Colaboración: Cuando pasan los espías
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Por Sergio Berrocal
Nos pasamos la vida hablando de la guerra de Siria, de Irak o de no sé dónde, fuera de nuestro alcance visual. Pero resulta que los rusos, aquellos primos hermanos de los soviéticos que conseguían cosechas extraordinarios y resultados más extraordinarios aún en lo demás, desde el Ballet del Bolchoi al rubio crema de sus mujeres, están protagonizando de nuevo aquella guerra fría que empezó en 1947, como postrimerías ruinosas de la II Guerra Mundial, hasta la caída del Muro de Berlín, en 1989.
En Google, ese recurso de los analfabetos que quieren saber cosas, aunque todavía algunos analfabetos de carrera estudiada en las más conspicuas universidades latinas, aparece un montón de películas que nos cuentan la maravilla de esa época cuando una espía soviética podía enamorarte aunque no fueras aquel siniestro norteamericano Francis Gary Powell protagonizó el mayor incidente diplomático del ramo, al estrellarse espiando en la Unión Soviética.
Quelle horreur, Madame la Marquise!.
Eso ocurría en 1960, cuando los servidores de ustedes que besan su mano o la estrechan o lo que ustedes quieran se paseaban por París, que no era Berlín, pero donde estábamos muy lejos de la guerra fría que para los más descabritados de nosotros se habían convertido en un tema recurrente en el cine de todos los días.
Y aunque nos seguía llegando el caviar, al que nos habían acostumbrado los nobles rusos que huidos de los soviéticos llegaron a Francia, y sobre todo a la capital, al perder la Revolución de 1917. Y cuentan que París, donde todavía no había acabado la Primera Guerra Mundial que acabaría en 1918, se llenó de exquisitos taxistas que añadían a la pericia de la conducción los modales y el francés con acento moscovita que les habían enseñado de pequeños en sus nobles palacetes de Moscú.
De pronto, el otro día, el diario francés Le Monde titula a toda plana en la mejor tradición de la guerra fría: “Canje de prisioneros entre Moscú y Kiev”.
En junio de 2014, dos periodistas rusos morían en territorio en el Donbass, al este de Ucrania. Casi simultáneamente caía prisionera de los ucranianos prorrusos una piloto ucraniana Nadejda Savchenko, a la que se condenó a 22 años de cárcel acusada de haber guiado el fuego que mató a los dos corresponsales.
El miércoles 25 de mayo, la piloto Nadeja, varonil y dando gritos, se supone que jaleando a Ucrania, era liberada en el aeropuerto de Kiev a cambio de dos soldados rusos capturados en Ucrania en 2015.
Todos los que tienen años suficientes se habrán acordado de aquellas escenas que tan bien escenificó Hollywood para el intercambio de prisioneros entre la Unión Soviética y el mundo occidental.
Siempre aparece un plano largo de un puente al caer la noche. De ambos lados llegan coches, siniestros coches con los faros encendidos como si fuesen al Rocío.
Se bajaban los negociadores y se bajaban también los prisioneros que serían intercambiados. Y cuando el director gritaba “¡Acción!”, uno de los presos caminaba hacia los suyos mientras el otro lo hacía en sentido contrario.
Siempre se suponía que al occidental se le acogería con risas y lágrimas y tras ser sometido a un lavado de cabeza de muchos días podría regresar a su casa.
La propaganda occidental nos decía con una sonrisita siniestra que al ruso canjeado la vida no le sonreiría tanto. Que con suerte acabaría en un campo de concentración y si aquel día no era el suyo le machacarían hasta darle el pasaporte en los locales del KGB en Moscú.
Pero lo que son las cosas. Uno de los más eximios antiguos alumnos de ese KGB de siniestra reputación, el hoy Presidente Vladimir Putin y en otros tiempos coronel todopoderoso de ese organismo de la seguridad del Estado soviético y ahora ruso, ha sido quien ha facilitado este canje de película. Lo que es la vida.
Y uno que creía que solo había guerra en Irak, Siria y otros Afganistán. Las vías el señor son intransitables.
Pero ya no tenemos en las pantallas aquellas espías soviéticas, sal y pimienta del cine de la guerra fría, que han durado hasta las películas relativamente recientes del siniestro espía occidental James Bond.
Las espías del KGB que aparecían en las películas rodadas en Occidente, sobre todo en Hollywood, que era el más occidental de todos, eran bellas, encantadoras, inteligentes e inalcanzables. Aunque algunas, por su dulzura, parecían haberse escapado del rodaje de “Cuando pasan las cigüeñas”, aquella película que tan bien les salió a los soviéticos para cantar las glorias de los mismísimos soviéticos, en plena guerra fría, claro.
¿Dónde estás, pacífica y bella Tatyana Samojilova, que con tu dulzura nos hiciste llorar mientras pasaban los pajaritos esos?
Por cierto, en la película que se montó para el canje de presos en Ucrania, ha fallado la caracterización de la actriz principal, la piloto. Dios mío, qué lejos están ahora los rusos de aquella dulzura soviética llamada Tatyana. La mujer, que aparece en la foto rodeada de flores y vociferando, no tiene la menor posibilidad de hacer carrera en Hollywood. Lo juro por Jesusito.
