Colaboración: Muchos años y a lo loco
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Por Sergio Berrocal
Cuando el sol de la desesperanza aprieta te vas a tomar un descafeinado a la playa de este fin de mundo, uno más, donde una moza de cabello rubio y belleza insoportable parece la Milady de Winter cuando salía de las sábanas que había compartido durante toda una noche en un duelo sin cuartel con el mosquetero D’Artagnan. Te pone el vasito y mira al horizonte. "Pronto –me dice con voz enamorada—veremos a Harrison Ford en otra versión de Indiana Jones".
Verán ustedes, Margarita es una muchacha de lo más culto y entendida en cine. Tiene un máster en cinematografía birmana pero mientras encuentra un puesto de trabajo adecuado nos recreamos con su belleza.
Si Harrison Ford va a volver a dar latigazos a los malos con todos esos años que arrastra desde la infancia, esto supone que también habrá vencido a los actores famosos y mucho más jóvenes y que, guste o no, es un ejemplo de que la experiencia es garantía de buen hacer. De que ser viejo no significa ir directamente al asilo.
¿Qué le ocurre al mundo? ¿Está cambiando? De acuerdo, los rábanos son últimamente una porquería, los gorriones atacan a las gaviotas desde que ha aparecido el mismísimo Alfred Hitchcok, resucitado y dispuesto a organizar una redada de todo tipo de aves en Bodega Bay.
Le espeto, le grito, porque a los muertos hay que gritarles, que está lejos de Bodega Bay y que haga el favor de largarse a otro sitio con su rollo, de película, claro, infame chiste, porque desde que ha llegado a esta playa los gorriones que quieren pasar el casting hacen méritos y se lanzan en picado sobre los bañistas con la mala uva que tenían los aviones japoneses cuando se dejaban caer sobre los buques norteamericanos.
Pero Hitchcock no se da por aludido y dice que, es cierto, y además me mira con ojos vidriosos, que Bodega Bay ha cambiado mucho desde que él rodó "Los pájaros".
Milady de Winter me trae un periódico que acaba de sacar del horno con un movimiento que hace saltar sus senos de la tranquilidad después del baño con leche de burra.
Leo y leo y no paro de leer otra buena noticia.
El Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, peruano, aunque algo español y seguramente que algo le queda de su paso primero por París y luego por Inglaterra, sigue ocupando columnas bravas.
Desde que sale con Doña Isabel Presley, representante o algo así de una marca de utensilios de porcelana, Don Mario ha rehabilitado a la prensa del corazón y ahora a las revistas de moda.
A una y otras da patina al hacerles declaraciones políticas, económicas y lo que se cruce por el salón donde están platicando y tragando con el mismo desparpajo que cuenta que a sus 80 años se ha vuelto locamente enamorado. No sólo que se ha enamorado locamente, que ese es otro cantar.
Me encantas, Mario, eres un valiente. Estás dando esperanzas a todos los viejos que en el mundo son. Y también das señales de que hay vida después de los sesenta.
Entre tú y Harrison Ford el mundo será pronto de los mayores de 65 años.
Lo cierto es que el Ford y el Mario no son excesivamente peligrosos, aunque si pueden provocar un cisma en la iglesia de los jóvenes e inexperimentados machitos que se arriesgan a perder a las guapísimas chiquillas que hasta ahora les daban el brazo y algo más y que de aquí en adelante pueden pensar que la edad adulta, la del enamoramiento, empieza a los 70.
Lo malo de este planteamiento está en los Estados Unidos de América, donde un tal Donald Trump, a punto de entrar en la quinta de los setentones, puede amargarnos la vida por mucho tiempo.
Porque, por lo que me dice mi camarera, la Milady, ese venerable norteamericano no es precisamente un enamoradizo sino que lo suyo es hacer la vida imposible a todo el mundo con frases que a él le parecen graciosas.
Un grupo de enajenados setentones, al mando de los cuales se ha puesto Hitchcok, que tiene permiso para salir del paraíso, están negociando actualmente en la playa de los Boliches para conseguir el medio de que Trump deje de joder al mundo y evitar que lo maree si llegase a ser Presidente. Para ello busca el grupo de enajenados una Milady capaz de enamorarlo y de neutralizarlo.
Porque una cosa es seguir triunfando a los 80 en el amor, a los más de 70 en el cine y otra es que te dejen ser un tipo peligroso por mayor que seas. Para la gente así no hay cuartel que valga. Porque la experiencia, en este caso, puede ser terrible para la humanidad.
