Nostalgia de 2003 (II): "Chicago", o la resurección del musical
- por © Alberto Duque-NOTICINE.com
24-XII-03
“Chicago”, ganadora de seis Oscars y hermoso pretexto para el regreso vital del musical en todo el mundo, fue otro de los grandes momentos del cine en 2003, de la mano de Catherine Zeta-Jones, Renée Zellwegger, Richard Gere y Queen Lartifah. La primera imagen de esta comedia musical basada en una obra de Broadway: los ojos muy azules de Roxie, la muchacha rubia que quiere ser corista y mira embelesada los saltos, contorsiones, gritos, murmullos, jadeos, gestos lascivos y movimientos provocadores de una bailarina y cantante morena, Velma, que interpreta “All That Jazz”, tema que resume muy bien las intenciones de esta película que renueva absolutamente el género del musical en Hollywood, a la manera de “Moulin Rouge” y muchos años atrás, “Cabaret” y “All that Jazz-Empieza el espectáculo”. No es simple casualidad que estas dos últimas fueran realizadas por un mismo genio, Bob Fosse. Para no mencionar, por supuesto, las películas de Gene Kelly, Fred Astaire, Ginger Rogers, Frank Sinatra, John Travolta y todos los demás.
Afirmar que “Chicago” es un musical, sería reducir el alcance de una película alegre, llena de vida, sexo, amor, celos, muerte, corrupción y ambición en una ciudad estremecida por la Depresión, la Ley Seca, los manejos de los políticos y funcionarios, el dominio de las bandas de hampones que trafican con el juego, la prostitución y el alcohol mientras los personajes de esta historia tratan de sobrevivir con lo único que saben hacer bien, cantar y bailar. En medio de ese caos lujurioso el Jazz se alza como alma de una época que siempre estará relacionada con la música, el baile, la sensualidad de las mujeres, la agresividad de los hombres y sobre todo, la relajación de las costumbres.
El musical es un género que, como el cine de vaqueros, había sido dejado a un lado por un Hollywood preocupado más por otros temas y personajes supuestamente más accesibles, con la tesis equívoca de que las nuevas generaciones de espectadores no soportan que los actores canten y bailen. Quien haya compartido alguna vez la delicia de películas como “Un americano en París”, “Un día en Nueva York”, “Bye Bye Birdie”, “Carrusel”, “Siete Novias para Siete Hermanos”, “A Chorus Line”, "Sonrisas y lágrimas", “Cotton Club”, “Danzón”, “Dirty Dancing”, “Fama”, “Grease”, “Fiebre del Sábado Noche”, “Footloose”, “Amor sin Barreras”, “Guys and Dolls”, “Hello Dolly”, “Las Zapatillas Rojas”, las películas musicales de Carlos Saura, “Strictly Ballroom” y por encima de todas “Cantando bajo la lluvia”, con esa escena de Gene Kelly chapoteando con su paraguas ante la mirada severa de un policía... Quien haya compartido alguna de estas películas espléndidas, sabrá por qué “Chicago” es importante para el género y el cine en general.
Este es un drama pasional a varias bandas. Roxie (Renée Zellweger), la muchacha casada que engaña al marido (John C. Reilly, el mismo de “Pandillas de Nueva York”) con un idiota que supuestamente la convertirá en estrella del vodevil y a quien mata a tiros cuando descubre su impostura, es el eje de la trama con su inocente perversión, su belleza angelical y su sensibilidad que le permite imaginar los más espléndidos números musicales, con una coreografía que no establece barreras entre la realidad y la ficción, integrando el asesinato, el encierro en la cárcel y el juicio de Roxie con esas maravillas coreográficas y esas canciones que resumen bien el infierno que comparte la mayoría de los personajes. A diferencia de otros musicales donde los bailes y las canciones van por un lado y la trama por otro, aquí desde el principio se establece que esos números solo existen a través de los ojos de una mujer apasionada. Para los puristas, el lenguaje utilizado por el joven director Rob Marshall en su primera película, es un homenaje expreso a Bob Fosse y su técnica.