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Nos pasamos la vida hablando de la guerra de Siria, de Irak o de no sé dónde, fuera de nuestro alcance visual. Pero resulta que los rusos, aquellos primos hermanos de los soviéticos que conseguían cosechas extraordinarios y resultados más extraordinarios aún en lo demás, desde el Ballet del Bolchoi al rubio crema de sus mujeres, están protagonizando de nuevo aquella guerra fría que empezó en 1947, como postrimerías ruinosas de la II Guerra Mundial, hasta la caída del Muro de Berlín, en 1989.
En Google, ese recurso de los analfabetos que quieren saber cosas, aunque todavía algunos analfabetos de carrera estudiada en las más conspicuas universidades latinas, aparece un montón de películas que nos cuentan la maravilla de esa época cuando una espía soviética podía enamorarte aunque no fueras aquel siniestro norteamericano Francis Gary Powell protagonizó el mayor incidente diplomático del ramo, al estrellarse espiando en la Unión Soviética.
Quelle horreur, Madame la Marquise!.
Eso ocurría en 1960, cuando los servidores de ustedes que besan su mano o la estrechan o lo que ustedes quieran se paseaban por París, que no era Berlín, pero donde estábamos muy lejos de la guerra fría que para los más descabritados de nosotros se habían convertido en un tema recurrente en el cine de todos los días.
Y aunque nos seguía llegando el caviar, al que nos habían acostumbrado los nobles rusos que huidos de los soviéticos llegaron a Francia, y sobre todo a la capital, al perder la Revolución de 1917. Y cuentan que París, donde todavía no había acabado la Primera Guerra Mundial que acabaría en 1918, se llenó de exquisitos taxistas que añadían a la pericia de la conducción los modales y el francés con acento moscovita que les habían enseñado de pequeños en sus nobles palacetes de Moscú.
De pronto, el otro día, el diario francés Le Monde titula a toda plana en la mejor tradición de la guerra fría: “Canje de prisioneros entre Moscú y Kiev”.
En junio de 2014, dos periodistas rusos morían en territorio en el Donbass, al este de Ucrania. Casi simultáneamente caía prisionera de los ucranianos prorrusos una piloto ucraniana Nadejda Savchenko, a la que se condenó a 22 años de cárcel acusada de haber guiado el fuego que mató a los dos corresponsales.
El miércoles 25 de mayo, la piloto Nadeja, varonil y dando gritos, se supone que jaleando a Ucrania, era liberada en el aeropuerto de Kiev a cambio de dos soldados rusos capturados en Ucrania en 2015.
Todos los que tienen años suficientes se habrán acordado de aquellas escenas que tan bien escenificó Hollywood para el intercambio de prisioneros entre la Unión Soviética y el mundo occidental.
Siempre aparece un plano largo de un puente al caer la noche. De ambos lados llegan coches, siniestros coches con los faros encendidos como si fuesen al Rocío.
Se bajaban los negociadores y se bajaban también los prisioneros que serían intercambiados. Y cuando el director gritaba “¡Acción!”, uno de los presos caminaba hacia los suyos mientras el otro lo hacía en sentido contrario.
Siempre se suponía que al occidental se le acogería con risas y lágrimas y tras ser sometido a un lavado de cabeza de muchos días podría regresar a su casa.
La propaganda occidental nos decía con una sonrisita siniestra que al ruso canjeado la vida no le sonreiría tanto. Que con suerte acabaría en un campo de concentración y si aquel día no era el suyo le machacarían hasta darle el pasaporte en los locales del KGB en Moscú.
Pero lo que son las cosas. Uno de los más eximios antiguos alumnos de ese KGB de siniestra reputación, el hoy Presidente Vladimir Putin y en otros tiempos coronel todopoderoso de ese organismo de la seguridad del Estado soviético y ahora ruso, ha sido quien ha facilitado este canje de película. Lo que es la vida.
Y uno que creía que solo había guerra en Irak, Siria y otros Afganistán. Las vías el señor son intransitables.
Pero ya no tenemos en las pantallas aquellas espías soviéticas, sal y pimienta del cine de la guerra fría, que han durado hasta las películas relativamente recientes del siniestro espía occidental James Bond.
Las espías del KGB que aparecían en las películas rodadas en Occidente, sobre todo en Hollywood, que era el más occidental de todos, eran bellas, encantadoras, inteligentes e inalcanzables. Aunque algunas, por su dulzura, parecían haberse escapado del rodaje de “Cuando pasan las cigüeñas”, aquella película que tan bien les salió a los soviéticos para cantar las glorias de los mismísimos soviéticos, en plena guerra fría, claro.
¿Dónde estás, pacífica y bella Tatyana Samojilova, que con tu dulzura nos hiciste llorar mientras pasaban los pajaritos esos?
Por cierto, en la película que se montó para el canje de presos en Ucrania, ha fallado la caracterización de la actriz principal, la piloto. Dios mío, qué lejos están ahora los rusos de aquella dulzura soviética llamada Tatyana. La mujer, que aparece en la foto rodeada de flores y vociferando, no tiene la menor posibilidad de hacer carrera en Hollywood. Lo juro por Jesusito.
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