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Cuando el sol de la desesperanza aprieta te vas a tomar un descafeinado a la playa de este fin de mundo, uno más, donde una moza de cabello rubio y belleza insoportable parece la Milady de Winter cuando salía de las sábanas que había compartido durante toda una noche en un duelo sin cuartel con el mosquetero D’Artagnan. Te pone el vasito y mira al horizonte. "Pronto –me dice con voz enamorada—veremos a Harrison Ford en otra versión de Indiana Jones".
Verán ustedes, Margarita es una muchacha de lo más culto y entendida en cine. Tiene un máster en cinematografía birmana pero mientras encuentra un puesto de trabajo adecuado nos recreamos con su belleza.
Si Harrison Ford va a volver a dar latigazos a los malos con todos esos años que arrastra desde la infancia, esto supone que también habrá vencido a los actores famosos y mucho más jóvenes y que, guste o no, es un ejemplo de que la experiencia es garantía de buen hacer. De que ser viejo no significa ir directamente al asilo.
¿Qué le ocurre al mundo? ¿Está cambiando? De acuerdo, los rábanos son últimamente una porquería, los gorriones atacan a las gaviotas desde que ha aparecido el mismísimo Alfred Hitchcok, resucitado y dispuesto a organizar una redada de todo tipo de aves en Bodega Bay.
Le espeto, le grito, porque a los muertos hay que gritarles, que está lejos de Bodega Bay y que haga el favor de largarse a otro sitio con su rollo, de película, claro, infame chiste, porque desde que ha llegado a esta playa los gorriones que quieren pasar el casting hacen méritos y se lanzan en picado sobre los bañistas con la mala uva que tenían los aviones japoneses cuando se dejaban caer sobre los buques norteamericanos.
Pero Hitchcock no se da por aludido y dice que, es cierto, y además me mira con ojos vidriosos, que Bodega Bay ha cambiado mucho desde que él rodó "Los pájaros".
Milady de Winter me trae un periódico que acaba de sacar del horno con un movimiento que hace saltar sus senos de la tranquilidad después del baño con leche de burra.
Leo y leo y no paro de leer otra buena noticia.
El Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, peruano, aunque algo español y seguramente que algo le queda de su paso primero por París y luego por Inglaterra, sigue ocupando columnas bravas.
Desde que sale con Doña Isabel Presley, representante o algo así de una marca de utensilios de porcelana, Don Mario ha rehabilitado a la prensa del corazón y ahora a las revistas de moda.
A una y otras da patina al hacerles declaraciones políticas, económicas y lo que se cruce por el salón donde están platicando y tragando con el mismo desparpajo que cuenta que a sus 80 años se ha vuelto locamente enamorado. No sólo que se ha enamorado locamente, que ese es otro cantar.
Me encantas, Mario, eres un valiente. Estás dando esperanzas a todos los viejos que en el mundo son. Y también das señales de que hay vida después de los sesenta.
Entre tú y Harrison Ford el mundo será pronto de los mayores de 65 años.
Lo cierto es que el Ford y el Mario no son excesivamente peligrosos, aunque si pueden provocar un cisma en la iglesia de los jóvenes e inexperimentados machitos que se arriesgan a perder a las guapísimas chiquillas que hasta ahora les daban el brazo y algo más y que de aquí en adelante pueden pensar que la edad adulta, la del enamoramiento, empieza a los 70.
Lo malo de este planteamiento está en los Estados Unidos de América, donde un tal Donald Trump, a punto de entrar en la quinta de los setentones, puede amargarnos la vida por mucho tiempo.
Porque, por lo que me dice mi camarera, la Milady, ese venerable norteamericano no es precisamente un enamoradizo sino que lo suyo es hacer la vida imposible a todo el mundo con frases que a él le parecen graciosas.
Un grupo de enajenados setentones, al mando de los cuales se ha puesto Hitchcok, que tiene permiso para salir del paraíso, están negociando actualmente en la playa de los Boliches para conseguir el medio de que Trump deje de joder al mundo y evitar que lo maree si llegase a ser Presidente. Para ello busca el grupo de enajenados una Milady capaz de enamorarlo y de neutralizarlo.
Porque una cosa es seguir triunfando a los 80 en el amor, a los más de 70 en el cine y otra es que te dejen ser un tipo peligroso por mayor que seas. Para la gente así no hay cuartel que valga. Porque la experiencia, en este caso, puede ser terrible para la humanidad.
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