Reportaje: Sammy Davis Jr., una vida polémica en dos libros
- por © Alberto Duque-NOTICINE.com
5-I-04
Hace algunos meses, con el estreno de la nueva versión de la película "Ocean eleven", las nuevas generaciones de espectadores descubrieron el personaje de Sammy Davis Jr., amigo y compinche de esa banda de parranderos ("Rat pack"), mujeriegos, apostadores y desordenados compuesta por Frank Sinatra, Peter Lawford, Dean Martin y Joey Bishop, protagonistas de la película original sobre el asalto a varios casinos de Las Vegas. El artista negro nacido en Harlem (Nueva York) en 1925 y fallecido hace pronto 14 años, filmó más títulos con Sinatra y a veces otros miembros del clan: "Tres sargentos", "Cuatro gángsters de Chicago", "Pepe", "¡Viva Las Vegas", "Los Locos del Cannonball II"...
A quienes se asoman por primera vez a la turbulenta, frustrante, triste y desperdiciada vida de quien se convirtió, durante varios años, en símbolo de los artistas negros en Estados Unidos, sorprende esa mezcla de leyenda y realidad que atraviesa la carrera de un hombre que a los cuatro años ya zapateaba en un escenario y a los ocho, era capaz de imitar los gestos, las voces y los defectos de los famosos que se hallaban entre el público.
Detestado por el presidente John F. Kennedy; adorado por Richard Nixon; perseguido por los reaccionarios que no soportaban sus ideas liberales; acosado por las mujeres blancas que enloquecían por llevarlo a la cama (se casó con una rubia perfecta, May Britt y trasnochó muchas veces con otra rubia, adicta a la zoofilia, Kim Novak); triunfador en espectáculos cómicos y musicales; protagonista de algunas películas afortunadas; número uno con varios discos; pésimo marido y peor padre; tuerto después de un accidente de automovilismo; autor de una biografía con la que se cobró muchos insultos y desprecios; convertido en elemento incómodo para los negros y vengador racista para los blancos; arrastrado por el juego, las drogas, el alcohol, las mujeres y otros pecados, ha sido retomado ahora por dos periodistas que publican sendas biografías sobre un personaje que, para muchos norteamericanos, blancos y negros, debería permanecer olvidado.
Los dos libros aparecieron para en Estados Unidos la pasada Navidad. "In Black and White. The Life of Sammy Davis, Jr." de Wil Haygood (editado por Alfred Knopf, cuesta 27 dólares) y "Gonna Do Great Things. The Life of Sammy Davis, Jr." de Gary Fishgall (A Lisa Drew/Scribner, 26 dólares), han despertado toda clase de reacciones porque no se limitan a reconstruir con cartas, testimonios, la misma autobiografía del personaje, películas, grabaciones de TV, amigos y otras fuentes esos años en los que la pandilla liderada por Sinatra cometía toda clase de atropellos en Las Vegas, Nueva York y Los Angeles, apoyada por personajes oscuros que Mario Puzo supo retratar en sus libros sobre la Mafia, mientras Davis Jr., sabía que era el más vulnerable y despreciado de todos.
Los libros escarban en esos años 60 cuando la aparente limpieza moral de Camelot, encabezada por un presidente que era católico y tenía un poco más de 40 años, una esposa sofisticada que hablaba a los criados en francés, dos hijos hermosos y otras ventajas sobre el resto de los mortales, era la tapadera para situaciones desagradables que un negro como Davis Jr., sabía soportar en silencio. Ambos volúmenes, escritos según un comentarista del New York Times con pasión y falta de objetividad, van más allá de la figura del cómico y lo muestran como un ser desperdiciado, ambicioso, equivocado en sus afectos, que alcanzó el más grande poder de negro alguno dentro del mundo del espectáculo de Estados Unidos y al estar en la cumbre, ya no supo ni pudo ni quiso conservarla.
Por supuesto, de ese grupo canallesco solo sobreviven Sinatra, sus discos, su fama y las leyendas de juego, sexo, drogas, política, relaciones sospechosas y otros ingredientes que seguirán alimentando un ego que aún después de muerto, sigue despertando curiosidad y morbo porque su música permanece viva, y los sobrevivientes de esos años escandalosos siguen sentándose en los atardeceres de Miami y otras ciudades falsas a recordar al hombre que agrupó a sus amigos talentosos, los explotó, los manipuló, los utilizó y luego los desechó o dejó que ellos mismos se excluyeran, como este negro que ahora es revivido en dos libros que las nuevas generaciones deberían leer por disciplina, para que comprueben que Davis Jr. Era más que un contador de chistes racistas, más que un buen cantante, más que un mujeriego, más que un apostador compulsivo: un artista que nunca supo que lo era.
