Colaboración: El origen del mundo
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
El sexo femenino, el camino de la vida, de la alegría, del desencanto, del fracaso y de la gloria, auténtica sinfonía que la mujer, solo la mujer, sabe tocar, sola o con acompañamiento, se ha despertado en Francia donde un hombre y una mujer, como en cualquier película de Claude Lelouch, quieren rehabilitarlo en toda su belleza, en toda su crudeza originaria.
El monte de Venus ha aparecido en la portada de una de las publicaciones más prestigiosas de Europa, el semanario francés Le Nouvel Observateur, que ha reproducido "El origen del mundo" en el que el pintor francés Gustave Courbet pintó en 1866 con pelos y señales un cuadro, auténtico plano corto de la dicha, que en su primera exposición en París provocó un escándalo.
Toda la vida, desde los tiempos más prehistóricos hasta la edad moderna y la otra, el sexo femenino ha sido celebrado, alabado, llevado a la cumbre de la novela y del cine. Dicen que en Europea fue Michelangelo Antonioni el primero es mostrar el pubis de una mujer en "Blow-Up" (1967), y no olvidarse de Emmanuelle, la mujer convertida en erotismo dulce y apasionado o el erotismo que saluda a su generadora, la mujer.
La novela, desde El Quijote a los autores modernos norteamericanos como Henry Miller, o una mujer como Anais Nim, han abierto sus historias al sexo de la mujer de la forma más bonita que pueda leerse.
Qué decir de Charles Bukowski, el hombre, el poeta, que idolatraba a las mujeres, que adoraba el sexo de las mujeres y los glorificaba. Así hasta un autor estadounidense moderno del todo, James Salter que en "Todo lo que hay" exalta y venera a la mujer: "Ella empezó a emitir un gemido…", cuenta en un capítulo de esta última novela.
El propio Jesús, el héroe más moderno de la creación, estaba rodeado, vivió y murió, al lado de mujeres. Salió al mundo desde un sexo que sería más o menos santo en la metáfora religiosa, pero que probablemente, no, seguramente, se parecía al que Gustave Courbet pintó con el evocador título de "El origen del mundo".
Todo comienza y termina en el sexo de la mujer. El sexo del hombre no es más que un acompañante que a veces no tiene más utilidad que en la reproducción, y con las técnicas modernas...
El sexo femenino, mantienen sus defensores, es bello, elegante, misterioso, muchas veces inalcanzable, complemento indispensable para la vida, la que da y la que toma.
Quizá por eso las mujeres lo ocultan con tanto celo. Y pocas han hecho lo que la artista luxemburguesa Deborah de Robertis, mujer bella en el esplendor de sus pocos treinta años, que una mañana se plantó delante del pequeño cuadro de Le Courbet, en el museo Orsay de París y, con las piernas abiertas, muy elegante ella, y sin bragas, exhibió libremente y con orgullo lo que le parece que es su atributo más bello.
Tal vez por eso los extremistas exigen el burka y todo tipo de trapos que impiden que la mujer pueda exhibir libremente su belleza.
Todos los hombres enamorados del sexo femenino lo cuentan y lo cantan. En la literatura sobre todo y entre ellos quizá el más moderno, más recatado en lo absoluto, Milán Kundera, tan talentoso y sensible que el cine, bastante enemigo de los textos áridos, se lo ha llevado ya varias veces de paseo.
En su sublime "La fiesta de la insignificancia" pone en el pensamiento de uno de sus héroes, Alain, algunas reflexiones sobre el encanto femenino:
"Si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los muslos (les cuises), ¿cómo describir y definir la particularidad de esta orientación erótica? Entonces improvisó una respuesta: la longitud de los muslos es la imagen metafórica del camino, largo y fascinante (es por ello que los muslos tienen que ser largos) que conduce hacia el logro erótico… Incluso en medio del coito, la longitud de los muslos presta a la mujer la magia romántica de lo inaccesible".
Y del mismo Kundera: "Los muslos, los senos, las nalgas son distintas en cada mujer. Estos tres lugares de oro no solamente son excitantes sino que expresan la individualidad de cada mujer".
Kundera no es un autor cualquiera. Entre otros, tiene el gran premio de literatura de la Academia Francesa.