Un abogado cínico (Richard Gere), elegante, apuesto y mujeriego se encarga de la defensa de Roxie, manipulando los medios, acosando a los jueces, mintiendo a los jurados y convirtiendo a la asesina en símbolo de la inocencia ultrajada en una ciudad pecaminosa como Chicago. Otra de sus defendidas, una bailarina hermosa y sensual (Catherine Zeta-Jones) está en la cárcel por los asesinatos del marido y la hermana infieles, y Roxie descubre que quiere ser como ella. Ambas buscan la fama a través de sus tragedias, quieren convertirse en celebridades al finalizar los juicios y rivalizan en atraer la mirada de los reporteros hasta cuando aparece otra asesina.
En el presidio domina la escena una mujer negra y gorda que dispensa favores y acepta sobornos de abogados y detenidas, interpretada con humor y cinismo por la mítica Queen Latifah. Todos ellos bailan y cantan y corren y se cansan en la imaginación de Roxie mientras la decadencia de Chicago afecta sus vidas. Cada uno tiene su propio lenguaje corporal pero el espectador siente que una carga eléctrica lo sacude cuando Zeta-Jones canta y baila, abre las piernas, es cargada y lanzada por los bailarines y sobre todo, cuando mira a la cámara y fija sus ojos de gitana en ese espectador indefenso que entiende por qué Michael Douglas enloquece con ella.
Uno se siente atrapado por la agresividad y belleza de números como “Cell Block Tango” (con las piernas de las reclusas asomando entre las rejas mientras cuentan sus desgracias); “All That Jazz” que abre la película; “We Both Reached for the Gun” con Roxie como una marioneta que repite las mentiras que el abogado le ordena; “I Can´t do it Alone” con Zeta Jones contorsionándose pavorosamente; “When You Are Good to Mama” el número solitario de Queen Latifah, y por supuesto, ese número final de las dos actrices, bailando y cantando con el fondo de luces que luego acribillan a balazos como un resumen de esa tragedia que se digiere mejor porque tiene los ingredientes que solo dos mujeres tan hermosas y sensuales y talentosas como Zellweger y Zeta-Jones son capaces de utilizar para que los espectadores se convenzan de algo: el cine musical ha renacido otra vez.
“Chicago”, ganadora de seis Oscars y hermoso pretexto para el regreso vital del musical en todo el mundo, fue otro de los grandes momentos del cine en 2003, de la mano de Catherine Zeta-Jones, Renée Zellwegger, Richard Gere y Queen Lartifah. La primera imagen de esta comedia musical basada en una obra de Broadway: los ojos muy azules de Roxie, la muchacha rubia que quiere ser corista y mira embelesada los saltos, contorsiones, gritos, murmullos, jadeos, gestos lascivos y movimientos provocadores de una bailarina y cantante morena, Velma, que interpreta “All That Jazz”, tema que resume muy bien las intenciones de esta película que renueva absolutamente el género del musical en Hollywood, a la manera de “Moulin Rouge” y muchos años atrás, “Cabaret” y “All that Jazz-Empieza el espectáculo”. No es simple casualidad que estas dos últimas fueran realizadas por un mismo genio, Bob Fosse. Para no mencionar, por supuesto, las películas de Gene Kelly, Fred Astaire, Ginger Rogers, Frank Sinatra, John Travolta y todos los demás.
Afirmar que “Chicago” es un musical, sería reducir el alcance de una película alegre, llena de vida, sexo, amor, celos, muerte, corrupción y ambición en una ciudad estremecida por la Depresión, la Ley Seca, los manejos de los políticos y funcionarios, el dominio de las bandas de hampones que trafican con el juego, la prostitución y el alcohol mientras los personajes de esta historia tratan de sobrevivir con lo único que saben hacer bien, cantar y bailar. En medio de ese caos lujurioso el Jazz se alza como alma de una época que siempre estará relacionada con la música, el baile, la sensualidad de las mujeres, la agresividad de los hombres y sobre todo, la relajación de las costumbres.
