Colaboración: Pasiones de tinta
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Se te cae encima la noche de todos los santos y el amanecer de todas las brujas. El día se compone en anchas camas donde el amor toma la forma de una pelea de gallos y gallinitas, donde el amor se escribe con tinta o se filma con celuloide. Leo que en algunos países, y no los que usted tiene ahora en mente, el sexo en el cine o en la literatura está prohibido y todavía perseguido. Afortunadamente vivimos en una Europa que desde los griegos ha celebrado el amor en todas sus formas y tiempos. Las cinematecas están llenas de películas ya clasificadas como clásicas donde se celebra el amor no sólo con la parsimonia de un paseo por la playa orquestado por Sorolla o por Proust.
Los japoneses empezaron y nos enseñaron en el cine que el sexo bello y amante tiene tanta cabida como la pasión cuajada en engaños o en sencillo disimulo, con imágenes bellísimas en blanco y negro que han quedado como lección de vida y de cine.
La literatura y el cine se han pasado el testigo.
En el clásico “Las mil y una noches” hay tanto erotismo, pornografía y pasión como muchísimos años después escribió Henry Miller en sus novelas “Trópico de cáncer” o “Sexus”.
Miller prefirió irse a Francia por una larga temporada cuando su trópico causaba furor pero en Estados Unidos afilaba las uñas de los censores, aterrorizados de que semejante escritor pudiese haberse criado en el seno de un país que siempre ha llevado, hoy no tanto, el puritanismo por bandera.
Pero a nivel popular no cabe la menor duda de que el triunfo de la pasión amorosa llevada a su más cinematográfica visión fue “Emmanuelle” que en 1974 el cineasta Just Jaeckin y la actriz Sylvia Kristel llevaron por el mundo entero con un éxito total. Años antes, en 1969, Serge Gainsbourg metía al mundo entero en su esotérico planeta de “Je t’aime moi non plus”.
Las cosas han cambiado y mucho. El norteamericano James Salter se desayunó con más de ochenta años de edad con “Todo lo que hay”, magnífica novela como todo lo suyo en la que hay situaciones que describe muy elocuentemente, su apasionado idilio con la hija de su amante, una muchacha muy joven. Y lo hace con escenas como ésta:
“Se tendió debajo de él. Estaba conteniéndose, pero ella le hizo ver que no era necesario… La tocó con la punta del miembro y entró casi sin esfuerzo… hundiéndose como un barco, mientras ella soltaba un gritito, el grito de una liebre, al tiempo que él llegaba hasta el fondo”.
Salter falleció con noventa años de edad sin haber conseguido el Nobel de Literatura.
El peruano Mario Vargas Llosa tiene ochenta años y se pasea del brazo de su última conquista, una mujer muy conocida en los círculos sociales de España, con la sonrisa triunfadora de haber logrado el Nobel.
Aunque ello no le impide soltarse el pelo en público. Lo hizo en el pasado, pero sin haber recibido el galardón supremo de la literatura mundial. Ahora vuelve a repetir faena con el erotismo, y abordando el amor lésbico, de una manera brillante. Las escenas deliciosamente subidas de tono se repiten desde el comienzo al final en su última novela, “Cinco esquinas”.
Esta es una muestra: “Marisa no creía lo que estaba ocurriendo. Sentía en los dedos de la mano atrapada por Chabela los vellos de un pubis ligeramente levantado y la oquedad empapada, palpitante, contra la que aquélla la aplastaba. Temblando de pies a cabeza. Marisa se ladeó, juntó los pechos, el vientre, las piernas contra la espalda, las nalgas y las piernas de su amiga, a la que con sus cinco dedos le frotaba el sexo, tratando de localizar su pequeño clítoris, escarbando, separando aquellos labios mojados de su sexo abultado por la ansiedad, siempre guiada por la mano de Chabela…”
Bueno, el propio Miguel de Cervantes lleva delante del gobernador Sancho Panza a una moza que pide reparación porque pretende que otro mozo le ha quitado, arrancado, lo que ella había guardado preciosamente durante treinta años. La virginidad, claro está.
