieron, no pudieron o no quisieron figurar en la lista de los que triunfaban en cualquier actividad de la sociedad moderna.
Se construyó alrededor de ellos una imagen elegante, intelectual y finalmente positiva, que con el tiempo se fue degradando.
En 2016, el mundo está lleno de perdedores, pero hombres y mujeres en los que ni Ernest Hemingway ni cualquier otro autor moderno se hubiese dado bofetadas para incorporarlo a sus repartos.
El Mediterráneo acoge a diario a decenas, cientos, y hasta miles de refugiados de otros mundos, el de la pobreza extrema y en de la violencia despiadada, que se extiende desde África a Siria, pasando por Afganistán, Irak o cualquier otro lugar donde el hombre blanco ha jugado con los sentimientos y la vida de los demás. Y últimamente agreguemos a este obituario a Yemen, que desde hace año y medio bombardea Arabia Saudita en una guerra casi de religiones.
La heroína de la historia de la película es Nelly Senff, una feliz y considerada ciudadana de la entonces llamada República Democrática de Alemania (RDA), estado artificial creado en 1949 cuando las grandes potencias se repartieron Alemania tras la II Guerra Mundial (1945) y que no desapareció hasta la caída del muro que en Berlín separaba a alemanes que los azares de la guerra había situado en zona de influencia occidental u soviética. Era a finales de 1989.
En esta RDA, apéndice de la Unión Soviética, Nelly era una científica de altos vuelos mimada por las autoridades que obedecían a los dictados de Moscú.
Hasta que un día, Nelly, encarnada por la actriz Jördis Triebel en "Al otro lado del Muro", decidió que estaba harta de vivir en un régimen basado en el sometimiento ciego y disciplinado a una doctrina y decidió buscar fortuna en Alemania Federal, la parte occidental, manejada bajo cuerda por los ganadores de la guerra, franceses, ingleses y, sobre todo, norteamericanos.
En un campo de reagrupamiento, siniestro para un país que dice proclamar la democracia a todos sus pisos, donde es interrogada incansablemente para saber si no es una infiltrada de los soviéticos, la mujer comprende que la felicidad, su grito de "¡Quiero vivir!", no tiene cabida más que en una sociedad donde las ideologías se dobleguen a las necesidades de la persona humana.
Nelly, interpretada por Jördi Triebel con un talento atronador, será acosada por un esbirro de los servicios secretos estadounidenses –la palabreja esbirro estuvo muy despectiva y de moda en esa época-- que ve espías soviéticos por donde quiera que pase, aunque estamos en 1975 no en la prehistoria de la democracia.
Con su título sin grandes pretensiones, "Al otro lado del Muro", esta película de Christian Schwochow es una reflexión sobre la condición inhumana que se ha convertido en lo que se lleva cuando se habla de libertad, sobre todo de libertad individual.
Una contemplación de lo que pasa cada día en el mundo, porque RDA hay más de una en lo absoluto y la libertad está medida según el pensamiento de cada cual frente al pensamiento global de un sistema, sea cual fuere, que impone sus reglas, por muy legítimas y democráticas que quieran ser.
Perdedores somos todos, parece querer decir Nelly cuando en un momento quizá de necesidad pero también y probablemente de búsqueda de seguridad, se entrega a lo loco y sin tapujos al esbirro, un bello negro que ha combatido en Vietnam donde, al parecer, no ha aprendido nada sobre la necesidad y el derecho de cada cual a elegir.
Una película que cuando ha terminado, cuando se han marchado los últimos créditos, te deja tiritando.
La instauración de las dos Alemania se produjo tras una guerra en la que los buenos, Francia, Unión Soviética, Estados Unidos y Gran Bretaña, se enfrentaron al malo, la Alemania inventada por Adolfo Hitler.
Una guerra "justa" que una vez destrozada media Europa y Alemania sometida a la vileza de los vencedores –el número de alemanas violadas por los ocupantes soviéticos, con la ayuda de sus aliados, desafía las cifras, algunas de las cuales citan dos millones—se llegó a la ocupación y al desmembramiento de un país de primer nivel.
Ahora, en este siniestro 2016, Alemania, la que tenía dos partes del mismo cuerpo, es la líder todopoderosa de Europa. Pese a los norteamericanos, a los rusos, a los franceses y a los ingleses, a los que ahora dicta su sentido de la política y de la economía europea.
Alemania y Francia, dos viejos enemigos, fueron los que dieron paso a la Comunidad Europea de manos de Conrad Adenauer y de Charles de Gaulle.
Muchas lágrimas y mayor dolor se derramaron para llegar a ese final provisional. Y más de un episodio como el que cuenta la película "Al otro lado del muro".
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