Colaboración: Lauren, ¡Que se mueran los feos de corazón…!
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Gordo, con sobrepeso demasié y de estatura mínima, un servidor no puede figurar como ejemplo de la gente que merece seguir viviendo para adorno y alegría del resto de los humanos, o medio humanos, pasados con huevo por la crisis del dinero y por la crisis moral. Es seguro, cierto, que si los que mandan y los que a veces nos engañan como a chinitos trabajando en el ferrocarril de Sergio Leone en “Erase una vez en América”, tuvieran la carita de un Georges Clooney las cosas andarían menos mal, vamos que hasta mejor. Porque estamos viviendo, padeciendo y sucumbiendo en un ambiente generalizado de fealdad.
La gente es más fea que hace un siglo, incluyendo a las mujeres y por mucho sujetadores italianos que se pongan.
Los tíos y las tías tienen el alma fea aunque luzcan una dentadura de ortodoncia millonaria.
Hasta los ministros de cualquier país del mundo. Y cuando hay uno medio vistoso o medio vistosa es porque ya ha vendido su alma al diablo.
Con el 2014 nos hemos metido de lleno en la era de la fealdad purulenta y sin reparo.
Y por si fuera poco, cada día quedan menos guapos de los que nos hicieron pensar que la vida podía ser menos mala, incluso para nosotros.
Los últimos en irse han sido, a un día de distancia, como si la maldición del faraón les hubiese atropellado, Robin Williams y Lauren Bacall.
Cuando supe que ese enorme actor se había ahorcado con un cinturón se me cayó el teclado de la computadora.
Era imposible escribir sin injuriar al mundo entero por haber dejado que se cometiese crimen tan feroz.
Esta mañana, apenas el sofocón del calor andaluz nos ha saludado con un chorreón de sudor, me entero de que también se ha ido la flaca Lauren Bacall, la que te ponía no sabes cómo y luego te despedía sacudiendo una melena de cien quilates.
Total, que a este ritmo, no van a quedar más que feos para consolarnos.
Pero, ¿cómo puede uno tener buenos pensamientos sociales, con semejantes fealdades al mando de nuestras esperanzas?
A los más jóvenes les da igual. Ya están enseñados de que lo más horrible es lo que más viste.
El cine, ese psiquiatra a domicilio o en sala, ha entrado en el juego del horror.
Ha trastocado todos los valores que nos permitían ponernos una corbata sin pensar que éramos unos pijos.
El cine que nació para soñar ya no produce casi siempre más que pesadillas que hubiesen llevado a Freud a la locura del amor trasnochada con una hija y la heroína.
Nuestros menores están siendo criados en un infierno de valores. El Bob Esponja, el Transformer, el berraco que arranca las cabezas de un bocado.
Luego, algunos de esos muchachos educados a miles de kilómetros de la belleza de Miguel Angel y amamantados en las faldas de la bruja feroz se van una mañana a la escuela y salen en primera plana de los periódicos.
Cansados, alucinados, emborrachados de tanto espanto, el joven, que rezaba todas las noches antes de dormir, se carga a tiros a doce compañeros que, como él, estaban siendo educado en la escuela de lo feo, lo innecesario, lo repelente.
Por favor, Virgen de la Caridad del cobre, que se mueran los feos, los feos de corazón, los feos de pensamiento, los que hacen de nuestras vidas un rosario de miserias.
Robin Williams se pasó la vida dándome esperanzas. Y cada vez que tropezaba, allí estaba una sonrisa suya para levantarme. Podías gritar "Good Morning Vietnam!" en los Campos Elíseos o querer ser un poeta en ciernes.
Allí estaba él para levantarte la moral. Para decirte que no te rindieras. Que la vida es una mierda pero que se puede vencer todo a condición de querer.
Robin Williams era el clásico feo-guapo. Nunca hubiese podido ir a un concurso de Mr. América pero su alma se ganaba a los ángeles celestiales.
Y tú, tortuosa Bacall, que hasta puede que fueses tan tímida como tu compañera Marilyn Monroe, nos enseñaste el misterio de la mujer, antes de que se inventase la palabra mujer fatal.
Fuiste nuestra profesora y también nuestra esperanza de que algún día seríamos tan machitos como Humphrey Bogart para hacer bailar tu melena con un beso.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro, recién publicado, se titula "Calle Falange Española" .
