Crítica: "Godzilla", el monstruo cojo
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Por Cristian Moure
En el año 1954, la figura de Godzilla sacudía Tokio. Bajo el título original "Gojira" -que fue traducido como "Japón bajo el terror del monstruo"- la leyenda de Godzilla tomó forma y se convirtió, para bien o para mal, en el referente histórico del cine de monstruos. No se trataba únicamente de un kaiju destructor -en este caso salvador- al uso, era un ser nacido de la arrogancia del hombre frente al uso de la radiación como arma y como energía. Y esto supuso la posibilidad de hablar de lo innombrable, de los núcleos a tres mil grados centígrados, de Hiroshima y Nagasaki y de todo lo que Japón quería callar por miedo a echarse a llorar en público. Luego vendrían las secuelas, los aliens, los hijos, primos y cuñados de la bestia, mil monstruos más, la tortuga Gamera, y todo se iría al traste, enterrando la leyenda como una vieja pieza cutre de culto del cine de serie B de mediados de siglo.
Todo esto ha sido entendido por Edwards, el director de este remake que deja atrás al inefable intento de franquicia perpetrado por Roland Emmerich en 1998. Dividiendo el relato en tres partes totalmente diferenciadas, la cinta comienza de forma arrolladora. Cargando el peso de la trama en los veteranos Ken Watanabe y Brian Cranston -este último sosteniendo en sus espaldas todo el drama humano que obtendrá la película- el film comienza con el indicio de la existencia de una gigantesca criatura viva por algún lado del mundo y un supuesto accidente nuclear. Tras un salto temporal de 15 años, la película cambia por completo y no volverá a ser la misma. No al menos en calidad autoral, rebasando la frontera que distinguía su inicio con el de un blockbuster cualquiera durante gran parte de la trama hasta llegar a la escena clímax -parte en la cual Edwards consigue salvar con creces esta prueba de fuego que lo impulsa al firmamento Hollywoodiense tras hacer mucho ruido con su ópera prima, obra proveniente del cine independiente low-cost.
La falta de drama humano y la muerte de ciertos personajes sin ningún tipo de épica -algo que empieza a ser común en las películas de la productora Legendary- hacen descender la atención y la credibilidad, dentro de lo que una película con lagartos gigantes nos permite, de una cinta que se las prometía de adulta y resultó ser otro juguete de los pequeños Peter Panes que erigen esta epopeya en la que un ser procedente de una época anterior al jurásico destruye y salva a partes iguales San Francisco -sin explicar muy bien por qué esa necesidad heróica del dinosaurio.
Porque si de algo trata esta película es de llevar a la infancia a todos los que nos hemos pasado horas viendo alguna de las 35 películas -sin incluir las series de televisión- que tiene el rey de los monstruos. El mismo impulso que llevó a Guillermo del Toro a hacer que Mazinger Z le zurrara de mamporros a los hermanos de Godzilla en la espectacular "Pacific Rim". Y lo consigue. Apoyándose en el diseño original de la bestia -aunque mucho más grande y gorda- y en un despliegue de medios que ha costado la cifra de 112 millones de dólares, la nueva entrega del reptil nipón resulta maravillosa en su principio y su final, no así en un desarrollo intermedio donde sobra mucho y falta otro tanto más. Consigue, de esta manera, hacer un homenaje emotivo a una criatura a la que se despojó cruelmente de su trono y hace recordar al niño que quieres seguir siendo y que echabas de menos.
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