El musical es un género que, como el cine de vaqueros, había sido dejado a un lado por un Hollywood preocupado más por otros temas y personajes supuestamente más accesibles, con la tesis equívoca de que las nuevas generaciones de espectadores no soportan que los actores canten y bailen. Quien haya compartido alguna vez la delicia de películas como “Un americano en París”, “Un día en Nueva York”, “Bye Bye Birdie”, “Carrusel”, “Siete Novias para Siete Hermanos”, “A Chorus Line”, "Sonrisas y lágrimas", “Cotton Club”, “Danzón”, “Dirty Dancing”, “Fama”, “Grease”, “Fiebre del Sábado Noche”, “Footloose”, “Amor sin Barreras”, “Guys and Dolls”, “Hello Dolly”, “Las Zapatillas Rojas”, las películas musicales de Carlos Saura, “Strictly Ballroom” y por encima de todas “Cantando bajo la lluvia”, con esa escena de Gene Kelly chapoteando con su paraguas ante la mirada severa de un policía... Quien haya compartido alguna de estas películas espléndidas, sabrá por qué “Chicago” es importante para el género y el cine en general.
Este es un drama pasional a varias bandas. Roxie (Renée Zellweger), la muchacha casada que engaña al marido (John C. Reilly, el mismo de “Pandillas de Nueva York”) con un idiota que supuestamente la convertirá en estrella del vodevil y a quien mata a tiros cuando descubre su impostura, es el eje de la trama con su inocente perversión, su belleza angelical y su sensibilidad que le permite imaginar los más espléndidos números musicales, con una coreografía que no establece barreras entre la realidad y la ficción, integrando el asesinato, el encierro en la cárcel y el juicio de Roxie con esas maravillas coreográficas y esas canciones que resumen bien el infierno que comparte la mayoría de los personajes. A diferencia de otros musicales donde los bailes y las canciones van por un lado y la trama por otro, aquí desde el principio se establece que esos números solo existen a través de los ojos de una mujer apasionada. Para los puristas, el lenguaje utilizado por el joven director Rob Marshall en su primera película, es un homenaje expreso a Bob Fosse y su técnica.
Un abogado cínico (Richard Gere), elegante, apuesto y mujeriego se encarga de la defensa de Roxie, manipulando los medios, acosando a los jueces, mintiendo a los jurados y convirtiendo a la asesina en símbolo de la inocencia ultrajada en una ciudad pecaminosa como Chicago. Otra de sus defendidas, una bailarina hermosa y sensual (Catherine Zeta-Jones) está en la cárcel por los asesinatos del marido y la hermana infieles, y Roxie descubre que quiere ser como ella. Ambas buscan la fama a través de sus tragedias, quieren convertirse en celebridades al finalizar los juicios y rivalizan en atraer la mirada de los reporteros hasta cuando aparece otra asesina.
En el presidio domina la escena una mujer negra y gorda que dispensa favores y acepta sobornos de abogados y detenidas, interpretada con humor y cinismo por la mítica Queen Latifah. Todos ellos bailan y cantan y corren y se cansan en la imaginación de Roxie mientras la decadencia de Chicago afecta sus vidas. Cada uno tiene su propio lenguaje corporal pero el espectador siente que una carga eléctrica lo sacude cuando Zeta-Jones canta y baila, abre las piernas, es cargada y lanzada por los bailarines y sobre todo, cuando mira a la cámara y fija sus ojos de gitana en ese espectador indefenso que entiende por qué Michael Douglas enloquece con ella.
Uno se siente atrapado por la agresividad y belleza de números como “Cell Block Tango” (con las piernas de las reclusas asomando entre las rejas mientras cuentan sus desgracias); “All That Jazz” que abre la película; “We Both Reached for the Gun” con Roxie como una marioneta que repite las mentiras que el abogado le ordena; “I Can´t do it Alone” con Zeta Jones contorsionándose pavorosamente; “When You Are Good to Mama” el número solitario de Queen Latifah, y por supuesto, ese número final de las dos actrices, bailando y cantando con el fondo de luces que luego acribillan a balazos como un resumen de esa tragedia que se digiere mejor porque tiene los ingredientes que solo dos mujeres tan hermosas y sensuales y talentosas como Zellweger y Zeta-Jones son capaces de utilizar para que los espectadores se convenzan de algo: el cine musical ha renacido otra vez.