Por lo tanto, que a un Nobel se le vayan los dedos por caminos casi prohibidos hasta ahora…
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Se te cae encima la noche de todos los santos y el amanecer de todas las brujas. El día se compone en anchas camas donde el amor toma la forma de una pelea de gallos y gallinitas, donde el amor se escribe con tinta o se filma con celuloide. Leo que en algunos países, y no los que usted tiene ahora en mente, el sexo en el cine o en la literatura está prohibido y todavía perseguido. Afortunadamente vivimos en una Europa que desde los griegos ha celebrado el amor en todas sus formas y tiempos. Las cinematecas están llenas de películas ya clasificadas como clásicas donde se celebra el amor no sólo con la parsimonia de un paseo por la playa orquestado por Sorolla o por Proust.
Los japoneses empezaron y nos enseñaron en el cine que el sexo bello y amante tiene tanta cabida como la pasión cuajada en engaños o en sencillo disimulo, con imágenes bellísimas en blanco y negro que han quedado como lección de vida y de cine.
La literatura y el cine se han pasado el testigo.
En el clásico “Las mil y una noches” hay tanto erotismo, pornografía y pasión como muchísimos años después escribió Henry Miller en sus novelas “Trópico de cáncer” o “Sexus”.
Miller prefirió irse a Francia por una larga temporada cuando su trópico causaba furor pero en Estados Unidos afilaba las uñas de los censores, aterrorizados de que semejante escritor pudiese haberse criado en el seno de un país que siempre ha llevado, hoy no tanto, el puritanismo por bandera.
Pero a nivel popular no cabe la menor duda de que el triunfo de la pasión amorosa llevada a su más cinematográfica visión fue “Emmanuelle” que en 1974 el cineasta Just Jaeckin y la actriz Sylvia Kristel llevaron por el mundo entero con un éxito total. Años antes, en 1969, Serge Gainsbourg metía al mundo entero en su esotérico planeta de “Je t’aime moi non plus”.
Las cosas han cambiado y mucho. El norteamericano James Salter se desayunó con más de ochenta años de edad con “Todo lo que hay”, magnífica novela como todo lo suyo en la que hay situaciones que describe muy elocuentemente, su apasionado idilio con la hija de su amante, una muchacha muy joven. Y lo hace con escenas como ésta:
“Se tendió debajo de él. Estaba conteniéndose, pero ella le hizo ver que no era necesario… La tocó con la punta del miembro y entró casi sin esfuerzo… hundiéndose como un barco, mientras ella soltaba un gritito, el grito de una liebre, al tiempo que él llegaba hasta el fondo”.
Salter falleció con noventa años de edad sin haber conseguido el Nobel de Literatura.
El peruano Mario Vargas Llosa tiene ochenta años y se pasea del brazo de su última conquista, una mujer muy conocida en los círculos sociales de España, con la sonrisa triunfadora de haber logrado el Nobel.
Aunque ello no le impide soltarse el pelo en público. Lo hizo en el pasado, pero sin haber recibido el galardón supremo de la literatura mundial. Ahora vuelve a repetir faena con el erotismo, y abordando el amor lésbico, de una manera brillante. Las escenas deliciosamente subidas de tono se repiten desde el comienzo al final en su última novela, “Cinco esquinas”.
Esta es una muestra: “Marisa no creía lo que estaba ocurriendo. Sentía en los dedos de la mano atrapada por Chabela los vellos de un pubis ligeramente levantado y la oquedad empapada, palpitante, contra la que aquélla la aplastaba. Temblando de pies a cabeza. Marisa se ladeó, juntó los pechos, el vientre, las piernas contra la espalda, las nalgas y las piernas de su amiga, a la que con sus cinco dedos le frotaba el sexo, tratando de localizar su pequeño clítoris, escarbando, separando aquellos labios mojados de su sexo abultado por la ansiedad, siempre guiada por la mano de Chabela…”
Bueno, el propio Miguel de Cervantes lleva delante del gobernador Sancho Panza a una moza que pide reparación porque pretende que otro mozo le ha quitado, arrancado, lo que ella había guardado preciosamente durante treinta años. La virginidad, claro está.
Por lo tanto, que a un Nobel se le vayan los dedos por caminos casi prohibidos hasta ahora…
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