Colaboración: Eclipse de cine
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Nos ganan a lomos del caballo de la imbecilidad la chabacanería más absoluta, los falsos dioses que hay que adorar so pena de excomunión y los chillidos de la indiferencia. Alaridos de exaltación que como comentaristas de fútbol disparan sin el menor pudor algunos críticos o supuestos críticos de cine, empeñados en santificar a los mediocres que no paran de llenar las pantallas. Pero el público, maleducado por algunos críticos de adjetivo fácil y rigor apenas afilado, asalta las taquillas, como si fuese a torear José Tomás.
Viendo adjetivar a algunos sobre la recién llegada de Hollywood, de la que a veces hasta el protagonista se sonroja, pero después de todo le ha dado buenos dividendos, se piensa en esos comentaristas deportivos de vuelta de todo.
"¡Goooooool", "¡El Rey del balón!…" Arrecia el griterío, como en los circos de Roma cuando el gladiador triunfador se disponía a degollar al otro que había tenido peor suerte, o ninguna suerte. Algunos críticos, eso sí, conservan su juicio y no se dejan arrastrar por tanta memez.
Igual se grita ahora desde algunas columnas donde se bendicen películas que no deberían ni estar en las carteleras. Cuyos autores tendrían que ser condenados por gracia presidencial de cultura a seis años de cinemateca en régimen cerrado en salas de proyección, ocho horas al día.
Nadie se inmuta y ellos o ellas se carcajean. La engañifa más elaborada les protege. De vez en cuando, algún crítico se atreve y pone una pica en Flandes, lo que en el actual panorama de despropósitos es admirable.
Hace unos cuantos de cuantos festivales de cine en Cannes, allá por unos cuantos de cuantos meses de mayo, había un mocito pinturero, cronista y crítico de cine, que era tan bueno que se lo pasaba fatal a la hora de preparar la crónica del día,
Entonces un artículo sobre una película estrenada allí, en el que entonces era el primer Festival de Cine del mundo, significaba mucho para los productores.
Nuestro mocito se retorcía el talento en todos los sentidos para tratar de no arañar demasiado fuerte a nadie, sobre todo a algunos. No es que fuese un periodista corrompido por las alabanzas y los regalitos de alguna de las boutiques de lujo vecinas del palacio de Festivales, Era un tierno y quería la felicidad del mundo, probablemente a fuerza de ingerir películas que predicaban la paz,
Y no quería molestar a nadie, porque iba contra su forma de ser. Cuando el cabreo de haber visionado una mala película a las nueve de la mañana se trasparentaba en una crónica suya, era porque realmente aquello visto en el inmenso auditorio era de juzgado de guardia.
Qué mal se lo pasaría si tuviese que hincarle el diente a algunas de las monstruosidades que adornan ahora las pantallas de estreno. Afortunadamente ya se dedica a escribir libros de cine sobre los tiempos en que se rodaba una obra maestra a orillas del Canal Saint Martin, allá por París, donde hubo un "Hotel du Nord" que encantó a uno de los más aplaudidos realizadores franceses, el simpar Marcel Carné.
Te metes en la pantalla, aunque sea en la chica, donde se jalea sin vergüenza a ciertas películas caseras, incluso en los Telediarios, y entonces revientas de indignación.
Un tipejo que quizá quiso ser Ben Gazzara y no pudo, claro que no le conoce, anda por la pantalla con el mismo desparpajo de Cassavetes, aquel emparejado con una de las más talentosas actrices de todos los tiempos, Gena Rowlands.
En mis tiempos se hablaba claramente de películas pornográficas o de películas eróticas, y precisamente a dos pasos de la Estación del Norte de París hubo durante años una sala de cine que estaba dedicada a esa cinematografía…
Ahora, no. Ahora tienen las sábanas blancas de los mejores locales para balbucear cosas porque no saben que no saben y que a lo mejor había que saber antes de querer ser.
No entienden esos bellacos que para hacer cine, como para tantas cosas, hay que estar estudiado, según la frase famosa de un filósofo que conozco en este último fuerte de Occidente antes de África.
Pero como esta mañana de primavera otoñal el té está a punto voy a darles una idea de guión.
Se la brindo desde las columnas del diario francés Le Monde, sí, hijo mío, es un periódico que se edita en París. El problema es que hay que saber leer.
Pues he pescado una crónica firmada por un tal Pierre Barthélémy que habla largo y tendido sobre un fenómeno al parecer más frecuente de lo que podríamos creer, la fractura del pene, ese "órgano masculino del hombre y de algunos animales que sirve para miccionar y copular".
Un estudio efectuado por investigadores de la universidad católica de Campinas, Sao Paulo, Brasil, demuestra que de 42 casos estudiados, 28 se fracturaron el penis con una señora demasiado fogosa, 4 jugando con un señor y 6 por pura y excesiva manipulación, digital, claro.
Seguro que dentro de menos de un año tenemos en las pantallas que nos fustigan una historia sobre El hombre que se rompió el pene.
Da gusto contribuir al acerbo cinematográfico y cultural. Acerbo, que no acervo.