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El sexo femenino, el camino de la vida, de la alegría, del desencanto, del fracaso y de la gloria, auténtica sinfonía que la mujer, solo la mujer, sabe tocar, sola o con acompañamiento, se ha despertado en Francia donde un hombre y una mujer, como en cualquier película de Claude Lelouch, quieren rehabilitarlo en toda su belleza, en toda su crudeza originaria.
El monte de Venus ha aparecido en la portada de una de las publicaciones más prestigiosas de Europa, el semanario francés Le Nouvel Observateur, que ha reproducido "El origen del mundo" en el que el pintor francés Gustave Courbet pintó en 1866 con pelos y señales un cuadro, auténtico plano corto de la dicha, que en su primera exposición en París provocó un escándalo.
Toda la vida, desde los tiempos más prehistóricos hasta la edad moderna y la otra, el sexo femenino ha sido celebrado, alabado, llevado a la cumbre de la novela y del cine. Dicen que en Europea fue Michelangelo Antonioni el primero es mostrar el pubis de una mujer en "Blow-Up" (1967), y no olvidarse de Emmanuelle, la mujer convertida en erotismo dulce y apasionado o el erotismo que saluda a su generadora, la mujer.
La novela, desde El Quijote a los autores modernos norteamericanos como Henry Miller, o una mujer como Anais Nim, han abierto sus historias al sexo de la mujer de la forma más bonita que pueda leerse.
Qué decir de Charles Bukowski, el hombre, el poeta, que idolatraba a las mujeres, que adoraba el sexo de las mujeres y los glorificaba. Así hasta un autor estadounidense moderno del todo, James Salter que en "Todo lo que hay" exalta y venera a la mujer: "Ella empezó a emitir un gemido…", cuenta en un capítulo de esta última novela.
El propio Jesús, el héroe más moderno de la creación, estaba rodeado, vivió y murió, al lado de mujeres. Salió al mundo desde un sexo que sería más o menos santo en la metáfora religiosa, pero que probablemente, no, seguramente, se parecía al que Gustave Courbet pintó con el evocador título de "El origen del mundo".
Todo comienza y termina en el sexo de la mujer. El sexo del hombre no es más que un acompañante que a veces no tiene más utilidad que en la reproducción, y con las técnicas modernas...
El sexo femenino, mantienen sus defensores, es bello, elegante, misterioso, muchas veces inalcanzable, complemento indispensable para la vida, la que da y la que toma.
Quizá por eso las mujeres lo ocultan con tanto celo. Y pocas han hecho lo que la artista luxemburguesa Deborah de Robertis, mujer bella en el esplendor de sus pocos treinta años, que una mañana se plantó delante del pequeño cuadro de Le Courbet, en el museo Orsay de París y, con las piernas abiertas, muy elegante ella, y sin bragas, exhibió libremente y con orgullo lo que le parece que es su atributo más bello.
Tal vez por eso los extremistas exigen el burka y todo tipo de trapos que impiden que la mujer pueda exhibir libremente su belleza.
Todos los hombres enamorados del sexo femenino lo cuentan y lo cantan. En la literatura sobre todo y entre ellos quizá el más moderno, más recatado en lo absoluto, Milán Kundera, tan talentoso y sensible que el cine, bastante enemigo de los textos áridos, se lo ha llevado ya varias veces de paseo.
En su sublime "La fiesta de la insignificancia" pone en el pensamiento de uno de sus héroes, Alain, algunas reflexiones sobre el encanto femenino:
"Si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los muslos (les cuises), ¿cómo describir y definir la particularidad de esta orientación erótica? Entonces improvisó una respuesta: la longitud de los muslos es la imagen metafórica del camino, largo y fascinante (es por ello que los muslos tienen que ser largos) que conduce hacia el logro erótico… Incluso en medio del coito, la longitud de los muslos presta a la mujer la magia romántica de lo inaccesible".
Y del mismo Kundera: "Los muslos, los senos, las nalgas son distintas en cada mujer. Estos tres lugares de oro no solamente son excitantes sino que expresan la individualidad de cada mujer".
Kundera no es un autor cualquiera. Entre otros, tiene el gran premio de literatura de la Academia Francesa.
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