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Gordo, con sobrepeso demasié y de estatura mínima, un servidor no puede figurar como ejemplo de la gente que merece seguir viviendo para adorno y alegría del resto de los humanos, o medio humanos, pasados con huevo por la crisis del dinero y por la crisis moral. Es seguro, cierto, que si los que mandan y los que a veces nos engañan como a chinitos trabajando en el ferrocarril de Sergio Leone en “Erase una vez en América”, tuvieran la carita de un Georges Clooney las cosas andarían menos mal, vamos que hasta mejor. Porque estamos viviendo, padeciendo y sucumbiendo en un ambiente generalizado de fealdad.
La gente es más fea que hace un siglo, incluyendo a las mujeres y por mucho sujetadores italianos que se pongan.
Los tíos y las tías tienen el alma fea aunque luzcan una dentadura de ortodoncia millonaria.
Hasta los ministros de cualquier país del mundo. Y cuando hay uno medio vistoso o medio vistosa es porque ya ha vendido su alma al diablo.
Con el 2014 nos hemos metido de lleno en la era de la fealdad purulenta y sin reparo.
Y por si fuera poco, cada día quedan menos guapos de los que nos hicieron pensar que la vida podía ser menos mala, incluso para nosotros.
Los últimos en irse han sido, a un día de distancia, como si la maldición del faraón les hubiese atropellado, Robin Williams y Lauren Bacall.
Cuando supe que ese enorme actor se había ahorcado con un cinturón se me cayó el teclado de la computadora.
Era imposible escribir sin injuriar al mundo entero por haber dejado que se cometiese crimen tan feroz.
Esta mañana, apenas el sofocón del calor andaluz nos ha saludado con un chorreón de sudor, me entero de que también se ha ido la flaca Lauren Bacall, la que te ponía no sabes cómo y luego te despedía sacudiendo una melena de cien quilates.
Total, que a este ritmo, no van a quedar más que feos para consolarnos.
Pero, ¿cómo puede uno tener buenos pensamientos sociales, con semejantes fealdades al mando de nuestras esperanzas?
A los más jóvenes les da igual. Ya están enseñados de que lo más horrible es lo que más viste.
El cine, ese psiquiatra a domicilio o en sala, ha entrado en el juego del horror.
Ha trastocado todos los valores que nos permitían ponernos una corbata sin pensar que éramos unos pijos.
El cine que nació para soñar ya no produce casi siempre más que pesadillas que hubiesen llevado a Freud a la locura del amor trasnochada con una hija y la heroína.
Nuestros menores están siendo criados en un infierno de valores. El Bob Esponja, el Transformer, el berraco que arranca las cabezas de un bocado.
Luego, algunos de esos muchachos educados a miles de kilómetros de la belleza de Miguel Angel y amamantados en las faldas de la bruja feroz se van una mañana a la escuela y salen en primera plana de los periódicos.
Cansados, alucinados, emborrachados de tanto espanto, el joven, que rezaba todas las noches antes de dormir, se carga a tiros a doce compañeros que, como él, estaban siendo educado en la escuela de lo feo, lo innecesario, lo repelente.
Por favor, Virgen de la Caridad del cobre, que se mueran los feos, los feos de corazón, los feos de pensamiento, los que hacen de nuestras vidas un rosario de miserias.
Robin Williams se pasó la vida dándome esperanzas. Y cada vez que tropezaba, allí estaba una sonrisa suya para levantarme. Podías gritar "Good Morning Vietnam!" en los Campos Elíseos o querer ser un poeta en ciernes.
Allí estaba él para levantarte la moral. Para decirte que no te rindieras. Que la vida es una mierda pero que se puede vencer todo a condición de querer.
Robin Williams era el clásico feo-guapo. Nunca hubiese podido ir a un concurso de Mr. América pero su alma se ganaba a los ángeles celestiales.
Y tú, tortuosa Bacall, que hasta puede que fueses tan tímida como tu compañera Marilyn Monroe, nos enseñaste el misterio de la mujer, antes de que se inventase la palabra mujer fatal.
Fuiste nuestra profesora y también nuestra esperanza de que algún día seríamos tan machitos como Humphrey Bogart para hacer bailar tu melena con un beso.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro, recién publicado, se titula "Calle Falange Española" .
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