A los cuatro años zapateaba, bailaba y cantaba en un espectáculo con su padre Sammy Davis y un amigo, Will Mastim. Nunca fue a la escuela ni recibió educación alguna, ni salió del escenario y casi veinte años después llevó a los dos ancianos al show de Eddie Cantor, "La Hora Colgate" y provocó una de las tormentas racistas más peligrosas. Ese fue el sello de su vida. Ser atacado o ensalzado por su color, no por su talento. Para defenderse escogió un método equivocado, hacer reir a los demás burlándose de sí mismo. Como cuando afirmaba que era el único actor negro, judío y tuerto que existía en el mundo. Si estallaban las carcajadas se consideraba recompensado. En una época que resolvía de maneras violenta y salvaje las diferencias raciales, los demás artistas negros se comportaban correctamente, tratando de no llamar la atención como si pisaran cáscaras de huevos. Davis Jr., descuidado y cínico, volcaba todas las tazas, provocaba la ira de los negros, desafiaba a los liberales y demócratas y se sintió bien cuando un reaccionario como Richard Nixon lo invitó a la Casa Blanca. Era su necesidad de afecto, su hambre de amistad lo que empujaba a este negro a la mesa de un tramposo inquisidor como el presidente. Bueno, otro artista grande, Louis Armstrong también fue perseguido por los mismos.
Con estas dos biografías uno comprueba que, por ahora, este hombre no podrá descansar en paz. No solo lo acusan de irresponsable y maleducado, sino de sentirse un blanco dentro de una piel negra, y que por eso frecuentaba tanto esos clubes nocturnos de Las Vegas al lado de sus compinches blancos, porque el color, supuestamente, no era una barrera en su vida. Pero quienes lo conocieron de cerca, saben que era todo lo contrario. La abuela materna tenía raíces cubanas y detestaba a sus familiares negros. Esas raíces, alimentadas con música y sabor debieron influir en el personaje que el niño, a los 8 años, logra crear en dos cortos de 1933, "Seasoned Greetings" y "Rufusa Jones for President". Will Mastim y no el padre fue quien organizó la carrera del joven y lo amarró hasta tal punto que uno de los biógrafos habla de "esclavitud" contractual. Todavía los críticos de Broadway recuerdan su papel en el musical "Golden Boy" que fue nominado a un Tony; los historiadores lo miran como uno de los negros que supo saltar sobre las barreras racistas de los sesentas y setentas; otros, como los dos periodistas de estos libros lo contemplan como alguien talentoso que desperdició sus dones, por simple reacción ante la vida que supo maltratarlo.
Hace algunos meses, con el estreno de la nueva versión de la película "Ocean eleven", las nuevas generaciones de espectadores descubrieron el personaje de Sammy Davis Jr., amigo y compinche de esa banda de parranderos ("Rat pack"), mujeriegos, apostadores y desordenados compuesta por Frank Sinatra, Peter Lawford, Dean Martin y Joey Bishop, protagonistas de la película original sobre el asalto a varios casinos de Las Vegas. El artista negro nacido en Harlem (Nueva York) en 1925 y fallecido hace pronto 14 años, filmó más títulos con Sinatra y a veces otros miembros del clan: "Tres sargentos", "Cuatro gángsters de Chicago", "Pepe", "¡Viva Las Vegas", "Los Locos del Cannonball II"...
A quienes se asoman por primera vez a la turbulenta, frustrante, triste y desperdiciada vida de quien se convirtió, durante varios años, en símbolo de los artistas negros en Estados Unidos, sorprende esa mezcla de leyenda y realidad que atraviesa la carrera de un hombre que a los cuatro años ya zapateaba en un escenario y a los ocho, era capaz de imitar los gestos, las voces y los defectos de los famosos que se hallaban entre el público.
Detestado por el presidente John F. Kennedy; adorado por Richard Nixon; perseguido por los reaccionarios que no soportaban sus ideas liberales; acosado por las mujeres blancas que enloquecían por llevarlo a la cama (se casó con una rubia perfecta, May Britt y trasnochó muchas veces con otra rubia, adicta a la zoofilia, Kim Novak); triunfador en espectáculos cómicos y musicales; protagonista de algunas películas afortunadas; número uno con varios discos; pésimo marido y peor padre; tuerto después de un accidente de automovilismo; autor de una biografía con la que se cobró muchos insultos y desprecios; convertido en elemento incómodo para los negros y vengador racista para los blancos; arrastrado por el juego, las drogas, el alcohol, las mujeres y otros pecados, ha sido retomado ahora por dos periodistas que publican sendas biografías sobre un personaje que, para muchos norteamericanos, blancos y negros, debería permanecer olvidado.