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Nos ganan a lomos del caballo de la imbecilidad la chabacanería más absoluta, los falsos dioses que hay que adorar so pena de excomunión y los chillidos de la indiferencia. Alaridos de exaltación que como comentaristas de fútbol disparan sin el menor pudor algunos críticos o supuestos críticos de cine, empeñados en santificar a los mediocres que no paran de llenar las pantallas. Pero el público, maleducado por algunos críticos de adjetivo fácil y rigor apenas afilado, asalta las taquillas, como si fuese a torear José Tomás.
Viendo adjetivar a algunos sobre la recién llegada de Hollywood, de la que a veces hasta el protagonista se sonroja, pero después de todo le ha dado buenos dividendos, se piensa en esos comentaristas deportivos de vuelta de todo.
"¡Goooooool", "¡El Rey del balón!…" Arrecia el griterío, como en los circos de Roma cuando el gladiador triunfador se disponía a degollar al otro que había tenido peor suerte, o ninguna suerte. Algunos críticos, eso sí, conservan su juicio y no se dejan arrastrar por tanta memez.
Igual se grita ahora desde algunas columnas donde se bendicen películas que no deberían ni estar en las carteleras. Cuyos autores tendrían que ser condenados por gracia presidencial de cultura a seis años de cinemateca en régimen cerrado en salas de proyección, ocho horas al día.
Nadie se inmuta y ellos o ellas se carcajean. La engañifa más elaborada les protege. De vez en cuando, algún crítico se atreve y pone una pica en Flandes, lo que en el actual panorama de despropósitos es admirable.
Hace unos cuantos de cuantos festivales de cine en Cannes, allá por unos cuantos de cuantos meses de mayo, había un mocito pinturero, cronista y crítico de cine, que era tan bueno que se lo pasaba fatal a la hora de preparar la crónica del día,
Entonces un artículo sobre una película estrenada allí, en el que entonces era el primer Festival de Cine del mundo, significaba mucho para los productores.
Nuestro mocito se retorcía el talento en todos los sentidos para tratar de no arañar demasiado fuerte a nadie, sobre todo a algunos. No es que fuese un periodista corrompido por las alabanzas y los regalitos de alguna de las boutiques de lujo vecinas del palacio de Festivales, Era un tierno y quería la felicidad del mundo, probablemente a fuerza de ingerir películas que predicaban la paz,
Y no quería molestar a nadie, porque iba contra su forma de ser. Cuando el cabreo de haber visionado una mala película a las nueve de la mañana se trasparentaba en una crónica suya, era porque realmente aquello visto en el inmenso auditorio era de juzgado de guardia.
Qué mal se lo pasaría si tuviese que hincarle el diente a algunas de las monstruosidades que adornan ahora las pantallas de estreno. Afortunadamente ya se dedica a escribir libros de cine sobre los tiempos en que se rodaba una obra maestra a orillas del Canal Saint Martin, allá por París, donde hubo un "Hotel du Nord" que encantó a uno de los más aplaudidos realizadores franceses, el simpar Marcel Carné.
Te metes en la pantalla, aunque sea en la chica, donde se jalea sin vergüenza a ciertas películas caseras, incluso en los Telediarios, y entonces revientas de indignación.
Un tipejo que quizá quiso ser Ben Gazzara y no pudo, claro que no le conoce, anda por la pantalla con el mismo desparpajo de Cassavetes, aquel emparejado con una de las más talentosas actrices de todos los tiempos, Gena Rowlands.
En mis tiempos se hablaba claramente de películas pornográficas o de películas eróticas, y precisamente a dos pasos de la Estación del Norte de París hubo durante años una sala de cine que estaba dedicada a esa cinematografía…
Ahora, no. Ahora tienen las sábanas blancas de los mejores locales para balbucear cosas porque no saben que no saben y que a lo mejor había que saber antes de querer ser.
No entienden esos bellacos que para hacer cine, como para tantas cosas, hay que estar estudiado, según la frase famosa de un filósofo que conozco en este último fuerte de Occidente antes de África.
Pero como esta mañana de primavera otoñal el té está a punto voy a darles una idea de guión.
Se la brindo desde las columnas del diario francés Le Monde, sí, hijo mío, es un periódico que se edita en París. El problema es que hay que saber leer.
Pues he pescado una crónica firmada por un tal Pierre Barthélémy que habla largo y tendido sobre un fenómeno al parecer más frecuente de lo que podríamos creer, la fractura del pene, ese "órgano masculino del hombre y de algunos animales que sirve para miccionar y copular".
Un estudio efectuado por investigadores de la universidad católica de Campinas, Sao Paulo, Brasil, demuestra que de 42 casos estudiados, 28 se fracturaron el penis con una señora demasiado fogosa, 4 jugando con un señor y 6 por pura y excesiva manipulación, digital, claro.
Seguro que dentro de menos de un año tenemos en las pantallas que nos fustigan una historia sobre El hombre que se rompió el pene.
Da gusto contribuir al acerbo cinematográfico y cultural. Acerbo, que no acervo.
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