Colaboración: Claude Lelouch y el vibrador de platino

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Claude Lelouch
Por Sergio Berrocal    

Cuando más te habías acercado al misticismo fue cuando viste con espumarajos en la boca “El exorcista” y cuando leíste la vida de Jesús, de Ernest Renan, que nadie parece haber llevado al cine. También, es verdad que hay que saber leer. Y algunos cineastas solo saben contar. Con Jesús descubriste que de santo poco y de anarquista todo lo que se quiera.

Lo más cerca que has estado del misticismo comprensivo y digerible fue aquella vez que te enamoraste de Marie-Laure y te metiste con ella en la cama como dos hermanitas de la Cruz. Y eso que te habías enamorado de ella locamente. Claro, eran los años de 1960, twist against.

Aquella mañana de una noche con sábanas blancas e impolutas, no como la desgraciada de Milady que dio trabajo a toda una lavandería de París durante dos días cuando se encamó sin saberlo con el mosquetero D’Artagnan.

La habías “respetado” como se decía en la iglesia de Montmarte donde el cura se había marchado a las cruzadas. Marie-Laure había dormido toda la noche diciéndote previamente que te quería pero no…

Meses después, cuando a lo más que llegabas en tu locura de amor, cuando a lo que más ella consentía era en besarte en la boca como en las películas regidas por el Código Hays, que imperó, entonces no lo sabías, oh hijo de una noche sin luna y sin futuro, en el Hollywod mítico y que prohibía que dos actores de pantalla en blanco y negro pudiesen recrearse en un beso con los labios abiertos y todas las mucosas en pleno delirio. Las glándulas salivares estaban excomulgadas y tú obedeciste, aceptaste aquel diktat imbécil y castrador.

Después de aquel idilio virginal que ella te exigía como una muestra de incondicional amor, apareció un amiguito tuyo bastante bestia y, en todo caso, desleal, que no había oído hablar del Código Hays y que la hizo madre en el primer intento y sin promesas.

Entonces tuviste que cambiar de bar. Montmartre era vasto pero Marie-Laure no había más que una.

Ya de mayor llegamos a odiar al Partido Republicano norteamericano cuando nos dijeron que el inspirador de aquellos besos castos era un periodista republicano, maldita madre, llamado William Hays Sr (¡cómo de tarado sería el pobrecito de su hijo!) que, además, pertenecía a ese partido en el que hoy día, cuando todavía no se ha puesto el sol en la costa Este de los Estados Unidos triunfa el singular Donald Trump.

En el año de gracia de 2016, Hays habría sido infartado por la lectura de un número de la revista femenina Marie Claire, que en su edición española presenta un auténtico catálogo de novedades en juguetes sexuales para la mujer.

“… Famosas como Paris Hilton, que reconoce tener como favorito (juego) un vibrador de cristal con una colita de zorro que se mueve o Victoria Beckham, cuyo marido le ha regalado un vibrador de platino hecho a mano sobre una base de diamantes y valorado en dos millones de dólares, son solo algunos ejemplos”, dice una redactora de Marie Claire.

Y cuando te adentras en el catálogo de tantas cositas y te enteras de que “el Lelo Ina Wave es el juguete que está revolucionando la sexualidad femenina, ya que proporciona orgasmos muy intensos”, entiendes por qué Marie-Laure, que era una muchacha muy avanzada pero casta, no te quiso jamás.

Una bandada de periquitos locos verdes expulsan de su tradicional espacio aéreo frente al mar a dos gaviotas sudorosas, hartas de resaca de levante frío en este verano loquito.

El amor sin aparatitos de última generación, a pelo, con sentimientos y tradición, sigue pregonándolo el cineasta francés Claude Lelouch, que prepara su próxima película, “Chacun va vie et son intime conviction” (A cada cual su vida y su íntima convicción), prevista para presentarla en el Festival de Cannes en 2017.

Lelouch va a cumplir, o ha cumplido, qué más da, 80 años y está aparentemente como una rosa. Con la misma sonrisa que no se le ha caído de los labios desde que en 1966 escribió y filmó una de las más bellas películas románticas del siglo XX,  “Un homme et une femme” (Un hombre y una mujer) que dio la vuelta a nuestros corazones con una sencilla historia de amor puro y alentado por la música inolvidable de Francis Lai, que hacía bailar en la playa de Deauville a Anouk Aimée y a Jean Louis Trintignant.

La nueva película girará, siempre ha girado la cámara de Lelouch alrededor de sus personajes en sus mejores momentos, sobre la vida de doce hombres y doce mujeres.

El francés es el último paladín del amor sin más vibradores de platino ni orgasmos artificiales.

Para él, el amor es cosa de dos, un hombre y una mujer si posible.

Amor, amor, amor.

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