Los dos libros aparecieron para en Estados Unidos la pasada Navidad. "In Black and White. The Life of Sammy Davis, Jr." de Wil Haygood (editado por Alfred Knopf, cuesta 27 dólares) y "Gonna Do Great Things. The Life of Sammy Davis, Jr." de Gary Fishgall (A Lisa Drew/Scribner, 26 dólares), han despertado toda clase de reacciones porque no se limitan a reconstruir con cartas, testimonios, la misma autobiografía del personaje, películas, grabaciones de TV, amigos y otras fuentes esos años en los que la pandilla liderada por Sinatra cometía toda clase de atropellos en Las Vegas, Nueva York y Los Angeles, apoyada por personajes oscuros que Mario Puzo supo retratar en sus libros sobre la Mafia, mientras Davis Jr., sabía que era el más vulnerable y despreciado de todos.
Los libros escarban en esos años 60 cuando la aparente limpieza moral de Camelot, encabezada por un presidente que era católico y tenía un poco más de 40 años, una esposa sofisticada que hablaba a los criados en francés, dos hijos hermosos y otras ventajas sobre el resto de los mortales, era la tapadera para situaciones desagradables que un negro como Davis Jr., sabía soportar en silencio. Ambos volúmenes, escritos según un comentarista del New York Times con pasión y falta de objetividad, van más allá de la figura del cómico y lo muestran como un ser desperdiciado, ambicioso, equivocado en sus afectos, que alcanzó el más grande poder de negro alguno dentro del mundo del espectáculo de Estados Unidos y al estar en la cumbre, ya no supo ni pudo ni quiso conservarla.
Por supuesto, de ese grupo canallesco solo sobreviven Sinatra, sus discos, su fama y las leyendas de juego, sexo, drogas, política, relaciones sospechosas y otros ingredientes que seguirán alimentando un ego que aún después de muerto, sigue despertando curiosidad y morbo porque su música permanece viva, y los sobrevivientes de esos años escandalosos siguen sentándose en los atardeceres de Miami y otras ciudades falsas a recordar al hombre que agrupó a sus amigos talentosos, los explotó, los manipuló, los utilizó y luego los desechó o dejó que ellos mismos se excluyeran, como este negro que ahora es revivido en dos libros que las nuevas generaciones deberían leer por disciplina, para que comprueben que Davis Jr. Era más que un contador de chistes racistas, más que un buen cantante, más que un mujeriego, más que un apostador compulsivo: un artista que nunca supo que lo era.
A los cuatro años zapateaba, bailaba y cantaba en un espectáculo con su padre Sammy Davis y un amigo, Will Mastim. Nunca fue a la escuela ni recibió educación alguna, ni salió del escenario y casi veinte años después llevó a los dos ancianos al show de Eddie Cantor, "La Hora Colgate" y provocó una de las tormentas racistas más peligrosas. Ese fue el sello de su vida. Ser atacado o ensalzado por su color, no por su talento. Para defenderse escogió un método equivocado, hacer reir a los demás burlándose de sí mismo. Como cuando afirmaba que era el único actor negro, judío y tuerto que existía en el mundo. Si estallaban las carcajadas se consideraba recompensado. En una época que resolvía de maneras violenta y salvaje las diferencias raciales, los demás artistas negros se comportaban correctamente, tratando de no llamar la atención como si pisaran cáscaras de huevos. Davis Jr., descuidado y cínico, volcaba todas las tazas, provocaba la ira de los negros, desafiaba a los liberales y demócratas y se sintió bien cuando un reaccionario como Richard Nixon lo invitó a la Casa Blanca. Era su necesidad de afecto, su hambre de amistad lo que empujaba a este negro a la mesa de un tramposo inquisidor como el presidente. Bueno, otro artista grande, Louis Armstrong también fue perseguido por los mismos.
Con estas dos biografías uno comprueba que, por ahora, este hombre no podrá descansar en paz. No solo lo acusan de irresponsable y maleducado, sino de sentirse un blanco dentro de una piel negra, y que por eso frecuentaba tanto esos clubes nocturnos de Las Vegas al lado de sus compinches blancos, porque el color, supuestamente, no era una barrera en su vida. Pero quienes lo conocieron de cerca, saben que era todo lo contrario. La abuela materna tenía raíces cubanas y detestaba a sus familiares negros. Esas raíces, alimentadas con música y sabor debieron influir en el personaje que el niño, a los 8 años, logra crear en dos cortos de 1933, "Seasoned Greetings" y "Rufusa Jones for President". Will Mastim y no el padre fue quien organizó la carrera del joven y lo amarró hasta tal punto que uno de los biógrafos habla de "esclavitud" contractual. Todavía los críticos de Broadway recuerdan su papel en el musical "Golden Boy" que fue nominado a un Tony; los historiadores lo miran como uno de los negros que supo saltar sobre las barreras racistas de los sesentas y setentas; otros, como los dos periodistas de estos libros lo contemplan como alguien talentoso que desperdició sus dones, por simple reacción ante la vida que supo maltratarlo.